"Viene la noche", imagen del mar Mediterráneo, casi en la oscuridad.
Comentario a los capítulos 18 y 19 de la novela "Viene la noche", de Óscar Esquivias.
Viernes, 26 de enero de 2007
¡Hola Sara!
Recordarás a tu suegro, sirviendo de guía ciego a tu Jaime, por un Burgos nevado y desconocido; que no era el de su niñez, ni tenía nada que ver.
¿Y ahora en Madrid? Ni calle Topete, ni Cebrianitos, ni biblioteca. Benjamín ya no tiene ganas de nada y evita encontrarse a solas con su Teresa. Juegan a Lorenzo y Catalina: cuando ella sale , él se refugia en casa. Y, si se queda, él se echa a la calle, a vagar por una extraña ciudad. Caribeña, andina o africana; según la bocacalle que tome.
En la calle Goiri, unos melenudos limpian la puerta de una asociación de vecinos. A pocos pasos, reconoce aquel bar donde vio a Jaime, el Arbolito de naranja. Pulsa el timbre y entra. No hay clientes y no hay café.
Una camarera guapísima le habla a gritos, Benjamín le pide un coñac. Y a saber lo que entiende la chica. Le sirve un vaso de tubo lleno de algo verdusco, con hielo, limón y sombrillita.
Sabe a rayos , pero va para adentro. Sale de allí , aún más melancólico. Sus pasos le llevan automáticamente a la calle Topete, noooo. Se desvía y se desorienta, está rodeado de comercios extranjeros.
Un frutero pakistaní ve su angustia, le pregunta dónde quiere ir. No recuerda el nombre de su calle, suda, se asusta.
La puerta de la asociación de vecinos apareció empapelada con carteles de Falange. En la fachada se leen pintadas ofensivas, en contra de los emigrantes.
Los hijos de Walter Astorga ya han arrancado los carteles y han colocado uno de "Lokal de cultura libre y solidaria".
Los de la asociación reparten cerveza y proclaman, felices y orgullosos, que si los fascistas atacan es porque les les tienen miedo. Llega Jaime para su ensayo y brinda con ellos.
Vanessa está presentando a Ruth y a Horacio, que van a incorporarse al coro Alastor. Ya sabes, tu vecina , la azafata deprimida . Y ni te imaginas quién es el sopranista Horacio. ¡El gordo Malibú! Ese chaval ecuatoriano que suele montar con Ruth numeritos sexuales ruidosos, en el piso que está justo debajo del tuyo.
Tu Jaime los reconoce, con gran sorpresa. La directora reparte las partituras, es un motete de Peñalosa. Me miras extrañada ¿Peñalosa?
Si hubieras leído aquellos libros que regalaste a Benjamín, tal vez lo relacionarías con la imagen de una catedral de Burgos viva , con estatuas de piedra que cantan. No sé si eres tan melómana como Jaime. Y, en cuanto a los libros que te trajo Mila, sólo los hojeaste y echaste un vistazo muy por encima. Curas y militares, pensaste. Le gustarán a mi suegro.
El gordo Malibú, digo Horacio, tiene una bellísima voz. Jaime nunca lo hubiera pensado en un chico tan rudo e insolente. Tampoco que supiera solfeo y fuera capaz de cantar polifónicamente. El "Cantar de los Cantares" suena , en su voz aguda, como si realmente fuera la novia del poema, la que afirma ser hermosa, a pesar del color negro de su piel. La letra parece contestar a los que pintarrajearon la fachada.
Los hijos de Walter Astorga ya han arrancado los carteles y han colocado uno de "Lokal de cultura libre y solidaria".
Los de la asociación reparten cerveza y proclaman, felices y orgullosos, que si los fascistas atacan es porque les les tienen miedo. Llega Jaime para su ensayo y brinda con ellos.
Vanessa está presentando a Ruth y a Horacio, que van a incorporarse al coro Alastor. Ya sabes, tu vecina , la azafata deprimida . Y ni te imaginas quién es el sopranista Horacio. ¡El gordo Malibú! Ese chaval ecuatoriano que suele montar con Ruth numeritos sexuales ruidosos, en el piso que está justo debajo del tuyo.
Tu Jaime los reconoce, con gran sorpresa. La directora reparte las partituras, es un motete de Peñalosa. Me miras extrañada ¿Peñalosa?
Si hubieras leído aquellos libros que regalaste a Benjamín, tal vez lo relacionarías con la imagen de una catedral de Burgos viva , con estatuas de piedra que cantan. No sé si eres tan melómana como Jaime. Y, en cuanto a los libros que te trajo Mila, sólo los hojeaste y echaste un vistazo muy por encima. Curas y militares, pensaste. Le gustarán a mi suegro.
El gordo Malibú, digo Horacio, tiene una bellísima voz. Jaime nunca lo hubiera pensado en un chico tan rudo e insolente. Tampoco que supiera solfeo y fuera capaz de cantar polifónicamente. El "Cantar de los Cantares" suena , en su voz aguda, como si realmente fuera la novia del poema, la que afirma ser hermosa, a pesar del color negro de su piel. La letra parece contestar a los que pintarrajearon la fachada.
Él no sabía que la azafata cantara, la pobre Ruth estaba tan hundida en su depresión. Mas aquella noche "del Arbolito" cambió su vida, gracias a Horacio. Está agradecida a Jaime, otro se hubiera aprovechado. Que como dice Sancho " cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla».
Nada hay por qué dar gracias. Ruth opina que sí es de agradecer y dice algo que te gustaría oír: "Sara tiene mucha suerte". Estoy de acuerdo.
Lunes, 29 de enero de 2007
La policia lleva a casa a un Benjamín casi lloroso. Teresa, alarmadísima, llama a Jaime; está en el ensayo. Te llaman a ti, asistes un parto. Llama a tus padres, que se presentan en casa . Tratan de convencerle de que le vea un médico. El viejo se niega , ha sido el brebaje del Arbolito...
Jaime llega a casa y tampoco le convence, le sugiere un neurólogo. Precisamente su hijo, que tanto lo necesita . Porque tu suegro piensa en lo vuestro como una enfermedad.
Lo cierto es que está asustado y que , el fin de semana, sólo bajó a la calle acompañado de Teresa, aunque no quiso darle el brazo. Hoy, lunes, decide que no puede vivir con miedo, que se va a ver a los poetas. Todo fue el "bebistrajo". Busca un plano de Madrid, sólo encuentra uno antiguo, con denominaciones franquistas; pero le servirá.
Baja precipitadamente las escaleras, sin hacer caso a Teresa qué le pregunta dónde va solo. En la biblioteca no están los "poetas". Se pasea por la estanterías, siente a los libros como amigos suyos, desea leer, esto es otra cosa.
Coge "El noventa y tres" de Víctor Hugo. Ha dado con un tomo asaltado por los poetas guerrilleros. Está completamente tachado, excepto un solo párrafo.
Lee las letras salvadas, dicen que los niños sólo sienten curiosidad ante aquello que aterroriza a los mayores. Si los niños vieran el Infierno, se admirarían.
Benjamín piensa que él no tiene miedo al Infierno. Se siente tan optimista que ni siquiera se enfada ante las obras de Stendhal. Recorre las estanterías de sus libros favoritos y le hace feliz la idea de que le falta mucho por leer. Es un buen lector, a pesar de sus manías.
Pero ni rastro de Morris y su pandilla, qué decepción. En la biblioteca hace calor, como en los hospitales. Médicos... Benjamín siente una profunda antipatía por ellos, por su lenguaje "de paños calientes": defecar, miccionar, deposiciones...
También los bibliotecarios son amigos de eufemismos. Llaman material a los libros, como si "libro" fuera una palabra inconveniente.
Suda, su organismo no funciona como antes. Intuye algo malo, se asusta. Siempre había sanado fácilmente y había llegado a pensar que si uno se muere es porque quiere. Ahora se siente débil.
¿Dónde estará Morris? No se da cuenta de la presencia de la directora de la Biblioteca Central, que le pregunta si se encuentra bien. Le dice que han notado su ausencia y que unos amigos han dejado un libro para él.
Cuando se queda solo, lo abre. Es una Biblia completamente tachada, sólo han respetado unas palabras del Génesis: "Benjamín, hermano".
Ahora Benjamín se siente eufórico y toma los tres libros más gordos que ha encontrado. El conde de Montecristo tiene muy buena pinta, piensa en las horas de felicidad que le va a proporcionar. Camina alegre hasta la jamonería de Cuatro Caminos, donde el camarero le entrega otra Biblia, con las mismas palabras indultadas. Cuando lee hermano, sabe que Morris y los suyos quieren decir "poeta", la única hermandad que conocen.
No quiere pasar cerca de la calle Topete y rehúye las callejuelas donde se perdió el otro día. Así que se pasa, sintiéndose como un disidente, a la acera de los números pares de Bravo Murillo. Se ve a sí mismo como un exiliado que ve su patria desde un barco. Luego piensa que el empacho de literatura le ha afectado al cerebro.
No puede evitar comparaciones, el opulento mercado de Maravillas con el destartalado y medio vacío mercado de San José.
Hace veinte o treinta años que no pisa esas calles. Grandes edificios, bancos y oficinas donde él conoció tascas, eras y campos de labor.
Llega hasta la calle Orense , la calle mayor del Infierno. Portales llenos de mármoles y placas doradas donde se anuncian bufetes, notarías, clínicas privadas , sedes de empresas y esos lugares de perdición donde tanta gente desea perderse.
De repente, divisa un pelo verde, es Teresa. Se esconde, va a seguirla, a ver qué pinta tienen sus coleguitas. Va a llevarse una buena sorpresa.
Hasta el miércoles.
Un abrazo para los que me visitáis de:
María Ángeles Merino
Pedro Ojeda dice en "La acequia":
"Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, da noticia de un correo que le dirige Jacinto Eduardo de Ontañón... y no se trata de ningún secundario al estilo de los suyos del Quijote. Luego, comenta los capítulos 18 y 19 de Viene la noche: podemos comprobar cómo el libro aumenta la sensación de soledad y tristeza cuando llega a su final."