martes, 31 de diciembre de 2019

Crónica de la primera reunión del curso 2019-2020 en el club de lectura de La Acequia y Alumni UBU. Sidi de A. Pérez Reverte.


Crónica de la primera reunión del curso 2019-2020, en el Club de Lectura de La Acequia y Alumni UBU, dirigido por el profesor Pedro Ojeda Escudero. Tuvo lugar el día 17 de Diciembre, de 16:30 a 18:00 horas en el seminario 1046 de la Facultad de Humanidades (primer pabellón a la izquierda del antiguo Hospital Militar). El libro comentado fue la novela Sidi. Un relato de frontera de Arturo Pérez Reverte. 


Después de dar la bienvenida a los "nuevos", Pedro Ojeda nos recuerda el funcionamiento del club de lectura y un poco de su historia. A continuación, comentamos Sidi , la novela que hemos leído este mes. 

-Pedro Ojeda: Comenzamos con una obra de éxito, un best seller. ¿Cuál es vuestra opinión?

-Me está encantando.

-Una novelita.

-Flojita.

-Yo soy muy de Pérez Reverte.

-Me ha gustado, me encanta Pérez Reverte.

-¿En dos tardes decías? Soy muy límite.

-Todavía no me ha enganchado.

-Como articulista me gusta, como novelista no he podido con sus novelas.

-Estoy muy guerrera, me gustaba la novela antes de verlo en el MEH y después también.

-Sidi contiene trazas de historia, de leyenda, de literatura, incluso de "western". Cada lector tiene su propio Cid y si no tiene ninguno, lo cual sería raro en Burgos, lo lee como simple novela de aventuras y tan contento. Lo tiene fácil: comienza como una película de indios, un jinete que otea el horizonte y una humareda a lo lejos, seguimos el rastro, los moros han atacado a unos colonos que se habían instalado peligrosamente en una tierrecita de la frontera...del Duero. 

-Estoy encantada de cogerlo, para leerlo.

-Muchas palabras para buscar en el diccionario.

-Me he divertido un montón con el héroe, he ido con ellos a la guerra.

-No entré en la estructura, como novela hay muchas cosas que decir.

-Entretenimiento.


Entretenida

-Sencilla, floja. Se anuncia como una novela de fronteras, con un personaje de fronteras, y yo esperaba algo nuevo. No veo una explicación de qué pasaba en las fronteras, no me queda clara la situación de los distintos reinos. Respecto a Cataluña, se ensaña un poco con el conde Berenguer. El Cid tenía que volver a Castilla donde quedaban su mujer y sus hijos, se veía obligado a rendir pleitesía a Alfonso VI, aunque se fuera con el moro. 



-Hace poco acompañé a unos alumnos de un instituto de Alicante a una excursión aquí y les pregunté qué sabían del Cid. Algunos contestaron que era un mercenario y se preguntaban qué hacía en la Catedral. Para estos chicos,  Sidi sería genial: se pega un paseíto suave por tres sitios y casi baja a Valencia.



-Un Cid mercenario y hombre de frontera no exitoso, no es un héroe.

-Se centra en los condados francos, huele a trilogía.

-Pedro Ojeda: Él no lo ha negado.

-No ahonda en la historia del Cid, no es su objetivo.

-Sin ser una novela histórica se aprenden cosas de historia. Soy quinto de Arturo Pérez Reverte, he aprendido mucho de él y de Santiago Posteguillo, aunque soy de ciencias.

-Me parece bien, es una novela y no se  plantea una biografía del Cid. Me gustan los caballos.

-Es un best seller con mucha publicidad y marketing.


Escaparate de la librería "Luz y Vida" de Burgos.

-Como guía de turismo, he podido comprobar que los extranjeros conocen al Cid, especialmente los franceses con Corneille, preguntan y buscan la tumba. Los alumnos españoles de fuera de Burgos ni idea. El marketing que ha tenido Sidi lo va a dar a conocer, incluso a esos profesores que decían que el Cid no había existido. Ha existido históricamente y la gente se va a acercar gracias a Sidi, didáctico y sencillo para gente que no sabe nada de él.




-Pero algunas palabras: cordobán, velmez, algara, ruana...

-Me encanta, me da igual si existió o no existió. No me planteo si es histórica, a mí qué me importa. Es una obra que me está gustando y me entretiene. Acababa de terminar una agradable novela de aventuras El diamante de Moonfleet, ahora otra, qué bien. 

-En resumen, hay que separar lo histórico de la novela.

- Pedro Ojeda: La jura de Santa Gadea no la ha quitado, si la quita la novela pierde enganche para vender.



-Me gusta buscar palabras, me obliga a perseguir su significado.

-La novela es novela, la historia es historia.

-Dijo que había escrito una novela.

- Pedro Ojeda: Paco Cuesta tiene un blog El Alfoz y os aconsejo que leáis sus dos últimas entradas. María Ángeles Merino también tiene un blog La arañita campeña.

-En él publicaré la crónica de esta reunión y también otra entrada que estoy preparando, basándome en lo que pude oír en la larga cola que esperaba escuchar a Pérez Reverte el día 2 de octubre en el MEH. Hay muchas lecturas de Sidi. Es una entrada un poco cotilla.

-Me he leído la de Corral, me estoy empapando de Cid y yo no soy de empapar.




-Están reinventando el mito del Cid.

-Una novela de entretenimiento con un Cid reconocible.

-Azorín escribió en su libro La cabeza de Castilla: "en el Cid la leyenda contrabalancea la Historia; al estar en Burgos, nos sentimos zarandeados entre lo ficticio y lo real, llevados y traídos de la leyenda a la Historia". Imposible escapar: yo tenía dos abuelas de muy distinta procedencia: para la de Córdoba el Cid no había existido, para la de Riocerezo era de la familia puesto que nos apellidamos Rodrigo. Aquí, el Cid es un vecino más que no solo está en las estatuas o en los cofrecitos que compran los turistas sino que acompaña al  burgalés en su vida cotidiana; así si se ve obligado a ganarse el pan fuera se siente "desterrado" o si no se lleva bien con su jefe dice "ser buen vasallo si hubiera buen señor". 


El Cid pasó por esta librería

-Pérez Reverte dice de su Cid "es tan real y tan falso como todos. Porque en el Cid hay un 25 por ciento de historia probada y el resto es leyenda, suposición, reconstrucción...".


-Van a rodar una serie sobre el Cid.

-Me estoy sintiendo inculta, el Cid me la trae al pairo.

-Pedro Ojeda: En enero, voy a hacer una ruta cidiana por la ciudad, con un grupo de estudiantes de la universidad de Michigan. Empezarán con la construcción del mito del Cid y pasaremos a la deconstrucción (jura de Santa Gadea, espada Tizona, etc). Podéis venir con nosotros.

-Fuera del mundo virtual, la primera vez que vi en persona a Pedro Ojeda fue precisamente con el Cid, creo que estaba "deconstruyendo" la jura de Santa Gadea delante de la iglesia de Santa Águeda, con un grupo de estudiantes jovencillos.


-Si queremos saber del Cid de Sidi podemos encontrarlo en el libro El Cid Campeador. Historia, leyenda y mito de Francisco Javier Peña. 



-Había que sacar a una mujer e inventa a la hermana del rey moro de Zaragoza, el Cid se resiste pero , al final, cae.

El Cid y doña Jimena en el óleo "Figuras de romance" de Marceliano Santamaría (Sala de Poridad, Arco de Santa María)

-Hay demasiadas referencias repetidas a los olores: cuero, sudor, hierro...

-En las descripciones también hay repeticiones.

-Los moros admiran al Cid y se muestran aduladores.

-Pedro Ojeda: La mayoría de los musulmanes eran de origen hispanorromano, del norte de África eran muy pocos y no hubo Reconquista. La realidad de la ocupación musulmana fue una guerra civil entre visigodos, los partidarios de Witiza que eran arrianos y los de Rodrigo que eran cristianos. Los arrianos negaban la condición de Dios a Cristo, a un paso del Islam. 

-Me llama la atención el recuerdo a los versos de Manuel Machado o la niña de Covarrubias.

-El final es de trilogía, parece decir "continuará".

-El final es bastante tonto, relacionado con la espada Tizona que el Cid real nunca tuvo.


Estatua del Cid en Burgos. La espada en alto.

-Pedro Ojeda: Relativo a la religión, depende de lo que te toque. Si tu reino era cristiano eras cristiano, si era musulmán eras musulmán. La entrada de árabes fue mínima, el componente mayoritario era hispanorromano, no hubo Reconquista.

 -Los de África eran los malos, los andalusíes eran los buenos y Ruy Díaz les perdona la vida.

-En la historia, todo puede ser verdad y no haber ocurrido. Como el rey Arturo en Inglaterra que posiblemente no existió.

-Pedro Ojeda: Hay una construcción de mitos pero los pueblos no construyen ni héroes ni mitos. Se construyen después, como a Suárez en la transición: se le ha mitificado pero la verdad es que a Suárez no lo veía nadie...¿Habéis visto la película El Cid con Charlon Heston y Sofía Loren


El Cid en la pantalla del televisor.


-¿El Cid tenía su "señor natural"?

-Pedro OjedaSegún las normas feudales, tiene "un señor natural". Era una especie de mafia, el que es más fuerte que tú.

-Lo deja bien claro, nunca irá contra el rey Alfonso, a pesar de todo. Es su "señor natural".



-(Pedro Ojeda) Hay gente que antes de leer la novela de Arturo Pérez Reverte sabe que le va a gustar o sabe que no le va a gustar. Sus artículos de prensa y el Twitter han construido un personaje. Cuando tuvo malas ventas, empezó a preocuparse, había bajado mucho el nivel, bajó mucho el nivel, su Trafalgar es infumable. Ahora me he reconciliado con la literatura de A.P.R. Ha recuperado su tono narrativo en las últimas novelas, ha encontrado el tono en la novela de entretenimiento, había perdido al público que busca entretenerse.

Se enfrenta con el Cid, después de escribir Una historia de España. Una de sus obsesiones es la construcción histórica de España, no la del franquismo. Piensa que  todos los gobernantes han sido una porquería y el proyecto de España se debe a los españoles. Es lógico que se encontrase con el Cid porque el Cid está en el inicio del concepto de España. Todo el Cantar de Mio Cid se justifica en los últimos versos:

"Veed qual ondra creçe  al que en buen ora naçió,
quando señoras son sues fijas  de Navarra e de Aragón.
Oy los reyes dEspaña  sos parientes son,
 a todos alcança ondra  por el que en buena naçió."



La honra de los reyes de España viene porque son descendientes de las hijas del Cid. Los reyes descienden del Cid, es un proyecto de unificación de España que ya existía a finales del XII cuando no había España. Fernando III el Santo aspira a ser elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y uno de los documentos que presenta es el Cantar de Mío Cid, alegando que somos descendientes de los godos, una mentira pero que está dentro de esa construcción. El Cantar es importantísimo como construcción legendaria de España: un manuscrito del XIV que copia un texto del XIII, existente en el XII y que será cuestionado en el XIX . Cataluña y el País Vasco  se sienten excluidos de ese proyecto y odian al Cid.


A Pérez Reverte le viene muy bien el Cid, un personaje muy novelesco, más que el de Corral, más fiel a la historia. No ha renunciado a la jura de Santa Gadea ni al engaño a los judíos. Parte de lo legendario: la idea del hombre duro, líder de su gente que duda y su gente le empuja. Al final esa promesa de que va a ir hacia Valencia y empieza a ser consciente de que es leyenda.

He disfrutado, es una novela de aventuras entretenida y muy eficaz, como las que leía a los dieciséis años. La idea del honor y del compañerismo. Compañerismo hasta en la traición, fidelidad a los suyos, a las grandes ideas, asesinos hijos de puta con principios, peligrosos los que no tienen principios...



-Hay mucho de su experiencia en la guerra de Bosnia. Este es un mundo en el que se mueve como pez en el agua.

-Pedro Ojeda: En cuanto a las palabras que os han sorprendido es típico de las novelas históricas de antes, utilizan palabras de la época que dan el tono.

-Al final, el Cid cae con la hermana del rey moro. En la leyenda no está pero le da ese toque humano.

-Un libro decisivo en su vida fue La leyenda del Cid de José  Zorrilla. Lo leyó cuando era niño, en la biblioteca de  su abuela. Es una visión romántica que fue el inicio de su aventura con el Cid. 

-¿De derechas o de izquierdas?

-Pedro Ojeda: Los medios de comunicación juegan a encasillar. Así, todos tenéis la idea de que Juan Manuel de Prada es muy de derechas y no es así. Umbral que era de izquierdas se fue a la buena sociedad de Madrid. A Pérez Reverte se le nota, se relame con lo de Cataluña.

En enero, leeremos La España invertebrada de José Ortega y Gasset. Un liberal conservador que realiza un análisis del problema de España. Frase por frase es lo que vivimos hoy.



Un abrazo para todos los que pasáis por aquí y feliz año 2020 os desea:

María Ángeles Merino

Mi crónica está redactada, como otras veces, siguiendo mis rápidos apuntes tomados en la reunión, con la voluntad de acertar con su espíritu, ya que con la letra, toda la letra, es humanamente imposible. 

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Las confesiones de una cernedora de recuerdos (3). "Las cosas tienen vida propia...".


La cernedora de recuerdos (3)
"Las cosas tienen vida propia".

El pasado domingo, 10 de noviembre de 2019, es bien conocido que se celebraron elecciones generales y, cómo no, cumplí con el deber ciudadano que, por circunstancias que no vienen a cuento, lleva camino de convertirse en rutina. Acudí al colegio electoral que me corresponde, el CEIP Río Arlanzón, el antes llamado Generalísimo Franco, mi viejo cole de la infancia, casualidad que me permite votar y recordar. Y, aunque lo haya visitado muchas veces después de mi último curso allí, no dejo de sentir extrañeza: qué pequeñito es todo, qué grande me parecía de niña.



Ya lo sabéis: me declaro “cernedora de recuerdos” y me gusta tamizar pequeñas porciones de vida, luces en la niebla de la memoria que aprisiono en el papel para que no se pierdan; porque vivo esa edad en que los flashes del pasado me sorprenden. Y, además, acabo de leer y releer Las confesiones de un pequeño filósofo, donde Azorín rememora y nos abre el apetito de rememorar.



El escritor no pudo resistir el deseo de visitar el colegio de su niñez, aunque una voz interior se lo desaconsejase:

«No entres en esos claustros…vas a destruirte una ilusión consoladora. Los sitios en que se deslizaron nuestros primeros años no se deben volver a ver; así conservamos engrandecidos los recuerdos de cosas que en la realidad son insignificantes».

Pero no atendió “esta instigación interna” e “insensiblemente” se encontró en la puerta del colegio y subió “lentamente las viejas escaleras”. Todo estaba en silencio, se oía “el coro monótono, plañidero, de la escuela de los niños”. Después oyó una campana, vio cruzar “una larga fila de colegiales” y se estremeció porque tuvo un instante la percepción de que “todo es uno y lo mismo” y era él “en persona que tornaba a vivir en estos claustros”.

No, el domingo entré en el mi antiguo colegio, ya sin riesgo de destruir ilusiones ni de empequeñecer recuerdos porque, aunque salí de allí a los once años, hube de volver a los diecinueve, en 1976, cuando todavía era Generalísimo, para realizar mis prácticas de los estudios de Magisterio. Recuerdo mi sorpresa ante el amplio vestíbulo, encogido como por arte de magia, y ante un espejismo similar al del “pequeño filósofo”: que era yo que volvía a la fila de colegialas de bata blanca.



Una vez dentro, lo de siempre: coger la papeleta blanca y la de color salmón, los sobres correspondientes, el DNI y a la mesa. En el vestíbulo montaban guardia los interventores con sus tarjetones, ya iba a ponerme a la cola cuando oí mi nombre.

-¡María Ángeles Merino!

-¿Quién eres?

-¿No te acuerdas de mí? Soy Mari Carmen P…, de tu clase, aquí en el Grupo.

-¡Sí! ¡Cuánto tiempo! Desde cuando estábamos con la señorita Felicidad.

-¿Qué te parece si subimos por la escalera y fisgamos un poco? ¿No te hace ilusión?

-Pero, Mari Carmen, nos van a echar el alto.

-Venga, no seas miedica, el de seguridad no mira ahora.



Dicho y hecho, me vi de la mano de Mari Carmen en un aula del primer piso. Nada que ver con la clase de la señorita Felicidad: colores vivos, personajes de dibujos animados, palabras en inglés, pupitres movibles, pizarra electrónica, estanterías y botes desbordados, ordenadores “zapaterines”, lo normal en una clase de ahora. De pronto, Mari Carmen descubrió algo que le llamó la atención, era una puerta gris con un calendario de 1967. Muy decidida, me empuja y exclama:

-¡El túnel del tiempo!  ¡Mira, esta sí es una clase de las nuestras!



La clase comenzaba siempre con rezos, el crucifijo en medio y los retratos de Franco y de José Antonio a los lados, como si de santos se tratara. Y la mesa de la maestra encima de la tarima, el puesto de vigía. Los pupitres dobles e inamovibles, mal lo teníamos si nos enfadábamos con la "compa". A final de curso, lijábamos y encerábamos su madera vieja y nos parecía divertido. 

-Como decía el gitano Melquíades, en Macondo: “Las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima”. Vamos a dar vida a objetos escolares desconocidos para niños de enormes mochilas y deportivas fluorescentes. Mira, las niñas han dejado aquí sus batas con las chalinas y los cuellos postizos. 

 Las batas blancas, el esfuerzo de nuestras madres, sin lavadoras ni tambores de Colón. No todo era blancura, te acordarás de Milagritos que se ponía guarrísima y, en su casa, la castigaron  con una coletilla en la carta a los Reyes Magos que leyeron en Radio Castilla: “Milagritos lleva la bata hecha un asquito”. Entonces nada nos creaba traumas, no nos mandaban al psicólogo.



-Yo me acuerdo de Belén que todos los días se levantaba la bata para que la viéramos bien el modelito que llevaba debajo, era una chula, decíamos. Había niñas que, por el contrario, procuraban ocultar vestidos viejos y recosidos. Recuerdo que algunas no tenían abrigo.

¿Y las chalinas azules de lunares blancos? Acababan mal paradas después alguna batalla en el patio y nos reñían por conducta "poco femenina”. A mí me llamabais chicazo porque llevaba el pelo corto.

-Y a mí porque llevaba unos pantalones que mi madre encargó a la sastra "para no coger frío". A las maestras tampoco les hacía gracia, las mujeres con faldas, por Dios. Otra cosa que no toleraban era el  pelo suelto, yo eso sí, muy femenina, con cola de caballo y lazo. ¿Y el horroroso cuello de plástico rígido? Agobiaba pero estábamos acostumbradas, hoy dirían tortura infantil.

-Vamos a sentarnos en nuestros pupitres. Nos colocaban aritméticamente, por puestos, según las notas, en tres filas: la de las listas, la de las medianas y la de las tontas. Para coger un complejo y no soltarlo en toda la vida. Yo estaba aquí y tú ahí, me acuerdo. Eras más aplicada que yo y en tu casa te ayudaban más. No me quejo, peor lo tenían las últimas de la tercera fila, se portaban mal y recibían tortas a diario.



-Sí, como Teresina que no atendía a  nada, se aburría y claro “hacía el tonto”. Teresina, al pasillo o al rincón. Ahora recibiría atención psicopedagógica y  clases de apoyo, tal vez la diagnosticarían como TDH y a pastillazo limpio. El niño que no seguía la clase era tonto o vago o desobediente, ya sabes el tratamiento.

-Vamos a abrir nuestras carteras. Mira, mi enciclopedia escolar, el libro que lo traía todo: el ojo de Dios en un triángulo, los Reyes Católicos, Franco, la bola del mundo, el análisis morfológico y sintáctico, los cuerpos geométricos, las cuatro reglas, el sistema métrico decimal, los seres vivos regalo de Dios, la higiene sin ducharse mucho y como ser una niña bien educada. Los dibujos eran muy simplones pero fáciles de copiar.


-El ojo de Dios miraba y la señorita Felicidad no nos hablaba mucho de yugos y flechas, ella era más de Quijote, Azorín y Platero, bendita sea. Teníamos un cuaderno apaisado, mira aquí el mío, donde reflejábamos las festividades patrióticas y religiosas, con dibujos y  frases pomposas. Eran para la exposición de fin de curso: muchas banderas, cruces y santos con aureola.


Platero y yo

Mi estuche de cremallera, mira qué nueva la pintura negra y qué corta la roja y la amarilla. Y, un rinconcito, junto a la escuadra, un estuchito con el rosario de cuentas azules.

-Y mi plumier, con los lápices mordidos y las pinturas enanas. Cuando rezábamos el rosario, contaba con los dedos. El lujo era el estuche de cremallera de dos pisos y el bolígrafo de diez colores, gordísimo. Los Reyes Magos iban a su aire.



-Aquí está mi catecismo de segundo grado, con preguntas y respuestas: “¿Eres cristiano? Soy cristiano por la gracia de Dios.” Yo tenía buena memoria y me libraba de copiar no sé cuántas veces.



-Rezábamos, estudiábamos el catecismo y eso que no íbamos a las monjas. Mira, aquí está algo que odiabas: el costurero con el “tú y yo”. Me acuerdo que no acertabas a enhebrar la aguja, que siempre te salían “trampas” en el punto de cruz y la señorita Rita te mandaba deshacerlo todo.

-Con lo cual, ya no cosía, todo era tirar del hilo y esperar a que volviera Felicidad y nos pusiera, qué felicidad, con el dictado o la lectura. El delantal de labor, creía que lo tenía en mi casa.


"Tú y yo" a punto de cruz.

-En el mío he encontrado chapas de los botellines de la leche. Cuando me aburría, las aplastaba y me hacía pulseras y collares. No me faltaba imaginación.

-Los botellines vinieron después de la llamada “leche americana”. Cuando éramos parvulitas, la conserje Begoña la preparaba  en el servicio, echaba la leche en polvo a un enorme perol con agua del grifo y la calentaba en un infiernillo. Cada una llevábamos nuestra taza, la mía era de plástico y me parecía de juguete. No me hacía mucha gracia beber aquel líquido tibio llena de grumos, pero había que tomarlo o fingirlo. Supimos su procedencia mucho después, se decía que era un regalo a cambio de las bases militares.



- A mí me gustaba, le echaba un poco de Cola Cao a escondidas. Era americana, pero procedía de una ayuda de la UNICEF. Todo era obligatorio en el cole.

-¿Y qué es esto? ¡La bolsa con los bombachos de la gimnasia! Los ridículos “pololos” que nos poníamos debajo de la ropa, de tela azul mahón, con unas gomas ajustadas a la pierna, para que no se nos vieran las bragas. El bombacho y las zapatillas de lona blancas era todo el equipo, no conocíamos el chándal ni las deportivas.



-Y si te daba miedo saltar el potro, te aguantabas. Todavía me acuerdo de la cara de susto que ponías. Sólo tenían un poco de consideración con las que habían tenido “la polio” y llevaban unos armazones de hierro en las piernas. En nuestra clase había una y se gastaba mucha mala leche, pero nos aguantábamos porque estaba “malita”.

-Todavía había niños con poliomielitis, parálisis infantil, en los años sesenta. A nosotras nos vacunaron en el colegio, la vacuna era una gota  milagrosa en un terrón de azúcar. Parece que estoy viendo la gotita aquella y su color rojo brillante, toda una novedad que no nos pinchasen. ¿Qué más cosas hay por ahí?



-Por aquí están los “tesoros”. La goma y la soga de saltar, los cromos Maga Color, la pelota verde de los zapatos “Gorila”, los hilos plásticos para trenzar llaveros, los cuentos troquelados, los cuentos “pulga”, los tebeos de hadas para niñas y los del Capitán Trueno para niños, los recortables, las calcamonías, las postales con rosas perfumadas para el día de la madre, los chicles “Bazooka” siempre en la boca. Y al patio, a jugar al corro con la “chata Berenguela” que “se pinta los colores con gasolina” o con la “jardinera” que entró "en el jardín del amor” o “el patio de mi casa” que “es particular” y “cuando llueve se moja como los demás”.



-Y al escondite, y a pillar, y a la tanga. La campana del recreo era la mejor música. Mira por aquí alguien ha dejado un monedero: duros, pesetas, dos reales, céntimos y perras gordas. Vamos a echarlas al  negrito del Domund, por la ranura que tiene en la cabeza, o al chinito de la señorita Marina. Había que echar una monedita para que se salvaran del infierno.

-Y si Dios era tan bueno ¿cómo iba a mandar a niños inocentes al infierno?



-Eso también me lo preguntaba yo, Mari Carmen. ¡Eh! ¡Mari Carmen!, ¿dónde te has metido? De pronto, ya no estoy en la clase de la señorita Felicidad, estoy en el vestíbulo con la gente que va a votar. Y a mi lado, un guardia de seguridad me pregunta: “señora ¿qué le pasa?”. Eso me pregunto yo.



Cumplí mi obligación del voto y busqué a Mari Carmen. Me fui a casa pensativa. Leí un poco más a Azorín, el pequeño filósofo:

«Casi todos los colegiales teníamos nuestras arquillas. ¿Qué encerraba yo en la mía? Ya no lo recuerdo; acaso un álbum de calcomanías, un lápiz rojo, un espejico de bolsillo, un membrillo, que yo voy partiendo poco a poco y comiéndomelo; un libro pequeño con las tapas pajizas, que yo leo a escondidas con avidez...Las arquillas eran unas cajas de madera, cerradas, con un asidero en la tapa…»

Me puse a escribir: “Las cosas tienen vida propia”.

María Ángeles Merino (ejercicio de escritura)


Ver también http://aranitacampena.blogspot.com/2012/11/el-placer-de-la-lectura-primeras.html

(Palabras en rojo tomadas directamente de  Las confesiones de un pequeño filósofo, Azorín, Narrativa Austral, edición de José María Martínez Cachero, 2014.) 

jueves, 7 de noviembre de 2019

Las confesiones de una cernedora de recuerdos (2)

Luisa García Solano, mi abuela cordobesa (1920)

Las confesiones de una cernedora de recuerdos (2). 
(De la lectura de Azorín a mis recuerdos)

-La magia de la letra impresa  me lleva contigo, niño Azorín, metidos en un ancho cuarto de tu casa. Venga, hazme sitio, nos sentamos aquí, calladitos, "sobre un arcaz de pino", mirando como tu madre va colocando con delicadeza  la ropa blanca, guiada por los precisos carteles de la estantería. Esperamos el momento de quedarnos solos y jugar a los disfraces.

No lo dude, le venía de madre, escritor Azorín. El afán de limpieza, el recato y la aplicación de doña Luisa llegó a trascender a su prosa. Ante el orden de sábanas, almohadas y cubiertas, el exquisito esmero en  las palabras fue la impronta educativa materna, la de una minuciosa mujer que “llevaba en varios cuadernitos la apuntación de todo lo notable que pasaba en la familia. Alegrías, tristezas, viajes, compras, comidas extraordinarias; todo lo iba escribiendo mi madre con su letra grande y fina”. Sí, doña Luisa Ruiz, madre de nueve hijos, escribía y, tal vez, encerrada en su redil doméstico, tuvo el sueño imposible de ser escritora.



Mira, “silbantillo”, tu madre remueve los rimeros y espanta las polillas, saca del arca su mantilla nupcial y  “una vaga tristeza” vela “sus hermosos ojos anchos y azules”. Guardarás, dentro de ti,  la estela de esa “vieja tristeza” que borra la sonrisa luminosa de tu madre. Los niños no olvidamos las sombras que acompañan a los que nos quieren, nos las quedamos, son nuestras. 


Confesiones de un pequeño filósofo de Azorín. 

Ahora, acompáñame a otro tiempo, cuando eras un enjuto anciano que sólo salía para iral cine. ¿Sabes? Mi abuela se llamaba Luisa, como tu madre, yo la recuerdo algo gruesa y con el pelo blanco, la cara lavada y el encanto de su sonrisa.


Mi abuela Luisa García Solano como yo la conocí, en los años setenta.

Suena la antigua sintonía de Radio Nacional, en una radio con aguja que navega por  las ciudades del mundo. Yo me veo, de niña que empieza a ser adulta, sentada frente a una mesa de cocina con hule de colores desvaídos, calladita, mirando como mi abuela va vertiendo  el  gota a gota del aceite de oliva sobre yemas de huevo, en un mortero  amarillo. La cucharita primero cicatera, después generosa, va obrando la magia de la mahonesa. Y me va contando, también gota a gota, la melancolía por su lejana Córdoba, mientras las eses me acarician: “aseite”, ”asúcar”, “corasón”.  Siento el mucho calor ante las casas tan blancas, me refresco en los patios cuajados de flores, luego la Mezquita, el Potro, las Tendillas, los Faroles…yo la recorría en mi misma ciudad castellana, la de la Catedral y el mucho frío.


Mezquita de Córdoba

-¿Y cuándo eras pequeña lo pasabas bien?

-Mis padres tenían una tienda de telas, muy grande. Iba con mis hermanas al colegio de doña Pura, era la primera de la clase y lo pasaba muy bien; pero mi madre se murió de una hemorragia cuando acababa de dar a luz. Yo tenía solo siete años y me crié sin madre, la Juana nos cuidaba y, para la recién nacida, buscaron una chiva.

-¿Por qué no estudiaste una carrera con lo que te gustan los libros?

-Mi padre no me dejó, decía que era rica y no necesitaba estudiar. Ya ves tú, las pobres tampoco. Me tenía preparado un marido ingeniero.

-¿Y cómo conociste al abuelo Antonio?

-Tu abuelo escribía en una revista que publicaban en Córdoba. Yo no lo conocía pero me enamoré de sus escritos. Lo conocí después, en una fiesta. Entonces no había tanto jaleo de chicos y chicas, no salíamos solas nunca. Las fiestas eran nuestra oportunidad. Con lo guapo que era y lo que me gustaba leerle…me enamoré y hasta ahora. Fuimos novios cinco años, mi padre no quería que me casara con él porque era pobre, huérfano de militar, maestro...y no le caía bien. Nos hablábamos por el balcón, me empeñé en casarme con él y mi padre me desheredó. Sólo me dejó hacerme un buen ajuar y la “legítima” de mi madre.


Luisa se enamoró de Antonio y esta fue su nueva familia (1920).

Me fui con tu abuelo, fueron naciendo mis ocho hijos. El sueldo de maestro era muy poco  y mi dinero sirvió para que aprobara unas oposiciones  mejor pagadas; pero cambiábamos de destino, todos con todo al tren  y a buscar casa: Córdoba, Huelva, Torre del Mar, Ciudad Real, León, Granada, Algeciras, Antequera… Salimos adelante, cuando salía de la oficina todavía tenía muchas clases particulares que dar, en casa. Cuando podía, yo también escuchaba las clases, en silencio, con alguna labor en la mano.

-¿Y leías?

-Sí, y guardaba el libro en el cesto de la plancha. Me hubiera gustado ser escritora como la Pardo Bazán, la de sus primeros libros que luego se volvió una vieja verde.

-¿Ocho hijos?

-Sí, ya sabes que se me murieron dos niñas: Luisita la mayor y Luisita la pequeña. Entonces se morían muchos niños, yo me enfadaba mucho cuando oía eso de “angelitos al cielo”. No hay dolor comparable.


Luisita la mayor

-¿Y la guerra?

-Veinte días antes de comenzar la guerra, salimos de Antequera. Un día o dos antes de que nos fuéramos, nos visitó el hermano de tu abuelo, Francisco Moya Escribano, que era militar y que, muy poco después, sería fusilado por los nacionales, en Málaga. Recuerdo sus palabras: "Antonio, si te vas a marchar, vete mañana mejor que pasado, porque se va a armar una muy gorda, no me preguntes más". Nos fuimos a Alcalá de Henares y allí pasamos la guerra, tu abuelo tenía su trabajo en la Universidad y vivíamos en el mismo edificio.

Teníamos bombardeos a todas horas, cuando les daba la gana, claro. Es muy duro, todo lo que se diga es poco. En los refugios, los niños se impacientaban. Tu tía Carmela chillaba y Diego quería salir. Pepe solía portarse bien. Antonio, el mayor, cuidaba de todos. María Ángeles, tu madre, se aburría y se marchaba sin que yo me diera cuenta. Aurora era chiquitita y se hinchaba a dormir en mis brazos, mamaba y no lloraba. Nos acostumbrábamos, qué remedio.


Mi madre señala donde pasó la guerra civil

-¿Pasasteis hambre?

 Había muy poca comida, la que daban para el mes en la cartilla, donde iban quitando días de un cartón o lo tachaban. Teníamos que hacer muchas colas. Tu abuelo daba clases de Bachillerato a los de una finca que tenían vacas, corderos, verdura y de todo. Le pagaban con alimentos, la mejor paga entonces. Tu tío Antonio preparó un palomar en una torreta del patio principal y criaba palomas con trigo que respigaba. Yo criaba gallinas en otro patio. Comíamos poco pero comíamos.

-¿Y cuándo acabó la guerra?

-La posguerra fue peor, ahí sí que pasamos hambre. De Alcalá de Henares pasamos a Palencia y después a Burgos. Nunca volví a Andalucía, a mi Córdoba. Ahora tengo nietos burgaleses, palentinos y vascos, todos están en mi “corasón”.  Acaba de nacer el pequeñito, en Bilbao.

-Mi abuela murió pronto, creo que yo andaba por los catorce o quince años. Nunca volvió a su querida tierra, está enterrada, junto a mi abuelo, en el gélido cementerio de Burgos. Los niños no olvidamos las sombras que acompañan a los que nos quieren, nos las quedamos, las hacemos nuestras. Un día, más de cuarenta años después, en la estación de tren de Córdoba, al bajar del AVE, ese tren tan cómodo que mi abuela no conoció, lloré por las viejas tristezas de Luisa García Solano, las que nublaban su luminosa sonrisa.

Abuela, ayer nació Olivia, tu tataranieta, en Andalucía.



Olivia, andaluza, mi sobrina nieta más pequeñita.

La lectura de Las confesiones de un pequeño filósofo de José Martínez Ruiz, Azorín, me han ayudado a escribir esto que hacía tanto tiempo que deseaba escribir. Gracias, “silbantillo”.

María Ángeles Merino Moya

(Palabras en rojo tomadas directamente de  Las confesiones de un pequeño filósofo, Azorín, Narrativa Austral, edición de José María Martínez Cachero, 2014.)