miércoles, 12 de octubre de 2022

Javier Marías, mucho más que un mero y útil nombre.



En la Biblioteca Pública del Estado de Burgos han reunido los libros de Javier Marías en una estantería homenaje. Al parecer, suelen montarla cuando fallece un escritor importante, algo que desconocía. La iniciativa está bien aunque me parezca triste que aumente el interés hacia un autor precisamente cuando fallece. De allí tomé para su préstamo Harán de mi un criminal, una recopilación de artículos publicados en el suplemento dominical El Semanal, entre el 18 de febrero de 2001 y el 15 de diciembre de 2002, más el "inédito censurado": "Creed en nosotros a cambio".

Harán de él un criminal, qué exagerado Javier Marías. En octubre, los buenos días vienen acompañados de hojas secas en el suelo, el taco del calendario, el ciclamen pimpante, las gafas y el citado libro. Era de cuando cayeron las Torres Gemelas,  el presidente era Aznar, ETA mataba y en Madrid regía otro alcalde irritante. Ya no nos acordábamos de muchas cosas. Marías humano, buen escritor, académico e intelectual, con sus filias y sus fobias, humano al fin. Ni "moñas" ni "sieso", palabras que, por cierto, él metió en el diccionario de la RAE. Y nos regalaba sonrisas cómplices, algo muy de agradecer. Luego voy a por El País con el suplemento, pero ahora ya no le encontraré en la última página, donde comenzaba mi lectura. 


Leo en "Inmortalidad o pillaje":

"Mañana se celebra el Día del Libro y sería grato que observaran ustedes la ya vieja costumbre de comprar alguno. Pero, tal y como están los tiempos, los escritores no tenemos mucho que celebrar, pues cada vez nos invade más la sensación de ser meros nombres y, como dije hace tiempo en otro lugar, casi estorbos. Estorbo para el negocio de los editores, los estudios de los eruditos y el ornamento de los políticos. Todos parecen lamentar, sobre todo cuando un autor de calidad ha muerto y su imagen ya no puede explorarse renovadamente, que tras su útil nombre hubiera una persona como cualquier otra, con su voluntad, sus caprichos, sus secretos y sus decisiones. Los críticos y profesores exigen conocer hasta la última línea que garabateara el finado, incluidas cartas íntimas, y como a menudo los herederos son codiciosos (y siempre se aferran a la coartada de estarle haciendo un favor a la Historia, y así se maquillan la conciencia), se acaba por proceder al saqueo de cuanto ese escritor puso por escrito sin la menor intención de que se publicara nunca. Y ni siquiera sirve de nada dejar disposiciones testamentarias claras, como hizo el austriaco Thomas Bernhard confiando en sus allegados. Porque éstos se las están pasando por el forro, bajo pretextos tan grotescos como variados...". 

(Tomado del artículo publicado en el suplemento dominical El Semanal, "Inmortalidad o pillaje", 22-IV-01. Página 42 del libro Harán de mí un criminal, editorial Alfaguara).

Mucho más que un mero y útil nombre, se seguirá leyendo a Javier Marías, no perdamos "la ya vieja costumbre". Confiamos en que no se publique lo que él no quiso publicar: inmortalidad sin pillaje. Mi modesto homenaje: 

María Ángeles Merino