La semana pasada, al comentar "Entre visillos", me centraba en el personaje de Natalia, la muchacha de dieciséis años que escribe en su diario, al comienzo de la novela. Una niña mujer que focaliza buena parte de la obra con su extrañeza e incomunicación ante el mundo adulto. Gertru le cuenta muchas cosas, pero ella "no sabía qué contar". Y Natalia nos va a contar mucho de la vida que se oculta tras los visillos, la que no figura en los programas de la ciudad, tan ordenada, tan aburrida.
A la ciudad anónima y provinciana llega Pablo Klein, para ocuparse de la clase de alemán del Instituto, en realidad para reencontrarse con los años de su niñez, pasados allí. Es un hombre de otro mundo, educado en el extranjero, un personaje extraño y extrañado. Nos ofrece su relato en primera persona, como Natalia en su diario. Es el otro foco de la obra. El relato de su llegada es también una pieza clave, mientras leemos nos esforzamos en ver con sus ojos y escuchar con sus oídos. Empatizamos con él, como lo hicimos con Natalia.
Pablo Klein llega en tren después de un "viaje interminable". No sabemos de dónde viene y habrá que pasar páginas para conocer su nombre. A pocos kilómetros de la estación, una avería, la segunda, deja varado el tren en medio de unos rastrojos, ante la mirada atónita de un pastor. Allá lejos divisamos "un pueblo chico" con sus álamos. A Pablo no le pasa desapercibido el paisaje y la luz del atardecer. Entre borregos y sombras grotescas, los viajeros aburridos se bajan de la vía y se forma "desde la máquina a los vagones de primera una especie de paseo provinciano".
Rastrojos
"Goyita, este señor es don Luis, el del almacén de curtidos", "encantada", " ahora a hacer estragos en las fiestas del Casino, "¿o ya tienes novio?", "a ésta con novio la mataba", "juventud divino tesoro", "a ti te tengo que presentar yo a mi hijo mayor, el que estudia Derecho. Menudo elemento...", "a lo mejor lo conoces", "No sé, a lo mejor".
Todos o casi todos se conocen, sí. Y se forma un ambiente festivo en torno a las rajas de sandía que les vende un hombre con burro y traje de pana. El zumo gotea por las barbillas. Mirad, la de rosa está ahora con una de rayas, "con escote muy grande". Dice que es de Madrid, que viene a pasar las fiestas a casa de un cuñado. Ahora hablan en tono de cuchicheo, la de rosa le presentará amigas, irán a los bailes de noche...La madrileña va en sandalias de tiras y lleva las uñas de los pies pintadas, la provincianita de rosa cubre sus piernas con unas asfixiantes medias.
Entre el retraso y las fiestas, piensa que nadie irá a esperarle. Alguien dice en el pasillo que ya se ve la Catedral. Pablo sale, ve algunas torres; pero se distrae en atrapar los colores de las nubes oscuras del atardecer, el calor de los tejados, los brillos de los cristales, las bombillas "poco destacadas en la tarde blanca". Junto al equipaje trae sus recuerdos, busca el río y no lo ve. El tren pita fuerte, efectivamente, nadie le espera.
Baja del tren y la gente al salir "le tropieza". Es así porque Pablo sigue empapándose de las conversaciones: "Adiós mona, te llamaré", "¿Quién es esa chica?", Yo qué sé mamá, de Madrid", "Pues va hecha una exagerada".
Estorba, ha de quitarse de en medio. Un "hombrecillo muy feo" le ofrece montar en un pequeño autobús, "a domicilio" . Todos los asientos están ocupados, al parecer, y sentimos con él las miradas hostiles. Son trece y tiene que haber un sitio, al final retiran un bolso y Pablo se puede sentar. Le preguntan a dónde va y duda. "Pues...al Instituto". En el autobús nadie parece saber dónde está eso. Después de muchas dudas, alguien interviene: "cerca del Rollo...Al final de la cuesta de la cárcel".
Rollo y cárcel, palabras sugerentes. Y, al final del todo, está el Instituto de Enseñanza Media. El autobús ha de llevar primero a los del centro. A los gritos de ¡Cuidado que cierro! y ¡tira Manolo!, empieza a sonar fuerte el motor, el coche arranca al segundo intento. La esquina del maletín de Pablo golpea a una señora gorda que le mira con resoplido. "Dispense".
Calles y más calles. El hombrecillo feo viaja fuera, sujeto a la ventanilla abierta. Salta el autobús sobre los adoquines, suena la bocina. Huele a churros fritos y empezamos a oír más ruido y a ver más gente. La feria debe estar por aquí.
En una de las paradas, Pablo ve de nuevo a la chica de Madrid con otra mujer, se regocija en criticar a la amiga madrileña que se echó en el tren: "¿Te fijaste en la rebeca rosa que traía de manga corta? y el pelo largo así, con muchas horquillas y como mal rizado...No es que fuera fea del todo...la manera de hablar...cursi, pero simpática". Al leer esto, recordamos lo de "va hecha una exagerada" y tratamos de visualizar una rebeca de manga corta y un pelo mal rizado y sujeto con muchas horquillas.
"Era una procesión. Pasaban mujeres en fila con velas encendidas...Entraban a cantar cada una un poco más tarde...voces confusas e incomprensibles. Algo era del Redentor..."
El hombre del autobús le pregunta si viene a las ferias. Pablo le contesta que sí con la cabeza y el hombre le informa en tono confidencial que "mañana no torea el monstruo". ¿Qué dice este buen hombre? Compartimos con Pablo la incomprensión, no sabe de qué monstruo le habla. Se refiere a un torero famoso que ha sufrido una cornada. Pablo hace un vago gesto de condolencia y escapa con los ojos a otra parte.
Suben una cuesta. El del autobús le pregunta si es extranjero, no se aguanta si no lo pregunta. No sabía si decir sí o no, al final dice que no. El coche va dando tumbos. Por fin ahí está: "Debe ser el primer edificio que hay detrás de la tapia".
"La tapia era...un paredón altísimo". En la fachada..."chocaba la torpeza y desproporción de aquella fachada que parecía dibujada por un niño". No hay nadie y graznan unos pájaros negros.
La puerta está entreabierta, pasa y en la escalera hay una señora fregando arrodillada. Sube pisando unos periódicos, la mujer le llama. Alza la cabeza sin incorporar su cuerpo, como si la postura "fuera en ella normal e inevitable". Y le dice que arriba no hay nadie, que el bedel se ha ido.
Sale por la puerta pero se vuelve. Pregunta si sabe a qué hora suele venir el Director por las mañanas. La mujer infla solemnemente la voz para decir: "El Director se ha muerto".
"¿Cómo? ¿Don Rafael Domínguez?"
Esto sí que no se lo esperaba. Sale, se detiene junto a los muros del puente del ferrocarril. En un gesto de desaliento, apoya la barbilla en el borde. Ve las casas humildes que dan a la vía, por las ventanas salen voces agudas de mujer , estarán preparando la cena. ¿Añora Pablo Klein un hogar?
Una pareja de novios miran alejarse el tren "con las caras muy juntas, los brazos cruzados por detrás, exhaustos". Ni le han visto, les tiene envidia. Está muy fatigado, necesita encontrar una pensión.
Pablo Klein irá a la casa del director fallecido y allí, en un asfixiante ambiente de duelo provinciano, conocerá a Elvira. En el Instituto, tendrá a Natalia como alumna del último curso. ¿Encontrará el amor este hombre tan solitario? ¿Se quedará o saldrá huyendo?
Iremos con Elvira, la hija de don Rafael Domínguez.
Un abrazo de.
María Ángeles Merino