¿Sería así la carpeta de Bécquer?
Levanto un momento la tela e inmediatamente la dejo caer, escapo a sus miradas. Vuelve la cabeza, percibe mi leve gesto.
Pasa otra tarde, aprieta los tacones, aturde la silenciosa calle con el ruido de sus pasos que repiten, respondiéndose, dos o tres ecos. Vuelvo a levantar la cortina, me ve fugazmente. Mis ojos negros son muy alabados, mas no le concedo el contemplarlos.
Y lo mismo al día siguiente y al otro, y al otro. Hasta que un día desaparece de la ciudad. Me dicen que tomó un asiento en el coche de Madrid , en Toledo todo se sabe. ¿A qué día estamos hoy? He de apuntar esta fecha, no sé por qué.
Pienso en él mientras cruzo los extensos y solitarios patios de mi casa. Me acompaña mientras cojo flores en el jardín. Me siento en un banco de piedra y las deshojo: sí, no...no ¡Cuántos sueños, cuántas locuras, cuánta poesía despertó en mi alma el desaliñado caballero de la carpeta!
Campanillas blancas, flores becquerianas.
Pasan unos meses. Nunca hubiera pensado en volverlo a ver y mucho menos en la plaza desierta y ruinosa donde ahora habito; en un caos de azulejos, trozos de columnas, pedazos de ladrillos y de sillares que asoman entre malvas, jaramagos, ortigas, campanillas blancas y hierbas sin nombre.
Al lado de tanta ruina, se alza un edificio que fue palacio árabe, con sus arcos de herradura. Cuando ya la acción de los años desmoronaba sus paredes, un monarca cristiano lo convierte en alcázar con arcos ojivales y torreón de sillería. Por último, es cedido a una comunidad de religiosas, la mía. En ella vivo ahora, soy novicia. Atrás dejé mi ventana blanca con sus campanillas azules.
El poeta dibujante traza el convento en una hoja. Absorto en sus ideas, deja caer de sus manos el lápiz y abandona el dibujo, recostándose en la pared que tiene a sus espaldas, entregado a los sueños de su imaginación. ¡Deben ser tan dulces sus pensamientos!
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De pronto da un salto sobre su asiento, se incorpora como movido de un resorte y fija la mirada en uno de los miradores del monasterio. Allí estoy yo, Dios me perdone por mi espontáneo gesto. Porque agito mi mano varias veces, saludándole con un signo mudo y cariñoso. Está solo, yo también, nadie nos ha visto.
Tocan a vísperas, he de irme. Mi poeta se queda esperando en balde, no sé cuánto tiempo. No he de verlo más. El sol se va. Anotaré la fecha de hoy, en mi libro de oraciones, no sé por qué. Alguien me lo está dictando.
Ha pasado un año y hoy tomo el hábito. Rayos de mil colores iluminan la iglesia: blancos, rojos, verdes, azules...Todos ellos " insuficientes a inundar con la bastante claridad aquel sagrado recinto, parecían como que luchaban confundiéndose entre sí en algunos puntos, mientras que otros los hacían destacar con una mancha luminosa y brillante sobre los fondos velados y oscuros de las capillas."
Pocos fieles asisten a mi fiesta. Cuando la ceremonía está a punto de concluir, reconozco unos pasos...¡Es él! Me contempla tras las rejas. Estoy segura, es el poeta de los dibujos.
Silencio, todos los ojos se fijan ahora en mí, soy la virgen que va a consagrarse al Señor. La abadesa me arranca de las sienes la corona de flores, me despoja del velo y mi rubia cabellera cae como una cascada de oro sobre mis espaldas. Comienza a percibirse un chirrido metálico y agudo, mis rizos caen por el suelo.
La abadesa murmura unas ininteligibles palabras, los sacerdotes las repiten y toda queda en silencio. Sólo se queja el viento. Inmóvil, pálida, como una virgen de piedra, así estoy yo. ¡Y él está ahí!
Fuera las joyas, fuera el traje nupcial, ése "que parecía hecho para que un amante rompiera sus broches con mano trémula de emoción y cariño". ¿El poeta? No, el esposo místico aguarda...
Caigo al suelo desplomada como un cadáver. Las religiosas me arrojan flores, como si me enterraran, entonando algo muy triste, muy triste. Se alza un murmullo entre la multitud y ...
Me incorporo del suelo, la abadesa me viste el hábito, las monjas me conducen como en procesión hacia el fondo del coro. Se abre la puerta claustral y tengo la sensación de que alguien me está mirando...Se cierra y para siempre.
Las campanas voltean con furia. Mis padres murieron del cólera. Sola y desvalida en el mundo ¿que podía hacer yo? El Deán me dio el dote para que profesase. Mi vieja servidora me desea que encuentre la felicidad en el claustro, que así sea.
"Sola, perdida en la penumbra de un claustro gótico; la mano en la mejilla, el codo apoyado en el alféizar de una ojiva..." Suspiro al cruzar mi imaginación la memoria de las tres fechas. Esta es la última, la anoto en mi libro de oraciones.
¿Dónde estará el de la carpeta de dibujo? Seré muy feliz aquí. ¿O no?
http://palabraria.blogspot.com/2011_03_01_archive.html
Un abrazo para los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino Moya
Pedro Ojeda dice en "La acequia":
"Mª Ángeles Merino, nuestra Abejita de la Vega, sale hoy a pasear las calles comentando e ilustrando magníficamente Tres fechas, de Bécquer"