domingo, 29 de mayo de 2011

"Benjamín, hermano"



"Viene la noche", imagen del mar Mediterráneo, casi en la oscuridad.


Comentario a los capítulos 18 y 19 de la novela "Viene la noche", de Óscar Esquivias.


Viernes, 26 de enero de 2007


¡Hola Sara!


Recordarás a tu suegro, sirviendo de guía ciego a tu Jaime, por un Burgos nevado y desconocido; que no era el de su niñez, ni tenía nada que ver.




¿Y ahora en Madrid? Ni calle Topete, ni Cebrianitos, ni biblioteca. Benjamín ya no tiene ganas de nada y evita encontrarse a solas con su Teresa. Juegan a Lorenzo y Catalina: cuando ella sale , él se refugia en casa. Y, si se queda, él se echa a la calle, a vagar por una extraña ciudad. Caribeña, andina o africana; según la bocacalle que tome.






En la calle Goiri, unos melenudos limpian la puerta de una asociación de vecinos. A pocos pasos, reconoce aquel bar donde vio a Jaime, el Arbolito de naranja. Pulsa el timbre y entra. No hay clientes y no hay café.




Una camarera guapísima le habla a gritos, Benjamín le pide un coñac. Y a saber lo que entiende la chica. Le sirve un vaso de tubo lleno de algo verdusco, con hielo, limón y sombrillita.


Sabe a rayos , pero va para adentro. Sale de allí , aún más melancólico. Sus pasos le llevan automáticamente a la calle Topete, noooo. Se desvía y se desorienta, está rodeado de comercios extranjeros.



Un frutero pakistaní ve su angustia, le pregunta dónde quiere ir. No recuerda el nombre de su calle, suda, se asusta.




La puerta de la asociación de vecinos apareció empapelada con carteles de Falange. En la fachada se leen pintadas ofensivas, en contra de los emigrantes.






Los hijos de Walter Astorga ya han arrancado los carteles y han colocado uno de "Lokal de cultura libre y solidaria".





Los de la asociación reparten cerveza y proclaman, felices y orgullosos, que si los fascistas atacan es porque les les tienen miedo. Llega Jaime para su ensayo y brinda con ellos.


Vanessa está presentando a Ruth y a Horacio, que van a incorporarse al coro Alastor. Ya sabes, tu vecina , la azafata deprimida . Y ni te imaginas quién es el sopranista Horacio. ¡El gordo Malibú! Ese chaval ecuatoriano que suele montar con Ruth numeritos sexuales ruidosos, en el piso que está justo debajo del tuyo.


Tu Jaime los reconoce, con gran sorpresa. La directora reparte las partituras, es un motete de Peñalosa. Me miras extrañada ¿Peñalosa?





Si hubieras leído aquellos libros que regalaste a Benjamín, tal vez lo relacionarías con la imagen de una catedral de Burgos viva  , con  estatuas de piedra que cantan. No sé si eres tan melómana como Jaime. Y, en cuanto a los libros que te trajo Mila, sólo los hojeaste y echaste un vistazo muy por encima. Curas y militares, pensaste. Le gustarán a mi suegro.



El gordo Malibú, digo Horacio, tiene una bellísima voz. Jaime nunca lo hubiera pensado en un chico tan rudo e insolente. Tampoco que supiera solfeo y fuera capaz de cantar polifónicamente. El "Cantar de los Cantares" suena , en su voz aguda, como si realmente fuera la novia del poema, la que afirma ser hermosa, a pesar del color negro de su piel. La letra parece contestar a los que pintarrajearon la fachada.



Acaba el ensayo y sigue la fiesta en la cantina de la asociación. Ruth propone a Jaime quedarse a tomar algo, pero tu marido se excusa, no puede, ha quedado en cenar con sus padres. Veo que te sonríes.




Él no sabía que la azafata cantara, la pobre Ruth estaba tan hundida en su depresión. Mas aquella noche "del Arbolito" cambió su vida, gracias a Horacio. Está agradecida a Jaime, otro se hubiera aprovechado. Que como dice Sancho " cuando te dieren la vaquilla, corre con la soguilla».


Nada hay por qué dar gracias. Ruth opina que sí es de agradecer y dice algo que te gustaría oír: "Sara tiene mucha suerte". Estoy de acuerdo.


Lunes, 29 de enero de 2007


La policia lleva a casa a un Benjamín casi lloroso. Teresa, alarmadísima, llama a Jaime; está en el ensayo. Te llaman a ti, asistes un parto. Llama a tus padres, que se presentan en casa . Tratan de convencerle de que le vea un médico. El viejo se niega , ha sido el brebaje del Arbolito...




Jaime llega a casa y tampoco le convence, le sugiere un neurólogo. Precisamente su hijo, que tanto lo necesita . Porque tu suegro piensa en lo vuestro como una enfermedad.




Lo cierto es que está asustado y que , el fin de semana, sólo bajó a la calle acompañado de Teresa, aunque no quiso darle el brazo. Hoy, lunes, decide que no puede vivir con miedo, que se va a ver a los poetas. Todo fue el "bebistrajo". Busca un plano de Madrid, sólo encuentra uno antiguo, con denominaciones franquistas; pero le servirá.




Baja precipitadamente las escaleras, sin hacer caso a Teresa qué le pregunta dónde va solo. En la biblioteca no están los "poetas". Se pasea por la estanterías, siente a los libros como amigos suyos, desea leer, esto es otra cosa. 

Coge "El noventa y tres" de Víctor Hugo. Ha dado con un tomo asaltado por los poetas guerrilleros. Está completamente tachado, excepto un solo párrafo.




Lee las letras salvadas, dicen que los niños sólo sienten curiosidad ante aquello que aterroriza a los mayores. Si los niños vieran el Infierno, se admirarían.




Benjamín piensa que él no tiene miedo al Infierno. Se siente tan optimista que ni siquiera se enfada ante las obras de Stendhal. Recorre las estanterías de sus libros favoritos y le hace feliz la idea de que le falta mucho por leer. Es un buen lector, a pesar de sus manías.




Pero ni rastro de Morris y su pandilla, qué decepción. En la biblioteca hace calor, como en los hospitales. Médicos... Benjamín siente una profunda antipatía por ellos, por su lenguaje "de paños calientes": defecar, miccionar, deposiciones...



También los bibliotecarios son amigos de eufemismos. Llaman material a los libros, como si "libro" fuera una palabra inconveniente.

Suda, su organismo no funciona como antes. Intuye algo malo, se asusta. Siempre había sanado fácilmente y había llegado a pensar que si uno se muere es porque quiere. Ahora se siente débil.

¿Dónde estará Morris? No se da cuenta de la presencia de la directora de la Biblioteca Central, que le pregunta si se encuentra bien. Le dice que han notado su ausencia y que unos amigos han dejado un libro para él.

Cuando se queda solo, lo abre. Es una Biblia completamente tachada, sólo han respetado unas palabras del Génesis: "Benjamín, hermano".


Ahora Benjamín se siente  eufórico y toma los tres libros más gordos que ha encontrado. El conde de Montecristo tiene muy buena pinta,  piensa en  las horas de felicidad que le va a proporcionar. Camina alegre hasta la jamonería de Cuatro Caminos, donde el camarero le entrega otra Biblia, con las mismas palabras indultadas. Cuando lee hermano, sabe que Morris y los suyos quieren decir "poeta", la única hermandad que conocen.



No quiere pasar cerca de la calle Topete y rehúye las callejuelas donde se perdió el otro día. Así que se pasa, sintiéndose como un disidente, a la acera de los números pares de Bravo Murillo. Se ve a sí mismo  como un exiliado que ve su patria desde un barco. Luego piensa que el empacho de literatura le ha afectado al cerebro.

No puede evitar comparaciones, el opulento mercado de Maravillas con el destartalado y medio vacío mercado de San José.



Hace veinte o treinta años que no pisa esas calles. Grandes edificios, bancos y oficinas donde él conoció tascas, eras y campos de labor.

Llega hasta la calle Orense , la calle mayor del Infierno. Portales llenos de mármoles y placas doradas donde se anuncian bufetes, notarías, clínicas privadas , sedes de empresas y esos lugares de perdición donde tanta gente desea perderse.



De repente, divisa un pelo verde, es Teresa. Se esconde, va a seguirla, a ver qué pinta tienen sus coleguitas. Va a llevarse una buena sorpresa.

Hasta el miércoles.

Un abrazo para los que me visitáis de:

María Ángeles Merino

 Pedro Ojeda dice en "La acequia":

"Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, da noticia de un correo que le dirige Jacinto Eduardo de Ontañón... y no se trata de ningún secundario al estilo de los suyos del Quijote. Luego, comenta los capítulos 18 y 19 de Viene la noche: podemos comprobar cómo el libro aumenta la sensación de soledad y tristeza cuando llega a su final."








sábado, 28 de mayo de 2011

Nos escribe Jacinto Eduardo de Ontañón



¡Hola amigos!

Esta entrada es para compartir con vosotros este correo, recibido hoy:  :

Hola: soy Jacinto Eduardo de Ontañón. Ha sido una agradable sorpresa encontrarme con su blog y los comentarios que hacen en él de mi padre Eduardo de Ontañón y de la Librería del Espolón (así como las fotografías), propiedad de mi padre hasta el año 1935, que fue cuando la vendió.


Yo estuve la última vez en Burgos en el año 2005, debido a un homenaje que se realizó en memoria de mi padre en el Teatro Principal, en el cual yo intervine dando una conferencia el día de la clausura. Ahora vivo en Puerto Rico y soy viudo.


Me hace mucha gracia el estilo desenfadado de su blog. ¿De donde obtuvieron tantos datos sobre mi padre? Yo también en mi propio blog (http://jedeon222.blogspot.com/) hablo en varias oportunidades de él. El día que regresó de México después de 10 años en el exilio (cuando se fue yo tenía 6 años y cuando regresó tenía 15 y vivíamos en Madrid) me llevé una sorpresa al verle "tan enclenque y bajito". Cuando se fue era más alto que yo, pero cuando regresó era más bajito y no pude evitar decepcionarme. Uno siempre desea que sus padres sean altos y fuertes. Pero, detrás de mi padre —y de mí— hay una historia muy interesante y más bien triste…


Encantado de saludarlas (a Ud. y a sus compañeras de blog).


Jacinto.



Le envío este otro correo, para contestarle:


¡Hola Jacinto!
Soy María Ángeles Merino, del blog "La arañita campeña". También para mí ha sido una agradable sorpresa leer su correo y descubrir que me escribe un hijo del escritor Eduardo de Ontañón.
 Los datos acerca de su padre son todos de una excelente  novela: "Inquietud en el Paraíso", del  escritor burgalés Óscar Esquivias. En la Adenda del libro, el autor dice: "Aunque resulte obvio subrayarlo, Inquietud en el Paraíso es una novela (la primera de una trilogía) y, por lo tanto, una fantasía de principio a fin, incluso cuando describe sucesos y personajes reales...La personalidad, opiniones, acciones o sentimientos atribuidos a estos u otros personajes históricos (Ontañón-que ya se había trasladado a Madrid en julio de 1936...
El personaje de su padre aparece , en mi comentario, siguiendo el texto de Esquivias, con  mi toque personal, en un estilo desenfadado, pero con el mayor respeto. Es un personaje simpático, que no quiere saber nada de los horrores que se están preparando en ese Burgos del 36. "Achispado" para huir de ese Burgos que no le gusta.
Como usted dice, la vida de su padre fue "muy interesante y más bien triste", marcada por la separación y el destierro. La tragedia de la guerra civil está todavía en sus palabras. Encantada de saludarle y , para que lo conozcan, los visitantes de mi blog, lo coloco en una entrada del mismo.
María Ángeles Merino




jueves, 26 de mayo de 2011

Una rima de Bécquer para Jaime Tobes. Un enlace para las dos lecturas.




¡Hola Sara! Como llevo ya un tiempo hablando contigo, me permito la libertad de salirme, un momento, de ese libro, "Viene la noche", donde el escritor Óscar Esquivias te dio la vida.

El profesor Pedro Ojeda , en " La acequia", nos ha propuesto la lectura colectiva de las "Rimas" de Gustavo Adolfo Bécquer. Dirás que todavía no he acabado con vosotros y tienes razón. Habrá para todos, mas  ahora quiero enlazar las dos lecturas.

 La semana pasada, volví a leer la rima  51, XI y me acordé de  tu Jaime, enseguida te sonreirás y verás por qué. Seguro que había leído a Bécquer , cuando de jovencillo te escribía versitos en la inefable revista parroquial, la  "Turris ebúrnea" . Está claro que tú no eres la ardiente morena ni la rubia de las trenzas de oro. No recuerdo  dato alguno acerca de  tu aspecto físico, en "Viene la noche", lo repasaré.




 Y, antes de colocar la rima, he de deciros que en ninguna novela, en ninguna, he visto planteado un problema, llamémoslo así, como el vuestro. Problema para los demás, pero no para vosotros. Benjamín, tu suegro, ya no levanta cabeza desde aquella declaración vuestra de "no genitalidad". Pobre viejo: lo de su hijo, lo de Clarita, lo de Teresa, la próstata, la desorientación, el desinterés por todo, el infierno que precede a la oscuridad.

Te dejo, os dejo, con el genial sevillano:

[51, XI]

—Yo soy ardiente, yo soy morena,

yo soy el símbolo de la pasión,

de ansia de goces mi alma está llena.

¿A mí me buscas?



—No es a ti: no.



—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:

puedo brindarte dichas sin fin.

Yo de ternura guardo un tesoro.

 

¿A mí me llamas?



—No: no es a ti.

 

—Yo soy un sueño, un imposible,

vano fantasma de niebla y luz.

Soy incorpórea, soy intangible

no puedo amarte.

 
—¡Oh ven; ven tú!

(Gustavo Adolfo Bécquer)


Un abrazo para todos los que entráis por aquí de:

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

"Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, comenta los capítulos 15 y 16 de Viene la noche, centrados en la sensación del protagonista como un pozo seco. No os perdáis en esta entrada a Esquivias colgado. Al comentar el capítulo 17 narra el segundo viaje del protagonista a Burgos, apesadumbrado. Finalmente, solo como ella es capaz de hacerlo, une la lectura de la trilogía dantesca con la de Bécquer."


 

miércoles, 25 de mayo de 2011

"¿Nos hemos muerto, mamá?"

"Viene la noche", imagen tomada en Marbella.

 La entrada anterior a ésta es : "HISTORIA, JUSTICIA, AMOR Y PERDÓN".

Comentario al capítulo 17 de la novela "Viene la noche", de Óscar Esquivias.

Martes, 23 de enero de 2007.

 
Benjamín viaja a Burgos, otra vez. Mira por la ventanilla, no ha dejado de mirar.  El paisaje es  hostil, a tono con sus pensamientos. Postes con los  hilos cortados, estaciones en ruinas, paredones toscos, traseras de corrales, pueblos que dan la espalda a la vía. Es la sierra pobre.


TaL vez Jaime te contó lo nervioso que se puso tu suegro, en el viaje anterior, porque no llevaba nada para leer; tuvo que  darle los libros del regalo de Navidad, esos que devoró con avidez, en el tren y en el hospital.



En éste, no lleva nada , ni libro ni periódico, y  le trae al fresco. Ya no lee, "mira hacia fuera con atenta pesadumbre". Últimamente, parece haber perdido la fuerzas. Ha sufrido un bajón.

Jaime está muy preocupado por su padre, no se puede  negar a acompañarle a Burgos, no le importa pedir un día de permiso en el trabajo. Los escaparates pueden esperar y Andros también.


El pretexto es visitar la tumba de su hermano Aurelio, hoy, día de su cumpleaños, el cumpleaños de un muerto...

 Es tan fuerte  su voluntad de viajar a Burgos el día 23, que no le desaniman  las previsiones de temporal de los noticiarios. Madrid amanece soleado , pero , al llegar a Somosierra,   un enorme manto blanco  hace desaparecer el horizonte.  La sensación es tan irreal que un niño pregunta : "¿nos hemos muerto, mamá?

 

Ya en Burgos, pueden  llegar al cementerio gracias a  un camión  del Ayuntamiento que va derramando sal y abriendo una brecha. Dentro del camposanto, les indican cómo llegar a la tumba de Aurelio y les prestan unas botas. Se pierden  entre bultos helados  y abombados, los carteles también están cubiertos; mas la voluntad de Benjamín es firme.



Sus huellas son las primeras en romper la nieve inmaculada. Algunas se convierten, instantáneamente, en un pozo sucio, algo inmundo que quiere brotar.



Por fin, encuentran el nicho, se persignan y rezan en silencio. El viejo ha escrito una carta a su difunto hermano y quiere enviársela al más allá, colándola en algún resquicio del nicho. ¿Cuál puede ser el contenido  de una misiva que va a tan lejano país? ¿O es la carta de la tal Felisa?

Jaime se sube a una escalera de mano, no hay ni una grieta. Benjamín saca una caja de cerillas y quema el papel , que cae chamuscado sobre la nieve. Sí , Sara, a mí también me parece muy extraño el comportamiento de tu suegro, Jaime lo debe estar pasando muy mal viéndolo actuar así.


En la estación, les informan de que no no funcionan  trenes ni autobuses, la ciudad ha quedado aislada. No circula ningún vehículo, han de quedarse allí, a la fuerza. Burgos está aletargado, silencioso. Recuerdo aquella nevada histórica del 2007.

Jaime teme que su padre se resfríe o se caiga; pero ahora parece animado. Benjamín le sirve de guía por una ciudad desconocida para ambos. Visitan una ciudad fantasma , las frases del viejo comienzan por "aquí había" o "aquí vivía". No reconoce las calles y es penoso caminar entre barrizales de nieve sucia. Aún así, dan un largo paseo hasta llegar a   San Pedro de la Fuente, un barrio extramuros. La casa en que nació , en la calle Emperador, no existe. Se queda mirando el edificio pobretón que ocupa su lugar.


 Se alojan en el hotel de otras veces, ya lo conoces, muy cercano al río Vena. Está tan vacío como en Navidad. Cenan solos en un inmenso comedor,servidos por un camarero de manos temblonas.




La televisión anuncia que pronto se restablecerán las comunicaciones, aunque se aconseja que se evite viajar. Benjamín desea marcharse cuanto antes.  Su hijo  no tiene prisa, Andros le ha dicho que se tome los días que necesite.

Se acuestan temprano. Jaime está cansado y duerme profundamente hasta que le despiertan unos "golpes imperiosos". Es Benjamín, dice que hace frío, que tal vez el radiador esté estropeado. ¿Llama a recepción? No, lo que quiere es dormir con él, como un niño. Tu marido accede...



Tras unas cuantas vueltas para encontrar una postura cómoda, el viejo se levanta al servicio. Jaime está atento: emite "unos chorritos espaciados", vacia la cisterna, se lava las manos, vuelve a orinar, se lava de nuevo, tose, escupe, cesan los ruidos... no vuelve a la cama.


Jaime se levanta, encuentra a su padre sentado en la taza del váter. Codos clavados en las rodillas, cabeza sujeta en las palmas,  tobillos aprisionados por los calzoncillos. Le pregunta si se siente bien. Está bien, pide que le dejen cagar a gusto.

Cuando vuelve a la habitación, sepasea a oscuras, mira por la ventana y se sienta en el borde de la cama, mirando al suelo. ¿Está desorientado?

Se acosta, gira sobre el colchón, vuelve más tarde al servicio. Jaime se inquieta  por la salud de su padre. Quizás esté empezando a tener problemas de  próstata y desorientación. El infierno de la enfermedad casado con el de la ancianidad.
 
Tu  Jaime, además de buen esposo, aunque casto, es un buen hijo.

Hasta el viernes.


Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:


María Ángeles Merino

domingo, 22 de mayo de 2011

Civitavecchia

Sí. Este es otro post de viajes de la Mosca Cojonera. Pero esta vez no empieza a altas horas de la madrugada cuando no han puesto ni las calles. Esta vez, empieza a las 11 de la mañana, después de dormir largo y tendido durante la noche, con el sol brillando alto, y pasando el control de acceso a las puertas de embarque del aeropuerto.

Iba para tres días, así que con poco equipaje y una maleta pequeña no me molesté en facturar. El problema vino al pasar la maleta por rayos X, que me informa la operadora que llevo un líquido de más de 10 ml. ¿Ein? Venga, vamos a abrir la maleta, es por aquí... sí, aquí llevo la pasta de dientes... ¡ah! y el gel de ducha claro.

- No puede meter tanto líquido en el avión, tiene que dejarlo aquí o facturar la maleta.

Por lo visto la operadora todavía no se había enterado de que ya han matado a bin Laden, y ya que no existe el terrorismo, pero le dio igual. Así que para no terminar en el calabozo detenido por terrorista, le dejé quedarse con el jabón, mientras pasaba para dentro refunfuñando y acordándome de todos sus parientes.

En la puerta de embarque ya me esperaban mis compañeros de viaje, y al poco embarcamos con destino Roma, donde llegamos sin novedad a eso de las 2 y media. Cogimos el tren hasta la estación central de Termini, y luego buscamos otro billete de tren, porque esta vez tocaba ir a Civitavecchia, a 90 km de Roma. Pero antes de montarnos en el tren, nos fuimos a comer, porque el trayecto era de hora y media.

Roma, Italia, hora de comer, lo más típico es... comer en un McDonald's, por supuesto. Hacía tiempo que no entraba en uno, y por fin han añadido al menú algo más grande que el 'Big Mac'. Que era 'Big' en las fotos, pero en vivo y en directo era un 'Tiny Mac'. Pero esta vez tenían una 'duocento ottanta grammi' que ya se asemejaba a algo más decente como un Whooper.

Entramos en el tren, y ocupamos 6 asientos: 3 nosotros, y otros 3 las maletas. Luego hubo que desocupar y dejar sitio a otros que también querían sentarse. Pero al fin llegamos a Civitavecchia a las 18.30 de la tarde. El hotel que teníamos reservado, estaba al lado de la estación.

Se supone que era de 4 estrellas, y en las fotos de la web lucía bien hermoso. Pero llegas allí, y ves la fachada con los desconchones de pintura... y entonces te replanteas si fue buena elección. Porque esto de los hoteles en Italia es peculiar, por decirlo de alguna manera. Nos iban a cobrar 90 euros por noche (a cargo de la empresa, por supuesto). 80 euros nos quisieron cobrar a la Arañita y a mí en 2006 cuando fuimos a Venecia. Era un hotel de 3 estrellas, y decidimos que mejor buscábamos otra cosa, y encontramos un hotel de 2 estrellas, con el baño fuera de la habitación y compartido con los demás huéspedes: 90 euros la noche. Igual la habitación tenían minigolf, minibar gratis, 3 camas king size de agua, espejos en el techo... pero decidimos no comprobarlo. Total, que esto de los hoteles en Italia es un poco una lotería.

Afortunadamente, no hubo más sorpresas en nuestro hotel más que los desconchones de la pintura. La habitación era grande, y con un balconcito desde el que se veía el mar, y el puerto.


Nos dimos una vuelta por el pueblo, que no es demasiado grande. Civitavecchia es el puerto de Roma, donde llegan todos los barcos de crucero, con mercancías, etc... Aparte del fortín a la entrada del puerto, diseñado por Miguel Ángel, en el pueblo no hay nada de interés. Si acaso, el paseo marítimo, bordeando una playa de piedras, pero que estaba en obras.



El centro del pueblo es peatonal, sólo tiene tiendas, y nada especial que ver. A excepción de un coche que estaba promocinando algo. Y lo promocionaba con una canción pegadiza, que no nos ha dejado en todo el viaje. Una cancioncilla que es para niños, y la verdad, compadezco al conductor del coche, porque trabajar escuchándola una vez tras otra... en fin, juzguen ustedes mismos, y piensen como se sentirían escuchando esta canción una y otra, y otra y otra vez sin parar:




(en realidad, de la canción, el anuncio sólo usaba el estribillo, y luego una voz anunciaba el producto, que por lo que vimos, eran cocodrilos de peluche. Y volvía el estribillo. El conductor debe estar hoy de baja por locura sobrevenida, pero no hemos podido confirmar este extremo)

Y nos dio la noche y nos fuimos a cenar. Esta vez sí, pizza. Más concretamente una calzone que no entraba en el plato de lo grande que era.


Al día siguiente tocaba reunión. Ya saben, que yo no viajo por turismo (¡no, que va!) sino por trabajo. A la puerta del hotel nos esperaban otros asistentes a la reunión, y luego vinieron a recogernos con una fragoneta malacatone (de esas que pillan todos los baches de la carretera, y los amplifica por cinco), para llevarnos al lugar de reunión que estaba fuera del pueblo, por una carretera que más parecía un camino de cabras que otra cosa.

Allí, aparte de más gente, nos esperaba un fotógrafo que no paró de sacar fotos en todo el día. Metía las narices en todas partes, te ponía el objetivo por encima del hombro sin avisar... vamos, que era una mosca más cojonera que servidor. Ah, y luego estaba el detalle de que habían colgado banderitas con ocasión de la reunión: la italiana, la europea y la española.

Pues la mañana la pasamos por allí, reunidos, haciendo pruebas, y al terminar, nos fuimos de vuelta al pueblo, esta vez en coche, y quedamos para la cena a las 8; hora a la que vino de nuevo otra fragoneta malacatone para llevarnos monte arriba hasta un pueblo perdido a 600 metros de altura. Echen cuentas: el hotel está en primera línea de playa, y nos fuimos a 600 metros de altura. A un restaurante que para encontrarlo, hay que saber que está ahí. Yo llegué a dos conclusiones:

1. que quien propuso ese restaurante vive allí
2. que un familiar suyo trabaja allí.

Otras opciones, como que lo encontrara por azar, me resultan inverosímiles.

La comida... ¡uf! Cuanta comida. Si yo creo que hasta la tía de la Arañita hubiera dicho que es mucha comida. Y quien la conoce sabe a lo que me refiero. Y quien no la conozca, seguro que tiene una suegra o algo que cuando terminas tu plato, primero te lo rellena, y luego te pregunta

- ¿Quieres más? Que no has comido apenas nada
- ¿Como que no, si ya es el tercer plato de judiones blancos con chorizo....?

Bueno, pues nosotros no comimos judias blancas, pero empezamos con los entrantes: las bruschettas de tomates, de champiñones, de sobrasada (o similar), de aceite..., el jamón, el lomo, el salchichón.... Luego llegaron las pastas: que si sellos de correos (también llamados raviolis) a la trufa, tallarines con champiñones, y pappardelle a la boloñesa. Y no sé por qué, pero alrededor mío se juntaban todos los platos. Que no, que no es que los acaparara yo, pero llegaban las camareras, y al no ver sitio, pues me lo colocaban a mí.

Y luego tocó la carne, con ensalada y patatas fritas, de lo que sólo probé la chuleta de cordero, porque ya no me entraba más. De postre un sorbete de limón (los más atrevidos prefirieron el tiramisú), y para terminar, los licores: la grappa, y el limoncello. ¡Ay! que rico el limoncello. Y como se subía de rápido.

Terminada la cena, toco el viaje de vuelta en... sí, la fragoneta malacatone. El medio ideal para ayudar a la digestión por aquello de los baches. Y de las curvas de la carretera. Mención aparte que el conductor se quedó a cenar con nosotros, y claro, él también le dio al limoncello. Pero hicimos como que no nos habíamos enterado, porque si no, nos quedamos allí arriba.

Y una vez de vuelta en el pueblo, pues los mas osados nos quedamos a rematar la noche con unas cervecillas en un bar en el paseo marítimo. Hasta las 2 de la mañana. Sí, al día siguiente costó levantarse, pero el deber manda, y a las 8.30 de la mañana estábamos listos para volver al lugar de la reunión. No, esta vez ya no vino la fragoneta malacatone, afortunadamente, porque la ligera resaca que llevabamos algunos no nos hubiera permitido aguantar el viaje.

Terminamos el trabajo sobre las 2, y entonces un italiano se ofreció a llevarnos al aeropuerto. ¿He comentado alguna vez sobre lo mal que conducen los italianos? Pues lo digo ahora: conducen muy mal. Cruzar las calles en Roma es toda una aventura, es jugarse la vida. Saltar a un foso de leones hambrientos es más seguro. Bien, pues sabiendo todo eso, imaginen lo que tranquiliza enterarse por boca de tu chófer que le han quitado ya 10 puntos del carnet por exceso de velocidad.

Y ahora contar de como casi no volvemos de Roma. Empezamos en el control de acceso, los rayos X. Sí, otra vez que abra la maleta. Esto es un deja vu de esos. Que llevo algo electrónico.
- Sí, claro, la máquina de fotos
...pero no era eso. Que qué hay por ahí... pues la pasta de dientes... ah, sí y la máquinilla de afeitar. Y tras unos segundos palpando el bulto, el carabinero me dejó pasar.

Llegamos a la puerta de embarque, y el avión ya estaba retrasado 20 minutos. 20 minutos más tarde, seguíamos esperando a poder embarcar. Por fin, llega el piloto, se acerca al micrófono, y nos dice:

- Señores, estamos revisando un problema en el avión, por lo que aún nos retrasaremos más. Aún así, he decidido embarcarles por si nos autorizaran a salir, pero sabiendo que podría ocurrir que tuviéramos que desembarcarles de nuevo.

Me parece muy bien que me digan por qué se retrasa el avión, pero leñes, de esperar, es más cómodo el asiento del aeropuerto, que el asiento del avión. Si ya vamos a salir tarde de todas formas. Así que refunfuñando, entramos ya con mal pie al avión a eso de las 8 menos cuarto. Y la cosa se torció más cuando llegamos a nuestros asientos, y el azafato nos dice que allí ya no había sitio para colocar las maletas, que las dejaramos en la parte delantera del avión.

- Bueno, esperaré a que se despeje el avión, porque prisa no tenemos, ¿verdad? - Le dije no sin cierto retintín.

Nuestro asiento estaba al lado de la puerta de emergencia, que siempre hay más sitio para los pies. Así que en vez de esperar, dejé la maleta debajo de mi asiento, que se supone se puede hacer.

- No, perdone, pero no puede dejar la maleta ahí, porque ese es espacio para los pies del pasajero de detrás.- me dice el azafato con mala cara
- Bueno, pues lo dejo debajo del asiento delante mío - respondo alegremente
- No, porque es la salida de emergencia, y no puede poner nada que entorpezca el paso
- ¡Pero si está debajo del asiento!
- Pero si hay un frenazo, la maleta se puede mover y bloquear el paso
- ...Grfxxx...!!!

Así que contentos estábamos yo y el azafato. Me miraba mal. Por fin, conseguí dejar la maleta en la parte delantera del avión, nos sentamos, y el piloto muy amablemente nos comunica que todavía no teníamos autorización para salir, y que lo principal era la seguridad, y bla bla bla... A esto serían ya las 8 y cuarto, y entre la simpatía que nos tenía el azafato, y la avería del avión, nos veíamos pasando la noche en Roma.

Al poco, empiezan a decir que si los asientos rectos, que si el cinturón abrochado, ¡Vaya! será que vamos a salir. Pero no era más que una falsa alarma. Eso sí, nuestro querido azafato pasó de nuevo para decirnos que para el despegue no podíamos tener bolsas, y teníamos que guardarlas en un armarito que teníamos justo delante.
- Si, ya pero, no tendrá una trampilla y os quedareis luego con los bombones , ¿eh?

El azafato ya no sabía si reir, llorar o tirarme por la ventanilla. Y de nuevo habló el piloto:
-Señores pasajeros, Madrid nos ha autorizado por fin a volar...
-¡¡¡Bieeeeeen!!
-... pero debido al retraso, hemos perdido nuestro slot de salida, y el control aéreo no nos da un nuevo slot hasta las 9 y media
-...GRffxxxjopuxxgfrf!!!

Total, que desde las 8 hasta las 9.30 metidos en el avión esperando a salir, haciendo amistad con el azafato. Todo un viaje de vuelta. Afortunadamente, no hubo más problemas, y llegamos a Madrid sobre las 11.30 de la noche.

Total, un viaje en el que me llamaron terrorista a la ida, y del que casi no dejan volver.

Voté en el Colegio Público "Río Arlanzón", mi viejo cole.


En clase, tras esa ventana de  la planta baja, estaba  yo en 1957. No había nacido y ya iba al colegio todos los días. De forma invisible, claro.


Cinco años después, en 1963, comencé a asistir de manera visible. Se llamaba "Grupo Escolar Conmemorativo Generalísimo Franco Bahamonde", aunque todos decíamos el "Grupo". Afortunadamente, ahora se llama Colegio Público "Río Arlanzón". Era, y es, un buen colegio. Para mí, es un orgullo ser un producto público al cien por cien. Y trabajar  en en centro público, en otro, también. He conocido unos cuantos...


 22 de mayo de 2011, busco la mesa donde tengo que depositar mi voto. Cuando atravieso el pequeño patio, me siento como si fuera a jugar al corro de las patatas.


Elijo la papeleta blanca y la papeleta sepia. De paso, me entero de que mi viejo colegio es "Modelo europeo de gestión de calidad educativa". Si lo viera doña Lorenza Bárcena...



Tengo que votar en esta aula, qué clases más pequeñitas, con lo inmensas que me parecían entonces. Cumplo con mi deber ciudadano. Es lo que toca hoy, a ver si los políticos espabilan un poco.

 Que tengáis un buen día.