lunes, 31 de octubre de 2011

"...aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre"










Ayer, treinta de octubre, paseaba por la orilla de la carretera, en Palacios de Benaver, un pueblecito del páramo burgalés. Tras las primeras lluvias, era el día adecuado para arar. Olía intensamente a tierra . Y yo acababa de releer aquel discurso que don Quijote pronuncia ante los cabreros, el de la Edad de Oro:

"Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados , y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna...Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre ; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían..."

¿Existieron aquellos siglos dorados? Los del tráctor dirían que sólo a un loco se le ocurre tamaña idea...

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Y Mª Ángeles Merino, nuestra Abejita de la Vega, nos lleva a reflexionar sobre la Edad de oro quijotesca...

sábado, 29 de octubre de 2011

Mensaje para Blogger

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¡La del Quijote no es la última!

"Sonata de otoño"(2). Entre mirtos, mirlos y laberintos.

"El viejo rosal de nuestros amores volvía a florecer..."

Comentario a algunos pasajes exteriores del libro "Sonata de otoño", de Valle Inclán. Esta entrada forma parte de la lectura colectiva de "La acequia", de Pedro Ojeda.

El otoñal marqués de Bradomín se pone en camino, poco antes de amanecer, hacia "el viejo palacio de Brandeso", donde Concha vive sus últimos días.  El viejo rosal de sus amores va a  florecer muy fugazmente,  los dos lo saben.

El paisaje se le ofrece  en sintonía con su estado de ánimo: monótono, desolador, ceniciento, inacabable.

"Cuando salimos al campo empezaba la claridad del alba..."


"Vi en lontananza unas lomas yermas y tristes, veladas por la niebla. Traspuestas aquéllas, vi otras y después otras. El sudario ceniciento de la llovizna las envolvía. No acababan nunca. Todo el camino era así."



Llega a Brandeso entre la  luz mortecina del atardecer y  los árboles sombríos:

 "El sol poniente dejaba un reflejo dorado entre el verde sombrío, casi negro de los árboles venerables..."


 "...los cedros y los cipreses, que contaban la edad del Palacio."



"Con el alma cubierta de recuerdos, penetré bajo la oscura avenida de castaños, cubierta por hojas secas"


En el fondo distingue el Palacio. Concha es "una sombra blanca", que saluda "agitando sus brazos de fantasma", tras la vidriera. A partir de aquí, casi todo transcurre dentro, salvo la escenas que tienen lugar en el viejo jardín ; el de los mirtos y los mirlos.

Los mirlos son la ocupación ingenua de Florisel, un pequeño "siervo de la gleba", elegido por Concha para ser "paje" de Bradomín. Después de pasar por su entrenamiento,  silban la "riveirana", en lugar del canto natural de los mirlos. Yo lo conozco muy bien, los oigo a todas horas, anidan por aquí cerca.

Así cantan los mirlos venerables que oígo todo el día.
 ¡Un mirlo cantando una céltica muñeira! Concha  compra y da la libertad a los  bien "adeprendidos", "desearía que silbasen  la riveirana sueltos en el jardín, pero ellos se van lejos".


Concha, con la falda llena de rosas, como una santa antigua, le llama desde el jardín:

Santa Casilda (Zurbarán)

"Y Concha me enseñó su falda donde se deshojaban rosas, todavía cubiertas de rocío, desbordando alegremente como el fruto ideal de unos amores que sólo floreciesen en los besos"


Y ahora vamos con el jardín más nostálgico del mundo, el de todos los manuales de Literatura española. Nostálgico, señorial, monástico, venerable, ay muy venerable.

"Yo recordaba nebulosamente aquel antiguo jardín donde los mirtos seculares dibujaban los cuatro escudos del fundador, en torno de una fuente abandonada..."

Mirto o arrayán.


"El jardín y el Palacio tenían esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor."


"...Bajo el cielo límpido , de un azul heráldico, los cipreses venerables parecían tener el ensueño de la vida monástica"


Concha y Xavier viven un intermedio feliz y su felicidad es el sol que acaricia las flores y  la brisa que danza como un hada sobre la yerba:

"La caricia de la luz temblaba sobre las flores como un pájaro de oro"


"...y la brisa trazaba en el terciopelo de la yerba, huellas ideales y quiméricas como si danzasen invisibles hadas"


Concha, al pie de la escalinata, disfruta del perfume de las rosas. Algunas se han deshojado, llora. Envuelta en el fanal  dorado del otoño, parece una pintura gótica.

"Y hundió en aquella frescura aterciopelada sus mejillas pálidas...
Alzó la cabeza y respiró con delicia, cerrando los ojos y sonriendo, cubierto el rostro de rocío, como otra rosa, otra rosa blanca."


"Sobre aquel fondo de verdura grácil y umbroso, envuelta en la luz como en diáfana veste de oro , parecía una madona soñada por un monje seráfico."


Pasean por el jardín, las hojas secas son su séquito:

"Recorrimos juntos el jardín. Las carreras estaban cubiertas de hojas secas y amarillentas, que el viento arrastraba delante  de nosotros, con un largo susurro"


Llegan al fondo del laberinto, la fuente murmura su sueño:

"En el fondo del laberinto murmuraba la fuente rodeada de cipreses, y el arrullo del agua parecía difundir por el jardín un sueño pacífico de vejez, de recogimiento y de abandono."


Se sientan en un banco de piedra. Ante ellos, se abre la puerta del laberinto misterioso y un sendero umbrío. No les queda mucha tiempo, han de aprovecharlo.

Laberinto verde
" Enfrente se abría la puerta del laberinto misterioso y verde. Sobre la clave del arco se alzaban dos quimeras manchadas de musgo y un sendero umbrío , un solo sendero, ondulaba entre los mirtos como el camino de una vida solitaria, silenciosa e ignorada".

Florisel pasa a los lejos, llevando la jaula de los mirtos. Xavier quiere saber por qué Concha le llama así. La respuesta le deja pensativo:

"-Florisel es el paje de quien se enamora cierta princesa inconsolable en un cuento."


Concha mira a lo lejos, ríe; su risa suena extraña y el de Bradomín siente frío y celos.

"¡El frío de comprender todas las perversidades!

Le parece que Concha se estremece. Está enfriando.

"La verdad es que nos hallábamos a comienzos de otoño y que el sol empezaba a nublarse".

Vuelven al Palacio. Le acompañaremos otro día, bajo la luna y en compañía de esa fuente que canta monótonamente en mis versos favoritos.

"En el fondo del laberinto, cantaba la fuente como un pájaro escondido..."


Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Entre mirtos y laberintos se mueve Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, para comentar -sin que se le escape ninguna de las palabras mágicas y musicales de Valle- el viaje del Marqués hasta la casa de Concha.

domingo, 23 de octubre de 2011

"Sea vuestra merced servido, señor don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado" o ¿Qué es de lo mío?

Isla de Aquech (junto a Gaztelugatxe), una ínsula, aunque no sea la Barataria.

Comentario al capítulo 1,10 del Quijote, el titulado "De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno y del peligro en que se vio con una caterva de yangüeses",  publicado en "La acequia", en la entrada correspondiente al día 17 de julio de 2008, titulada "El diálogo, de camino".

Vayamos con el comentario. Antes de que me interrumpan, voy a ver quién anda por ahí. Con un poco de suerte, lo dicen todo ellos y yo ni mu.

 ¡Ehhhh! ¿Hay algún secundario apostado en el canalículo? ¡A mí los yangüeses! Nada, ni arrieros, ni de Yanguas. ¿Y el vizcaíno? El de Azpeitia ya anduvo por estos canalículos, no creo que vuelva.

Pincho en una nota señalada con un 1, indica que hasta el capítulo 1,15 no golpean los yangüeses, aunque el título anuncie "una caterva" de ellos. Gazapos cervantinos, ya sabéis: lo del burro, el nombre de la mujer de Sancho, el baciyelmo, etc.

No, lo he leído de cabo a rabo. Aquí no hay ningún personaje secundario que nos pueda dar su versión. Don Quijote y Sancho están en sus soledades, hablando de sus cosas, mientras hacen el camino. Pero como dice Pedro Ojeda: "¡Qué maravilla de capítulos estos en los que no pasa nada!"

Así vio la Mancha, la que esto escribe, la primavera pasada.

Un Sancho sólo "algo maltratado", con las barbas peladas y molido a coces, se arrodilla y besa  la mano . Y sea su don Quijote servido de darle el gobierno de la ínsula ganada en la reciente pendencia. Solo le falta aquello de: "es gracia que espera le sea concedida del recto proceder de Vuestra Merced, cuya vida guarde Dios muchos años". ¡Uy! Pido disculpas por la digresión funcionarial, me ha venido a la mente.

Don Quijote le explica que la  aventura vivida  no es de ínsulas "sino de encrucijadas ". Y ya ve la ganancia: cabezas rotas u  orejas de menos. Le pide paciencia, pues no faltarán aventuras donde le pueda hacer gobernador y  más que gobernador. ¡Qué decepción para el magullado escudero!

Resultado de las "encrucijadas "de don Quijote.

A pesar del chasco, Sancho, sumiso,  besa la mano y la loriga. Aunque sólo sean palabras, son de agradecer.

Caballeros con su loriga.

Le ayuda sobre Rocinante y le sigue con su asno. No sabemos quién corre más, si el amo que  "a paso tirado" va a emboscarse, o el criado que le sigue "a todo el trote". Los dos tienen miedo.

Este bosquecillo manchego sería en aquellos tiempos más tupido, para poder emboscarse.

Sancho, por aquello de  la Santa Hermandad,  propone "acogerse a sagrado" en alguna iglesia. Don Quijote le replica: ¿dónde ha visto o leído que un caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por más homicidios que cometa?

Sancho no sabe nada de  "omecillos", ni rencores; pero sabe cómo se las gastan los de las mangas verdes con los que pelean en el campo.
Cuadrillero de la Santa Hermandad, "mangas verdes".

Don Quijote, jactancioso, espanta su miedo y el de Sancho. Él es muy capaz de librarle de los caldeos, "cuanto más de las de la Hermandad". ¿ Ha visto caballero más valeroso? ¿Ha leído historias de otro más brioso, más perseverante, más diestro, más mañoso?

En eso no yerra, Sancho no las ha leído porque... no sabe leer. Pero sabe calibrar el enorme atrevimiento de su amo. Y teme que le hagan pagar esos atrevimientos donde él sabe. ¿Peralvillo?


De momento, déjese curar esa oreja sangrante, que en las alforjas tengo hilas y ungüento blanco.


Don Quijote dice conocer la receta de algo mejor: el mágico bálsamo de Fierabrás.  Si en una batalla te parten por medio el cuerpo, como suele suceder, se encajan bien  ambos trozos, se beben dos tragos, glu glu, y ya está.

Roldán luchando contra Fierabrás.
¡La receta!  Sancho quiere la receta y para qué las ínsulas. Sacará dos reales de cada onza y a vivir tranquilo. ¿Es grande su costo? ¿Menos de tres reales para tres azumbres? ¿Qué aguarda para prepararlo  y enseñárselo?

Don Quijote le manda callar y, por ahora, no va a fabricar el mágico bálsamo. Ahora hay que curarse con las hilas y el ungüento, que la oreja duele mucho.

Mas, cuando ve rota la celada, olvida sus heridas. Y jura solemnemente, como en el romance  del marqués de Mantua: "no comer pan a manteles ni con su mujer folgar" antes de tomar venganza del que fizo tal "desaguisado". Lo de "folgar" no lo dice el de Mantua, puede ser una broma del castísimo hidalgo.


Sancho habla con mucho sentido común y sorprende a su amo. Si el caballero de Azpeitia cumplió lo ordenado y se presentó ante Dulcinea, ya ha cumplido y no merece tal venganza. Don Quijote le da la razón y anula el juramento. Pero jura de nuevo hacer la vida que ha dicho...¡mientras no quite por fuerza otra celada a algún caballero! Como hizo Sacripante con el yelmo de Mambrino;  el cual  nos dará mucho que leer, ya veréis.

El escudero trata de hacerle caer en la cuenta de que tales juramentos son en daño de la salud y de la conciencia. ¿Y dónde va a encontrar un caballero  con celada por esos andurriales? Los arrieros no llevan eso.



¿Ha de cumplir el juramento de ese loco de Mantua  que le obliga a incomodidades como  dormir vestido y no dormir en poblado? ¡Sancho conoce bien  el romance!

Don Quijote no da su brazo a torcer. Se engaña, pronto encontrarán hombres armados, más que en "Angélica la bella", otro de sus queridos libros.

Don Quijote no sale de  su mundo caballeresco y Sancho vuelve a lo de su ínsula, a ver si llega el tiempo de ganarla. Ahora el caballero tiene hambre y echa mano de sus lecturas para conformar al escudero: "Cuando faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca o el de Sobradisa". A ver si se calla y saca algo de comer, lo que sea.

Dinamarca, lo más remoto.
Mendrugos de pan, un poco de queso y cebollas. No es comida de caballeros, le advierte el de las alforjas. Muy equivocado está este Sancho; que los caballeros tienen necesidad  natural de comer y, si han de comer viandas rústicas como esas, las comen. Y si no, él conoce hierbas que puede buscar.


Acaban pronto su seca comida, en paz y en compañía. Han de buscar donde alojar aquella noche. No llegan a dormir en poblado porque les falta sol. Van a dormir junto a la choza de unos cabreros, Sancho queda algo apesadumbrado. Mas don Quijote se siente feliz porque así puede dormir a cielo descubierto, cumpliendo con el juramento hecho.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

(Ya conocéis mi empeño en escribir los comentarios a los  capítulos del Quijote anteriores a septiembre de 2008, los que me faltan)

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, nos devuelve al Quijote para satisfacción de todos al comentar el capítulo 10 de la Primera parte de la novela. Y no le hacen falta secundarios para hacernos disfrutar, no.

miércoles, 19 de octubre de 2011

"Sonata de otoño"(1): Concha, mujer flor, mujer fantasma, mujer contradictoria.

"El viejo rosal de nuestros amores volvía a florecer ..."
Comentario en torno a la "Sonata de otoño", de Valle Inclán, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Un  sol demasiado fuerte , a pesar de octubre, juega entre tilos y chopos. En un parque, ante una rústica mesa, comienzo a leer  las "Sonatas de otoño". Hojas secas, una ramita asoma curiosa entre dos tablas.


La portada del libro dice: "Sonata de otoño-Sonata de invierno, Memorias del marqués de Bradomín". Pertenece a la colección Austral, es una edición de Leda Schiavo y  reproduce el texto de las últimas publicadas en vida del autor (imprenta Rivadeneyra, Madrid, 10 de marzo de 1933). Es un dato importante porque, según esta editora, Valle Inclán las reescribe repetidamente, constituyendo  todas sus variantes un "apasionante palimpsesto...que fascina a los críticos con lo que parece un perpetuo movimiento".
Este ejemplar conserva algunas anotaciones a lápiz. Lo compré hace unos años, no muchos, para echar una mano a mi sobrina, en un trabajo escolar. Es la vigésima sexta edición, con fecha de 9-XI-2000.  ¿Tanto tiempo hace de eso? ¡No sólo la sonata es otoñal!

"Miedo, aristocracia, remordimiento, escrúpulos religiosos, imágenes sombrías y tétricas, pasión". Eso apunté entonces en una lectura rápida de las primeras páginas. Vamos a añadir algo más.


Concha, una mujer todavía joven, treinta y un años, aristócrata en una Galicia rural, feudal y lluviosa, escribe en una carta :"¡Mi amor adorado, estoy muriéndome y sólo deseo verte!". Su destinatario, el narrador, la recuerda de memoria . Apenas leemos la primera línea de la novela y ya  buceamos en el tristísimo reencuentro amoroso de la moribunda Concha con el marqués de Bradomín; ya sabéis: "un don Juan feo, católico y sentimental", aquel que Antonio Machado nunca fue.


En la lectura del redondo 2000, no subrayé esta frase clave : "El viejo rosal de nuestros amores volvía a florecer para deshojarse piadoso sobre una sepultura". Quince palabras hermosamente colocadas que contienen en sí el extracto de toda la obra.

Novela, prosa, prosa poética, prosa que quiere ser música, virtuosismo del lenguaje. ¿Qué mejor título que el de "sonata"? Y el protagonista narrador la interpreta en primera persona, con un ritmo muy pausado que sólo se acelera al dar  rienda suelta a la  pasión, al expresar los  escrúpulos religiosos de Concha o los  juegos y correteos de  sus blancas niñas. ¿El marqués de Bradomín o el mismo Valle Inclán?

¿Cómo es Concha? La percibimos con colores desvaídos,  los de una rosa marchita o  el blanco de su camisón monjil.  Mujer flor,  mujer fantasma. Flor tronzada al final, cuando sus negros cabellos  vuelen  al suelo desmayados. Contradicciones, escrúpulos religiosos, así es Concha.


Xavier, el marqués de Bradomín, sabe que la bendición de la molinera es una cortesía servil y hueca. No la encontrará sana ni con los colores de una rosa. Pero él ama "locamente aquella boca dolorosa, aquellos labios trémulos y contraídos, helados como una muerta!". 


Al llegar al Palacio de Brandeso, percibe una sombra blanca tras las vidrieras que le "saludaba agitando sus brazos de fantasma". Ha venido, ahora es feliz; mas "su boca, una rosa descolorida , temblaba". 

"De pronto vi una sombra blanca pasar por detrás de las vidrieras",
Xabier la viste con "cuidado religioso y amante".  Medias y ligas de seda de  mujer seductora, túnica blanca monacal por encima, sepultando toda coquetería. Dos mujeres en una sola.

 Ella, al recordar el pasado, ríe melancólica; aunque sus ojos brillen "con dos lágrimas rotas en el fondo".  

Tomado de este blog.
Aunque sus  palabras estén "perfumadas de alegría", se desvanecen pronto en una queja. Su boca, "una rosa descolorida y enferma", palidece aún más y se desvanece . ¡ Él ama estas contradicciones!


Cubierto  con "la onda sedosa negra" de su pelo, la besa con sus labios ,"ungidos de amor como de un bálsamo". Concha goza y se arrepiente: "¡Vete! Vete por Dios...Morir en pecado mortal...¡Qué horror!". Pero él sabe de sus escrúpulos religiosos.

La levanta en brazos como a una niña y juegan al "no te dejo ir". Y, después:

"... mis ojos reían sobre sus ojos, y mi boca reía sobre su boca... la llevé hasta la cama, donde la deposité amorosamente. Ella entonces ya se sometía feliz. Sus ojos brillaban y sobre la piel blanca de las mejillas se pintaban dos hojas de rosa... un poco confusa empezó a desabrocharse la túnica blanca y monacal...Abrí las sábanas y refugióse entre ellas. Entonces comenzó a sollozar, y me senté...consolándola. Aparentó dormirse, y me acosté."

Así es Concha, "tan bella, tan delicada, tan consumida, que mis ojos , mis labios y mis manos hallaban todo su deleite en aquello mismo que me entristecía". Él nunca la amó tan locamente como ahora, así lo confiesa.

Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

"Mª Ángeles Merino comenta e ilustra el comienzo de la Sonata de otoño y, en especial, la caracterización de Concha, con su entrega febril al Marqués..."