Río Duero, a la altura de San Saturio. |
Nuestra compañera ha tenido el acierto de incluirla en unos folios que nos anticipan nuestra aventura soriana. Vamos allá, que " Bécquer no era idiota ni Machado un ganapán". Sus razones tendrían para elegir Soria estos dos poetas que nos enseñaron "que el olvido del amor se cura en soledad".
Después, abro al azar mi "Campos de Castilla". Leo:
"¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río..."
Tras un café en el desangelado Parador Nacional, contemplamos desde el Cerro del Castillo el "verde sueño del suelo gris y de la parda tierra". Descubrimos el río Duero y la conocida silueta de San Saturio. ¿Y la ciudad? "Indiferente o cobarde, la ciudad vuelve la espalda..." Un tercer poeta, Gerardo Diego, sale a nuestro encuentro, alguien nos recita algunos versos de su "Romance del Duero".
El autobús nos lleva a la ciudad. Comenzamos nuestro recorrido junto al "olmo seco", muy cerca del cementerio del Espino, donde reposan los restos de Leonor. Leemos el poema "A un olmo seco". Palabras de leve esperanza.
"Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido..."
Seguimos las explicaciones de nuestra excepcional guía mientras recorremos la Plaza Mayor, el Collado y la calle Aduana Vieja con sus señoriales palacios renacentistas.
En la Plaza Mayor, me llevo una sorpresa. ¡Una irreconocible Leonor convertida en "pongo" callejero!
En fin, dejamos los comentarios negativos para otro momento y usamos la silla para hacernos fotos. Recordamos que Leonor Izquierdo es una niña de quince años cuando se casa con el poeta y que muere tres años después:
Los palacios renacentistas me traen a la memoria otros versos:
Palacio de los Ríos y Salcedo. |
Palacio de los San Clemente (Marichalar) |
Entramos en el aula Machado. La mesa del profesor con un libro que recoge las firmas de los visitantes, los añosos pupitres de madera con agujero para la tinta, fotografías y documentos administrativos.
Entre estos últimos, se guarda un acta de lo que hoy llamaríamos evaluación, las notas de los alumnos con la firma del profesor.
Siete alumnos de primer curso, Lengua Francesa. |
Con la firma del profesor: Antonio Machado. |
Siete alumnos de primer curso, la asignatura es Lengua Francesa. Llama la atención el escaso número de alumnos y que todos hayan obtenido la calificación de Aprobado, ni más ni menos. ¿Aprobado general? No pudieron imaginar esos muchachos sorianos su condición de privilegiados discípulos. ¿Aprendieron la lengua de Moliére? ¿Aprendieron a pensar? ¿Conocieron alguno de los poemas de este poco convencional profesor? No nos podemos imaginar el contenido de aquellas clases impartidas en esta aula tan pequeñita. Tal vez se parecía al ficticio Juan de Mairena:
- ¿Sabe usted algo de los griegos?
- Los griegos... los griegos eran unos bárbaros...
- Vaya usted, bendito de Dios.
- ¿...?
- Que puede retirarse. "
En la próxima entrada, seguiré con mi visita a Soria y con Machado. Y también con Bécquer.
Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino