En el día de la Salud
Comentario al tercer capítulo de "Los Pazos de Ulloa", de Emilia Pardo Bazán. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Os saludo a todos los que pasáis por aquí, en el llamado Día de la Salud. Recordáis de la entrada anterior que, de perspectiva a perspectiva, cometí una travesura literaria y de la tercera pasé a la primera persona porque...me resultaba más cómoda. Siguiendo al narrador sabelotodo, me perdonará doña Emilia, me inventé un cuentecillo:
Érase una vez una vieja carpeta, encontrada en una vieja casona de Santiago de Compostela. Estaba en un cajoncillo oculto en un viejo bargueño y encontrola, por casualidad, un peregrino alojado en la casona, convertida en albergue. Contenía unas cartas que Julián Alvárez envió a su madre, poco después de su llegada a los pazos. Ya sabéis, misia Rosario, ama de llaves de los de la Lage, personaje apenas esbozado por doña Emilia. Entregómelas el peregrino para que se las custodiase, pronto volvería a por ellas. Me había conocido leyendo "Los Pazos de Ulloa", junto a las tapias del Paseo del Parral, un lugar que ve pasar a muchos que van camino de Compostela. Le parecí persona de confianza, que no esperaba encontrar una lectora de la Pardo Bazán por estas castellanas tierras. Y colorín colorado.
Aquí tenéis la segunda carta:
Mi queridísima madre:
Comienzo esta carta deseando, de todo corazón, que al recibo de la presente se encuentre usted bien de salud. Su hijo de usted, el que esto escribe, hállase sano de cuerpo y alma, gracias sean dadas a Dios y a la Santísima Virgen.
Contábale en mi anterior carta como, a la hora de acostarme, los acontecimientos de la jornada danzaban en mi cabeza: el caballejo, la cruz negra, la cena, la bulla, el niño borracho, la criada provocativa, el capataz insolente, el abad bebedor, los perros sobradamente atendidos y el marqués...Todo un resumen como el que los autores de los novelones ofrecen a sus lectores para repasar lo acontecido y dar tregua a la montaña de acontecimientos.
Al día siguiente, "un sol de otoño dorado y apacible" daba de lleno en la habitación que me han destinado. La conozco a usted y seguro que se está preguntando cómo es tal estancia. Le diré que vastísima y sin cielo raso, con tres ventanas de anchos poyos y vidrieras faltosas de vidrios, suplidos por papeles pegados con obleas. Por todas partes, asomaban reliquias del paso del anterior ocupante, el abad de Ulloa: puntas de cigarros adheridas al suelo, botas inservibles, collares de perros, jaulas, una piel de conejo maloliente...Entre las vigas pendían las telarañas y el polvo descansaba tranquilamente por todas partes. Para su tranquilidad, le diré que ahora está barrida y recogidiña.
¡Si usted la viera antes! No hubiera parado hasta dar con una escoba, seguro. Tanta porquería me infundía deseos de primor y limpieza, en consonancia con la pureza del alma a la que aspiro. Nunca le comenté como mis compañeros de Seminario me llamaban San Julián y añadían que sólo me faltaba la palomita en la mano. Algunos me tildaban de pacato y doncellita, de niño cosido a las faldas de mamá, ignorante de las cosas de la vida. ¡Cómo si los libros piadosos no enseñaran tal materia! ¡Qué ignorantes!
San Julián, San Xiao.
Porque usted me empujó desde la más tierna edad hacia la Iglesia y yo me dejé de buen grado, que era muy dulce el empujón. Que de niño ya jugaba a cantar misa. La gracia de Dios vino en mi ayuda y la continencia me fue fácil. Sin ardores ni rebeldías, como una malva; mas no me faltan energías súbitas, de esas un tanto explosivas.
¡Ay! Miro la habitación y la veo, madre, sahumar mi ropa con espliego y colocar una camuesa en cada par de calcetines. ¡Y aquellos desaseados compañeros que me llamaban seminarista "pollo"! Todo por mis frecuentes abluciones de manos y cara que extendería sin duda al resto del cuerpo, sino fuera por el pudor ante mi propia carne, ocasión próxima de pecado.
Aquella primera mañana, necesitaba chapuzarme, todavía llevaba encima el polvo del camino; pero no había ni jarra, ni toalla, ni jabón, ni cubo. Sólo una palangana en el poyo. Decidí refrescarme con aire, ya que con agua era imposible. Abrí la ventana y la vista me dejó encantado. Viñas, castañares, campos de maíz y robledas ascendían en suave pendiente. El huerto verde y amarillo, con el estanque como un espejo. El aire oxigenado entraba en mis pulmones y sentía disipar el vago terror que me infundía la gran casa y sus moradores.
Como para renovar ese terror, entreoí detrás de mí rumor de pisadas cautelosas y, al volverme, vi a Sabel, la muchacha de la cocina, que traía una jícara de chocolate y un púlpito de agua con una gruesa toalla.
Venía arremangada y con el pelo alborotado, como del calor de la cama. Me apresuré a ponerme el levitín y le pedí que otra vez hiciera el favor de llamar antes de entrar, que podría estar en la cama...o vistiéndome. Me miró y no se turbó lo más mínimo, exclamó que no sabía y el que no sabe...
Yo quería decir misa antes del chocolate. Ella me replicó que no podría ser, la llave de la capilla la tenía el señor abad de Ulloa, que "Dios sabe hasta cuando dormirá". "¡Dos días sin misar!". Le gustará saber, madre mía, que todavía siento el entusiasmo del misacantano, que me conmueve verme vestido con la ropa litúrgica, que tiemblo cuando alzo la Sagrada Forma, que la consumo recogidamente. No es cualquier cosa el cuerpo de Cristo.
Me resigné a no misar y tomar el chocolate. Quería que limpiase aquello y no sabía como decírselo. Le pregunté si hacía mucho que no dormía en el cuarto el señor abad. Me contestó que dos semanas, yo le indiqué que sería bueno barrer y pasar la escoba entre las vigas. Su respuesta me dejó pasmado. No, el señor abad no le mandó nunca que le barriera el cuarto; pero ella, muy sumisa, me aseguró que lo arreglaría muy arregladito.
Ante tanta humildad, quise "mostrarle un poco de caritativo interés". Le pregunté por el niño, si no le sentó mal lo de ayer. Me contestó que durmió como un santiño y andaba ya por la huerta. Así era, lo vi tirando piedras al estanque. Es increíble, madre, lo duros que son desde niños los de esta tierra. Mas yo hube de advertirle gravemente, no debía consentir que le emborracharan al chiquillo, era obligación suya el impedirlo. Sabel fijaba en mí sus ojos azules, como quien no entiende. Al fin me dijo despacio: "Yo qué quiere que le haga... No me voy a reponer contra mi señor padre".
Callé atónito, no supe replicar ni censurar. Me llevé la taza a la boca para disimular. Figúrese, madre, el que embriagó a la criatura, ese Primitivo, era su propio abuelo. Pregunté si el marqués andaba ya levantado, ante la respuesta afirmativa, le pedí que me llevara junto a él.
Antes de dar con don Pedro, recorrimos casi toda la huerta. "Aquella vasta extensión de terreno debía haber sido en otro tiempo cultivada con primor y engalanada con los adornos de la jardinería simétrica y geométrica cuya moda nos vino de Francia". Las armas de la casa, trazadas con mirto, son matorral de bojes, donde apenas se distingue rastro de los nobles emblemas: torres, lobos, roeles, ya sabe. El estanque parece charca fangosa, la maleza invade cenadores y bancos, crece el maíz en los tablares de hortalizas y los rosales, "espinosos y altísimos", van a besar las copas de los frutales. "Por entre estos residuos de pasada grandeza andaba el último vástago de los Ulloas, con las manos en los bolsillos, silbando distraídamente como quien no sabe qué hacer del tiempo".
Mi presencia le solucionó el problema del aburrimiento, emparejamos y dimos un paseo por el huerto, el soto y los robledales. Don Pedro me hablaba de terrenos y arbolados. Yo me esforzaba en entender la ciencia rústica pero la naturaleza me parecía difícil asignatura. Casi me "infundía temor por la vital impetuosidad que sentía palpitar en ella, en el espesor de los matorrales, en el áspero vigor de los troncos, en la fertilidad de los frutales, en la picante pureza del aire libre".
No sé, madre, si debí ser tan sincero con el señorito. Le confesé que de cosas de aldea, no entendía ni jota. Me sentí aliviado cuando don Pedro indicó que íbamos a ver la casa, "la más grande del país".
El caserón era enorme. Atravesamos el claustro formado por arcadas de sillería, varios salones con destartalado mueblaje y pinturas descoloridas por la humedad, no siendo la polilla más clemente con la madera del suelo. Pasamos a una habitación más chica y un tanto tétrica. Las negras vigas del techo semejaban remotísimas de puro altas y asombraban la vista unas grandes estanterías de castaño, con enrejado de alambre y sin cristales. El marqués de Ulloa anunció solemnemente: "El archivo de la casa".
Explicóme muy acalorado que aquello estaba revueltísimo, aclaración de todo punto innecesaria. "Y que semejante desorden se debía al descuido de un fray Venancio, administrador de su padre, y del actual abad de Ulloa, en cuyas manos pecadoras había venido el archivo a parar". Aquello era un caos, las estanterías dejaban asomar papeles y más papeles. Encima de la mesa, por el suelo, en las sillas, en el alféizar de la ventana..."Amarillentos, vetustos, carcomidos, arrugados y rotos". Olían a humedad, a rancío, sentía cosquillas en la garganta.
Aquello no podía seguir así y se lo manifesté con vehemencia al marqués. Don Pedro no quería ni mirar, ignoraba la magnitud de los desperfectos, aquello era "un desastre, una perdición". De pronto, me indicó que mirara lo que había debajo de mi bota. Levanté el pie asustado y el marqués recogió del suelo un libro del cual pendía sello rodado de plomo, Al abrirlo, vimos una soberbia miniatura heráldica, con sus colores frescos a pesar del tiempo. ¡Era una ejecutoria de nobleza!
Yo, madre, lo limpiaba del moho con mi pañuelo doblado, con delicadeza. Desde niño me enseñó usted a reverenciar la sangre ilustre y aquel pergamino escrito con tinta roja, miniado, dorado, me parecía digno de veneración y compasión por haber sido pisoteado. Recordé que el señor de la Lage me habló del desbarajuste de la casa de su sobrino y de la caridad que haría yo si lo arreglase un poco. El señorito permanecía serio, de codos en la mesa.
Le presenté mi proyecto al señorito, parecióle de perlas. Apartar lo moderno de lo antiguo, sacar copia de lo estropeado, pegar lo roto con cuidadito, con papel transparente. Entre los dos, mal sería que no acertáramos. Yo no sabía gran cosa de legajos, pero con buena voluntad y paciencia...Comenzaríamos al día siguiente.
Pero al día siguiente, Primitivo descubrió un bando de codornices y el marqués prefirió terciar la carabina, dejando a su capellán bregar solo con los documentos. Con los documentos, el polvo, el desorden, los insectos, los gusanos, menuda fauna. Misia Rosario estaría orgullosa de verme con tan nobles legajos...y polvorientos.
Le escribiré para relatar mis luchas en el archivo. En la vida del señorito, no soy yo quien deba juzgarle. Sólo en el sacramento de la Penitencia...ahora recuerdo cuando aseguró que no tenía pecado alguno. Sí, el abad de Ulloa dijo que todos en el Pazo tenían la inocencia bautismal. Ya ve qué disparate.
Reciba un abrazo de su hijo Julián Álvarez.
Aquí acaba la segunda carta de Julián Álvarez a su madre, misia Rosario.
Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
¡Y Feliz Navidad!
¡Ay! Miro la habitación y la veo, madre, sahumar mi ropa con espliego y colocar una camuesa en cada par de calcetines. ¡Y aquellos desaseados compañeros que me llamaban seminarista "pollo"! Todo por mis frecuentes abluciones de manos y cara que extendería sin duda al resto del cuerpo, sino fuera por el pudor ante mi propia carne, ocasión próxima de pecado.
Aquella primera mañana, necesitaba chapuzarme, todavía llevaba encima el polvo del camino; pero no había ni jarra, ni toalla, ni jabón, ni cubo. Sólo una palangana en el poyo. Decidí refrescarme con aire, ya que con agua era imposible. Abrí la ventana y la vista me dejó encantado. Viñas, castañares, campos de maíz y robledas ascendían en suave pendiente. El huerto verde y amarillo, con el estanque como un espejo. El aire oxigenado entraba en mis pulmones y sentía disipar el vago terror que me infundía la gran casa y sus moradores.
Como para renovar ese terror, entreoí detrás de mí rumor de pisadas cautelosas y, al volverme, vi a Sabel, la muchacha de la cocina, que traía una jícara de chocolate y un púlpito de agua con una gruesa toalla.
Diccionario de la RAE, edición 1899.
Yo quería decir misa antes del chocolate. Ella me replicó que no podría ser, la llave de la capilla la tenía el señor abad de Ulloa, que "Dios sabe hasta cuando dormirá". "¡Dos días sin misar!". Le gustará saber, madre mía, que todavía siento el entusiasmo del misacantano, que me conmueve verme vestido con la ropa litúrgica, que tiemblo cuando alzo la Sagrada Forma, que la consumo recogidamente. No es cualquier cosa el cuerpo de Cristo.
Me resigné a no misar y tomar el chocolate. Quería que limpiase aquello y no sabía como decírselo. Le pregunté si hacía mucho que no dormía en el cuarto el señor abad. Me contestó que dos semanas, yo le indiqué que sería bueno barrer y pasar la escoba entre las vigas. Su respuesta me dejó pasmado. No, el señor abad no le mandó nunca que le barriera el cuarto; pero ella, muy sumisa, me aseguró que lo arreglaría muy arregladito.
Ante tanta humildad, quise "mostrarle un poco de caritativo interés". Le pregunté por el niño, si no le sentó mal lo de ayer. Me contestó que durmió como un santiño y andaba ya por la huerta. Así era, lo vi tirando piedras al estanque. Es increíble, madre, lo duros que son desde niños los de esta tierra. Mas yo hube de advertirle gravemente, no debía consentir que le emborracharan al chiquillo, era obligación suya el impedirlo. Sabel fijaba en mí sus ojos azules, como quien no entiende. Al fin me dijo despacio: "Yo qué quiere que le haga... No me voy a reponer contra mi señor padre".
Callé atónito, no supe replicar ni censurar. Me llevé la taza a la boca para disimular. Figúrese, madre, el que embriagó a la criatura, ese Primitivo, era su propio abuelo. Pregunté si el marqués andaba ya levantado, ante la respuesta afirmativa, le pedí que me llevara junto a él.
Antes de dar con don Pedro, recorrimos casi toda la huerta. "Aquella vasta extensión de terreno debía haber sido en otro tiempo cultivada con primor y engalanada con los adornos de la jardinería simétrica y geométrica cuya moda nos vino de Francia". Las armas de la casa, trazadas con mirto, son matorral de bojes, donde apenas se distingue rastro de los nobles emblemas: torres, lobos, roeles, ya sabe. El estanque parece charca fangosa, la maleza invade cenadores y bancos, crece el maíz en los tablares de hortalizas y los rosales, "espinosos y altísimos", van a besar las copas de los frutales. "Por entre estos residuos de pasada grandeza andaba el último vástago de los Ulloas, con las manos en los bolsillos, silbando distraídamente como quien no sabe qué hacer del tiempo".
No sé, madre, si debí ser tan sincero con el señorito. Le confesé que de cosas de aldea, no entendía ni jota. Me sentí aliviado cuando don Pedro indicó que íbamos a ver la casa, "la más grande del país".
Explicóme muy acalorado que aquello estaba revueltísimo, aclaración de todo punto innecesaria. "Y que semejante desorden se debía al descuido de un fray Venancio, administrador de su padre, y del actual abad de Ulloa, en cuyas manos pecadoras había venido el archivo a parar". Aquello era un caos, las estanterías dejaban asomar papeles y más papeles. Encima de la mesa, por el suelo, en las sillas, en el alféizar de la ventana..."Amarillentos, vetustos, carcomidos, arrugados y rotos". Olían a humedad, a rancío, sentía cosquillas en la garganta.
Aquello no podía seguir así y se lo manifesté con vehemencia al marqués. Don Pedro no quería ni mirar, ignoraba la magnitud de los desperfectos, aquello era "un desastre, una perdición". De pronto, me indicó que mirara lo que había debajo de mi bota. Levanté el pie asustado y el marqués recogió del suelo un libro del cual pendía sello rodado de plomo, Al abrirlo, vimos una soberbia miniatura heráldica, con sus colores frescos a pesar del tiempo. ¡Era una ejecutoria de nobleza!
Yo, madre, lo limpiaba del moho con mi pañuelo doblado, con delicadeza. Desde niño me enseñó usted a reverenciar la sangre ilustre y aquel pergamino escrito con tinta roja, miniado, dorado, me parecía digno de veneración y compasión por haber sido pisoteado. Recordé que el señor de la Lage me habló del desbarajuste de la casa de su sobrino y de la caridad que haría yo si lo arreglase un poco. El señorito permanecía serio, de codos en la mesa.
Le presenté mi proyecto al señorito, parecióle de perlas. Apartar lo moderno de lo antiguo, sacar copia de lo estropeado, pegar lo roto con cuidadito, con papel transparente. Entre los dos, mal sería que no acertáramos. Yo no sabía gran cosa de legajos, pero con buena voluntad y paciencia...Comenzaríamos al día siguiente.
Pero al día siguiente, Primitivo descubrió un bando de codornices y el marqués prefirió terciar la carabina, dejando a su capellán bregar solo con los documentos. Con los documentos, el polvo, el desorden, los insectos, los gusanos, menuda fauna. Misia Rosario estaría orgullosa de verme con tan nobles legajos...y polvorientos.
Le escribiré para relatar mis luchas en el archivo. En la vida del señorito, no soy yo quien deba juzgarle. Sólo en el sacramento de la Penitencia...ahora recuerdo cuando aseguró que no tenía pecado alguno. Sí, el abad de Ulloa dijo que todos en el Pazo tenían la inocencia bautismal. Ya ve qué disparate.
Reciba un abrazo de su hijo Julián Álvarez.
Aquí acaba la segunda carta de Julián Álvarez a su madre, misia Rosario.
Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
¡Y Feliz Navidad!
10 comentarios:
Muy imaginativo todo esto, pero muy real.
Cuando el que escribe la carta ha abierto esa ventana, yo también he podido oler las viñas, los castañares, el maíz. El aire limpio que ha entrado por ella, me ha despejado de todo el aire viciado del día. Nada como un baño de naturaleza.
Te mando un abrazo grande, Mª Angeles, y mi deseo de que pases una muy Feliz Navidad.
Buenas noches, Abejita de la Vega:
Un alma inocente, el bueno del capellán. ¿Los libros piadosos hablar de la naturaleza?.
Doña Emilia era una privilegiada y adelantada a su tiempo; si Zola se da un paseo por nuestro país, sí que se hubiera asombrado.
Abrazos
Qué bien suenan esos encontrola, contábale y entreguémosla, a castellano antiguo o gallego auténtico.
Me ha encantado el San Julián con la palomita, demuestra que la autora sabía más de lo que parece.
Le dedicas un esfuerzo parecido al curilla con el archivo.
Un abrazo y que pases unos días agradables con los tuyos y recuerdos de los que faltan.
Este pobre cura no sabe dónde se ha metido...
Excelente forma de afrontarlo y bien trabajada la ilustración.
Un beso.
Doña Emilia se apuntó al un naturalismo más amable que el francés. El curita es buena muestra poniendo la nota mística y recatada entre el desacato y la barbarie. Tal vez como dices, lo afeminó en exceso.
Felices fiestas
Besos
Me encanta esta escritora es que a cada cosa le llama por su nombre sin florituras y estamos hablando de una época de censura : si encima, añadimos esta entrada tan cercana estimada MªAngeles esto es una gozada esta carta donde describe con todo lujo de detalle este lugar tan singular.
Me voy a chapotear por estas lecturas, gracias por el enlace.
¡FELIZ DÍA YA QUEPA MENOS PARA DESPEDIR ESTE AÑO!
Un beso.
Hola, Mª Ángeles, tus entradas tan interesantes como siempre. Me apena decir que no conozco nada de la obra de doña Emilia, si he leído una biografía que tengo de élla, y me dejó muy buena impresión.
Que pases muy bien lo que queda de las Fiestas, y que el año próximo sea muy venturoso para tí.
Abrazos.
¡Qué buena recreación la tuya del personaje de Julian!
y las imágenes de los pazos.
Besos, Ma Angeles
y que sigas disfrutando de este tiempo festivo!
Como ya te he contado, se me fue el comentario. Me encanta esa "inocencia bautismal". En cuanto a los archivos... que te voy a contar que tú no sepas..y sin embargo, es apasionante, no sólo buscar algo en el desorden, en especial de algunos como este de la casa de los Ulloa, lo mejor es cuando encuentras algo que ni sospechabas existía.
Besos
FELIZ ENTRADA Y SALIDA DE AÑO. QUE EL 2016 NOS TRAIGA TAN BUENOS MOMENTOS, COMO NOS HA TRAÍDO EL 2015 Y MEJORES, QUE TODO ES SUPERABLE
BESOS
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