martes, 3 de julio de 2018

"El pisito" de Azcona con los lances de las Petritas.



Comentario sobre algunos lances de Petrita, protagonista femenina de la novela El pisito de Rafael Azcona, para la lectura colectiva de La acequia, dirigida por Pedro Ojeda. 

-¡Hola, amigos que pasáis por aquí! 

En la entrada anterior, os hablaba sobre El pisito y preguntaba a mi amiga Austri cómo veía ella a los novios protagonistas. Rodolfo le inspiraba un poco de pena, por débil, acomodaticio y "cojonazos". En cuanto a Petrita le caía un poco antipática, le parecía en verdad bastante "burra" pero admiraba su energía: dispuesta a cualquier cosa para casarse, ser inquilina, dejar la abarrotada casa de su hermana, mandar y tener un hijo". (*) 



Ayer me contaba su lectura, tantas vueltas le había dado a la "burra" que, en fin, juzguen ustedes:

--Verás, María Ángeles, me hablaban dos Petritas.

-¿Dos? Será la edad o el calor. En fin, cuenta. 

--Mejor, te lo escribo, aquí en una entrada borrador de tu blog, en cursiva. Luego lo publicas.

Hoy me he encontrado esto: 

--Ustedes leyeron el libro, tal vez vieron la película, y me conocen, acaso me pusieron la cara de la actriz Mary Carrillo. Soy Petrita, la novia de Rodolfo, el inquilino de la anciana doña Martina. Somos personajes de ficción que vivimos una historia de amor e inquilinato. Y no me llame burra, escritor mío. Estuve un poco burra, sí, menudo taconazo de aguja le arreé  "en el mismo occipucio", como dijo el callista embaucador Dimas, asimismo inquilino de doña Martina. Comprendan mi desesperación, la vida me tiene atrapada.



¿Occipucio? Verán, fui poco a la escuela, casi nada, salí del pueblo con doce años  y enseguida me metieron a trabajar en la mercería, donde cojo  puntos a las medias que agujerean las señoras. ¿Occipucio?  Le hice sangre en el colodrillo, para entendernos; pero es que ya son catorce años de novios, sin casa y sin casar, ya no puedo más. Fue cuando visitamos al casero, a don Luis, en un edificio con un enorme portalón que se notaba de mucho señorío de antes, con desconchones y goteras. Unos hombrones de escayola sujetaban la fachada con cara de cansados, no le digo más. 



Nada más entrar nos paralizó el vozarrón de un  portero con parche pirata de algodón en rama, luego vendría el interrogatorio que ni un fiscal y la subida lenta y majestuosa en un ascensor como un confesionario, a no ser por el espejo. Yo me retocaba el flequillo y me remetía los senos en el sostén. 


¡Ay! Rodolfo me miraba como hace catorce años, en aquel partido de balonvolea, cuando se me rompió un tirante del sostén y extraje limpiamente la prenda por debajo de mi camisa azul, arrojándosela a mi atónita entrenadora. Seguí a lo mío "con los pechos tan firmes y tan tiesos". "Y más saltarines, porque ¡cómo saltaban! " Tuve valor porque las de la Sección Femenina imponían la más pudorosa vestimenta, ahítas de la pedagogía marcial del castillo de la Mota. Y mi Fofó se enamoró en el acto de "la rubita de ojos verde uva y labios de cereza", sí esa era yo, tanto que "a punto estuvo de hacerse de Falange". Yo de política nada pero estar afiliada te permitía hacer deporte en pololos, sin exhibir los encantos físicos. 



A lo que íbamos, subíamos como a otro mundo y le arreglaba la corbata y le iba aleccionando: "Se le dice la verdad y que vamos a misa todos los domingos". "A Rodolfo se le encendieron las orejas",  a saber qué pensamientos se le estaban cruzando. Llegamos por fin a la planta que ocupaba, toda enterita, el casero. Por el rellano se paseaba una gallina con aires señoriales y había una sola puerta con mirilla y Corazón de Jesús, cómo no, lo raro era el cartelito: "¡No toquen el timbre! Hay enfermos graves". 



Unos golpecitos con los nudillos y, por fin, una voz de pito, eso atiplada, preguntó que deseábamos. Tuve que explicarle que nos mandaba doña Hipólita la del Ropero y coloqué en la mirilla la presentación, escrita al dorso de una estampita de San Felipe Neri. Por fin, tras el rechinar de media docena de cerrojos y cerraduras, apareció don Luis, "una especie de angelote pálido y rollizo, empaquetado en una bata de seda roja". Íbamos a entrar cuando vio la gallina y nos empujó hacia fuera, pidiéndonos a gritos que, por el amor de Dios que la cogiéramos. La cercamos, la agarré por una pata y se la di al "angelote" que decía no poder agacharse por problemas del diafragma. Cogió la gallina, le metió el dedo en el culo y respiró aliviado, todavía no había puesto, no había soltado huevos por ahí. Comenzó la comedia, mi Rodolfo explotaría y mira que tiene tragaderas. Nosotros llevábamos la nuestra, pero el de la bata roja nos superó.



Recorrimos un pasillo larguísimo y oscuro, al fondo se oía "Soldadito español". Don Luis nos explicaba que era alérgico "a cualquier huevo que no saltara del nidal a la sartén" y que, como no había podido hacer el servicio militar, se consolaba oyendo músicas marciales. Nos hizo pasar a un saloncito lleno de vitrinas con mariposas y empezó con que si doña Hipólita era la mejor amiga de su mamá que en paz descanse, muerta  a consecuencia de una mala caída justo cuando iban a enterrar a su papá en el panteón, total, que le dejaron huérfano de una tacada. Le acompañamos en el sentimiento y al grano. 

Me puse a hablar y él, mientras tanto, miraba las mariposas con la lupa, dándonos la espalda. Desconcertada, me metí "en un laberinto de circunloquios, divagaciones, ambages y requilorios". Esas palabras son del señor Azcona, que yo no sé decir todo eso, me metí en un jardín, andando por las ramas, eso sí sé decirlo. 

"Sí, verá...Resulta que una inquilina de usted tiene un gato, un gato precioso, Teodoro, se llama, por cierto, y aquí, mi prometido, porque nosotros somos novios formales, le ha cogido mucho cariño al gato porque ya lleva un montón de años de huésped con esa señora doña Martina Torralba, una anciana muy mayor..."

Mientras don Luis seguía con la lupa, yo me liaba con doña Martina,  la hija de un catedrático que vive en una casa que tiene usted en la Corredera, con el mercado al lado, muy cómodo pero apesta por la noche; la señora como está sola en el mundo y le quiere dejar el piso al gato, le ha pedido a Rodolfo que se haga cargo del animal cuando ella se muera; pero a dónde vamos a ir con el gato si no nos hemos podido casar después de catorce años de noviazgo porque no hemos encontrado piso, porque nosotros somos de derechas de toda la vida y queremos formar un hogar cristiano, imagínese mi prometido que es sobrino de un misionero mártir, que lo mató un cebú cuando predicaba a los salvajes o sea..."usted que es tan católico y tan bueno nos alquila el piso cuando doña Martina se muera, nosotros besaremos el suelo que usted pisa, eso aparte de cuidar al gato, claro, porque yo..."

Al llegar a lo de alquilarnos el piso, guardó la lupa y detuvo la música. No había nada que besar y se puso a darle vueltas al santo de mi nombre: "Ah, Petrita...claro, debió de haber una Santa Petra..." . Tuvo tiempo todavía de contarnos el martirio de Santa Petronila antes de suspirar y rematar la comedia. Se le rompía el corazón pensando en que no podíamos consagrar nuestros amores ante Dios pero debíamos comprender. Con la voz quebrada, nos confesó que estaba muy enfermo y agarrándose la panza con los manos nos decía que "esto que a ustedes seguramente les parece salud...esto es agua, todo agua".

Yo me resistía, qué asco, pero me hizo apoyar una mano en su tripaza. Era agua en los tejidos, decía,  y se la tenían que extraer y no en cualquier sitio sino en Suiza. Y de golpe y porrazo, aterrizó en lo nuestro, cómo iba a ir a Suiza con la miseria que le pagaba doña Martina Torralba. A él lo que le convenía era que muriera y dejara el piso libre y si se morían los de los otros pisos, mejor que mejor. Así podría derribar la casa, vender el solar e irse a Suiza a que le sacaran el agua. Ahora bien, si se moría una inquilina de ochenta y tres años y nos lo alquilaba a nosotros que estábamos "en la flor de la edad"...

"Pasa que ustedes, como son jóvenes, no se mueren nunca y yo no puedo ir a Suiza. Esta es una carrera o se mueren los inquilinos o me muero yo".

Doña Martina en su lecho ¿de muerte?

 Nos quedamos de piedra. Nuestro pecado era no morirnos nunca. Yo lloraba como una magdalena al oír tal brutalidad. El angelote de la bata roja se levantó, nos puso la música de Los voluntarios en la pianola y, entre trompetas y tambores, nos precedió hasta la puerta. Todavía tuvo tiempo de decir que envidiaba nuestra salud, que le dijéramos a doña Hipólita que había tenido mucho gusto en conocernos, que le iba a pedir al Señor que nos ayudara a encontrar el piso que nos merecíamos, que rezáramos a nuestro tío el misionero que "los mártires tienen vara alta en el cielo", que confiáramos en Dios, que no perdiéramos la esperanza, que nos ofrecería un té pero no estaba el ama de llaves. 

Estoy segura de que si no me hubiera llorar habría salido de allí "con la mansedumbre de un cordero camino del matadero". Pero "aquel llanto a borbotones" "lo sacó de su cobarde mansedumbre". Por primera vez en su vida perdió la cabeza, cogió al casero por las solapas y le vociferó a la cara: "Usted a mi novia no la hace llorar! ¡Cuidado conmigo, porque si me da la gana usted no va a Suiza a que le quiten el agua, la grasa, la mierda o lo que sea eso que tiene en el cuerpo!"

Yo estaba maravillada de aquel arranque de hombría, enternecida le pedía que no se pusiera así, "vámonos y que se meta el piso en el culo...". Culo, una señorita como yo sugiriendo meter algo por el culo, así a las claras y con una rabia como nunca en mi vida. Nada de "por donde amargan los pepinos", en su enorme culo, señor don Luis.

Pero todavía faltaba "el trueno gordo" y le soltó al casero:

"¡Porque yo me caso con la vieja, la vieja se muere, yo heredo el gato y el piso, y usted ni siquiera me puede subir el alquiler, gilipollas!"



Lo estropeó todo. Oír aquello y ponerme como loca fue todo uno. Salimos de aquel maldito piso y si no aparecen los guardias le mato con el tacón del zapato que era de aguja. Y, cuando acudieron les dije que me estaba molestando y que me iba a meter monja y milagro que no se lo llevaron a la comisaría. Yo tengo mi dignidad, cómo se le ha podido ocurrir  que me iba a prestar a ese enjuague. Él se casa y tan campante, pero yo habría sido el hazmerreír de todo Madrid.

No aguantaba más, me metería monja, me tiraría al metro o al Viaducto. ¡Cualquier cosa antes de vivir casada y realquilada! Como mi hermana Rosa y mi cuñado el municipal Paco con su familia numerosa que cada año lo era más, menuda coneja, compartiendo casa con otras dos familias, también numerosísimas, más el inquilino paralítico que era el que realquilaba a tanta gente. ¡Y la cuñadita! Una servidora. Cuando me fui de niñera me pareció un lujazo dormir en una cama para mí sola, con la única compañía de la doncella, en una habitación grande y soleada. 

A todas horas, llantos, gritos y discusiones por una braga o por dónde pongo el puchero. La cocina era un infierno de mil olores donde lo mismo se comían caracoles que se sentaba al crío estreñido en el orinal o se majaba perejil. Y las incomodidades no acababan en la cocina, mi hermana dormía con las niñas, mi cuñado con las niños y escapaban al baño cuando quedaba libre para hacer uso del matrimonio. ¡Y cada año uno! ¡O dos!



Si leen el libro, tal vez comprendan mi desesperación, que yo terminara tragando con la boda del calzonazos de mi Rodolfo con doña Martina, para heredar el inquilinato de la casa cuando la vieja señora se fuera al cielo, como dicen que ocurrió en Barcelona.Tengan en cuenta que entonces no se pensaba en hipotecas ni se construía nada. Nada es liso y llano, la vida no es fácil, nunca. El precio será muy caro. Les saluda: Petrita. 


Austri me dijo que había otra Petrita. Aquí la tenéis:

-- Ustedes no me conocen, no estoy ni en el libro ni en la película, soy un producto de la imaginación de una lectora que quiso poner un alargador de casi sesenta años a El pisito. Yo también me llamo Petrita, nombre de señora mayor,  extraño entre las Albas y las Paulas de mi cole; un capricho de mi abuela, Petra. Casi centenaria, la pobre mujer había perdido la cabeza y cuando se enfadaba te decía"¡Usted a mi novia no la hace llorar!" o "la vieja se muere"o "heredo el gato y el piso...gilipollas". Ahora sé de qué iba todo eso porque cayó en mis manos la novela de Rafael Azcona, un nombre que me sonaba a cine del bueno pero no a literatura. 

Tengo treinta y tantos años en este 2018 y también vivo una historia de amor y de inquilinato. Mi novio y yo no cejamos en nuestro afán de dar con un piso decentito, de renta asequible a nuestros escasos ingresos ¿Mileuristas? A veces llegamos a los mil, casi siempre ochocientoseuristas y con suerte. Estamos hartos de visitar pisos antiguos con portalones señoriales y caseros desconfiados que miran con lupa nuestros DNI y nuestras nóminas. Algunos parecen sacados de los años cincuenta  y estoy tentada de añadir "que lo que queremos es formar un hogar cristiano". Nosotros que no cursamos religión  en el cole ni en el insti y que no conocemos más misas que las de algunos funerales. 



¿Tenéis niños? ¿Tenéis perro? ¿Españoles verdad? ¿Sois fijos? No me suena esa empresa. ¿Y decís que tenéis estudios? Me ha pedido el piso un matrimonio muy majo, funcionarios los dos...Es lo habitual. En un lance, suelo sacar del bolso las fotocopias plastificadas de mis grados y másteres, me daría igual enseñar la estampita de San Felipe Neri que siempre llevaba mi abuela en la cartera. 



Me decía: mira niña, la recomendación de doña Hipólita, toda una señora, rompía muchas medias y yo le cogía los puntos. ¿Que arreglabas medias, abu? ¿Eran de oro acaso? Ahora ni el móvil, muerto y a por otro. 

Se cogían puntos de medias


Al final, el precio del alquiler siempre está muy por encima de nuestras posibilidades. ¿Casarnos? No se nos pasa por la cabeza. Mi novio y yo compartimos piso con chicos y chicas, en gravísimo pecado mortal, como diría mi abuela Petrita, la pobre, que pasó no sé si doce o catorce años aguantándose las ganas de acostarse con el abuelo Rodolfo. Besos, cintura para arriba y un pase de mano para aliviarle ardores en caso de emergencia, lo contaba sin vergüenza alguna cuando empezaba con la demencia. Una vez, cogió el retrato del abuelo, suspiraba y le decía mimosa: "Como ya nos podemos casar, esta noche, si quieres...".

No nos quedó otra solución que vivir en una habitación alquilada, que nosotros no queremos volver a casa de papá y mamá. La que tenemos ahora no está mal, no se imaginan lo que pueden llegar a pedir  por un zulo con una cama y poco más, a veces ni eso. Se ha hecho famoso el cuchitril de quinientos euros...Cuando nos juntamos todos en la cocina, esperando turno para el microondas o para poner una lavadora, se dan situaciones un tanto similares a las que describía mi abuela de la casa de los tíos Rosa y Paco, incluso tenemos niño con orinal...de una compañera que para nosotros tener un hijo sería una locura. Cuando vivía con mis padres, pensaba que sólo vivían así, amontonados, los emigrantes, mi amiga Samira me contaba que había quien pagaba por dormir en el pasillo o en una despensa. Españoles o extranjeros, siempre hay un espabilado que alquila primero y se aprovecha de los realquilados que va metiendo. Lo del realquiler es muy antiguo, ¿verdad abuela Petrita? Mirad, aquí acabo de leer que se considera hacinamiento cuando el espacio mínimo para vivir por persona no llega a 15 metros cuadrados. 



Es para llorar, como mi abuela al salir de la casa de don Luis. Alguna vez yo también lloré, abuela Petrita. No, mi chico no se puso violento con ningún casero o casera, es bastante acomodaticio, como decías tú del abuelo Rodolfo. La que tira para adelante soy yo, mi chico se porta a veces como cordero que llevan al matadero, ¿te suena, verdad? 

¡Ah! Lo que me faltaba. Nunca falta algún listo, o lista, que como si descubriera la pólvora va y te dice que te metas en una hipoteca y en veinte, o treinta, añitos de nada, ya tendrás pagado el pisito y, mientras tanto, tú a disfrutar de una buena vivienda. Muchos cayeron en la trampa y ahora están casados con el banco, la peor de las ataduras, ríete tú del divorcio civil o de la anulación eclesiástica. ¡Ese sí que es un matrimonio para toda la vida! Hasta el cuello están algunos y mira qué bonito, en las agencias inmobiliarias donde ofrecen "pisos de banco". Un drama de nuestros días, de algo se libraron Rodolfo y Petrita. Lo de los desahucios es ahora el pan nuestro de cada día. Y lo de los fondos buitre. ¡Ay, abuela Petrita! 



Bueno, os dejo, me voy un rato al gimnasio, no hay que descuidarse, aunque mis pechos todavía estén como los de la abu cuando jugaba al balonvolea con la Sección Femenina. Al sostén lo llamamos ahora sujetador, abu, y no es imprescindible. Y no conocemos los pololos, o bombachos que dice mamá. Me llamaste golfa una vez que me viste en mallas. ¡Te quiero, abu! El pisito no ha muerto, ya lo ves. 

A todo esto, alguno se habrá extrañado de que Rodolfo y Petrita lograran tener descendencia, pues...la tuvieron, lo cogieron con ganas, ya cuarentones y canosos. Es el alargador de una lectora, nada más. Si otro lector los sitúa a cada uno en un convento, también vale, así es la aventura de leer. 


-Hasta aquí el escrito que me dejó Austri.


Un abrazo de María Ángeles Merino y su compañera de lecturas Austri


4 comentarios:

La seña Carmen dijo...

De padres michos, hijos michines, en este caso nietos. Esperemos que a la nueva Petrita no la llame la biología demasiado tarde, si es que la llama, y para entonces ya hayan encontrado un trabajo y un alquiler decentes.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Con matices, pero los tiempos se parecen tanto... que hasta estas dos Petritas podrían sumarse en una sola. Espero que no haya más Petritas en nuestra historia futura, pero soy pesimista.
Ya faltaba aquí la voz del personaje. Gracias por ella.
Nos vemos el sábado.

Paco Cuesta dijo...

Visto (leído) hoy parece una fábula. Pero no lo es tanto

Ele Bergón dijo...

Muy bien retratadas las dos Petritas, tanto abuela como nieta.

El tiempo pasa y parece que todo cambia y en efecto es así, pero hay algunas situaciones, como esta del pisito, que permanecen y no sé si además se agravan.¡Menudos precios que tienen los alquileres ahora! Al menos en las grandes capitales como Madrid y Barcelona, es un gran negocio para los " buitres" y los sueldos con contratos basura, cada vez más bajos.

Austri ha pensado y ha pensado como chica sensata que es, mostrando las realidades.

Besos