miércoles, 24 de septiembre de 2014

"De las razones que pasaron entre don Álvaro Tarfe y don Quijote sobre cena" (1)


Comentario  al segundo capítulo del Quijote de Avellaneda, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda. 

Abro una entrada nueva y busco una imagen para el  medieval "amor cortés". Comienzo a escribir y , en la pantalla, me saluda el sabio moderno y verdadero de la semana pasada, vestido a la usanza morisca. 



-Salam Aleikum, mi señora.

-Aleikum Salam, sabio Alisolán.¡ Seáis bienvenidos a este humilde  rincón de los canalículos digitales! Maguer nos interrumpa la presencia airada del cronista cervantino Cide Hamete, ruégole continúe con el capítulo segundo, en extracto, para alborozo de estudiantes rastreadores de comentarios librescos. Y para disfrute y deleite de mis amigos, los visitantes de este blog.

-Sus deseos son órdenes, mi señora, buena amiga de don Quijote, sea cual sea el cronista. Ruégole que su devoción por San Cervantes no le nuble el entendimiento y le impida valorar en sí mismo a este que califican de "apócrifo".




-Así sea, escuchóle y solicitole un respeto hacia mis santos, Avellane...sabio Alisolán.

-En el primer capítulo, el viejo hidalgo presentaba síntomas de desvanecimiento caballeresco. Porque Sancho se ocupó de  refrescarle alguna de sus amadas lecturas y Don Álvaro va y le habla de justas y de amores corteses y de  damas chicas. Avivado el fuego,  ya no se resignará a pasar setecientos años en compañía de piadosos libros.

Ahora don Quijote tiene un negocio importante para tratar con un huésped  hábil "en todas materias". Veamos si lo descubrimos en el segundo capítulo titulado:
Al parecer la cena no fue tan chica como la dama que ocupaba el corazón de Álvaro Tarfe. Don Quijote le dio razonablemente de cenar, no faltarían los palominos y el ama los aderezaría convenientemente. 

-¿Palominos? ¡Son para los domingos! ¡Y pocos! "Algún palomino de añadidura los domingos" escribe don Miguel. ¿Y qué ama los ha de aderezar? ¡En su cocina no entran viejas espías! 


-Ahí está Cide Hamete, cide Alisolán, hablemos en voz muy baja y, tal vez así, no nos interrumpa. Acabo de recibir un mensaje de uno de mis secundarios cervantinos, dice saber de buena tinta que Hamete está bastante sordo.

-Se hará ansí, como vos decís. Digo que levantaron los manteles y el huésped le manifestó su extrañeza. Porque Don Quijote no parecía el mismo que conoció en la plaza del pueblo; absorto, apenas acertaba a dar una respuesta coherente a lo que le planteaba, en la conversación. Preguntole si acaso era casado y respondiole que Rocinante era el mejor caballo cordobés. 

Sin duda, algo atormentaba al hidalgo y el invitado le suplicó se sirviera comunicarle su sentimiento, para aliviarse algún tanto y por si estaba en su mano poderlo remediar.

Don Quijote agradeció la buena voluntad del granadino, mas su imaginación no había quedado suspensa y asaltada por gigantes, princesas encantadas, serpientes, endriagos y demás fauna; aunque fuera fuerza en quienes "profesamos el orden de caballería y nos hemos visto en tanta multitud de peligros". 



Cuadro de la quijotesca pintora Ana Queral

-Nadie le ha dicho nada de imaginaciones suspensas, ni de gigantes, princesas ni bicharracos fantásticos. Todo se lo dice él.

-"Maravillóse mucho don Álvaro Tarfe de tales y comenzó a tenerle por hombre que le faltaba algún poco de juicio". Y, para enterarse, le preguntó por la causa que le afligía.
"El hijo de Venus" tenía herido con su afilada saeta, a don Quijote. Nadie le podía ayudar, la ayuda solo podía darla la  "bella e ingrata Dulcinea". 

-  Y, al final, en la derrota, nos hizo saber que "Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo..." 


-Hable bajo, sabio Alisolán, que el Cide ha oído algo y nos está recordando el origen de Dulcinea. No le irrite su mercé, haya paz...siga.

-Don Quijote deseaba que su huésped entendiera que su camino era el mismo de la caballería andantesca, "imitando en obras y en amores a aquellos valerosos y primitivos caballeros andantes". Que Amadís, Belianís, Esplandián, Palmerín...fueron el espejo en que se miraba.

- "Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar-que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás,barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, yque si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula..."




 -¡Chiss! ¡Que le ha debido oír lo de los espejos en que se miraba don Quijote! 

-Decía, señora mía, que don Álvaro quedó maravillado de tan loca enfermedad y "quiso enterarse cumplidamente della". Admirose y no poco de un hombre enamorado flaco, seco y viejo, que pasaba de los cuarenta y cinco; dado el trabajoso camino  por donde camina el amor: malas noches, aguas y nieves.


Bien lo sabía el Tarfe, que picado de la curiosidad, preguntaba si era de aquí o forastera. Y bien le tiraba de la lengua cuando apuntaba que no  sería menos bella que las bellas de la antigüedad: Diana, Policena, Dido...

Hermosa, llena de gracia, pero más fiera y cruel que Medea. Así la veía el caballero andante, quisiera Dios "que con el tiempo, que todas las cosas muda, trueque su corazón diamantino y, con las nuevas que de mí y mis invencibles fazañas terná, se molifique y sujete a mis no menos importunos que justos ruegos".

-¡Qué Dulcinea más fiera! 

-Fiera y todo, don Quijote de la Mancha la proclamaba como "princesa Dulcinea del Toboso".

Don Álvaro quiso reírse de muy buena gana, pero disimuló, no quería enojarlo. Le dijo, con cautela, que nunca oyó nombrar tal princesa, ni la hay en toda la Mancha, que podría ser un sobrenombre.

Don Quijote replicó, no todos saben todas las cosas, pero él haría que su nombre fuera  conocido en los reinos más distantes. Por ella hizo en su servicio heroicas hazañas, mas ella se mostró como "leona de África" o "tigre de Hircania"; respondiendo a los papeles que le envíaba "con desabrimiento y despego". 



El caballero andante escribió arengas más largas que las de Catilina, poesías más heroicas que Homero y más tiernas que las de Petrarca a Laura, "con más agradables episodios que Lope de Vega a Filis, Celia, Lucinda, ni a las demás que tan divinamente ha celebrado".

-Vuesa merce, señor Avellaneda, no pierde ocasión de alabar a don Lope de Vega. Buen poeta, a quien no le faltaron mujeres que celebrar, por cierto. 


Lope de Vega 

-El admirado Fénix de los Ingenios. Solo soy un humilde admirador y no soy Avellaneda, soy su cronista Alisolán. Que, por cierto, su Cervantes, manifestó admirar también:

Y, para que don Álvaro viera ser verdad lo de los escritos, quiso mostrarle dos cartas: una que escribió y envió con el escudero Sancho y otra con respuesta della. El caballero granadino se hacía cruces de ver la locura del huésped. 

Al ruido de abrir los cajones del escritorio, acudió Sancho Panza, con la barriga harto llena de los relieves de la cena. "Y, como don Quijote se asentó con las dos cartas en la mano, él se puso repantigado tras las espaldas de su silla para gustar un poco de la conversación". Su amo deseaba que estuviese cerca, como testigo del "inhumano rigor" de Dulcinea.



Sancho dio una pintura muy diferente de "Aldonza Lorenzo",  que así se llamaba en verdad, como constaba en la primera parte desta historia. Se lo tenía dicho, se preguntaba si había de andar su señor yendo de caballerías, con penitencias, calabazadas y sin comer por una...No dijo el calificativo y se puso a soltar refranes, uno detrás de otro, hasta que se le mandó callar. 

Mas, con todo, el escudero siguió con su versión. La muy "zurrada" estaba, "la muy puerca", "hinchendo un serón de basura con una pala". Dijole que traía una carta de su señor y respondiole arrojándole una gran palada de estiércol. 


-¿Hinchendo basura? ¿Qué embustes suelta el villano? Ahechando trigo candeal es una imagen más hermosa, aunque sea también falsa. Mas yo no conozco a ese Sancho, tan mal hablado y que maltrata ansí a Aldonza Dulcinea. Zurrada y puerca, mi  don Miguel de Cervantes non podrá sufrir tamaño desatino; cogerá la pluma y, si hay que enmendar capítulos enteros, se enmiendan. Que no había péndola más ágil en todo el reino.

¡Don Álvaro Tarfe! Vos no visteis jamás al verdadero don Quijote de la Mancha, vos...



-He de suprimir la voz del ingenio llamado ordenador, así no oiremos los improperios. Escriba voacé  como fizo el último día. 

-Don Álvaro non ha de espantarse, añade Sancho, a fe que han recibido caballero y escudero, de garrotazos más de cuatro veces, por amor della, en las aventuras o desventuras pasadas.

-¡Álvaro Tarfe! Imploro al verdadero, al cual...

- Escribo que a don Quijote le disgustaba tal comentario y amenazó con molerle las costillas. Así lo hiciera si el Tarfe no le tuviera el brazo y le hiciera sentar. El enamorado caballero abrió la carta, para que su huésped la conociera, junto a la respuesta della. Así razonaría el granadino si tenía razón el viejo hidalgo de quejarse de ingratitud. Había de disimular la risa...

Seguiremos con las cartas, y no hemos terminado el segundo capítulo. Pensaremos en como eludir las interrupciones de Cide Hamete, aunque yo esté más de su parte, ya me conocéis. Nada, no he dicho nada, sabio Alisolán. Que Alá le acompañe, me ha resultado asaz grato su relato. 




Un abrazo de:

María Ángeles Merino
Alisolán habla en azul.
Cide Hamete habla en verde.
María Ángeles habla en negro.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Cuenta el sabio Alisolán como volvió don Quijote a sus desvanecimientos de caballero andante.






 ¿Alisolán?  ¿Dónde está el cronista Cide Hamete?¡A mí los personajes quijotescos y cervantinos! ¡Ya! ¡Que acuda alguno en mi ayuda como lo hicieron en el pasado!



Mi ordenador es mágico y está aleccionado. En la pantalla surge una ventana y, en ella, un hombre vestido a la usanza mora. Me saluda y dialogo con él,  lo cual no me produce sobresalto alguno, me parece natural. Tal vez don Quijote no sea aquí el único loco, o el único que comete la locura de hacerse el loco.


¿Alisolán en la pantalla?

-Salam Aleikum, mi señora.

-Aleikum Salam, disculpe mi quijotesca curiosidad ¿Su merced es acaso Cide Hamete Benengeli, el cronista morisco que recogió la verdadera historia de don Quijote de la Mancha, escrita por don Miguel de Cervantes?

-No, mi señora. Mi creador llamome Alisolán. Y soy sabio, moderno y verdadero. Al menos, eso escribió un día, péndola en mano y tintero en ristre, el que firmó Alonso Fernández de Avellaneda. 

-Ya, Alonso y avellanado, como don Quijote. ¿Y quién fue tan osado escritor? ¿Me revelaría su mercé uno de los mayores misterios de la literatura española? Cuente, cuente, abro mis oídos más que un oidor.



-No, siento desilusionarla. No me está permitido el acceso a la nube del recuerdo do habitan los escritores de las obras principales. Solo soy un personaje, ni siquiera alcanzo tal categoría, me citan como fuente y no sirvo para nada más. 

Solo oso adentrarme en la nube del recuerdo do habitan los personajes del Quijote que llaman apócrifo. Porque si me acerco a la nube cervantina, me llueven terribles insultos. En cierta ocasión, atacome el gigante Caraculiambro, qué bruto, el de la ínsula Malindrania. 



Algunos personajes compañeros me comentaron que, en un rincón del limbo de los escritores, el destinado a Fernández de Avellaneda, habitaba un escritor de primera línea y se podía oír su voz. No se ponían de acuerdo: Quevedo, Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón, Cristóbal Suárez de Figueroa, el mismo Cervantes, disparates...Incluso había quien aseguraba que no se oía una voz sino varias. Y que sobresalía la del gran Lope de Vega, como si  dirigiera una jocosa tertulia. Al parecer, se oían grandes risotadas. 




-¿Risas en el limbo de los escritores principales? ¿No se reirían, los malandrines, de don Miguel de Cervantes?

-No, bueno sí...Esto...no he dicho nada. Habladurías, rumores, lenguas viperinas, nada, nada.

-Dejémoslo. No se vaya, ya que está aquí, cuénteme el primer capítulo. Lo leí pero me gustaría oírlo de su boca. Resumidito y así puede servir a los estudiantes. 






La pantalla parpadea y se oye una voz de trueno que clama:

-¿Argemesilla? ¡Tales son las palabras del mentecato de mi mesma nación! El escritor Cervantes non quiso acordarse del lugar de la Mancha donde vivía don Alonso, lo saben incluso los que jamás leyeron el libro. ¡Argemesilla! Non conozco tal lugar, Argamasilla tal vez.

¿Justas en Zaragoza? Sansón Carrasco le aconsejó comenzar la jornada yendo al reino de Aragón y a las  solemnes justas de San Jorge en Zaragoza. Mas el caballero andante non había de  pisar la susodicha ciudad, que siguió un extraño itinerario, pardiez. Su aldea, el Toboso, el Ebro y, por último, Barcelona, do fue derrotado. Yo seguía fiables  fuentes, para que don Miguel insuflara vida a mis concisas palabras de cronista. 




-¿Sabe voacé quién habla, señor Alisolán?

-Disculpe a Cide Hamete Benengeli, cronista arábigo, autor del documento que don Miguel de Cervantes encontró entre los papelotes que vendía, a peso, un sedero, en el Alcaná de Toledo, del cual se sirvió para trazar su historia. ¡Ya ve voacé las fuentes! Benengeli no ceja en su empeño de contradecirme y porfiar que mi relato es apócrifo. Y proclama que la tercera salida es más falsa que Judas y fruto de los ávidos deseos de Avellaneda de robar la gloria al siñor Cervantes. Me persigue y me corrige en voz alta, mas no osa dar la cara. Sigo dando cuenta del capítulo a vuesa merced. Confío en que me lo permita el Cide Berenjena.

Comienzo con don Quijote cuando fue llevado a su lugar en una jaula, por el cura Pedro y el barbero Nicolás  y la hermosa Dorotea.





-¿La hermosa Dorotea? La hermosa habíase despedido en la venta y no hubo de acompañarlo.

-¿Otra vez Hamete? ¿No puede hacer algo su merced para callarlo? Porque nos darán las uvas si sigue con sus objeciones.

-Puedo forzar este ingenio donde escribo, el ordenador, para que no se oiga cosa alguna. Mas vuesa merced habrá de escribírmelo aquí. 

Le entrego unos folios, pasa la mano por el papel, le agrada su textura. 

Le muestro como funciona el bolígrafo, no hay que mojar en un tintero, se queda asombrado.

Fuérzolo, digo, apago el volumen. Escriba su mercé, en castellano, que no en arabigo.

Así lo hizo y el moro Alisolán escribió lo que sigue:

-Don Quijote "fue metido en un aposento con una muy gruesa y pesada cadena al pie, adonde, no con pequeño regalo de pistos y cosas conservativas y sustanciales, le volvieron poco a poco a su natural juicio".

Leo las dos últimas líneas escritas y le digo que no recuerdo lo de la cadena y que lo de los pistos y cosas conservativas le fueron administrados por el ama y la sobrina.

El sabio Alisolan muestra su enfado y me pide que no sea yo la que malmete, ahora que Cide Hamete permanece callado. Le prometo guardar silencio. Se sosiega y toma de nuevo la pluma:


Pasados unos días, con la firme intención de no volver a los desvanecimientos caballerescos, pidió a su sobrina Madalena que le buscase algún libro en que poder entretener los setecientos años que él pensaba estar en aquel encantamiento. El cura y el barbero aconsejaron le diera un "Flos santorum", vidas de santos, y otros libros de piedad. Así lo fizo y, olvidado de las quimeras de los caballeros andantes, fue reducido a su antiguo juicio. 

-Lo de los setecientos años debería haberles dado una pista de su verdadero estado. ¿No le parece cide Alisolán?


-Tal vez, mi señora, le ruego por Alá tenga a bien no interrumpirme, pese a su femenina condición.

-Me muerdo la lengua y le permito que prosiga.

Ya todos los vecinos del lugar pensaban que estaba sano, tanta atención ponía en la misa. Ya no le llamaban don Quijote, sino señor Martin Quijada. Aunque, en su ausencia, se regocijaban con el recuerdo de algunas de sus aventuras de la primera parte de su historia, en especial lo de liberar a los galeotes o lo de la penitencia en Sierra Morena.

Sucedió que la sobrina murió de una calentura. El hidalgo quedó solo y desconsolado, "pero el cura le dio una harto devota vieja y buena cristiana" para las labores de casa y para que diese aviso de todo lo que don Quijote hacía, por ver si volvía a sus desvanecimientos caballerescos.




No puedo más y expreso mi sorpresa. 

¿Madalena? ¡Antonia Quijana! ¿Muerta? Viva y bien viva, que acompañó a su tío en sus últimos días. 

¿Esa devota espía, vieja y buena cristiana era el ama? ¿Qué pasó con la antigua ama, la del primer capítulo, la que pasaba de los cuarenta y abrasó los libros? Pido perdón y cierro la boca, ante el gesto de desagrado del sabio cronista Alisolán que sigue escribiendo.

Sucedió que un día de mucho calor, a la hora de la siesta, recibió el señor Quijada la visita de Sancho Panza; el cual, al verlo leyendo el Flos Sanctorum, preguntó si era un libro de caballerías, como aquellas que anduvieron “tan neciamente el otro año”. El escudero no olvidaba lo del hurto de su rucio y lo del cargo prometido. Al final, no fue ni “ni rey ni roque”, un trabajo en vano.

Don Quijote le dijo que no leía libro de caballerías, puesto que no tenía ninguno. Y le mostró el “Flos sanctorum”, al que calificó como muy bueno. Preguntó Sancho si ese Flas era algún gigante de los que se tornaban molinos. Su amo le explicó que trataba de vida de santos, como San Lorenzo asado vivo, San Bartolomé desollado o Santa Catalina pasada por la rueda de las navajas. Le pidíó que se sentara, que iba a leerle la vida del santo del día, San Bernardo.

Santa Catalina de Alejandría y su rueda

Sancho no se dejaría quitar de buena gana el pellejo ni asar en parrilla y preguntó si vivo asaron a San Lorenzo y despellejaron a San Bartolomé. Como don Quijote le respondiera que así era, Sancho se dolió de los escozores y manifestó vivamente su escasa vocación de santo; aceptaría lo de rezar de rodillas y ayunar, eso sí, acompañado de tres comidas diarias.

San Lorenzo con su parrilla.

Don Quijote le dijo que los santos lo sufrían todo valerosamente para ganar el reino de los cielos. Sancho Panza recordó, en ese momento, lo sufrido “para ganar el reino micónico”. Pidió a su amo que le leyera la vida de San Bernardo, resignado a volverse santo andante. 

Al llegar aquí se me escapa: ¡Este Avellaneda era algo beaturrón! La mirada torva de Alisolán me para en seco. Sigue:

Acabando don Quijote de leerla, le pidió opinión. Contestó: “a fé…que era santo de chapa”. Le parecía muy bien que su amo imitara al santo; pero había de pedirle algo muy terrenal: que le ayudara si le viera en algún peligro, como aquella vez que lo mantearon.


Sancho Panza manteado en versión infantil y escolar

Sancho Panza no deseaba hablar más de santos y le contó lo que el hijo de un tal Pedro Alonso, les leyó de un libro “lindo a las mil maravillas”, durante dos horas:



“...un hombre armado en su caballo con una espada más ancha que esta mano, desenvainada, y da en una peña un golpe tal, que la parte por medio de un terrible porrazo, y por la cortadura sale una serpiente, y él le corta la cabeza”.


Cuadro de la quijotesca pintora Ana Queral. 

¿Cómo se llama? preguntó don Quijote. Mas no hubo que responderle, que adivinó con presteza que trataba del valerosísimo  "Don Florisbián de Candaria" y de otros no menos valientes, de sonoros nombres que el viejo hidalgo recordaba y pronunciaba con entusiasmo: Almiral, Blastrodas, Maleorte...Al parecer, el muchacho se la hurtó el año pasado, Sancho se ofreció para recuperarla, que aunque no sabía leer, se regocijaba con tamaños porrazos y cuchilladas. Se la había de traer, "que no lo sepa el cura ni otra persona".


"Fuese Sancho, y quedó el buen hidalgo levantada la mollera con el nuevo refresco que Sancho le trajo a la memoria de las desvanecidas caballerías", Cerró el libro, comenzó a pasearse por el aposento, con la mente ocupada en "terribles quimeras".



Cuadro quijotesco de la quijotesca Ana Queral.

Al llegar aquí, Alisolán se emociona y se metamorfosea en don Quijote ¿Y quién más quijotesco que Alisolán, digo...Alonso Fernández de Avellaneda? Porque este moro parece también de chapa y pintura.

Aquella tarde, después de oír las vísperas, se juntó en un corrillo de la plaza, formado por los alcaldes, el cura y la demás gente de cuenta del lugar. "En este punto vieron entrar por la calle principal en la plaza cuatro hombres principales a caballo, con sus criados y pajes, y doce lacayos que traían doce caballos de diestro ricamente enjaezados".

Las palabras del cura sometieron a don Quijote a otra vuelta de tuerca:

"... si esta gente viniera por aquí hoy hace seis meses que a vuesa merced le pareciera una de las más estrañas y peligrosas aventuras que en sus libros de caballerías había jamás oído ni visto; y que imaginara vuesa merced que estos caballeros llevarían alguna princesa de alta guisa forzada; y que aquellos que ahora se apean eran cuatro descomunales gigantes, señores del castillo de Bramiforán el encantador".



Don Quijote le aseguró que todo eso era ya agua pasada; mas debían llegarse a ellos a saber quiénes eran, que su traje mostraba ser gente principal, tal vez fueran a la Corte, a importantes negocios. 

Todos le hicieron la debida cortesía y el cura tomó la palabra para disculparse por no disponer el pueblo de mesón ni posada; aunque procurarían les diesen el mejor recado que se pudiere. El que parecía más principal agradeció la buena voluntad mostrada. Eran caballeros granadinos que iban a Zaragoza a unas justas, para alcanzar en ellas "alguna honra". Venían fatigados y pasarían la noche en el pueblo, aunque hubieran de dormir sobre los poyos de la iglesia, con licencia del señor cura.

Uno de los alcaldes, hombre rústico que no sabía de razones cortesanas, les dijo que estaban acostumbrados a dar hospedaje a soldados fanfarrones, no tan bien hablados ni tan agradecidos. Y añadió que gastaban en ello noventa maravedís cada año.

El cura no quiso que el alcalde siguiera hablando y atajó. Repartió el alojamiento entre él mismo, los dos alcaldes y don Quijote; el cual manifestó que era muy dichoso de servir en su casa al caballero adjudicado. El aludido se tenía por afortunado en recibir merced de quien tan buenas palabras gastaba, que las obras serían también buenas.

El viejo hidalgo se fue a casa con su huésped, mandó a su vieja ama que aderezase algunas aves para cenar, ya sabe voacé que no faltaban palominos en su mesa...Asimismo, hizo llamar a Sancho Panza para que ayudase y el escudero acudió de muy buen grado.

Don Quijote y el caballero esperaban la cena paseando por el patio. Le preguntó don Alonso la causa que le habían movido a venir de tantas leguas a aquellas justas y como se llamaba. A lo cual respondió el caballero que se llamaba don Álvaro Tarfe y descendía del antiguo linaje de los moros Tarfes de Granada. La causa de tan largo viaje era "el mandado de un serafín en hábito de mujer".  La reina de su voluntad le había mandado que partiese para las justas de Zaragoza y le trajese "algunas de las ricas joyas y preseas" que allí se darían en premio a los vencedores. 



Don Quijote le suplicó le diera cuenta de la dama: edad, hermosura, nombre suyo y de sus padres. Así lo hizo, salvo lo del nombre que no había de pronunciar por respeto. Dieciséis años, tan hermosa que no había en toda Andalucia criatura más bella. Blanca como el sol, mejillas de rosas, dientes de marfil, labios de coral, cuello de alabastro, manos de leche...Todas las gracias de las muy hermosas, "si bien es verdad que es algo pequeña de cuerpo".

-¡Todos los tópicos! Disculpe, sabio Alisolán. 

Don Quijote dio su parecer. Era esa una pequeña imperfección. Don Álvaro, por el contrario, hallaba la pequeñez del cuerpo "como una muy grande perfección". Porque "no hay piedra preciosa que no sea pequeña; y los ojos de nuestros cuerpos son las partes más pequeñas que hay en él, y son las más bellas y más hermosas".
¡Este hombre habla como un enamorado de libro! Concluye que su "serafín es un milagro de la naturaleza", de acuerdo con lo que dijo Cicerón, "que la hermosura es una una conveniente disposición de los miembros, que con deleite mueve los ojos de los otros a mirar aquel cuerpo".

Pareciole a don Quijote que don Álvaro había satisfecho "con muy sutiles razones" la "objección" que hizo contra la pequeñez del cuerpo de "su reina".


 Y , como la cena por ser poca estaría aparejada a la dama chica de don Álvaro, suplicó a su invitado que entrasen a cenar. 
El viejo hidalgo tenía un negocio importante para tratar "con una persona que tan bien sabe tratar en todas materias". El espíritu caballeresco se le había despertado. Volvía a sus "desvanecimientos" de caballero andante.
Así me habló el sabio Alisolán, mientras Cide Hamete permanecía en silencio forzado. ¡Los improperios que soltaría tras la pantalla! No quiero ni pensar lo que habrá salido de esa boca  cuando haya oído el nombre de Álvaro Tarfe, cuyo nombre tan bien conoce.

-Grrrrrrrrr ¡Non fuyades Álvaro Tarfe! 

Alisolán desaparece, espero que no se encuentre con Cide Hamete allá dentro.

Seguiremos, hemos de ver a dónde va este don Quijote desvanecido. Analicemos la causa del desvanecimiento. ¿Las palabras del quijotizado Sancho Panza? ¿La novela de caballerías hurtada por Pedrito? ¿O don Álvaro Tarfe el granadino con sus justas y su dama? Entre todos despertaron lo que don Quijote no había abandonado, pese al cura y al barbero.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino


Alisolán habla en azul.
Cide Hamete habla en verde.
María Ángeles habla en negro.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Cruz de prólogos por un hidalgo manchego. Y otro más que me inventé.

Quijote avellanado



Llegó septiembre, los blogs van desperezándose y en "La acequia"comenzamos una  aventura lectora muy especial.  Porque, acostumbrados a leer obras con aureola de santidad, nos disponemos  a comentar una novela largamente denostada: el Quijote apócrifo, el firmado por Alonso Fernández de Avellaneda. ¡El Avellaneda! 

El Quijote malo frente al bueno, el auténtico, el legítimo, el de Cervantes. Un copión, un usurpador, un ladrón que bebió de fuente ajena, así lo aprendimos en las aulas. 

Una imagen negativa que aún persiste y lo compruebo. Porque pregunto a una quijotesca y jubilada catedrática de Literatura. "¿Cómo? ¿Que si he leído el Quijote apócrifo? ¡No, por cierto!  Ni en la carrera, ni en la oposición, ni mucho menos en mis clases del instituto...¡El Avellaneda! ¡A quién se le ocurre! ¿En una lectura colectiva? ¿En la UBU?". ¡Tamaña traición a Cervantes! Lo último lo digo yo. 

¡Cielo santo! ¿Cómo empezamos la traición, digo la lectura? Eso no admite dudas, por el prólogo, no nos lo saltemos, como es costumbre... Y, como una buena lectura del Quijote apócrifo no puede perder de vista al cervantino, podríamos empezar echando un vistazo a los tres prólogos. 

¿Tres? ¿Dónde están los tres?  Sí. Tenemos el de la primera parte del Quijote de Cervantes, el prólogo del de Avellaneda y el de la segunda parte del cervantino. Aquí los tenéis y podéis pinchar el enlace para leerlos en su totalidad.

"Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse..."

"Como casi es comedia toda la historia de don Quijote de la Mancha, no puede ni debe ir sin prólogo; y así, sale al principio desta segunda parte de sus hazañas éste, menos cacareado y agresor de sus letores que el que a su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra, y más humilde que el que segundó en sus Novelas, más satíricas que ejemplares, si bien no poco ingeniosas..."

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote; digo de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! ...

Sin duda, los tres constituyen un duelo literario que desciende a lo personal. Una cruz de prólogos por el hidalgo manchego más universal, el que quiso ser caballero andante. Alonso Fernández de Avellaneda, aunque vete a saber cuál era su verdadero nombre o nombres, apunta y da donde más duele a don Miguel de Cervantes. 

¿Viejo? Un privilegio reservado a muy pocos en aquel tiempo. 

¿Manco? Como si hubiera sido en una pelea de taberna en lugar de servir en la mayor ocasión que vieron los siglos, Lepanto, el Turco...su momento de gloria.

Mas llamarle "agresor de sus letores"? ¿Cómo se atreve el deslenguado malandrín? Non fuyades, cobarde y vil criatura, que un solo escritor es el que os acomete.

Cervantes escribe que el lector ilustre no hallará en su prólogo "riñas y vituperios"; mas los sentimientos se abren paso y la pluma se desliza con energía sobre el papel. Ay, que el papel corre el riesgo de romperse. Y la péndola tampoco está para muchos trotes.


Y, por si fueran pocos tres, inventé otro a manera de respuesta. Fue cuando, en la lectura quijotesca de "La acequia", llegó el momento de  comentar el prólogo a la segunda parte del Quijote. Imaginé como don Miguel de Cervantes mostraría vivamente sus sentimientos ante la edición de la avellanada segunda parte del Quijote, tan ajena a su pluma. Tan barroco, tan contrarreformista, tan hiperbólico, tan escatológico, tan lopista, tan, tan...

Y  cometí la travesura de escribir lo que Alonso Fernández de Avellaneda contestaría a Cervantes, algo semejante a esto:

"¡Válame Dios con este Cervantes! Dice que en el prólogo no ha de hallar el lector vituperios. Y diciendo que no lo dice, lo cierto es que me llama “asno, mentecato y atrevido”. Si se llega a decidir a reñirme y vituperarme…

La verdad es que no pude resistir la tentación y coger la pluma. Mi amigo Lope me animó a sacar a don Quijote de su aldea, mira qué aburrido está el buen hidalgo, todo el día contemplando como trajinan el ama y a la sobrina, mientras su lanza se cubre de orín. Sácale de allí y obtendrás más fama que el viejo Cervantes. ¿No niega él mismo su autoría? ¿No dice que fue ese Cide Hamete quien escribió el Quijote desde el capítulo IX en adelante?

Dice que con mi pan me lo coma, con pan candeal y alguna tajada de corderito lechal y con frutas de sartén ¡Faltaría más!

Se me fue la mano llamándole viejo, algo que no está en nuestra mano detener. Tiene razón, los años suelen mejorar el entendimiento, siempre que no se cumplan demasiados…y ya se está acercando a los setenta. Es afortunado, un viejo soldado que no ha visto su vida segada por el morbo gálico, las cuartanas o unas calenturas pestilentes.

Y, en cuanto a lo de manco, qué orgullo el motivado por sus heridas o por su gloriosa manquedad, originada en “en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”. ¡Para lo que sirvió la batalla de Lepanto! Sólo tres años después, en 1574, Túnez y la Goleta cayeron en poder de los turcos.

Lo califiqué de envidioso y él confiesa poseer sólo envidia santa; mas seguidamente dice de cierto sacerdote, del cual no sólo admira el ingenio y las obras sino también “la ocupación continua y virtuosa”. Como todos saben que del “Fénix de los Ingenios” se trata, todos entienden la burla, que mi buen amigo Lope pecador es, y muy conocidos sus pecados, y calificarlo de virtuoso…




¿Tenía Cervantes pelusa?

Le manifesté mi opinión acerca de sus novelas, más satíricas que ejemplares, a mi juicio. Son buenas pero censuran sin servir de ejemplo…Y él, apuntándose una alabanza, volvió el sentido de la palabra “satíricas”, yendo a su significado primero de “variadas”. Y, en cuanto, a lo de ejemplares, él sabrá lo que quiso decir con ese título.

¡Y dice que se contiene!¡Y que debo tener una gran aflición pues escondo mi nombre y mi patria. Afligido no me hallo, mas tuve mis razones para mentir; ni Alonso, ni Avellaneda ni tordesillano…traidor jamás. Todos conocemos a nuestro Alonso tan seco y avellanado.

¡Tentación! La puerta se quedó abierta, el libro terminaba "con esperanza de la tercera salida de don Quijote". Cuando tuve ante mis ojos ese verso extraído del “Orlando furioso”, el que dice: "Quizá otro cantará con mejor plectro”, pensé que me señalaba a mí. ¡Fama y dinero!

¿Qué me quiere decir con los cuentecitos de perros y locos? ¿Mi labor sólo ha sido hinchar una obra ya escrita? ¿He dejado caer una losa sobre su libro? ¿Me está amenazando?

En cuanto a las ganancias, si hay para los dos, miel sobre hojuelas. Me place que el teatro y la perendenga saquen de la pobreza a Cervantes, junto con el de la triste Figura. Y los dos príncipes que, por su bondad le favorecen, el conde de Lemos y el ilustrísimo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas. ¡Sin adulación y sin aplauso! ¡Favorecido por los altos y nobles espíritus!

Veamos la dedicatoria que escribe para el de Lemos. A juzgar por sus palabras, se ha visto obligado a encaminar, a toda prisa, a su don Quijote, para aliviarse de las nauseas que mi don Quijote le ha producido. ¡A mí me causa hámago leer el cuento ése del emperador de la China! Lo confiesa, está enfermo y “muy sin dineros”; aunque el conde lo sustente y lo ampare. No lo dudo, no, amigo Cervantes, que ciertamente conoces mi nombre…

En cuatro meses tendrá lo de Persiles y Segismunda, y besa las manos, los pies , lo que haya que besar. Criado de Vuestra Excelencia, así concluyes la dedicatoria, Miguel. Dices bien…

Firmado por ése que tú conoces tan bien, amigo de ése que tanto envidias.

Tomado del blog "La arañita campeña", del día 5 de junio de 2009, de la entrada titulada "Avellaneda dijo que Cervantes tenía pelusa de Lope", entrada que a su vez es :

Comentario al prólogo y dedicatoria de la segunda parte del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada titulada "A golpes de indignación y mecenazgo (Prólogo y Dedicatoria de la Segunda parte)", correspondiente al día 4 de junio de 2009.

La semana que viene me prepararé para el camino de Zaragoza con un don Quijote y un Sancho distintos. Será en su pueblo de Argamasilla, Avellaneda sí quiso acordarse. 

Chirría un poco la lectura, cuesta...Aunque las comparaciones sean odiosas...Pedro Ojeda nos dará las claves para un largo camino. Primero hacia Zaragoza. Luego hacia la corte de Madrid, pasando por la inevitable venta de Alcalá de Henares.

Un abrazo de María Ángeles Merino Moya

Mis comentarios al Quijote de Cervantes, en orden y capítulo por capítulo, podéis encontrarlos en un blog que los está recopilando, en orden: "Leemos el Quijote". Voy por el 2.38. En breve, estarán todos, también los prólogos, por supuesto.

http://leemoselquijote.blogspot.com.es/2014/06/avellaneda-dijo-que-cervantes-tenia.html

lunes, 8 de septiembre de 2014

"El río que nos lleva": "Me dijeron que era un niño pero yo no lo vi nunca"




Viene de la entrada anterior:

Aquel día, en La Esperanza, Shannon, el irlandés, me buscaba. El pobre Royo había perdido la esperanza conmigo, otro se le había adelantao, qué buen nombre le dieron los gancheros.

Me encontró río abajo, chapoteando con los pies en el agua. Me senté en la peña, la falda negra me tapaba todo, sólo asomaban mis dedos blancos, un poco rojos por el agua tan fría. Suficiente.

Roy se quejaba de que yo le huía, que era difícil hablarme, Y lo decía triste, triste. Las mujeres solemos elegir mal, dicen que muchas veces buscamos los caminos más difíciles, caminos entre piedras.



Le digo que nos vemos tos los días, sonrío. No es eso y bien lo sé yo. Me contesta que al menos esta vez llega a tiempo. ¿Qué quiere decir?

¡Acabáramos! Me compró algo en Trillo. Habla y habla, está nervioso. No sabe si me gustarán, las gasto tanto por estas breñas. ¿De qué habla? Abro el paquete, aparecen unas alpargatas y unas medias negras de grueso algodón. Mis pobrecitas medias remendadas lucían sobre una  roca. Me hacían mucha falta pero yo que todavía se podían arreglar.

Royo corta. Parece mentira que le diga eso, a él que no pide nada. Y es verdad. En mi cara se dibuja un puchero, casi lloro. Pero enseguida río y extiendo las medias, las acaricio, como una niña. Confieso lo que me molestaban ya los remiendos, que pensé en ir sin nada, no podía, hacía frío todavía. Le miré con cariño y le agradecí el detalle, piensa en todo, en lo que no piensa ningún hombre, en que las medias se rompen. Y hay que zurcirlas, hasta que ya no caben más puntadas. Y molestan.


Sus palabras están bañadas de tristeza:
"Sí, ya lo sé. Yo soy el hombre que piensa en todo. Eso es lo malo en la vida: pensar."

¿Por qué no me las dio antes? No quería delante de los demás. Creerían. ¿Por qué habían de creer cosas malas? Royo buscaba un momento para estar conmigo, para hablar, sólo pedía unas palabras a cambio, bien poca cosa. Se hizo la ilusión, yo le diría muchas cosas, él me quitaría las penas. Pero Paula ya no era la de la ermita, la que le trajo hasta el río y la maderada. Me confesó: "yo vine por seguirte, por cuidarte, como por el destino. Estoy aquí por ti". 

No pudo seguir. Me miraba y yo...silenciosa, sumisa, cerrada como una piedra. "Y nadie se cierra así más que sobre un secreto". ¿Cuál era mi secreto? ¿Cuál era mi herida? Yo era una piedra, él pensaba y pensaba. ¿Era un tonto? No, era un hombre bueno. Se lo tenía que decir, no podía más. Si callaba, parecería un engaño. Y vería lo mala que era, y ya no me buscaría.



¿Mala Paula? Sí, mala, mala, o desgraciá. Y le conté, y se lo cuento a ustedes.

"Soy de Peñalén y bajé a servir a Cuenca". La historia de tantas. Perdí la cabeza por uno...Cuando supo que iba a tener un hijo suyo no quiso saber nada. Vi cómo era de verdad, nunca daría a un hijo un padre así, ni aunque hubiera querido volver. Viví en casa de una tía, en Cuenca, hasta que nació el niño. 

Me ahogaba al contarlo, callé. Apretaba el brazo de aquel hombre tan bueno, tan distinto al mal nacido que me dejó preñá. Por fin:

"El niño, o la niña. Me dijeron que era un niño, pero yo no lo vi nunca. Mi tía...mi tía lo mató". 

Me costaba tanto sacar fuera aquello, era un parto de palabras. Royo quería hablar, iba a consolarme, no...Seguí:

"-Sí, estoy segura...Yo, al tenerlo, medio perdí el sentido, pero su llanto me revivió. No, no fue ilusión...aún le volví a oír bien despierta, y aún otra vez más. Y ya nunca, ya nunca"

"El recién nacido". La Tour

Mi madre y mi tía entraron en mi cuarto, muy blancas, temblaban. Pedí a mi hijo y mi tía me dijo que había nacido muerto. Mi madre callaba y no me miraba. Yo sabía que era mentira. ¡Cómo lloraba el pobrecito!  Hasta que ya no pudo llorar más.

No querían que volviera al pueblo deshonrá, tenían ya uno con quien arreglarme allí. Me escapé de mi casa. Fue cosa de mi tía que en la parte de atrás de su casa criaba cerdos, Y era allí donde lloraba mi hijo. Le hubiera querido, le hubiera lavado, le hubiera vestido, como toas las madres. Como toas no, como la mía no, la mía no me defendió. "¡Cómo lloraba!". 

Silencio. Shannon, ya me salió el nombre, con cara de dolor, miraba al cielo, donde solo podía ver peñascos y nubes blancas. 


Parque Natural del alto Tajo

Acabo.  Fui a parar a la maderada. 

Un poco de aire, un poco de río, un poco de tiempo. Roy me preguntó qué iba a hacer, no hubo tiempo para responder. Como caído de un peñasco, apareció el Dámaso con su gancho.

No sé a dónde iré; pero nunca volveré a mi casa. Ahora ya saben por qué huyo y de qué huyo.  Y por qué me sentó tan mal la broma del Cacholo. 

Seguí hasta Aranjuez, allí...




Se despide:

Paula

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

Aunque "El río que nos lleva" es un libro muy denso y daría para muchas más entradas, doy por concluida la serie que he dedicado a Paula y me despido de un gran libro, de un gran escritor: José Luis Sampedro.
El río nos lleva.