jueves, 30 de marzo de 2017

Mi madre dialoga con "A sangre y fuego" (3)



Comentario a A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales, para la lectura colectiva de La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda.

En los relatos de A sangre y fuego no hay ni tiempo para comer ni comida; pero Manuel Chaves Nogales, en un solo párrafo de ¡Massacre, massacre!, nos pinta un vivísimo cuadro de la lucha por el alimento. Una viejecilla permanece impasible tras una explosión que no la mata de milagro, tras emerger entre cuerpos ensangrentados y, sin embargo, se siente dichosa de colocarse la primera en el turno de los huevos. ¡Ha vencido a todos los de la cola!

Recordáis que mi madre se convirtió en improvisada cronista al comentar algunos párrafos del libro que yo le iba leyendo. Como desea seguir con esa labor, le leo: 

"Se oyó una gran detonación y se vio que algunas mujeres de las que estaban en la cola se desplomaban súbitamente. Las demás echaron a correr aterradas. Entre el amasijo de cuerpos ensangrentados que quedaron en la acera sólo permaneció enhiesta una viejecilla con un pañuelo negro por la cabeza y un capacho entre las manos que, ajena a todo lo que no fuese su anhelo de que le llegase el turno antes de que se acabasen los huevos, aprovechó el revuelo para correrse suavemente por la pared salpicada de sangre y metralla hasta el portal de la tienda, dichosa de encontrarse con que había pasado a ser el numero uno de la cola."

-Nosotros teníamos gallinas, conejos y palomas. No teníamos el problema de esa viejecilla que esperaba con tanta ansia el turno para comprar huevos. Había muy poca comida, la que daban para el mes en la cartilla, donde iban quitando días de un cartón o lo tachaban. Teníamos que hacer muchas colas. Iba Diego, más pequeño que yo, porque el sueldo de mi padre daba poco de sí y tenía que dar clases particulares de Bachillerato a las hijas de los de una finca que tenían vacas, corderos, verdura y de todo. Le pagaban con alimentos, la mejor paga en tiempos de guerra. Sólo los de la confitería Salinas, dos chicos que eran primos, le pagaban con dinero. Cuando acabó la guerra eran los mejores del Instituto que había estado cerrado los tres años. Sin embargo, a nosotros, sus hijos, no quiso enseñarnos, nos hubiera venido bien, decía que para qué si nos iban a matar.


Confitería Salinas en la Plaza de Cervantes.

-Mira, mamá. Aquí habla de los que comían y pagaban con dinero:

"Valero fue a refugiarse en la tabernita vasca donde habitualmente comía y cenaba. Aún no habían comenzado a llegar los clientes, un centenar de milicianos que desde que comenzó la guerra comían y bebían allí sustituyendo a la antigua clientela. El patrón había conseguido reservar un saloncito interior del establecimiento para los comensales que aún pagaban en contante y sonante moneda burguesa: aviadores, oficiales de las milicias, diputados, "responsables", periodistas extranjeros, intelectuales antifascistas y unos tipos raros que nadie sabía quiénes eran ni a qué se dedicaban."




-¿Pagaban los milicianos?

-Pues... parece que no. No están incluidos en el "saloncito".

-No, seguro que los de UHP no pagaban, lo habían tomado como cosa de guerra que no tenía importancia. Así saqueaban todo. A mi hermano Pepe, le daban, en la finca aquella, un pan grande diario, a cambio de estar allí para avisar a la dueña si aparecían los de UHP. Cuando venían, se llevaban corderos enteros. Lo que no sabíamos es que el dueño vivía escondido entre los sacos de arena que había para parar la metralla.

Antonio, mi hermano mayor, cuidaba las vacas de un vecino que necesitaba ayuda porque su empleado se había ido a la guerra. Le daban un litro de leche y algún requesón que otro, tampoco le daban dinero. Así que le tocaba ir a Diego con su capacillo a una tiendecita que estaba muy cerca, a comprar el racionamiento. Era muy poco, por eso había que buscarse comida donde se podía. Contaban que mi hermanito se colaba todos los días y a los guardias les hacía gracia, era tan pequeño y tan salao. No le reñían y las mujeres tampoco le decían nada. Un cuarto de azúcar cada dos días, un cuarto de leche para la pequeña cada dos días, menos mal que Antonio traía más leche y mi padre también. 


Mi hermano Antonio tenía dieciséis años cuando empezó la guerra, pero parecía adulto. Había preparado un palomar en una torreta del patio principal y criaba palomas con trigo que respigaba. Todos los días le entregaba al director de la Universidad dos pichones para que se los hiciera llegar a su sobrino, preso en la Cárcel Modelo. Al final de la guerra, el muchacho apareció a darle las gracias y le dijo que no todas le llegaban, se las comían los carceleros. También se preocupaba de dos mujeres muy viejecitas que vivían cerca, les llevaba leña que él mismo cortaba, verduras, patatas y algún conejo.


Mi padre volvía de la finca donde daba clase con los bolsos llenos, gastaba una gabardina vieja con refuerzos que le había cosido mi madre. Yo no iba a la compra, mi madre tampoco. Se daban casos de violaciones de niñas y mujeres y mi padre no nos dejaba.

Todos los meses, venía un señor de Madrid que decía que tenía un hijo tuberculoso. Nos pedía por favor si le podíamos dar algo de comida. Mi madre le daba un conejo, un repollo, unas acelgas, lo que había. Tenía una zapatería y, a cambio, nos traía zapatos. A mí me trajo unos de charol, muy bonitos. En la capital, lo pasaron mucho peor que en los pueblos.

-Había mucha tuberculosis. Mira aquí, en Y a lo lejos, una lucecita, los milicianos entran en un sanatorio de la Sierra:

"Entre aquellos seres infelices que esperaban a morirse tendidos en las galerías del sanatorio, la guerra civil, aunque pareciera inconcebible, se mantenía también con un encono feroz. Fascistas unos y antifascistas otros, se agredían verbalmente desde sus camastros con una saña verdaderamente patológica. Validos de la prerrogativa de su mal y sintiéndose condenados por una sentencia inexorable, desafiaban todas las coacciones y amenazas. Uno de ellos tenía un trapo con los colores de la bandera monárquica, y cuando la fiebre le hacia delirar se incorporaba en el lecho y tremolando su bandera por encima de la cabeza gritaba frenéticamente: "Arriba España", mientras los enfermos vecinos...llamaban a los milicianos para que los fusilasen...el odio de clase de aquellos infelices".

-Cuánto odio, estaban muriéndose y seguían odiándose por la política. En la guerra había mucho odio, mucha crueldad, mucho crimen; pero también había personas muy buenas. Con el Campesino pasé un rato muy malo. 

-Venga, cuenta lo del Campesino.

-Estaba yo en el patio de Cisneros, a la entrada, cuando vi a un militar grandón, luego supe que era el llamado Campesino que le estaba dando muchas voces a mi padre y le decía tocándose la pistola: "me da miedo de lo que puedo hacer". Porque le había pedido mantelerías y vajillas que había preparadas para una residencia de estudiantes que con la guerra no se abrió, las quería para dar una fiesta o lo que fuera. Oí a mi padre que le decía: "yo creía que las guerras se ganaban con metralletas, aviones y táctica militar". El capitán de los guardias me cogió por la cintura y me dijo: "estate quieta, dónde vas" . Porque yo quería ir con papá, pensaba que lo iba a matar.  Menos mal que ya había avisado al comandante que vino enseguida, se puso en medio y le dijo al Campesino: "para tocar a Moya tienes que vértelas conmigo". 



Luego le vi varias veces, hablaba con mi padre por los patios amigablemente: "mire don Antonio qué le parece esto". Sabía que a mi padre no le hacía gracia, y a mi madre menos, pero Antonio Moya supo vivir con unos y luego con los otros. ¡Qué remedio! Después de la guerra fue sometido a depuración y salió bien parado.


-Bueno, mamá, dejemos al Campesino. Recuerdo que tú me hablabas de una monja que vivió con vosotros. En lo que te he leído antes, del sanatorio, había también una monja que no lo parecía:

"No había quedado en el sanatorio más que una hermana de la Caridad, sor María, que convertida en la camarada María adscrita al Socorro Rojo Internacional y con su carné del Partido Comunista en el pecho, iba y venía de una cama a otra intentando vanamente apaciguar el furor político, el odio de clase de aquellos infelices."

-Pero esta no era comunista. Verás, un día apareció, junto a la puerta principal,
una señora muy tapada y buscaba a mi padre. Pedía por favor dormir allí y realizar algún trabajo a cambio, hasta que terminara la guerra. Mi padre se lo contó a mi madre: nada más que la vio se había dado cuenta de que era una monja que venía huyendo. Se quedó a vivir con nosotros y ayudaba en la cocina de los guardias. Se portó muy bien y era muy buena. Hablaba poco, conmigo algún rato. Yo se lo dije aparte: "si yo se que eres una monja". Cuando acabó la guerra vino a despedirse y dijo que se iba al convento de San Diego, las que hacen las almendras garrapiñadas. Se llamaba Carmen y todas las noches traía un vaso de leche para mi madre. ¿En ese libro hay monjas perseguidas?

-Está la del sanatorio que no sabemos por qué es ahora la camarada María, si es un camuflaje para defender su vida o su cabeza ha dado la vuelta. Al final del libro hay otra religiosa, en el relato titulado Hospital de Sangre. Pero la historia ocurre en Bilbao, donde los republicanos vascos no persiguen a los religiosos. Es un relato que comienza con una monja que escribe una carta, en un silencio solo roto por el rasgar de la pluma y el roce de la toca almidonada. 

"...encontrar un punto de sosiego para recapacitar sobre la tragedia del día-la del día que ha pasado y la del que va a venir"

Porque las sirenas silbarán, los aviones alemanes sembrarán la muerte, los enfermos querrán tirarse de su lechos, retumbarán los estampidos de las bombas, las ambulancias traerán "nuevos cargamentos de carne desgarrada". La religiosa se pregunta:

"¿Cómo es posible que haya en Bilbao mismo quienes traidoramente vayan señalando a los aviadores extranjeros los sitios precisos donde deban dejar caer sus bombas?"

"¿Será posible que quienes así procedan sean cristianos y vivan en el santo temor de Dios?"

"Sabe, sin embargo, que es verdad; que entre las personas piadosas de Bilbao hay muchas que anhelan sobre todo el triunfo del fascismo? "



-¿Te parece rara la monja de la carta?

-Pues, en realidad no, es lo que debe sentir una buena cristiana; pero...¿Cuál es el misterio de esa monja? Fíjate como la insulta el miliciano herido: "¡Estas tías puercas! ¡Dios y su madre! ¡Cuándo acabaremos con ellas!"

-Al final del relato, sabemos a quién dirige la carta, alguien importante que es familiar suyo, y comprendemos, mamá. Vamos a hablar de otra cosa. ¿Qué sabes de las obras de arte que desaparecieron en la guerra civil?

-De las cosas de arte, en la Universidad de Alcalá, nadie tocó nada, que yo sepa. Sé que el Gobierno llamó a mi padre para que fuera con otro a recoger oro que había en los conventos y en las iglesias de Alcala. Le dijeron que lo iban a mandar a Francia y a Rusia, se lo contó mi padre a mi madre.

-Había que pagar la guerra, no nos ayudaban gratis. 

¿Y lo de la estatua de Cisneros que me has contado tantas veces?

-Una madrugada, en el tercer año de guerra, oí mucha voces en el patio y era mi padre que llamaba al comandante y le decia: "mire, qué sinvergüenzas habrán hecho esto". ¡Habían pintado de negro, de arriba abajo, la estatua de Cisneros! ¡Ignorantes, incultos! El comandante, a ver los soldados, que vengan a ver quién ha sido, que se pongan a limpiarlo y lo dejen como estaba. No dijeron quién había sido.




-Mira, mamá, aquí cuadran las palabras del camarada Arnal, personaje ficticio del relato titulado El tesoro de Briesca, designado para formar parte de la Junta de Incautación y Conservación del Tesoro Artístico Nacional: 

"Cada día le parecía más absurda y sin sentido su tarea. Correr de un lado a otro afanosamente para salvar una tela pintada, una piedra esculpida o un cristal tallado a través de aquella vorágine de la guerra y la revolución se le antojaba insensato. ¿Para qué? Cuando la vida humana había perdido su valor, cuando los hombres morían a millares diariamente, cuando una generación entera caía segada en flor, cuando veinte millones de seres pertenecientes a una raza vieja en la civilización se precipitaban a la barbarie de las edades primitivas, ¿Qué sentido podían tener ni el arte, ni los testimonios de un glorioso pasado, ni todos aquellos valores espirituales por cuya conservación se desvelaba?".

-Tu abuelo y otros muchos cuidaron de que las obras de arte se respetasen. Las obras de arte del pasado y hasta...los huesos del pasado.

-¿Me vas a contar lo de los huesos del famoso Divino Valles, el médico de Felipe II? Hablamos de ello en 2011, cuando vino en el periódico que los habían encontrado.

-Los huesos no estaban perdidos, los encontró tu tío Antonio. Al lado de la Universidad hay una capilla que en la guerra estaba abandonada. Mi hermano se metió allí y encontró una caja de metal muy vieja que estaba rota, con huesos dentro. En la caja decía: "Restos del Doctor Valles exhumados". Mi padre nos explicó de quién eran. Supongo que los mandó colocar y tapar de nuevo y allí quedaron hasta que lo volvieron a encontrar, hace poco. 

-Por último, mamá, tengo curiosidad en saber cuándo se enteró mi abuelo de la muerte de su hermano, Francisco Moya Escribano, militar fusilado en Málaga.

-Eso fue muy triste porque no lo supo hasta el fin de la guerra y lo habían matado al principio. Durante los tres años tuvo comunicación con su madre, que estaba en Córdoba, pero la abuela Ángeles no nos dijo nada de la muerte de su hijo Paco. Tu abuelo estuvo tres meses neurasténico, no pudo trabajar ni dar clase en ese tiempo. Las guerras son terribles. Son a sangre y fuego como ese libro tuyo.


Cerramos ya estos diálogos, aunque estoy segura de que mi madre tiene todavía mucho que contarme. 

Dedico las tres entradas tituladas "Mi madre dialoga con "A sangre y fuego"(1, 2 y 3)"a mi tío abuelo Francisco Moya Escribano (+), a mis abuelos: Antonio Moya Escribano (+)  y Luisa García Solano  (+)  y a mis tíos :Antonio (+) , José (+), Carmela, Diego (+) y Aurora. 

Un abrazo de María Ángeles Merino y María Ángeles Moya

Podéis consultar este enlace entre otros:
https://oscarenfotos.com/2015/02/07/galeria-robert-capa/
http://unserenotransitandolaciudad.com/2015/04/06/los-restos-del-divino-valles-medico-de-felipe-ii-pueden-visitarse-en-alcala-de-henares/
http://www.publiconsulting.com/pages/astrana/tomoI/p0000011.htm
https://cordobapedia.wikanda.es/wiki/Valent%C3%ADn_Gonz%C3%A1lez_%22el_Campesino%22

jueves, 23 de marzo de 2017

Mi madre dialoga con "A sangre y fuego" (2)

La semana pasada comenzamos la lectura de A sangre y fuego de Chaves Nogales. Recordáis que mi madre se convirtió en improvisada cronista al comentar algunos párrafos del libro que yo le iba leyendo. Nos hablaba de guerra, muerte y miedo; pero dejaba resquicios por los que se colaba el cariño hacia a los suyos, el agradecimiento al soldado que la salvó, el aburrimiento, las ganas de dar un paseo, la sed, el hambre y, cómo no, el miedo.  Había lugar para unas alubias cociéndose clandestinamente en el infernillo o para la placidez del bebé, mi tía Aurora, que "se hinchaba a dormir" en brazos de mi abuela Luisa, a pesar del refugio. La guerra descansa un poco. 

Sin embargo, en los once relatos de A sangre y fuego apenas hay respiro. Tal vez porque Chaves Nogales cree que eso no interesa a los lectores de los periódicos extranjeros que son sus clientes. Sólo el gesto de abatimiento de Malraux , el coronel escritor, y la forzada sonrisa que dedica a sus camaradas de la pluma aparta, durante breves líneas, nuestra atención de las cadenas que matan. 



Tras los bombardeos en Madrid: la caza a caballo de "la canalla roja", los disparos a quemarropa tras las lucecitas misteriosas, las columnas férreas descontroladas y asesinas, los tesoros artísticos que hay que esconder de la rapiña enemiga, la resistencia épica y sangrante del guerrero moro, la batalla en la sierra madrileña con tres camareritas del hotel que toman las armas, el herrero gigante, casi barojiano, que machaca con su martillo la bigornia del Cuartel de la Montaña y avanza con su tanque abrasador y, por último, el consejo obrero que concede la vida o la muerte. Los dos últimos relatos nos llevan a Bilbao, al refugio trampa mortal e infanticida y al hospital de sangre con monjita y moribundos anticlericales. Nueve relatos más dos, a cual más duro. 



Después de lo de Malraux, sólo hacemos un alto en el camino, en el relato Bigornia, para que la mujer del delantal blanco abrace a su hijo y, unas páginas más adelante, para que el herrero proteja a la chiquilla del " bracito en alto y la mano extendida" que grita aterrorizada: "¡No me mate! ¡No me mate! ¡Yo soy buena!"En el último relato, encontramos otro punto de sosiego, oímos el leve ruido de una pluma y una toca almidonada. Es una monja que escribe una carta en el silencio de la madrugada, tras una jornada terrible en un hospital de sangre. Al final, el misterio del destinatario nos da qué pensar. 

Luego hablamos de monjas. Ahora leo a mi madre:

"...Bigornia tapó los deditos tiernos de la criatura con su manaza velluda y sonriendo tristemente le dijo:
-¡Así, guapa, así!
Y le mostraba el puño cerrado...
-...¿Y tus padres dónde están?
La chiquilla vacilaba antes de contestar.
-¿Tú eres fascista?-preguntó al fin.
-No guapa, no. ¿Dónde están tus padres? ¿Estás sola?
-Papá se fue a la guerra.
-¿Cómo hacía papá? ¿Así? ¿O así? -le preguntó Bigornia abriendo y cerrando el puño. 
-¡Así!-respondió la chica apretando sus cinco deditos..."

-¿Qué te parece mamá? 


-Me parece muy bonito, la niña qué sabía, hizo lo que había visto a su papá o su mamá. El niño no tiene doblez. Yo nunca hice ni lo uno ni lo otro. Después de la guerra, en el cine, al final de la película, tocaban el Cara al Sol y levantaban el brazo. Yo mientras me ponía los botones del abrigo y no miraba a nadie. ¿De qué ideas era ese escritor? ¿Era socialista?



-No, mamá. El escritor se define a sí mismo como "liberal""ciudadano de una república democrática y parlamentaria". ¿Qué era la República para ti?



Mi madre la asocia, inevitablemente, con un tiempo en que ardían las iglesias. Que no mamá, que la República no era eso, pero ella lo recuerda así:

-No sé como explicarte, oí a mi madre: ¡Antonio! ¡Antonio! Yo estaba con las fiebres de Malta, no iba al colegio. Era en Algeciras, cuando nació mi hermana Carmela. Me empiné desde una ventana y vi arder una iglesia que estaba muy lejos. Mi padre dijo algo así como "Dios mío, lo que hemos hecho de  España".

-Busco en la Wikipedia y encuentro este dato: "En Algeciras se quemaron todas los templos de la ciudad: Iglesia de Nuestra Señora de la Palma, Capilla de Nuestra Señora de Europa, Capilla del Cristo de la Alameda."

-Luego fuimos a Antequera, las cosas ya estaban revueltas, decían que los estudiantes falangistas rompían las bombillas por la noche.

Un día estaba en un barrio por donde no solía ir, se me salió el escapulario y me tiraron una piedra. Cayó a mí lado, se veía a lengua que no querían hacerme daño, sólo asustarme.



Veinte días antes de comenzar la guerra, salimos de Antequera. Un día o dos antes de que nos fuéramos, nos visitó mi tío, Francisco Moya Escribano, que era militar y que, muy poco después, sería fusilado por los nacionales, en Málaga. Recuerdo sus palabras: "Antonio, si te vas a marchar, vete mañana mejor que pasado, porque se va a armar una muy gorda, no me preguntes más".



A poco de empezar la guerra, ya en Alcalá de Henares, también vi cómo ardía otra iglesia y decían que habían toreado al cura que tenía ochenta años.

-¿Torear? ¿Qué le hicieron?

-Lo mataron como si fuera un toro, se corrió por todo Alcalá. Eso decían. ¿Qué había hecho de malo ese hombre? Yo creo que se murió del susto primero, si tenía ochenta años. Estaba recogiendo las formas del sagrario, se lo llevaron. Unos salvajes.

-Escucha esto, mamá, del relato ¡Viva la muerte!:

"El cura del pueblo estuvo hasta el último momento haciendo fuego con su carabina desde una tronera del campanario. Cuando, ya de día, los milicianos consiguieron subir a la torre se apoderaron de él, le voltearon y le lanzaron al espacio. Su sotana negra revoloteó un instante en el cielo blanquecino del atardecer como un pajarraco disparatado."

-Me parece un espanto, es una barbaridad. Eso del cura toreado fue al comienzo de la guerra, cuando acabábamos de llegar a Alcalá de Henares. Todavía no vivíamos en la Universidad, estábamos en una casa alquilada. Estaba enfrente de la Casa del Pueblo y, al principio, los de allí venían a vernos y nos preguntaban quiénes éramos. 



Mi padre, camarada por aquí camarada por allá, les contó que había venido destinado al Instituto, en el edificio de la Universidad, pero nos visitaban casi todos los días, a la hora de comer. No nos importaba, no teníamos nada que esconder, eran dos. Echaron una mirada a la carbonera y la abrieron. Pensarían que podíamos tener escondido a alguien. 

Yo creo que fueron ellos mismos los que nos indicaron donde había un refugio, en una casa cuyos dueños se habían ido al extranjero. En el refugio,vimos un baúl grande de esos antiguos, lo abrieron unos soldados y dentro había custodias, cálices, cosas de iglesia, de oro. Mi madre estaba horrorizada.

-Esto que me cuentas me recuerda al relato El tesoro de Briesca:

"Bajo la dirección del hombrín aquel y utilizando las confidencias de los aterrorizados vecinos, los milicianos registraban las casas de los ricos y, una tras otra, iban saliendo a luz las presas ocultas, las casullas y estelas bordadas del XV, los ricos paños de altar, la maravillosa orfebrería de cálices, copones y custodias, las tallas románicas, los crucifijos de oro y plata, los soberbios exvotos de capitanes, justicias y virreyes de las Indias, y los lienzos famosos de los maestros de la pintura castellana. Hasta los dos Grecos que había en Briesca cayeron en manos de los milicianos."

-Como en el baúl que yo vi, lo que no había eran pinturas ni esculturas. Era casi todo oro, mucho oro. 

-¿Qué más recuerdas de esos primeros días de la guerra?

-Que pasaban unos aviones que volaban muy bajo, rozaban los tejados, nunca habíamos visto eso. También chocaba ver a las milicianas porque era algo desconocido, mujeres con mosquetones y vestidas de soldado. Yo las miraba desde las rendijas de la persiana, mi padre no me dejaba asomarme.

-Como Rosario, Carmen y Adela, las camareras milicianas de ¡Viva la muerte!



Comenzaba un tiempo de "no saber nada". ¿Verdad, mamá?

-Sí, mi padre nos decía: si os preguntan algo no sabéis nada nunca. Bueno y a mí que me van a preguntar. Que no habláramos nada, que no sabíamos nada. Se lo decía más que nada a mis hermanos.

Seguiremos dialogando con A sangre y fuego. Mi madre quiere hablarme de como mi abuelo daba clases a cambio de alimentos, de las colas del racionamiento y mi tío Diego que se colaba, del palomar donde su hermano mayor Antonio criaba palomas, de la cocinera de los soldados que tenía pinta de monja por más que intentara ocultarlo, del oro que se iba a mandar a Francia o a Rusia, de la estatua de Cisneros, de los huesos del Divino Vallés y de las amenazas del Campesino, qué miedo pasó. Estoy segura de que surgirán más recuerdos, avivados por los relatos de Chaves Nogales. Mi madre es un baúl de ellos.

Un abrazo de María Ángeles Moya y María Ángeles Merino

miércoles, 22 de marzo de 2017

El sombrero de tres picos de Manuel de Falla: afortunada conjunción de genios y culturas.

Pedro Ojeda y María López. Foto cortesía de mi amiga Yolanda.

¡Hola amigos que visitáis mi blog!

Aquí los tenéis, tan divertidos, a Pedro Ojeda y María López, presentándonos el ballet El sombrero de tres picos de Manuel de Falla. Una obra resultado de una afortunada conjunción de genios y culturas, en la que el ballet ruso se funde con la tradición literaria y musical española.

Recordáis que el curso pasado, la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Burgos y el Club de lectura de La Acequia inauguraron el Seminario de Literatura y Danza con el ballet Don Quijote como parte de las conmemoraciones del cuarto centenario del fallecimiento de Cervantes. 



Falla, Massine, Pedro Antonio de Alarcón, Gregorio Martínez Sierra, Diáguilev, Picasso, cuántos nombres. Vayamos por partes. Las palabras de Pedro Ojeda y María López nos revelan con precisión, claridad y amenidad las dos caras de la obra: la del ballet propiamente dicho y la del texto escrito. Pedro vive la literatura, María vive el ballet, nos contagian su entusiasmo. No tomé notas esta vez, pero creo recordar lo principal: 


Falla
El sombrero de tres picos es un ballet del compositor español Manuel de Falla, con coreografía de Léonide Massine, basada en la novela del mismo título, obra del escritor Pedro Antonio de Alarcón. Fue producida por el gran empresario ruso Serguéi Pávlovich Diáguilev, fundador de los Ballets Rusos, una compañía de la que surgirían muchos bailarines y coreógrafos famosos. 



Se estrenó el 22 de julio de 1919, en el Alhambra Theatre de Londres, con decorados y figurines de Pablo Picasso. Los intérpretes principales fueron el propio Léonide Massine  y Tamara Karsavina en el papel de la pizpireta molinera.

El sombrero de tres picos rompía con la tradición de los ballets rusos que llenaba el género de princesas, apariciones y cisnes. Fue un éxito rotundo, elogiándose la acertada síntesis de música, danza, drama y decorado.



Una primera versión de la obra, llamada El corregidor y la molinera, con libreto de Gregorio Martínez Sierra, en realidad obra de su esposa María de la O Lejárraga, había sido representada en 1917, en el Teatro Eslava de Madrid, en forma de pantomima en dos partes. Más tarde, Diáguilev conoció a Falla y lo convenció de la necesidad de retocar la obra para eliminar elementos descriptivos e irónicos y ampliar las partes bailables.



Picasso diseñó el telón, los escenarios y un vestuario espectacular que nos recuerda mucho a Goya. ¡Por si le faltaba algo a la acertada síntesis!



El argumento, basado en un romance popular, gira en torno a la burla que se hace a un viejo y ridículo corregidor que persigue a una joven y guapa molinera. El molinero ama a su esposa y es correspondido.


 El triángulo amoroso insinuado en el título no va a existir. Ella simula aceptar el cortejo de tal manera que se ve comprometida pero utiliza su ingenio para burlar al anciano galanteador y convertirlo en la mofa de los vecinos. El molinero y la molinera afirman su amor. Triunfa la alegría. 



Alguien puede ver una sátira política puesto que el corregidor es la figura designada por el rey que hace de gobernador. Sin embargo, nos da la impresión de que el argumento es una excusa para incluir lo popular español en los ballets rusos. El molinero baila la farruca, la molinera un fandango, los vecinos una seguidilla y es muy conocida la jota del final.  Todo el baile tiene un aire alegre y desenfadado, de broma, un poco irónico tal vez. ¡Arriba el pelele!



El sombrero de tres picos rompe la tradición del molinero ladrón y la molinera casquivana. El molinero que cobra por su trabajo y se queda con algo más. La molinera que coquetea con los que llevan el trigo al molino. Mientras Pedro lo explicaba, me venían a la cabeza algunas cancioncillas castellanas: "No le quiero molinero y porque le llaman el maquilandero...", "Vengo de moler morena de los molinos de arriba. Duermo con la molinera olé, ole´,olé. No me cobra su trabajo...".

A los que no sabemos nada nada de danza nos parece magia convertir los típicos pasos del folklore español en ballet. Terminadas la proyección y los comentarios, mi cabeza sigue con la musiquilla de "San Serenín de la buena buena vida...", una canción popular infantil que Falla incluyó en esta obra. A El sombrero de tres picos le queda todavía muy buena vida, mucho tiempo. Y siempre tendremos a mano la novela, os la recomiendo.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino.

¡Un abrazo muy especial a María López! 


martes, 14 de marzo de 2017

Pequeña crónica de nuestra reunión en torno a Patria: una polifonía de voces.



Pequeña crónica de nuestra reunión en torno a la novela Patria de Fernando Aramburu. Para la lectura colectiva de La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda.

El pasado viernes, 10 de marzo de 2017, a las cinco y media de la tarde, los del Club de Lectura presencial nos encontrábamos en la Sala de Reuniones 119 de la Facultad de Humanidades y Comunicación, de la Universidad de Burgos. Teníamos por delante el comentario de la novela Patria de Fernando Aramburu. Tras algunas novedades en relación con nuestras próximas lecturas, escuchamos a Pedro Ojeda y a los lectores:

Una lectora que no ha podido asistir ha dejado su opinión: esta novela es la que más le ha gustado.

-Empezamos:

Patria es la novela de mayor éxito en la literatura española. Es muy vendida.

-¿Por qué edición va?

-No os fieis de la edición. Tiene un éxito.



A ver opiniones. Os recuerdo que Aramburu está muy contento con nuestro Club de Lectura.

-Me identifico con la obra: es lo que viví, los lugares ficticios que me parece conocer, el ambiente de un pueblo guipuzcoano en los ochenta, las consignas en euskera en las paredes, el cuartel, el silencio, las palabras que no se pronuncian, de dónde eres, no eres de aquí, qué maravilla el euskera, joya lingüística, milagro de supervivencia, pero la madre que parió al euskera...tuve que irme, pensé que iba a acabar de maestra sustituta muda, a pesar de haber ganado la oposición. Me pregunto cómo ven Patria en Euskadi.

-Mal, lo ven muy mal.

-Es muy objetivo. Refleja muy bien lo que ha pasado. Sin embargo, no analiza el papel del PNV, no se ha querido implicar.

-El PNV no es un partido como los demás, es algo que acompaña desde el nacimiento a la muerte: bautizo en el batzoki y aurresku delante del ataúd.


Arzalluz durante un acto de EGI (organización juvenil del PNV).

-Está muy bien escrito.

-El resumen es que se puede escribir pero la sociedad vasca no cambia. El autor no nos tiene que convencer a nosotros, a los vascos sí.

-Todavía no se atreven a hablar. 

-Silencio. ¿Miedo?

-Nueve mil libros y no tiene solución.

-La política vasca ha tomado ahora otra postura más inteligente que la de los catalanes. Autodeterminación por otro camino.

-Fuimos a un funeral en San Sebastián, precioso, con Orfeón Donostiarra, pero no entendimos nada, todo en euskera.

-Después de leer el libro, yo destacaría "a los que el libro les ha entusiasmado y son capaces de decirlo".

-Gente que ha trabajado en el País Vasco, gente que no se ha callado en la vida.

-¿Qué pintas aquí?

-Ha habido gente con un par.

-Miedo.

-Destinada como funcionaria en la Policia de Bilbao, me dejaron de hablar unas primas que vivían allí.

-Bilbao, Vitoria, San Sebastián, son ciudades muy distintas. Lo han leído.

-Retrata el carácter y el problema del País Vasco.


Los libreros dejan también su comentario en Patria.

-Es durísimo, tristísimo. El chico en la cárcel, la muerte en atentado de un amigo...

-Sacralización del paisaje. El que desentona con el paisaje. El Txato es vasco, da trabajo, da dinero para las fiestas, cómo le van a matar a él.

-Los cerebros de ETA no son cualquiera, gente de ETA de corbata y maletín, apoyados por industriales con dinero.

-Los industriales apoyan porque tienen miedo. Prefirieron pagar. Recuerdo el secuestro del nieto de Patricio Echeverría, pagaron ciento cincuenta millones de pesetas y lo liberaron en una semana, el Gobierno no lo impidió.

-Nadie como ellos conoce el monte, era su escondite.

-El campo daba miedo. Yo no paseaba por el campo cuando viví allí, sólo llegaba hasta las huertas...como la de Joxian.

-En el 52 estuve en una casa cerca de Mondragón donde se alternaba euskera y castellano. Toda la familia se juntaba para oír la radio...¿La Pirenaica?

-¿El primer atentado? Creo que fue en el 67, Melitón Manzanas.







-Te nombraban el Juicio de Burgos como si tú tuvieras algo que ver por ser de Burgos.


-Contaba que la novela tiene un éxito porque toca cosas que todos hemos vivido y lo toca de una forma que no se había hecho hasta ahora. Dicen que le falta esto, le falta lo otro, Aramburu ha renunciado a la novela política, la que está por escribir. La visión del terrorista está ya contada, el nacionalismo retrató al gudari de una manera romántica.
Si recordamos los asesinatos, todos recordamos dónde estábamos cuando ocurrieron.

-Yoyes, Miguel Ángel Blanco...

-Para hacer reflexionar a la gente del País Vasco.


-El Estado no supo zanjar el problema.

-Patria busca un abrazo final, una especie de catarsis de emociones, de sentimientos. Sólo dos personajes son negativos: el cura y el de la herriko taberna. La madre dignifica a su hijo terrorista en un contexto en el que le dicen que es un héroe. 

-El papel de la mujer vasca, el matriarcado. En vez de Patria se podía llamar Matria.

-Patria no es objetiva, tiene una visión y un final en el que es posible la reconciliación, un abrazo de Vergara. 


-Ante una bandera española, por mínima que sea, te ponen a parir. El año pasado, en los toros, en Vitoria...

-¿Llevar en la mano el ABC? Es como llevar una bandera española.


-Lo mismo pasaba con El País. 


-No hay lucha armada, se han vendido muchos libros; pero el cáncer es muy fuerte, sigue habiendo silencio.


-La Iglesia ha pasado a otro plano, no tiene ese protagonismo. Los seminarios fueron caldo de cultivo. 


-Difícil de erradicar.


-Singularidad de la Iglesia Vasca. En Euzkadi los curas, en la guerra civil, estuvieron en el bando republicano.


-Según algunos historiadores, es la continuación de la guerra carlista.


-¿Hubiera existido el nacionalismo vasco sin Sabino Arana?


-Se atribuye el nacimiento del nacionalismo vasco a Arana; pero Arana no inventó nada sino que dio forma, un contexto ideológico, a lo que se estaba gestando. En  el siglo XIX, se construye también el nacionalismo español, había que fomentar que la gente se apuntara a una guerra. Dentro de un fenómeno global, se produce una mitificación: el euskera, la raza, un caldo de cultivo en el que se fomenta que tú eres diferente. El famoso RH negativo de los vascos: los niños se les morían cuando una vasca se casaba con uno de fuera, se pensaba en una maldición bíblica porque se desconocían los grupos sanguíneos.



La novela tiene un andamiaje que no es original. Lo especial es el ámbito íntimo: la familia que quiere ir a la reconciliación. Se construye desde la gente normal, tiene la inteligencia de abrir el panorama: problemas con los hijos, enfermedades, accidentes, divorcios, se inunda la huerta...Que no sea sólo el terrorismo. Relata el ambiente opresivo, acoso laboral y social que empuja en una sola dirección.

-¿Cómo está escrito este libro? Hay gente que le ha parecido muy flojo.

El andamiaje es el flash back, los recuerdos, algo que está hecho desde Cervantes. Recuerdos vistos desde el perspectivismo, desde un abanico de perspectivas para una reconciliación final. Los lectores nos sentimos más próximos a unos personajes que otros, pero si nos limitamos a una perspectiva no podemos llegar a esa reconciliación final, no podemos comprender lo que ha pasado. 

La sociedad sólo puede salir adelante si acepta esas polifonías de voces, no se puede construir la sociedad desde una sola perspectiva. Aramburu ha cogido una estructura de voces, incluida la más lejana a la nuestra. Es como se puede seguir adelante. El problema es el reduccionismo. Es una lección para España donde no aceptamos al otro, estamos todo el día encabronados. En Patria vemos evolucionar a los personajes y la evolución más marcada es la del etarra. 


-Y eso arrastra a todos.




-Aramburu estaría muy contento si nos aplicáramos en que la sociedad es una polifonía de voces. 


Aplíquémonos en que la sociedad es una polifonía de voces y pasemos a A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales, once relatos en torno a  la Guerra Civil, en una sociedad que no admitió la polifonía de voces y luchó a sangre y fuego porque sólo quedara una voz. Mi madre que vivió aquel tiempo ya dialogó un poco con ese autor.



Una vez acabada la reunión lectora, a las 19 horas, nos esperaba la proyección del ballet "El sombrero de tres picos", comentado por Pedro Ojeda y María López, profesora de Ballet Clásico del Conservatorio Superior de Danza "María Ávila". Prometo dedicarle una entrada en este blog, bien lo merece. Una tarde completa: Fernando Aramburu, Pedro Antonio de Alorcón, Manuel de Falla y hasta Picasso.

Un abrazo de María Ángeles Merino 



jueves, 9 de marzo de 2017

Mi madre dialoga con "A sangre y fuego" (1)

María Ángeles Moya y A sangre y fuego


Comienzo una nueva aventura lectora. Este mes de marzo vamos a leer y comentar A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales. Son nueve relatos, dicen que lo mejor que se ha escrito sobre la Guerra Civil Española. ¿De qué bando? Él se define como un "pequeñoburgués liberal", "ciudadano de una república democrática y parlamentaria", "antifascista y antirrevolucionario por temperamento", un hombre "perfectamente fusilable" "por los unos y por los otros". Se permitió "el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos", le pesaba igual la sangre derramada por rojos o por azules. El precio fue "la Patria" y "para librarse de la congoja de la expatriación" y ganarse la vida se puso a contar lo que vio. Mantenerse "distante, ajeno, imparcial" fue su lucha, qué difícil con personajes tan reales, tan vivos.

Realidad velada, pero realidad, nos advierte la nota. Y, de pronto, caigo en la cuenta de que tengo a mi lado a alguien que vivió la realidad de la Guerra Civil. ¡Mi madre! Tiene noventa y tres años y tenía doce, trece, catorce, quince años. La vivió muy cerca de Madrid, en Alcalá de Henares, donde su padre había sido destinado. Mi abuelo Antonio Moya, funcionario del Ministerio de Educación, ocupaba un cargo de responsabilidad en el artístico edificio de la Universidad de Alcalá de Henares, el Colegio Mayor de San Ildefonso, donde se entregan ahora los premios Cervantes. ¡Y toda la familia vivió allí durante la guerra! Como era ya una mujer, no le dejaban salir, pasó los tres años encerrada en aquel enorme recinto, cuidando a su hermanos y paseando entre patios renacentistas. 

Un poco al estilo de lo que hice conmigo misma en la lectura de Patria, me puse a leerle el comienzo del relato Massacre. Le pedí que me fuera dando su opinión, que me contara sus recuerdos al respecto. Pensé que no iba a prestar atención, suele rechazar los temas de la Guerra Civil. Para mi sorpresa, mantuvo un diálogo con A sangre y fuego, aquí lo tenéis: 

-"Al sol de la mañana la bomba de aviación que cae es una pompita de jabón que en un instante raya el cielo azul de arriba abajo."

-No es una pompita, es un volcán. Expande todos los trozos, la metralla. 

-"Vibra al sentirse herido el gran diapasón del espacio..."

-Vibra. Sí, claro, parecido a un terremoto, mucho, tiembla todo. Cuando cayeron en la plaza, al lado de la Universidad, se abrieron las ventanas y vi caer fuego del cielo. Porque la bomba cae al suelo y salta para arriba todo, todo. ¡Hicieron un hoyo que cabía un camión!

Desde esa ventana, que se abrió sola, vio caer fuego del cielo.

-"y luego si se está cerca, se sufre en las entrañas un tirón de descuaje como si le rebanasen a uno por dentro y le quisiesen volcar fuera"

-No, yo no he estado tan cerca, gracias a Dios, a mí en la calle no me dejaban. Pero sí, hay desgarramiento por dentro.

-"El estómago, que se sube a la boca, y el tímpano, demasiado sensible para tan gran ruido, son los que más agudamente protestan."

-El estómago, eso está bien. Te sentías fatal. Mi madre dijo que un día, dormida, me elevé como medio metro al estruendo de las bombas, caí al colchón y me lo contaron. Yo estaba completamente como un tronco y era raro porque con las bombas no me dormía. Teníamos bombardeos a todas horas, lo mismo venían a la hora de comer que a la madrugada, cuando les daba la gana, claro. Es muy dura la guerra, todo lo que se diga es poco, yo creo que es la cosa más dura. Y luego la carencia de las cosas.

Los oídos, el tímpano que te atonta, por eso es conveniente taparte la cabeza y los oídos y tumbarte en el suelo. Y evitas la metralla.

-"Mientras el pajarito niquelado que ha puesto en medio del cielo su huevecillo brillante y fugaz como una centella, remonta el vuelo y pronto no es más que un punto perdido en la distancia."

-Un pajaro grande, gigante. Los aviones no son pajaritos. Con respeto al escritor, me parece ridículo. 

El trimotor: bum, bum, bum, despacio, como si fuera cargado. 

Pero primero vienen los cazas que los protegen. Al trimotor se le ve menos que a los cazas. 

Los huevecillos, claro, son las bombas, se ponen de lado y descargan. Después sale corriendo, tiene miedo a que lo ametrallen. 

-"¿Dónde ha caído la bomba? Nadie lo sabe, pero todos suponen que ha sido muy cerca, allí mismo, dos casas más allá a lo sumo."

https://tellagorri.blogspot.com.es/2011/08/agosto-madrid-bombas.html

-No me dejaban salir pero un día me escapé, con un botijo, a buscar agua a una fuente que estaba cerca de la Universidad, próxima a la puerta del Paraninfo, la que no se abría nunca, se habría estropeado, era tan bonito. Llevábamos unos días sin agua porque las bombas habían reventado unas cañerías. Mi hermano mayor, Antonio, había ido muchas veces y no tuve miedo, además iban conmigo otras chicas. Mi hermano Diego, más pequeño, se vino detrás de mí. Era muy trasto.

Sonaron las sirenas, sentimos a los cazas, había trincheras de soldados y un soldado: "ven aquí niña", "yo me quiero ir a casa", "ya no tienes tiempo". Cogió a Diego y lo echó de cabeza a la trinchera. Después me cogió a mí y se echó encima de nosotros. El soldado no nos dejaba mirar. Se oían metralletas y Diego lloraba mucho. Se le descompuso el vientre de miedo que estaba pasando.

Cuando salimos, había tres o cuatro soldados espachurrados en el suelo, tumbados, muertos o heridos, yo qué sé, yo venga a correr. Muchas veces he pensado que aquel soldado nos salvó la vida, a mi hermano y a mí. Por lo menos, nos salvó de la metralla. La metralla mataba a distancia, tenía mucha fuerza y se disparaba. 

Metralla y espoletas de la Guerra Civil

Cuando llegué a casa,  mi padre, que no me pegaba nunca, me dio una bofetada, menuda chuleta me arreó. Mi madre estaba casi con un ataque porque las chicas, que no se esperaron y salieron corriendo, dijeron que habían caído bombas al lado de la fuente. Me hubiera gustado conocer al soldado, lo he pensado muchas veces. Diego no lo olvidó y alguna vez hablamos de ello, muchos años después. 

"Resulta que siempre es un poco más lejos de lo que se suponía. La gente acude presurosa al lugar de la explosión. Los milicianos han cortado la calle con sus fusiles, y los curiosos han de contentarse con ver desde lejos los vidrios hechos añicos de balcones y ventanas y los cierres metálicos de las tiendas arrancados de cuajo."

-Así es, todo se rompe por los estampidos de las bombas. 

-"Se espera el paso de las ambulancias..."

-Yo no las veía.

-"Una lotería en la que resultan premiados los miles y miles de jugadores a los que no les ha tocado la metralla...¡No nos ha tocado!, parece que dicen con alborozo. Y se ponen a vivir ansiosamente sabiendo que al otro día habrá un nuevo sorteo en el que tendrán que tomar parte de modo inexorable."

-A quién le toca, está bien dicho. Era una lotería. Mi padre iba a Madrid todos los meses para cobrar las nóminas, la suya, la del director, la de los porteros. Contaba que los obuses atravesaban Madrid, Madrid era un caos, era raro que no te pasara uno o dos, por arriba o por abajo. Eso había que haberlo visto como lo vio él. 


-"...los madrileños...han tenido que ir aprendiendo a protegerse. Los sótanos, en los que a veces hay que permanecer durante toda la madrugada, se han ido haciendo habitables ya ya hay en ellos colchones, mantas, cabos de vela y estufas..."

-En el momento en que tocaba la sirena, nos metíamos en el refugio. Era como una caja con unas vigas cruzadas para que, con el estruendo de las bombas, no se cayera. Mi padre se preocupó de que los soldados lo prepararan y habló con ingenieros y arquitectos que podían dar ideas. Todo el mundo decía que el refugio de la Universidad estaba muy bien. Si era de noche se llevaba una manta, si era de día algo de comer. Era pequeñito y no había sitio para colchones ni estufas. Si era de día, se metía gente de la calle. Si era de noche, sólo las seis o siete familias que vivían en la universidad. 

-"...y durante la madrugada, para las madres, es un tormento insufrible el tener que arrancar a sus hijitos de la cuna en que duermen y llevarlos, aprisa y corriendo, medio desnudos, a los sótanos, donde las criaturitas se pasan las horas llorando porque tienen frío y están asustadas."

-Éramos seis hermanos. Al principio, los pequeños se impacientaban. Carmela chillaba y Diego quería salir. Pepe solía portarse bien. Antonio, el mayor, cuidaba de todos. Yo me aburría de estar en el refugio y me marchaba sin que se dieran cuenta. Mi hermana Aurora era un bebé y se hinchaba a dormir en brazos de mi madre. No recuerdo que hubiera llorado mucho. Después de un tiempo, todos nos acostumbramos, qué remedio. 

Una vez tocó la sirena a la hora de comer, me escapé del refugio, salí corriendo y puse unas alubias a cocer en el infernillo, en la habitación que nos servía de cocina. A las dos horas volví y las apagué, ya estaban hechas. Mi madre pensó que aquel día no teníamos comida, se llevó una sorpresa y no me riñó. 

Lo dejamos aquí. Nunca la había visto con tantas ganas de hablar de la Guerra Civil. Me llevé una sorpresa. También pude comprobar que sabe expresarse bien, a pesar de sus noventa y tres años. Esta vez no me dijo  lo que acostumbra: a mí me va a contar un libro lo que he vivido...

¡Y todavía no me ha hablado del famoso jefe militar comunista El Campesino, Valentín González! Violento, impredecible y prepotente, era un personaje que de vez en cuando aparecía por el Colegio San Ildefonso de Alcalá de Henares . Le daba mucho miedo porque, entre mi abuelo y el famoso "comandante" hubo sus tiras y aflojas. Mi madre temía por su padre, que acabara en la cárcel o algo peor. Oía las conversaciones de sus padres y sacaba terribles consecuencias. Alguna vez le pareció oír: "Luisa, se ha parado un coche, vienen a por mí". 



Seguiremos con A sangre y fuego. Hoy no he necesitado la ayuda de Austri. Un abrazo de:

María Ángeles Merino 
Y de María Ángeles Moya.