Podéis localizar Stettin en un mapa de 1934.
Y en este mapa étnico nazi de 1937, tomado de una enciclopedia.
Mapas enviados por nuestro amigo Miguel Ángel Vivanco.
Mapas enviados por nuestro amigo Miguel Ángel Vivanco.
El poeta español y la muchacha alemana viven para siempre dentro de un hermoso sueño de amor. La amistad, la lectura y las conversaciones van a atrapar también al novelista José Antonio Abella en la luz que emana de las cartas de Edelgard.
A pesar de haberlas
publicado en “Edelgard, diario de un sueño”, José Fernández Arroyo siempre
creyó que “se debería escribir una novela con esta historia”. Confió durante años en
poderlo hacer algún día pero, a los setenta y ocho años, ya no se sentía con
fuerzas. Un día le dijo a su amigo
Abella: “esa novela debería escribirla alguien más joven, acaso tú”.
Al escritor más joven le gustaría y confesó que alguna vez
lo había pensado. Pero era tan compleja la historia, “no sabría ni por dónde comenzar”.
¿Por dónde? Quien tan bien conocía la
historia le contestó: “por el principio…o por el final. Eso no importa. Lo
importante es comenzar…y trabajar cada página como se esculpe una estatua”.
Buen consejo para un escritor escultor.
Aquel día habían hablado de aquella carta que decía: “¡Tú
sabes , José, que hay muchos amores que nunca se cumplen, pese a que, muy a
menudo, sean estos amores los más grandes, los más hermosos!”
Hablaron de esa carta, y de otras, bajo las estrellas, en la
alameda de la Fuencisla, “bajo la luz amarilla de las farolas, enjambrada de
polillas”.
A José le parecía ella más inteligente que él porque “veía más allá de lo que todos vemos…Quizás
el sufrimiento abrió sus ojos”. En realidad, sabía muy pocas cosas de Edelgard, le bastaba con
amarla. A J. A. Abella le habían llamado poderosamente la atención “su
clarividencia, su sensibilidad, y la capacidad para sobreponerse al
sufrimiento…Los sucesos de Sttetin debieron de ser terribles”.
En realidad, José sabía muy poco de esos sucesos, ya que Edelgard
los narraba muy someramente:
“…ya sabes que Stettin es mi ciudad natal. Allí lo perdí
todo a causa de la guerra: mi joven y encantadora madre, mis dos queridos
hermanos, mi patria. Mi madre, mis hermanos y otros parientes próximos murieron
de tifus, de hambre y de dolor, en marzo de 1946, en Stettin. Fue un gran
milagro que mi hermana y yo (también nosotras padecimos un grave tifus)
escapáramos de aquel terror, pero nuestra salud ha sufrido mucho, nuestros
músculos están muy debilitados. (Dios mío, a menudo me encuentro tan
desesperada, que desearía estar con mi madre y mis hermanos. Ah, la vida es tan
despiadadamente dura…). En abril de 1946 los rusos y los polacos nos expulsaron
a mi hermana y a mí de Stettin…”
Flensburg y Stettin en la Alemania dividida, cincuenta años después.
Mapa enviado por nuestro amigo Miguel Ángel Vivanco.
José , al principio, no quería saber más cosas, le bastaba
con amarla. “Sólo más adelante, cuando el amor le hacía tanto daño como las
dudas, cuando algún silencio de Edelgard sembraba de amargura su corazón, trató
de hacer alguna indagación”. Escribió en secreto a un joven francés, Claude Mathière, que
había viajado a Flensburg y visitado a la familia Lambrecht. Era amigo de Jean, otro joven de la misma nacionalidad que
intercambiaba correspondencia con José y con Sigrid, la hermana de Edelgard. José
nunca olvidará la desazón causada por la carta respuesta de Jean.
“Durante la guerra…fueron martirizadas por rusos y polacos
durante su avance en Alemania…tardaron mucho tiempo en recuperarse de sus
heridas…han debido de sufrir mucho y presenciar cosas espantosas. Es por esto
que tienen un aspecto un poco extraño…Las dos emiten el ruido de la risa sin
que los rasgos de su rostro cambien la expresión; su actitud es siempre rígida,
como en sus fotos, y parecen afectadas por una enfermedad que no he podido
adivinar…”
José quedó impresionado con la descripción de Jean, se
preguntaba cómo era posible que
alguien tan sensible no pudiera sonreír. ¿Quién le robó la sonrisa? ¿Qué pasó?
El escritor ha de pasar de la red al vacío, ahora ya no hay
cartas, se impone el salto a la ficción. Edelgard no dio detalles de sus
sufrimientos a manos de rusos y polacos; pero muchas mujeres alemanas sí dejaron un estremecedor testimonio. Abella supera la prueba con maestría. Acude a las fuentes históricas y esculpe su novela, ofreciéndonos un buena combinación de ficción y realidad documentada. "Entreverar de forma sabia", como escribe Pedro Ojeda en "La acequia".
José Antonio Abella y "La sonrisa robada".
Aquella mañana del 27 de abril de 1945, cinco soldados
victoriosos abandonaron a Edelgard y Sigrid Lambrecht como dos muñecas rotas sobre los colchones de
su dormitorio, impregnados de un fuerte olor a vómitos y esperma. Durante la noche,
habían creído, y deseado, que las violaciones acabarían con un tiro en la nuca.
Seguían vivas, lo confirmaban el dolor y la vergüenza. Bajarían al sótano donde su
madre y su abuela , heridas o muertas, permanecían desde la tarde anterior.
Porque la tarde anterior siguió a la mañana en que las tropas rusas del general Zhúkov entraron en Stettin. Era el 26 de abril de 1945. Edelgard tenía diecinueve años y Sigrid dieciséis.
Dos muchachas felices que leían novelas y poemas de amor, al calor de la chimenea.
Entre los poetas, Goethe era el preferido.
Edelgard aprendió de memoria su poema “Heidenröslein-Rosa en el brezo" que, a veces, interpretaba, con música de Schubert. Y lo traducirá para su
amigo José, en la carta del 6 de abril de 1949, también en abril:
Porque la tarde anterior siguió a la mañana en que las tropas rusas del general Zhúkov entraron en Stettin. Era el 26 de abril de 1945. Edelgard tenía diecinueve años y Sigrid dieciséis.
Dos muchachas felices que leían novelas y poemas de amor, al calor de la chimenea.
Entre los poetas, Goethe era el preferido.
Leyendo el Werther, de Wilhelm Amberg, 1870. Wikipedia.
“La rosa se defendió y le pinchó/de nada le sirvieron su
dolor y gemidos,/no tuvo más remedio que sufrirlo".
Tal vez se preguntaba si su lejano amigo comprendería el
significado oculto de tales versos. ¿Acaso ella los comprendía cuando Sigrid
los cantaba en el Lied de Schubert?
Probablemente “ni ella ni él alcanzaran a entender la carga de angustia
y desesperación contenida en esos inocentes versos”. Ella, con catorce años, recién iniciada la
guerra, estaba ajena a la sangre y ruina que se extendía por Europa. Lo que les habían enseñado era que...
“La guerra constituía… un precio inevitable para hacer del mundo un lugar feliz. El imperio de los próximos mil años siempre estaría en deuda con aquellos jóvenes capaces de dar su vida para instaurar un orden nuevo en ese mundo caótico de sangres mezcladas e ideas sin ideales…salvando a Alemania, salvaba al mundo entero…Todo llamaba al optimismo. Las canciones, los poemas recitados en las escuelas, todo era brillante como el sol de agosto."
“La guerra constituía… un precio inevitable para hacer del mundo un lugar feliz. El imperio de los próximos mil años siempre estaría en deuda con aquellos jóvenes capaces de dar su vida para instaurar un orden nuevo en ese mundo caótico de sangres mezcladas e ideas sin ideales…salvando a Alemania, salvaba al mundo entero…Todo llamaba al optimismo. Las canciones, los poemas recitados en las escuelas, todo era brillante como el sol de agosto."
Imagen de parte de la portada de "La sonrisa robada"
Sigrid y Edelgard reían, cantaban, enlazaban sus manos para
formar grandes corros con sus compañeras de la “Bund Deutscher Madël”.
Eran las chicas más felices del
universo…aunque educadas en una odiosa ideología, totalitaria, criminal y racista, la que prometía
un perfecto mundo nuevo para los
próximos mil años. El novelista ha de
andar con pies de plomo al llegar a este punto. ¿Nazi? Una chica tan amorosa, sensible y
culta , ¿nazi? Y su padre…¿un criminal de guerra?
Acompañaremos a José Antonio Abella en su viaje, tras el rastro de Edelgard. ¿Chocaremos con el cristal como las polillas de la Fuencisla? A estas alturas de la lectura ya estamos girando en torno a su luz.
Un abrazo de María Ángeles Merino que os desea ¡Feliz Año
2015!