Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo .
¡Hola, visitantes de este blog!
Algunos ya sabéis ´lo que me suele suceder, en estos casos. En cuanto comienzo el comentario a un capítulo del Quijote, recibo la fantasmal visita de algún quijotesco personaje secundario que, de manera misteriosa, tras viajar por los canalículos de Internet, asoma por la pantalla del ordenador. El último fue un hombre de campo, el que recoge al viejo hidalgo, tras su primera salida, sin Sancho.
Espero un poco, que alguien me visitará.
Sí, es lo de otras veces, oscila la imagen... ¡Es una jovencita! Me parece que ya sé quién es, no puede ser otra. ¡Antonia Quijana! Escuchémosla.
Le presento mis respetos, señora mía. Como vuestra merced dice, soy Antonia Quijana, la sobrina de Alonso Quijano, tal vez lo conozca con ese disparatado nombre de don Quijote de la Mancha. El libro impreso por Juan de la Cuesta no da muchas pistas acerca de mi persona, a pesar de ser el único familiar de mi querido tío, hermano de mi difunta madre.
Ya sabe voacé: vivo en su casa, en una innominada aldea manchega y no llego a los veinte años. Siempre aparezco con mi querida ama, a la que me siento muy unida pues, aunque ese grueso volumen no lo diga, fue mi nodriza.
Pronto su merced sabrá de las aventuras o desventuras de mi señor tío, mas ahora he de darle a conocer como mi querida ama emuló al Santo Oficio, quemando aquellos malditos libros suyos, los de caballerías. Yo no se lo reprocho.
De haberlos achicharrado antes, no se hubiera achicado mi patrimonio. ¡Ay, aquellas hanegas de sembradura!
En esta ocasión, he de relatarle el "donoso y grande escrutinio" que tuvo lugar , en mi casa, aquel día.
Mi tío llega a casa molido como una alheña, lo había recogido un caritativo vecino. En casa, tenemos la visita del señor cura y de Maese Nicolás, el barbero más lector de la Mancha. Les acabo de contar el mal de mi tío, el cual da en leer día y noche , sin descanso. Y en querer atravesar paredes con la espada...Menos mal, que el agua fría le deja sosegado.
Tras el recibimiento, le conducimos al lecho, le damos de comer y le dejamos dormir.
El cura me pide las llaves del aposento de "los libros autores del daño". Entramos y hallamos más de cien libros grandes y otros pequeños, una importante y costosa colección. ¡Ay, las hanegas de mi corazón!
Mi ama los ve, sale muy apriesa y torna con una escudilla y un hisopo. Y pide a don Pedro que rocíe el aposento, no vaya a andar algún encantador por allí, que en esos libros hay muchos. El licenciado se ríe de la simplicidad del ama, no entiendo por qué lo hace. ¿Y el diablo ese con que nos amedranta en el púlpito? Diablo o encantador ¿qué más da?
Don Pedro pide al barbero que le vaya entregando los libros uno a uno, pues considera que no todos merecen el castigo del fuego. Yo no estoy de acuerdo, el ama tampoco. Todos son dañadores, han de ir a la hoguera sin contemplaciones.
El cura ha de leer los títulos. El primero que le entregan es el de "Los cuatro de Amadís de Gaula ". Es el primero de caballerías impreso en España y los demás han tomado principio de él, por ello considera el licenciado que ha de arder. Mas el barbero lo defiende , es el mejor de todos y se le debe perdonar, "como a único en su arte".
Ya nadie recuerda que mi tío me enseñó a leer con él, a manera de Catón. Más tarde disfruté yo también, con el gran Amadís, fruto de los amores furtivos del rey Perión con la princesa Elisena y ... nada más , que de eso nada ha de saber una doncella.
Siguen con el donoso escrutinio, ahora toman "Las sergas de Esplandián", hijo de Amadís. Mas no le vale al hijo la bondad del padre, es el primero que va de la ventana al corral, listo para la hoguera. Aquella embarcación volante, cuando Esplandián mata a tres gigantes, la península de California...sí también le eché una ojeada, muy por encima...
Amadís de Grecia, Don Olivante de Laura, Florismarte de Hircania , El caballero Platir y El caballero de la Cruz, todos condenados al fuego, tras darnos pelos y señales de su contenido.
¡Este cura se lo sabe de pe a pa! Que si Pintiquiniestra, que si Darinel, que si " las endiabladas y revueltas razones de su autor". Ay, don Pedro, mucho predica voacé.
Cuando mi tío terminaba un volumen y lo arrojaba al suelo, ahí estaba yo, harta de menear bolillos. ¡Los cogía al vuelo! Mientras el ama trajinaba en el corral o en el huerto, me entretenía un poquillo, sin perder de vista la olla de algo más vaca que carnero o la del salpicón. ¡Son tan escasas las distracciones lícitas en la vida de una joven hidalga!
Van arrojando más libros; mas los de Carolo de la Francia van a un pozo seco, hasta que se decida qué hacer con ellos. Reinaldos, los Doce Pares, Turpín...no estaban nada mal. ¿Qué dice voacé? ¿Que si los leí todos? Todos, todos, no.
A continuación, la emprenden con los Palmerines, el de Oliva y el de Inglaterra. La oliva va al corral y la de Inglaterra han de guardarla como un tesoro. El cura dice que sólo la palma inglesa y el Amadís han de salvarse. Todo lo demás al fuego.
Maese Nicolás quiere salvar al Belianís de Grecia, que aparece en ese momento. Don Pedro dictamina que necesita "purgarse", que se lo lleve a casa el barbero y no se lo deje a nadie. A nuestro rapabarbas le place, cómo a mí me plació lo de Florisbella. Uy, se me escapó.
Y sin cansarse más, manda al ama que tome los grandes y dé con ellos en el corral. La buena mujer toma ocho de una vez y se le cae uno al pie del barbero. Es la Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. El cura dice haber hallado "un tesoro de contento y una mina de pasatiempos", que "aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte", algo que los otros libros no contemplan. ¡Se salva, válame Dios! ¡Se salva el más aburrido!
Ya no quedan sino los libros pequeños, los de poesía. Don Pedro piensa que estos no harán daño y yo protesto. No quisiera que mi tío abandone sus intenciones de ser caballero andante para hacerse pastor y andar cantando por los bosques. O poeta, que ese mal no se cura nunca, según he oído decir.
Me hacen caso y comienza el escrutinio de las tres "Dianas": la de Montemayor, la llamada del Salmantino y la de Gil Polo. Todos son alabanzas para la primera y la tercera. La segunda va al fuego. No veo yo con tan malos ojos a esa Dianilla salmantina , casi tan buena como las otras dos.
Siguen con otros que no tuve tiempo de leer. Una de ellas, Los diez libros de Fortuna de amor, la aprecia el cura más que a una sotana de lana florentina . Parece agradar al reverendo, aunque si la considera "disparatada"...Si al reverendo le place, a mí...
Ahora están con la Galatea de Cervantes. No la queman, la tendrá reclusa el barbero, a la espera de la segunda parte, a ver si concluye algo. Disfruté con los desdenes de esa bella pastora que no quiere someterse al yugo amoroso, qué valiente mujer.
El barbero muestra juntas tres obras de verso heroico : La Araucana , La Austríada y El Monserrato. No me interesaron cuando se los vi leer a mi señor tío. Me placen más los enamorados que los héroes. El cura dice que son de lo mejor, dando un disgusto a mi buena ama.
Ya sólo quedan "Las lágrimas de Angélica", una historia que yo leí como si fuera una continuación del "Orlando furioso". Lágrimas derramaría el cura si tal libro fuera para a la hoguera.
Perdóneme señora mía, pues leo en sus miradas lo que quiere decirme. ¿Por qué quiero que se quemen esos libros si yo los he leído y con agrado?
¿Hipócrita me llama? No, vuestra merced ha de comprenderme, es por la salud de mi querido tío y ...es que no quiero que se vaya por ahí de caballero andante. Sola en este caserón, oyendo los aullidos del galgo, hilando, bordando, meneando los bolillos, ayudando al ama, así día tras día.
Confío en que algún libro quede levemente chamuscado y pueda yo guardarlo para esos largos días que me esperan. ¿Analfabeta dice vuestra merced? ¿Dónde está escrito eso?
Quede con Dios vuestra merced, volveré a visitarla en otro capítulo . Ya sabe, el 6, 2 del Quijote.
Un abrazo para todos los que me visitáis de:
María Ángeles Merino
Pedro Ojeda dice en "La acequia":
"Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, vuelve al Quijote, que no lo tiene olvidado, y comenta el capítulo 6 de la primera parte, con el escrutinio de la biblioteca del hidalgo. No os perdáis esta entrada, que sale hasta la olla podrida."