Río Duero, a su paso por Soria.
Viene de la entrada anterior.
Dejamos atrás los abrazados arcos de la iglesia de San Juan del Duero con su Monte de las Ánimas tan poco tenebroso, a pesar de Bécquer y su leyenda. El autobús nos lleva junto a las orillas del río donde buscaremos ecos y huellas de Antonio Machado, poeta que amó, sintió y escribió junto a sus aguas. Pero aquello fue un 27 de junio y escribo esta entrada un 16 de julio. El día 11 me dejó un regusto tan amargo que, en mi cabeza, no han rondado últimamente más versos que estos de Quevedo:
Y aquí tengo la imagen ruinosa del castillo de Soria que bien nos podría servir para ilustrar tan pesimistas palabras.
No perdamos la esperanza, digamos como don Antonio:
Perdonadme la digresión, vamos de nuevo a Soria. Un camino sembrado de palitroques luminarios nos lleva hasta el puente que conduce a la ermita de San Saturio. |
Desde el puente, contemplamos y comprobamos como:
...El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
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Junto a la ermita de San Saturio, colgada sobre el roquedal, chopos y versos en piedra nos dan la bienvenida:
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Entramos en la misteriosa gruta visigoda sobre la que se levanta la ermita de finales del XVII que acoge los restos del anacoreta San Saturio. Pero el tiempo se nos echa encima, son las dos, nos cierran y no podemos acceder a la iglesia. Las pinturas de la bóveda nos esperarán hasta nuestra próxima visita a Soria. Salimos, alguien comenta algo sobre energías telúricas, fuerzas del interior de la tierra...de eso no entiendo nada.
Gruta de San Saturio |
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Desde las orillas del Vena, un bisnieto del río Duero, recibid un abrazo todos los que me visitáis:
María Ángeles Merino