Aquel día, mi amiga Austri , llamémosla así, me sorprendió en la ventana de mi casa. La había abierto un momento para quitar las hojas secas de los tiestos, sin soltar la novela de Emilia Pardo Bazán, Insolación, que acababa de leer. Desde abajo, me hizo señas, abrí la contraventana y, sin un hola previo, preguntó con guasa si iba a ponerlo a que se solease un poco más. Yo le contesté que, a pesar del título, el sol era inocente.
No sé cómo podía ver el libro desde la calle. Austri es un personaje misterioso que suele sorprenderme cuando estoy con alguna lectura del Club. Tampoco tengo muy claro de qué la conozco, ella asegura que de toda la vida. Y con un "baja" me hizo bajar y me llevó a una heladora terraza semicubierta de las de ahora, qué os voy a contar. Delante de un café, se puso sin más a hablarme de la novela Insolación (Historia amorosa). No sé cómo sabía que necesitaba ayuda para redactar mi propia entrada, después de la reunión del martes 25 de enero.
-"¡Qué babel, qué trastorno! Nunca sabe uno lo que conviene llevar y lo que debe dejarse. ¿A que no te acordaste de meter más ropa de abrigo? ¿Y el impermeable? Fíese usted del clima gallego. La pamela de la niña, el pajazón, el sombrerito escocés de la cinta, la pimienta para los tapices y el alcanfor, que la humedad lo echa todo a perder.
-María Ángeles, vamos con Insolación.
-No sé cómo armar todo esto que tengo escrito. Hay que ver lo que cunde esta obra menor, pequeña joya diría yo.
-Descansa, mujer. Te has explicado muy bien, pero vamos a hacerlo de otra manera. Nos vamos al final, no, nos vamos a después del final. Reunimos a doña Francisca de Asís, marquesa de Andrade, con Ángela, la Diabla, en el tren, cuando ya ha pasado todo; pero enseguida se incorpora un personaje sorpresa y Ángela se va al vagón de equipajes. Tú eres la señora y yo la criada que pronto desaparece y aparece quien tiene que aparecer, las dos formamos un "ñaque".
Comenzamos:
¡Viajeros al tren! ¡Viajeras también!
-Ángela, sube ya, que el tren no espera. ¿Lo trajo todo el mozo?
-Sí, señorita. "Mundos, sacos y maletillas". Aquí guardo la llavecita," le ato un estambre colorado, para acordarme mejor".
-Sí, señorita. Y el algodón gris para rellenar los huecos de los cajones, más sufridiño que el blanco. Yo creía que hasta San Antonio no partíamos a miña terra. ¿Cómo pensaría eu que nos íbamos un mes antes? Ni mi vestido de percal pude alistar.
-Este es muestro departamento. Siéntate aquí, a mi lado. Me parece que vamos a tener una compañera de viaje de lo más ilustre, he visto en el pasillo a doña Emilia, la condesa de Pardo Bazán. Es una mujer muy lista que sabe mucho y escribe muchos libros.
-Qué suerte, a las pobres nadie nos enseña nada.
-Y a las señoritas nuestro poquito de piano, nuestro poquito de francés , filtiré, bordado y politesse. Pero Emilia fue muchísimo más lejos, dice mi confesor que una mujer no debe bachillear, ni andar libre por ahí. De lo de Diego no se ha de enterar el buen jesuita, me confesaré en Vigo, con el abade que no riñe.
-Pronto será casada la señorita?
-¿Cómo sabes tú eso? Debes tener oído de tísica, muchacha.
-Yo non sé nada, pareciome oír que el señorito don Diego sería el afortunado.
-Te contaré a su debido tiempo. Cuando despache la ida a Cádiz y lo vea yo en Vigo, que no sé yo si la cosa va a cuajar. "Una presoniya está chalaíta por usté", me dijo la gitana. ¿Te acuerdas de cuando me dio un "soleado" la víspera de San Isidro? Era como si me barrenasen las sienes.
-Cómo no, "se caían los pájaros de calor y usted fuera todo el santo día". La "jaquecona", se le abría la cabeza en dos, pobre señorita. (Si sabrá la Diabla lo que se bebe en romería). Sentole bien la tila.
- Sí, la jaqueca, la calentura y las bascas se fueron por la posta con la infusión pero enseguida volviome el desasosiego. No paraba de dar vueltas en la cama, buscaba el frescor de las sábanas. Me sentía como un San Lorenzo en la parrilla. Me siento aquí, junto a la ventanilla. Vete a echar un vistazo a los equipajes, en el vagón junto a la máquina.
Ángela se va y Asís se queda pensativa. Habla consigo misma.
-( ¿Y el alma? Grandísima hipócrita, ni el sol ni el calor, no me vengas con historias, una señora intachable, ya necesitaste virtud para querer tu tío esposo y señor natural con sus alifafes, una perfecta viuda, una madre cariñosa, pero te descuidaste. ¿Una pasioncilla? No, sino "un pecado gordo en frío", sin atenuantes, "con ribetes de desliz chabacano". )
Se abre la puerta del departamento y aparece, despampanante, doña Emilia Pardo Bazán tocada con un aparatoso sombrero y un lujoso traje de terciopelo. Le acompaña una sirvienta, cargada de bolsos de mano. Reconoce a doña Asís y ambas damas se besan y se saludan.
-¡Señora condesa, doña Emilia, qué alegría me da verla! Francisca de Asís, marquesa de Andrade, a su disposición, como personaje principal de su novela Insolación. ¿Se encuentra bien de salud? ¿Y la familia?
-La salud bien, gracias. Mi hijos en excelente estado, aunque ya sabes mi Jaime se me crió algo canijo, como su niña. Los aires de Galicia le sentarán bien. ¿Qué es de su vida?
-Ahora mismo me preguntaba por mi boda mi doncella Ángela y yo, la verdad, no sé qué contestarla. Usted que maneja los hilos de mi vida, me dirá. Tenemos tiempo hasta el cruce ferroviario, usted a La Coruña, su Marineda, y yo a Vigo, donde me esperan mi padre y mi niña. Le agradezco que mi "historia amorosa" termine felizmente, de momento. Peor suerte ha corrido la desventurada pobre huérfana Esclavitud, en Morriña, también subtitulada "historia amorosa" y escrita casi a la vez.
-Te contaré, amiga Asís. Quise dar un giro a mi literatura después del éxito de Los Pazos de Ulloa y La Madre Naturaleza, dos novelones donde demostrar que yo, una escritora española, era capaz de escribir novelas tan naturalistas como las de don Emile Zola. El escritor gabacho aplaudió mi obra, mas me arrojó un jarro de agua fría: yo no podía ser naturalista por católica. Con las palabras admirativas que le dediqué en La cuestión palpitante, tal vez no le gustó que le comparara con un buey, con todos los respetos.
Ya sabes, novelas naturalistas como la que te pasó el pelmazo de don Gabriel Pardo de la Lage, que no habrás tenido tiempo, ni ganas, de leer, bien escritas aunque escabrosas, algo obscenas, en fin, poco aptas para señoritas; pero para una señora viuda y de principios como tú no debería haber problema. Mi naturalismo es más humano y para nada determinista, Dios nos hizo libres. Ahora escribo metiéndome en el pensamiento de mis personajes, novelas psicológicas las llaman, como las rusas; por cierto que hablé de ellas en el Ateneo y asistieron muchas señoras. ¿Has oído hablar de Fiódor Dostoyevski? Escribió un genial novelón, lo que le pasa por la cabeza a un estudiante que mata a hachazos a una vieja prestamista.
Me metí dentro de ti, de las dos personas que luchan en tu interior: la que quiere gozar de las "divinas locuras que abrasan el alma", dando rienda suelta a su deseo y la dama intachable que escucha la voz de su conciencia, temerosa ante la crítica de su círculo social y eclesiástico.
-Sí, ya sé...(Qué voy a saber yo de novelas francesas, ni rusas, ni de psicologías ni nombres raros. Su "ya sabes" me sabe a cuerno pero, en fin, paciencia, si no supiera yo lo sabihonda y pedante que eres...Y te crees con licencia para entrar en mis pensamientos, paciencia Asís).
- Mi vida también giró, decidí vivir mis pasiones como un hombre, sin dramones. Mi marido pretendía que escribiera solo de flores, niños o santos, le molestaba la crudeza de mis novelas y nos separamos amistosamente. Comencé una relación con Benito Pérez Galdós, le quise mucho, poca gente lo supo. También tuve mi "soleado" con Lázaro Galdiano, le dediqué Insolación y muchos pensaron que era autobiográfica, me confundieron contigo, querida Asís. Fui una ingenua, le confesé la infidelidad a mi "miquiño", Benito no me perdonó, aunque seguimos como amigos y colegas. La novela se había escrito antes, pero me pilló mi "insolación" con Lázaro y , ya ves, se coló en las galeradas de corrección, cambié palabras, frases, párrafos enteros, el producto de mi experiencia.
-Tenemos nuestras debilidades, querida Emilia. (Que no se confundan los lectores, yo soy viuda y la señora condesa es casada, se ponga como se ponga).
-Quise que acabara bien, sin castigaros, señora marquesa de Andrade. Ni siquiera te maté ni te mandé a un convento, no te quejes. Decidí entender la libertad de la mujer, como mi propia libertad, y construir, en tono menor, algo muy diferente al mundo de los Pazos. De allí traje a don Gabriel Pardo de la Lage, el tío de Manolita, la hija de su querida hermana Nucha, pobrecilla, que casó para su mal con la bestia parda del señor de Ulloa y solo aquel bendito cura...La pobre Manolita terminó en un convento, no le quedaba otra al enamorarse de su medio hermano Perucho. Detrás anduvo también don Gabriel Pardo, perejil de varias de mis salsas literarias, que hubiera ido de tu brazo si no llega a ser por don Diego Pacheco y sus encantos.
-No dejas de sorprenderme, Emilia. Católica y conservadora, como Dios manda, y pones encima de la mesa, quiero decir en tus libros, la doble moral que juzga distinto al hombre que a la mujer, con el mismo pecado. Apruebas nuestro derecho al deseo y te las compones para dejarlo caer, con un narrador que me trata con su punto de severidad y desconfianza, algo de guasa también.
-Así es, querida Asís, que "lo reprimido y lo oculto es lo más peligroso". Aquella mañana clara y soleada de mayo, ya llevabas predisposición. El día anterior don Gabriel y don Diego, cada uno a su manera, contribuyeron al sofoco. Joven viuda de treinta y dos abriles, ibas como un santa, a misa con tu eucologio y tu mantillita; pero el aire, el cielo, las acacias, los piropos de los chulitos...Se te manifestaba tal exceso de vitalidad que te hubieras dado un chapuzón en la Cibeles, el cuerpo te pedía tonterías. Tras el encuentro con el ladino "meridional", que sabe abrir el camino, a casa a acicalarte y a la aventura en San Isidro, un baño de pueblo.
-Y los lectores me conocen en la cama, aquejada de una terrible jaquecona. ¡Qué sonrojo!
- La Españita bufa de la Restauración, mísera y desigual, asoma desde tu cama. Comparten tu malestar físico y tus intentos vanos de autoengaño. Jaquecona, soleado, no. Calor, alcohol de mala calidad, comidas extrañas y...desliz en toda regla, cómo habrá podido ser. Pobre marquesa, qué aburrida es tu vida, misa y visitas. Deseas vivir tu vida y la sociedad que frecuentas te lo impide, y no digamos el severo confesor, qué bronca. Así que terminas en el rebullicio de la pradera, con la algazara de la gentuza, inmersa en escenas como las pintadas en las panderetas, colores, olores, ruidos, ropas, cachivaches, comistrajos, el habla popular, los gitanos...Engolosinada con un señorito andaluz y calavera, más que dulce empalagoso, manipulador y que ya no te deja en paz, que rabie don Gabriel.
-Don Gabriel, tan intelectual, tan liberal, qué disparates suelta por esa boca, que si los españoles llevamos la barbarie en la sangre, con educación o sin ella, que todos somos salvajes, que asoma el sol , se nos sube a la cabeza y nos produce una fiebre y una excitación endiabladas.
-Eso se llama determinismo, amiga Asís. En cuanto a lo que dice de la libertad de las mujeres, no te fíes, que lo del tarjetero le sentó fatal, se sintió engañado y reaccionó como todos. De mí dicen que soy feminista, una palabra que no me molesta en absoluto. Me duele que a las mujeres se les eduque "menos y peor", es el principio de todo. Yo fui una privilegiada, mis padres quisieron darme una buena educación, aparte del colegio francés dispuse de profesores particulares y de una nutrida biblioteca. Leí de todo, incluso lo no permitido, casi muero un día en el derrumbe de una estantería. Aún así tuve que ser autodidacta, asistir a la universidad ni pensarlo, cuando entré lo hice en mi condición de catedrática.
-Usted, doña Emilia, nos mete de cabeza en una sociedad con distinta vara de medir para el hombre y para la mujer, pasarán cien años y todavía coleará. Me di el gusto y salí al balcón soleado, feliz y despeinada, que me aplaudan los lectores. No parece acertada mi elección, fue un caprichito de niña mimada, tal vez Diego no cumpla nada de lo que me dijo, ni se meterá en política, ni viajará a Galicia, ni habrá boda.
-Pero fue su libertad, querida amiga Asís.
-¿Me casaré con don Diego Pacheco, doña Emilia?
-Eso no se lo puedo decir, la respuesta está en la cabeza de cada lector y ya van siendo muchos. No, no escribiré la continuación de tu historia. En 1889, inmediatamente después de salir Insolación, publiqué Morriña, también subtitulada "Historia amorosa". Y a la pobreciña Esclavitud, buen nombrecito la coloqué, le negué todo lo que te concedí a ti. Una criadita gallega, huérfana e hija de un sacerdote, se enamora del señorito estudiante, el hijo de su señora doña Aurora. No hay salida buena para Esclavitud, termina mal, ya lo sabes. No me atreví a derribar la barrera social. Por cierto, creo que vi a la pobre muchacha en el andén, mirando como su amor se iba para siempre. Creo que doña Aurora y Rogelio viajan en este tren, pasaré a saludarlos. Seguiremos hablando, así el viaje se nos hará más corto.
Doña Emilia desaparece y entra Ángela en el departamento. Asís abre los ojos.
-Señora Francisca, que se ha quedado usted dormida. Con todos los respetos, cuénteme lo de la boda. ¿Veremos a don Diego en Vigo?
Aquí acaba nuestro "ñaque". Voy a felicitar a Austri, pero desaparece...
Por fin, consigo darle forma a esta entrada que llega con más de un mes de retraso.
Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
11 comentarios:
Y, un abrazo para ti y la escurridiza de Austri.Me ha encantado este giro en el tren esa conversación entre doña Emilia y su personaje
Muchas gracias Maria Ángeles
Qué buena entrada sobre la novela y la autora. Me encanta tu lectura compartida y dialogada con Austri, encarnado personajes y dándole voz a la autora. Me has animado a buscar la novela.
Un abrazo grande, María Ángeles.
Acabo de ver que está en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, qué bien, gracias :-)))
Que haya tenido que venir Austri para que te atrevas a convertir a doña Emilia en un secundario de los tuyos...
Tuvo que intervenir, dada mi madeja mental. Al final, como dices, salió una de mis secundarias. Aquella lectura del Quijote trajo cola.
Escurridiza y resolutiva. A veces, tenemos que recurrir a las "Austris" que llevamos dentro. Gracias a ti. Un abrazo, Bertha.
Gracias, Esther. Te animo a leer Insolación y Morita, las dos caras de la moneda. Un abrazo, Esther.
"MORRIÑA" quise decir y el corrector hizo de las suyas.
Allí está. Y ánimo, a leer.
Genial como siempre.
Gracias, anónimo comunicante.
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