viernes, 25 de diciembre de 2009

"...la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales"(1)



No es el Ebro, pero también merece palabras bonitas. Es mi río...

Primera parte del comentario al capítulo 29,2 del Quijote, publicado en "La acequia".

"De la famosa aventura del barco encantado"

Este capítulo comienza con ecos de Garcilaso de la Vega. Don Quijote cual Nemoroso, pero eufórico, no apesadumbrado. Mil amorosos pensamientos se renuevan en su memoria. El Ebro con su alegre vista y don Quijote. El viejo hidalgo contempla las amenas riberas, el curso sosegado, las abundantes y cristalinas aguas.

Feliz, así se siente, así se quiere sentir. ¿Verdad o mentira lo de la cueva de Montesinos? Verdad, se atiene a la parte de verdad, la de los dulcísimos pensamientos. La parte mentirosa no interesa, ésa es toda para Sancho que vive en la tosca realidad.

A la vista se le ofrece un barquito sin remos, ni jarcias, ni dueño. Está atado a un tronco y tiene la virtud de activar su locura caballeresca. Ni corto ni perezoso, se apea de su jumento. Vamos Sancho, subamos, ata a las bestias en ese tronco.

No es un barco cualquiera, es un barco de socorro para caballeros andantes. Debe ir a auxiliar a algún cuitado caballero. Y ¿por qué? Porque es lo que se usa en las disparatados novelas caballerescas.

Cuando un caballero andante está en peligro no puede ser salvado sino por otro, de su misma condición. Y como están un poquitín lejos, dos o tres mil leguas de nada; el salvador viaja en una nube o en un mágico barco mágico. Y a gran velocidad, “en menos de un abrir y cerrar de ojos”, caballero y escudero serán transportados por “longicuos caminos”. ¿Logicuos? No es maravilla que el escudero no entienda el latinajo.

Ay, Sancho acata resignado la orden, pero callarse... ni debajo del agua: el barco no es de encantadores sino de pescadores. Menudas sabogas pescan. ¿Y qué pasará con su rucio, tan propenso a desaparecer? ¿Y al sufrido Rocinante? Ay, que las bestezuelas tendrán que esperar a algún “encantador” que baje de una nube y les dé su paja y cebada.

A santiguarse y a “levar ferro”. No, señor caballero andante, basta con cortar la amarra, que éste es un barco pequeñito.

El barquito se aparta de la ribera, ya está a dos varas, y Sancho tiembla. Oye rebuznar al rucio y ve a Rocinante intentando desatarse, para seguirlos a nado. Dios mío, esto es demasiado. Aguantad ahí ,carísimos amigos, hasta que este loco entre en razón y podamos volver.

Comienza a llorar amargamente y don Quijote, colérico, desgrana un rosario de improperios. Qué temerá este cobarde, por qué llorará este corazón de mantequillas, quién persigue a este ánimo de ratón casero, qué le falta a este menesteroso en la abundancia. El señorito no va a pie ni descalzo, viaja sentado en una comodísima tabla, navegando por este agradabilísimo río que pronto se abrirá al mar.

Como en la cueva de Montesinos, el tiempo se estira. Aquí mucho más. Don Quijote acaba de salir y ya le parece que ha caminado ochocientas leguas, por lo menos. Caballero andante, navegante y geógrafo. Si tuviera un astrolabio con que tomar la altura del polo, nos diría lo caminado. De todas maneras, están ya cerca de la línea equinoccial y habrán recorrido 180 grados del globo terráqueo.

Ante la erudición geográfica que despliega don Quijote, Sancho no entiende nada y cambia risiblemente las palabras. La línea es leña, el cómputo es puto, el cosmógrafo es gafo y Ptolomeo es un meón que todo lo mea. Cervantes siempre reserva algo para los que buscan un libro para reír. Si, a continuación de la carcajada, rascan un poco más, se sorprenderán.

Ante la enorme ignorancia escuderil, el caballero se ríe y decide explicar lo de la línea equinoccial con algo más facilito, más de andar por casa. Le cuenta que los embarcados para las Indias conocen enseguida que han pasado la línea equinoccial. Lo saben porque los piojos se les mueren, no queda ni un hematófago. Las cabezas, la ropa y las partes pudendas se quedan libres de tanto bichillo polizón.

Así puede Sancho comprobarlo. Le dice que se pasee la mano por el muslo, en busca de esos animalejos que acompañaban, lo más natural, a los seres humanos de hace cuatro siglos. Si topan “cosa viva”, no han pasado la famosa línea imaginaria.

El escudero no cree nada de lo que le dice, ahí están Rocinante y el rucio, a cinco varas de distancia.

¡Otra vez la erudición geográfica! Exhorta a Sancho para que haga la averiguación, él que ignora qué cosa son coluros, líneas, paralelos, clíticas… La hace, se tienta y llega, con la mano, a la corva izquierda. No han llegado a donde su señor dice, no ha topado uno, sino algunos…Se sacude los dedos, se lava la mano en el río y nos imaginamos al puñadito de piojos. No sé si nadan o se hunden en el Ebro. ¡Piojos al agua!
(Continúa)


Feliz Navidad a todos

Pedro Ojeda Escudero dijo en este blog:

"Me gusta y mucho lo del barco de socorro para caballeros andantes. Te perdono la trampa de la foto..."

Pedro, es que me pierde mi amor por el Arlanzón...

8 comentarios:

Antonio Aguilera dijo...

Pues espero Abejita, que esta semana nos encontremos en el barco solitario.
Cristalinas aguas lleva tu río, El Salado de Priego tiene cangrejos, pero poca agua jajaja

FELICIDADES POR EL PREMIO QUE TE DIERON EN MADRID; SI YO SABÍA LO QUE VALÍAS. (lo vi casa Ele, en un post).

Nos veremos cuando escribamos.

Cuidado con el "Machaquito" de Rute, que "aprieta" jajaja, hasta luego.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

Sancho...ya no se cree ni lo de la ínsula prometida...y menos malñ que cruzaron el rio antes de las últimas lluvias... Antonio el salado ¿sin agua?...no lo creo...saludos

pancho dijo...

Qué texto tan poético y ajustado al original, te has esmerado de veras. Don Quijote ha salido beneficiado de tus Navidades. Enhorabuena.

Me ha encantado el paralelismo que haces con el tiempo de la cueva y de la barca, relatividad.

Esperamos más sorpresas navideñas de alto nivel, como prometes en el "continúa".
Feliz Navidad

Antonio Aguilera dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Antonio Aguilera dijo...

Es verdad lo de los ecos de Garcilaso, pero aplicados al agua, no sabìa yo còmo llamarlo porque nemoroso es relativo a las praderas y bosques: siempre estàn las riberas que ademàs producen ricos vinos, què tal el del Duero que te coge màs a mano?.

Me dió pena de Sancho, se pone llorón como el sauce, y encima don Quijote monta en cólera.
"Corazón de mantequilla, ánimo de ratón casero": gracioso este Cervantes, y más con los piojos muertos (prsuntamente) en el postequinocio.

Más de uno tenía el pobre Sancho, se pasa la mano por la corva y la saca llena de chupópteros destos. Menos mal que tenía bastante agua cerca para lavársela

Un capítulo, aunque pequeño, con mucha anécdota; muy ameno.

Abejita, cuidado con la aceña ¡A ver si te caes al río!!!.

Esperamos el final.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me gusta y mucho lo del barco de socorro para caballeros andantes. Te perdono la trampa de la foto...

Abejita de la Vega dijo...

Antonio: si el Salado tiene cangrejos, es buen río. Aquí los cangrejos desaparecieron porque se coló el cangrejo americano.
El premio que me dieron en Madrid era de mis alumnos, muy concienciados elos con el consumo responsable.
¡Viva el anís de Rute y el vino blanco de Rueda!
Da mucha penita Sancho ,menudo chantaje emocional el de su señoriiito.
Detalle guarrindongo el de los piojos, del muslo sanchesco al agua del Ebro.La higiene del XVII...
No me acerco mucho al río, tengo cuidado. En la aceña, no hay agua,está abandonada, no hay peligro.
Un abrazo

Abejita de la Vega dijo...

Manuel: ya ni confía en la ínsula, pobre Sancho. El Salado debe ser buen río, lo dicho.

Pancho: Don Quijote, buena compañía para la Navidad, sí. En este barco, el tiempo corre que se mata, hay que huir de un barco así, nos haremos viejos en un pis pas.Procuro ajustarme..

Pedro: me pierde mi amor por el Arlanzón., aunque el Ebro no esté mal.

Un abrazo a todos y gracias por pasar por aquí.