Comentario inicial sobre la novela Intemperie, de Jesús Carrasco. Para la lectura colectiva de "La Acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Comenzamos la lectura individual y colectiva de la novela Intemperie de Jesús Carrasco, una de las sorpresas editoriales de este año. Un libro que ha cosechado muchos lectores, atrapados por su "misterio adictivo"; fruto, según su autor, de "un trabajo de contención y de recorte en el diálogo".
Y hemos de ser los lectores los que rellenemos los silencios, imaginando lo que ronda por la cabeza de los personajes. Y para fomentar´ "una visión limpia como lector", el escritor se niega a revelarnos el lugar y la época de la acción. De acuerdo, saquemos nuestras propias conclusiones, que así lo quiere Jesús Carrasco.
No andaba muy descaminada. En una entrevista, el autor confiesa su objetivo de dignificar la tierra que ama. Nacido en tierras extremeñas, vivió desde los cuatro años en Torrijos, un pueblo toledano. Una infancia a la intemperie donde cazar perdices a mano o conejos con hurón eran actividades cotidianas. Un sur muy concreto, lo cual no le resta un ápice de carga simbólica. El sur y la pobreza, el norte y la riqueza. Y el agua que marca la diferencia.
Y Carrasco nos lo borda con hilos ásperos, de tonos ocres, ni rastro de flores multicolores ni de alegres pajarillos. Un redactor publicitario que hace literatura de paisajes no privilegiados, como hizo Delibes, olvidándose del trabajo de forja de eslóganes impactantes por la obviedad, dignos descendientes de aquel añejo que rezaba: "Solares sólo sabe a agua". ¿Agua? ¿He dicho agua?
Agua, más agua, Intemperie da mucha sed. Porque mastico un pedazo de queso reseco que se me agarra al paladar. Contemplo como mana la leche desde las ubres de las cabras como un milagro líquido. El agua contiene posos de barro, mas no me importa; voy a morir de sed y el sol tensa e infla mi piel como la de un cochinillo en el asador. Agua.
¿Época? La moto con sidecar del alguacil y el coche del gobernador, únicos vehículos a motor conocidos en ese pueblo, nos llevan por caminos de posguerra; pero el escritor no arroja miguitas históricas para el gusto de lectores pulgarcitos. Y acepta la etiqueta de western ibérico: el niño, el bueno y el malo sobre una abrasada llanura. Y añade que también podría ser novela de iniciación o tragedia clásica, llámala como usted quiera, señor entrevistador.
¿Personajes? Ninguno tiene nombre. El niño, el cabrero, el alguacil, el inválido, el cartero, el espartero, el maestro, el tabernero, los arrieros, el padre, la madre, el hermano, las mujeres y los hombres.
¿Protagonista? El viejo cabrero lo llama "Chico". No sabemos su edad, pongámosle once años. Es un niño de pueblo con la sabiduría que da la intemperie, lo conocemos así:
"Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar"
Un muchacho que sabe localizar voces, lo ha aprendido cazando grillos para jugar, un niño todavía. ¿Por qué se esconde en un hoyo excavado en la tierra, tapado con ramas? Horas y horas enterrado con su cuerpo en forma de zeta, en un mínimo espacio compartido con escarabajos y lombrices. ¿Por qué?
El narrador sabelotodo está en su pensamiento: no hay ladridos, sólo un perro bien adiestrado sería capaz de llegar hasta él, no, aquí sólo hay galgos que no olfatean, persiguen, flamean líneas rojas en sus costados, las fustas de los amos, las mismas que someten a niños, mujeres y perros. ¿Huye de la violencia paterna?Es algo más complejo.
Ha reunido en torno a él a todos los hombres del pueblo, experimenta un infantil regocijo al comprobarlo. Están cerca, su nombre se multiplica entre los árboles. Piensa en su padre y lo imagina fingiendo desamparo:
" Tratando de hacer creer a todos, que seguramente, el chico, mientras corría tras algún perdigón, había caído en un pozo ciego. Que la desgracia se cebaba una vez más con su familia y que Dios le acababa de arrancar un pedazo de su carne."
Mas la imagen que más desórdenes provoca en su cuerpo es "la estampa del padre, solícito y servil" junto al alguacil. Afina el oído, ni rastro de la voz del alguacil, pero incluso la ausencia le da miedo. Irá detrás, piensa. Cadena de oro, sombrero de fieltro, corbatín, cuello prieto y bigote armado con agua azucarada. Vamos aproximándonos a los terrores del niño. Sí, hay algo peor que "la hebilla cobriza rajando el aire podrido de la cocina". Su padre es cómplice.
Huye, se dirige hacia el norte para alejarse "del pueblo, del alguacil y de su padre". Sabe que "como mucho, daría la vuelta al mundo para volver a toparse con el pueblo. Entonces ya daría igual. Sus puños serían duros como la roca...habría aprendido de sí y de la Tierra lo suficiente como para que el alguacil no pudiera someterle más". La huida adquiere carácter épico.
Porque el ruido del motor de la moto del alguacil "era para él la trompeta del primer ángel. La que mezcló fuego y sangre y los arrojó sobre la Tierra hasta quemar toda la hierba verde".
Todo cambiará para el niño tras el encuentro con el viejo cabrero. Recorreremos el secarral en su compañía. Cuidado, las palabras de Intemperie han sido talladas una a una y merecen que también nosotros las leamos sin prisa. La poesía y la dignidad de los paisajes no privilegiados. Y la de su gente.
Un abrazo de:
María Ángeles Merino
Me han servido de apoyo estas entrevistas a Jesús Carrasco en "El País" y en ABC:
http://elpais.com/elpais/2013/08/02/eps/1375442829_655302.HTML
http://www.abc.es/cultura/cultural/20130122/abci-jesus-carrasco-intemperie-western-201301221058.HTML
Nota: La foto del almendro y las de los olivos fueron tomadas con mi móvil en los años 2006 y 2007, son de una tierra con paisaje no privilegiado, Campo Real, el este de Madrid. Pero con mucha poesía. Olivos campeños, almendros campeños.
¿Protagonista? El viejo cabrero lo llama "Chico". No sabemos su edad, pongámosle once años. Es un niño de pueblo con la sabiduría que da la intemperie, lo conocemos así:
"Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar"
Un muchacho que sabe localizar voces, lo ha aprendido cazando grillos para jugar, un niño todavía. ¿Por qué se esconde en un hoyo excavado en la tierra, tapado con ramas? Horas y horas enterrado con su cuerpo en forma de zeta, en un mínimo espacio compartido con escarabajos y lombrices. ¿Por qué?
El narrador sabelotodo está en su pensamiento: no hay ladridos, sólo un perro bien adiestrado sería capaz de llegar hasta él, no, aquí sólo hay galgos que no olfatean, persiguen, flamean líneas rojas en sus costados, las fustas de los amos, las mismas que someten a niños, mujeres y perros. ¿Huye de la violencia paterna?Es algo más complejo.
Ha reunido en torno a él a todos los hombres del pueblo, experimenta un infantil regocijo al comprobarlo. Están cerca, su nombre se multiplica entre los árboles. Piensa en su padre y lo imagina fingiendo desamparo:
" Tratando de hacer creer a todos, que seguramente, el chico, mientras corría tras algún perdigón, había caído en un pozo ciego. Que la desgracia se cebaba una vez más con su familia y que Dios le acababa de arrancar un pedazo de su carne."
Mas la imagen que más desórdenes provoca en su cuerpo es "la estampa del padre, solícito y servil" junto al alguacil. Afina el oído, ni rastro de la voz del alguacil, pero incluso la ausencia le da miedo. Irá detrás, piensa. Cadena de oro, sombrero de fieltro, corbatín, cuello prieto y bigote armado con agua azucarada. Vamos aproximándonos a los terrores del niño. Sí, hay algo peor que "la hebilla cobriza rajando el aire podrido de la cocina". Su padre es cómplice.
Huye, se dirige hacia el norte para alejarse "del pueblo, del alguacil y de su padre". Sabe que "como mucho, daría la vuelta al mundo para volver a toparse con el pueblo. Entonces ya daría igual. Sus puños serían duros como la roca...habría aprendido de sí y de la Tierra lo suficiente como para que el alguacil no pudiera someterle más". La huida adquiere carácter épico.
Porque el ruido del motor de la moto del alguacil "era para él la trompeta del primer ángel. La que mezcló fuego y sangre y los arrojó sobre la Tierra hasta quemar toda la hierba verde".
Un abrazo de:
María Ángeles Merino
Me han servido de apoyo estas entrevistas a Jesús Carrasco en "El País" y en ABC:
http://elpais.com/elpais/2013/08/02/eps/1375442829_655302.HTML
http://www.abc.es/cultura/cultural/20130122/abci-jesus-carrasco-intemperie-western-201301221058.HTML
Nota: La foto del almendro y las de los olivos fueron tomadas con mi móvil en los años 2006 y 2007, son de una tierra con paisaje no privilegiado, Campo Real, el este de Madrid. Pero con mucha poesía. Olivos campeños, almendros campeños.