jueves, 30 de junio de 2011

Nada menos que un maestro.


Carta al maestro Jorge

¿Niños entre flores o flores entre niños?

Son los privilegiados alumnos que  tuviste  hace unos añitos, en Campo Real, pero me consta que, a pesar de que ya no cumplen los treinta,  te recuerdan con cariño. Aquellas búsquedas del tesoro, aquellas lecciones de Naturaleza por los campeños campos...

Después de aquella etapa en lo que entonces se llamaba EGB, el Centro de Educación de Adultos de Arganda del Rey fue el agraciado. Llegaste en 1991, veinte años has estado sembrando las mejores semillas.

Tuve el honor de trabajar contigo dieciséis años ¡Lo que aprendí de ti ! Nos abrías tantos caminos...Sólo ver tus minuciosos trabajos, con esa letra, esos esquemas que yo apañaba, los apuntes...

En 2007,  me fui a mi "venerable" ciudad . ¡Cómo recuerdo tus palabras, pegada al móvil, en aquellos días tormentosos!  No podía entender lo que me había pasado, tú me diste claves...


Espero que seas muy feliz en tu nuevo centro, qué suerte tienen tus nuevos compañeros. ¡Qué suerte la de tus alumnos!

Un abrazo muy grande, Jorge, compañero. ¡Nada menos que un maestro!

María Ángeles Merino

Enlazad con "En un acorde azul", allí mi amiga Luz del Olmo pinta con palabras un ajustado retrato de este gran maestro.


martes, 28 de junio de 2011

"...las olas del mar que rompen en las cantábricas peñas. " ¿Las vio Bécquer?

LECTURA COLECTIVA DE LAS RIMAS DE BÉCQUER.
  "LA ACEQUIA" (PEDRO OJEDA)

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
...
Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme  con mi dolor a solas!


Tú eras el huracán y yo la alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que abatirme!...
¡No pudo ser!


Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!


Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder:
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No pudo ser!

Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas:
...
Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta
que en el estío convida
a apagar la sed con ella.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas
que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.
...

...
Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro,
lo que yo adoro
sólo es verdad:
¡la Libertad!

Así los barqueros pasaban cantando
la eterna canción
y al golpe del remo saltaba la espuma
y heríala el sol.


¿Te embarcas? gritaban, y yo sonriendo
les dije al pasar:
—Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo
la ropa en la playa tendida a secar.


¿Gustavo Adolfo Bécquer vio, realmente, el mar ? Su biografía nos dice que , en 1846, con diez años, ingresa en el Colegio Náutico de San Telmo, llamado "de mareantes", como alumno gratuito. En su condición de futuro marino ¿ las naúticas lecciones incluyen ver realmente el océano  ? ¿O se limitan sus instructores al cercano y familiar  Guadalquivir? No lo sé. Tal vez no hubo tiempo porque el colegio cierra un año después y, desconcertado,  ha de buscar otras vocaciones: la pintura, el periodismo, la poesía...

En su corta vida, reside siempre en ciudades o pueblos interiores. Pero, en  la rima 79 , nos encontramos con "las olas del mar que rompen en las cantábricas peñas". ¿Cantábricas? ¿Hay algún viaje a tierras norteñas? ¿Se lo permite su frágil economía? ¿Alguno de sus  escritos periodísticos deja constancia de ello?

En realidad, el poeta, para moldear su propia realidad poética no necesita ver, ni oír, ni oler, ni tocar .

El  mar de Bécquer forma  parte  de una naturaleza  dinámica, agitada, vibrante, animada por una corriente vital que permite la fusión entre individuo y universo.

Así , en la rima 35, las olas braman y él pide  ser arrebatado por ellas, de la misma manera que lo hace con los vientos y las nubes. En la  26, se produce un enfrentamiento , la roca contra  el océano, él y ella, una unión imposible. En la 79, unas  pupilas  verdes centellean tan enojadas como las olas "que rompen en las cantábricas peñas". En la 5, el poeta embarca en el barco del desengaño.

Mar  desatado, rompiente, enojado, espumeante...

En esta entrada, utilizo las imágenes tomadas ayer, día 27 de junio, en mi excursión de fin de curso. Visitamos un rincón precioso de la costa de Bizkaia: Bermeo, Bakio y la ermita de San Juan de Gaztelugatxe. Busco un  mar Cantábrico becqueriano, me parece un disparate; pero en la rima 79 descubro  que no lo es tanto

Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

domingo, 26 de junio de 2011

"...sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese"

Detalle de un cuadro de Ana Queral, la autora de una excelente serie sobre el Quijote.


Comentario al capítulo 7,1 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada correspondiente al 26 de junio de 2008.
¡Hola, visitantes de este blog!


Algunos ya sabéis ´lo que me suele suceder, en estos casos. Comienzo el comentario a un capítulo del Quijote, recibo la fantasmal visita de algún quijotesco personaje secundario que, de manera misteriosa, tras viajar por los canalículos de Internet, asoma por la pantalla del ordenador. El último fue la joven Antonia Quijana, sobrina del viejo hidalgo.


Espero un poco, que alguien me visitará.


Sí, es lo de otras veces, oscila la imagen... ¡Antonia Quijana otra vez! Olvidé que vuelve a intervenir en el capítulo 7, que remata el “donoso escrutinio” de los libros. Escuchémosla.



Saludo a voacé, señora doña María Ángeles, que ya conozco su nombre. Sigo narrando  lo que ocurrió aquel día, tras salvar de la quema a un ejemplar de “Las lágrimas de Angélica”.



¡Qué voces las de mi señor tío al despertarse! ¡Aquí, aquí, valerosos caballeros!



Con tanto ruido y tanto estruendo ya no hay más escrutinio libresco. El ama echa al corral, sin más, muchos otros libros, Creo que va al fuego uno con los hechos de nuestro emperador Carolo, que Dios guarde.











Cuchilladas y reveses, hay que emplear la fuerza para volverle al lecho. Algo más sosegado, se dirige al cura, llamándolo arzobispo Turpín y animándolo a no dejarse ganar por los "cortesanos". Ahora mi tío es uno de los "Doce Pares de Francia". ¡Don Reinaldos de Montalbán! ¡Vivir para ver!




El cura le aconseja que atienda a su salud y mi tío responde que ha de moler a palos a ese bastardo de Roldán. Llegado aquí, el estómago le avisa y pide que le traigan de "yantar", dicho a la manera de antaño.




Come, queda él dormido y nosotros admirados de tanta locura. El ama, émula del Santo Oficio, remata la faena quemando cuantos libros hay en el corral. Sin duda, arden libros dignos de "ser guardados en perpetuos secretos archivos"; mas ya sabemos lo que, en ocasiones, pagan los justos.




El cura y el barbero dictaminan que sea tapiado el aposento de los libros y se le comunique que un encantador se los ha llevado, con muros y todo. Y así se face.




A los dos días, don Alonso se levanta y lo primero que hace es ir a ver sus amados libros. Tienta el muro que ocupa el lugar de la puerta, mira a uno y otro lado y, desesperado, pregunta al ama hacia qué parte está el aposento. Ella, ya advertida, le dice que  no hay tal, que todo se lo llevó el diablo.



Yo me veo obligada a intervenir y a explicarlo en clave de caballería andante. Nada de diablo sino encantador que cabalga en una sierpe, en algún libro vi algo así y me gustó. Sigo con mis invenciones: que el señor encantador dijo hacerlo por enemistad con el amo de los libros y que se llamaba Muñatón. Mas  el ama, tal vez pensando en sus fritangas, lo bautiza como Fritón. Esto último da pie a mi don Alonso para traducirlo como Frestón, que uno con ese nombre le tiene ojeriza.


Mi señor tío ha de vencer a ese su enemigo, mas yo le aconsejo que no se meta en pendencias, que se esté pacífico en casa. Y cómo se encoleriza al recordarle la suerte de los que van por lana y vuelven trasquilados. ¿Trasquilar a don Quijote? ¡Ni un pelo!



Pasa quince días muy sosegado, distraído con el cura y el barbero, pasando graciosísimos cuentos sobre la necesidad que tiene el mundo de caballeros andantes. El cura no siempre le quita la razón, por ver si entra en ella.





En este tiempo solicita mi tío a un vecino nuestro, un labrador pobre y hombre de bien, "pero de muy poca sal en la mollera". Sancho Panza es el nombre del tal villano, el cual se determina de salirse con él y servirle de escudero. ¡Tanto le persuade y le promete mi tío!




Ni el ama, ni el cura, ni el barbero, ni yo misma. ¡No supimos nada de aquello! Me pregunta voacé cómo supe de las promesas al buen Panza. Su mujer, Teresa Panza que no Mari Gutiérrez, fue la que me lo reveló, poco después de la partida. Detrás de la puerta, hubo de poner la oreja la buena Teresa; mas no podía imaginar que iba a partir tan presto y sin despedirse.





Don Quijote, ya me voy acostumbrando a llamarle ansí, promete a su "escudero", dónde habrá visto un escudo el porro de Sancho, nada menos que una ínsula.



¡Y lo peor! Mi tío da orden en buscar dineros. Al parecer, vende, empeña, malbarata y llega a una razonable cantidad. Espero cobrar presto algunas rentas porque yo quedo aquí, sola, administrando su hacienda y sin un ducado. El huerto, los frutales, las gallinas, el palomar, algo que cace nuestro mozo, habrá que administrarse.



Alguien, no sé quién, le presta una rodela. Pertrecha la celada, la que tenemos criando polvo en el desván. Encarga a Sancho que lleve alforjas. Desaparecen las camisas de lino, tan bien planchadas, que guardo en el baúl.


 
Salen de noche, nadie los ve, don Alonso en su rocín y Sancho en su asno.




No se despiden de nadie y, cuando amanece, nuestro mozo, el de  campo y plaza, se apercibe de la ausencia.


Un pastor diz que los vio por el campo de Montiel, no nos queda otra que esperar su regreso. Esperar, es  condición de la mujer, sea cual sea su estado.





¿Quién verá a Teresa Panza con corona de gobernadora insular? Ja, ja, qué risas cuando me lo contó la villana.



Como le dije la vez anterior, la del capítulo 6, 1, volveré en el 6, 2. Saludo a vuestra merced.



Un abrazo de María Ángeles Merino para los que pasáis por aquí.

martes, 21 de junio de 2011

"Una flor que oculta crece en un claustro sombrío"

Esta entrada pertenece a la lectura colectiva de las "Rimas" de Gustavo Adolfo Bécquer, de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

 La mujer imposible , y por ello más deseable, recorre toda la obra becqueriana, tanto en prosa como en verso.  Y como mujer inalcanzable  asoma, misteriosamente, la figura de la novicia. Tres variaciones de este tema encontramos en las Rimas: en la 9, en la 24 y en la 59.




...
El eco de un suspiro que conozco,
formado de un aliento que he bebido,
perfume de una flor que oculta crece
en un claustro sombrío.
...


Esta rosa crece a la sombra de un monasterio, en Palacios de Benaver.


Parece resonar el eco de la leyenda "Tres Fechas":

«Algún día, en esa hora misteriosa del crepúsculo, cuando el suspiro de la brisa de primavera, tibio y cargado de aromas, penetra hasta en el fondo de los más apartados retiros, llevando allí como una ráfaga de recuerdos del mundo, sola, perdida en la penumbra de un claustro gótico, la mano en la mejilla, el codo apoyado en el alféizar de una ojiva, ¿habrá exhalado un suspiro alguna mujer al cruzar su imaginación la memoria de estas fechas? ¡Quién sabe!»
...
Me aproximé a los hierros
que defienden la entrada,
y de las dobles rejas en el fondo
la vi confusa y blanca.
Rejas de una ermita en Villanueva de Argaño (Burgos)

La vi como la imagen
que en leve ensueño pasa,
como rayo de luz tenue y difuso

que entre tinieblas nada
...


Parece resonar el eco de la leyenda "El rayo de luna":

«En el fondo de la sombría alameda había visto agitarse una cosa blanca que flotó un momento y desapareció en la oscuridad»


Musgosas ruinas del monasterio de San Juan (Burgos)

¡Cuántas veces al pie de las musgosas
paredes que la guardan
oí la esquila que al mediar la noche
a los maitines llama!

Esquila que llama a la oración a las benedictinas de Palacios de Benaver.


¡Cuántas veces trazó mi triste sombra la luna plateada
junto a la del ciprés que de su huerto
se asoma por las tapias!

Cementerio del monasterio arriba citado.

Cuando en sombras la iglesia se envolvía,
de su ojiva calada
¡cuántas veces temblar sobre los vidrios
vi el fulgor de la lámpara!

Catedral de Burgos en disolución.

Aunque el viento en los ángulos oscuros
de la torre silbara,
del coro entre las voces percibía
su voz vibrante y clara.

Ave María de Shubert.
....
Un suspiro, una flor escondida en un claustro, una rayo de luz entre tinieblas. Una mujer "confusa y blanca". Rejas, paredes musgosas, iglesia sombría, torre, ciprés, llamada a la oración, voz clara que suena entre el viento y las demás voces. Gustavo Adolfo sueña.

Vuelve a la rima 51:

Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz.
Soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
—¡Oh ven; ven tú!

La mujer ideal es ideal en el plano erótico, pero también en el literario, pues representa "la poesía de lo inefable, la que escapa o se resiste al lenguaje, la única que merece la pena".


Para finalizar, Sor Austringiliana ha cometido la travesura de traerme estos irónicos versos de "El tren" de Antonio Machado.


¡Frente a mí va una monjita
tan bonita!
Tiene esa expresión serena
que a la pena
da una esperanza infinita.
Y yo pienso: Tú eres buena;
porque diste tus amores
a Jesús; porque no quieres
ser madre de pecadores.
Mas tú eres
maternal,
bendita entre las mujeres,
madrecita virginal.
Algo en tu rostro es divino
bajo tus cofias de lino.
Tus mejillas
—esas rosas amarillas—
fueron rosadas, y, luego,
ardió en tus entrañas fuego;
y hoy, esposa de la Cruz,
ya eres luz, y sólo luz...
¡Todas las mujeres bellas
fueran, como tú, doncellas
en un convento a encerrarse!...
Y la niña que yo quiero,
¡ay!, preferirá casarse
con un mocito barbero!
...

La monjita del tren machadiano no tiene nada que ver con la novicia de las Rimas ¿O sí?


Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, parte de la mujer imposible como clave de la lectura de Bécquer... y llega hasta una monja machadiana. No os perdáis esta entrada.

Nuestra vida son las olas que los recuerdos levantan.

  


"Estabas en  nuestro corazón

Te convertiste en lágrimas de nuestros ojos

¡Qué lento resbalan!

Al llegar a la boca, nos inunda su sabor salado

Convirtiéndose en parte del mar de  nuestra alma

ya en la playa de los recuerdos, el sol sale cada mañana

Secando nuestras lágrimas"
 

Amanece cada día, Curry. Te lo dice Agus, te lo digo yo, lo decimos todos en esta casa.

domingo, 19 de junio de 2011

"Pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana."


 

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo .

¡Hola, visitantes de este blog!

Algunos ya sabéis ´lo que me suele suceder, en estos casos. En cuanto comienzo el comentario a un capítulo del Quijote, recibo la fantasmal visita de algún quijotesco personaje secundario que, de manera misteriosa, tras viajar por los canalículos de Internet, asoma por la pantalla del ordenador. El último fue un hombre de campo, el que recoge al viejo hidalgo, tras su primera salida, sin Sancho.

Espero un poco, que alguien me visitará.

Sí, es lo de otras veces, oscila la imagen... ¡Es una jovencita! Me parece que ya sé quién es, no puede ser otra. ¡Antonia Quijana! Escuchémosla.

Le presento mis respetos, señora mía. Como vuestra merced dice, soy Antonia Quijana, la sobrina de Alonso Quijano, tal vez lo conozca con ese disparatado nombre de don Quijote de la Mancha. El libro impreso por Juan de la Cuesta no da muchas pistas acerca de mi persona, a pesar de ser el único familiar de mi querido tío, hermano de mi difunta madre.
Ya sabe voacé: vivo en su casa, en una innominada aldea manchega y no llego a los veinte años. Siempre aparezco con mi querida ama, a la que me siento muy unida pues, aunque ese grueso volumen no lo diga, fue mi nodriza.

Pronto su merced sabrá de las aventuras o desventuras de mi señor tío, mas ahora he de darle a conocer como mi querida ama emuló al Santo Oficio, quemando aquellos malditos libros suyos, los de caballerías. Yo no se lo reprocho.
De haberlos achicharrado antes, no se hubiera achicado mi patrimonio. ¡Ay, aquellas hanegas de sembradura!


En esta ocasión, he de relatarle el "donoso y grande escrutinio" que tuvo lugar , en mi casa, aquel día.
Mi tío llega a casa molido como una alheña, lo había recogido un caritativo vecino. En casa, tenemos la visita del señor cura y de Maese Nicolás, el barbero más lector de la Mancha. Les acabo de contar el mal de mi tío, el cual da en leer día y noche , sin descanso. Y en querer atravesar paredes con la espada...Menos mal, que el agua fría le deja sosegado.
Tras el recibimiento, le conducimos al lecho, le damos de comer y le dejamos dormir.
El cura me pide las llaves del aposento de "los libros autores del daño". Entramos y hallamos más de cien libros grandes y otros pequeños, una importante y costosa colección. ¡Ay, las hanegas de mi corazón!

Mi ama los ve, sale muy apriesa y torna con una escudilla y un hisopo. Y pide a don Pedro que rocíe el aposento, no vaya a andar algún encantador por allí, que en esos libros hay muchos. El licenciado se ríe de la simplicidad del ama, no entiendo por qué lo hace. ¿Y el diablo ese con que nos amedranta en el púlpito? Diablo o encantador ¿qué más da?
Don Pedro pide al barbero que le vaya entregando los libros uno a uno, pues considera que no todos merecen el castigo del fuego. Yo no estoy de acuerdo, el ama tampoco. Todos son dañadores, han de ir a la hoguera sin contemplaciones. 
El cura ha de leer los títulos. El primero que le entregan es el de "Los cuatro de Amadís de Gaula ". Es el primero de caballerías impreso en España y los demás han tomado principio de él, por ello considera el licenciado que ha de arder. Mas el barbero lo defiende , es el mejor de todos y se le debe perdonar, "como a único en su arte". 


Ya nadie recuerda que mi tío me enseñó a leer con él, a manera de Catón. Más tarde disfruté yo también, con el gran Amadís, fruto de los amores furtivos del rey Perión con la princesa Elisena y ... nada más , que de eso nada ha de saber una doncella.

Siguen con el donoso escrutinio, ahora toman "Las sergas de Esplandián", hijo de Amadís. Mas no le vale al hijo la bondad del padre, es el primero que va de la ventana al corral, listo para la hoguera. Aquella embarcación volante, cuando Esplandián mata a tres gigantes, la península de California...sí también le eché una ojeada, muy por encima...

Amadís de Grecia, Don Olivante de Laura, Florismarte de Hircania , El caballero Platir y El caballero de la Cruz, todos condenados al fuego, tras darnos pelos y señales de su contenido.


¡Este cura se lo sabe de pe a pa! Que si Pintiquiniestra, que si Darinel, que si " las endiabladas y revueltas razones de su autor". Ay, don Pedro, mucho predica voacé.


Cuando mi tío terminaba un volumen y lo arrojaba al suelo, ahí estaba yo, harta de menear bolillos. ¡Los cogía al vuelo! Mientras el ama trajinaba en el corral o en el huerto, me entretenía un poquillo, sin perder de vista la olla de algo más vaca que carnero o la del salpicón. ¡Son tan escasas las distracciones lícitas en la vida de una joven hidalga!


Van arrojando más libros; mas los de Carolo de la Francia van a un pozo seco, hasta que se decida qué hacer con ellos. Reinaldos, los Doce Pares, Turpín...no estaban nada mal. ¿Qué dice voacé? ¿Que si los leí todos? Todos, todos, no.



A continuación, la emprenden con los Palmerines, el de Oliva y el de Inglaterra. La oliva va al corral y la de Inglaterra han de guardarla como un tesoro. El cura dice que sólo la palma inglesa y el Amadís han de salvarse. Todo lo demás al fuego.


Maese Nicolás quiere salvar al Belianís de Grecia, que aparece en ese momento. Don Pedro dictamina que necesita "purgarse", que se lo lleve a casa el barbero y no se lo deje a nadie. A nuestro rapabarbas le place, cómo a mí me plació lo de Florisbella. Uy, se me escapó.


Y sin cansarse más, manda al ama que tome los grandes y dé con ellos en el corral. La buena mujer toma ocho de una vez y se le cae uno al pie del barbero. Es la Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. El cura dice haber hallado "un tesoro de contento y una mina de pasatiempos", que "aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte", algo que los otros libros no contemplan. ¡Se salva, válame Dios! ¡Se salva el más aburrido!


Ya no quedan sino los libros pequeños, los de poesía. Don Pedro piensa que estos no harán daño y yo protesto. No quisiera que mi tío abandone sus intenciones de ser caballero andante para hacerse pastor y andar cantando por los bosques. O poeta, que ese mal no se cura nunca, según he oído decir.

Me hacen caso y comienza el escrutinio de las tres "Dianas": la de Montemayor, la llamada del Salmantino y la de Gil Polo. Todos son alabanzas para la primera y la tercera. La segunda va al fuego. No veo yo con tan malos ojos a esa Dianilla salmantina , casi tan buena como las otras dos.




Siguen con otros que no tuve tiempo de leer. Una de ellas, Los diez libros de Fortuna de amor, la aprecia el cura más que a una sotana de lana florentina . Parece agradar al reverendo, aunque si la considera "disparatada"...Si al reverendo le place, a mí...
Ahora están con la Galatea de Cervantes. No la queman, la tendrá reclusa el barbero, a la espera de la segunda parte, a ver si concluye algo. Disfruté con los desdenes de esa bella pastora que no quiere someterse al yugo amoroso, qué valiente mujer.

El barbero muestra juntas tres obras de verso heroico : La Araucana , La Austríada y El Monserrato. No me interesaron cuando se los vi leer a mi señor tío. Me placen más los enamorados que los héroes. El cura dice que son de lo mejor, dando un disgusto a mi buena ama.

Ya sólo quedan
"Las lágrimas de Angélica", una historia que yo leí como si fuera una continuación del "Orlando furioso". Lágrimas derramaría el cura si tal libro fuera para a la hoguera.

Perdóneme señora mía, pues leo en sus miradas lo que quiere decirme. ¿Por qué quiero que se quemen esos libros si yo los he leído y con agrado?

¿Hipócrita me llama? No, vuestra merced ha de comprenderme, es por la salud de mi querido tío y ...es que no quiero que se vaya por ahí de caballero andante. Sola en este caserón, oyendo los aullidos del galgo, hilando, bordando, meneando los bolillos, ayudando al ama, así día tras día.

Confío en que algún libro quede levemente chamuscado y pueda yo guardarlo para esos largos días que me esperan. ¿Analfabeta dice vuestra merced? ¿Dónde está escrito eso?

Quede con Dios vuestra merced, volveré a visitarla
en otro capítulo . Ya sabe, el 6, 2 del Quijote.

Un abrazo para todos los que me visitáis de:

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

"Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, vuelve al Quijote, que no lo tiene olvidado, y comenta el capítulo 6 de la primera parte, con el escrutinio de la biblioteca del hidalgo.
No os perdáis esta entrada
, que sale hasta la olla podrida."