lunes, 26 de marzo de 2012

"Paréceme, señor Vivaldo , que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéremos en ver este famoso entierro..."

Un entierro mucho más antiguo que el de Grisóstomo.

Comentario a mi lectura del capítulo 13,1 del Quijote, publicado en "La acequia", en la entrada correspondiente al día 7 de agosto de 2008, titulada "Hacia el entierro de Grisóstomo".

Ya sabéis que me faltan algunos capítulos del Quijote, unos pocos, por comentar. Quiero poder decir: comenté todo el Quijote. Bueno, me voy al capítulo:


Es de noche. Sentada en la cama, releo el capítulo 13,1 del Quijote. A mi lado, una ventana orientada al norte. Fuera, tiritan los tilos bajo la luz amarilla de las farolas. Pero el hada mágica del sueño hace de las suyas y mi ventana desaparece porque:

Ventana, que no balcón, y da al norte.

 Me asomo a “los balcones de Oriente”. Comienza “a descubrirse el día”, contemplo un tópico amanecer de novela caballeresca.  No es el sol con sus rayos sino el “rubicundo Apolo” tendiendo “las doradas hebras de sus hermosos cabellos”.

William Blake

Veo encinas, muchas encinas, un rebaño de cabras con sus cabreros.

De aquí.

¡Los conozco de los dos capítulos anteriores!  No son pastorcillos de égloga, son aquellos que mascaban  tasajo y bellotas. ¿Recordáis como escuchaban el quijotesco discurso de la Edad de Oro?



Despiertan a su huésped. Le dicen si está todavía con el propósito de asistir “al famoso entierro de Grisóstomo”. Nuestro caballero no desea otra cosa, se levanta y manda a Sancho que ensille y albarde. Se ponen diligentemente en camino y yo les acompaño. Aquel cabrero ya nos lo contó, ahora quiero vivirlo en directo.



Y ni un cuarto de legua llevamos andado cuando vemos venir hacia nosotros seis pastores con pellicos negros. Sus coronas de ciprés y adelfa, señales de luto y muerte por desamor, me dicen que  son pastores señoritos, de los que conocen el amor cortés. Vienen con dos de a caballo y tres de a pie.

El Quijote entre hojas de ciprés.
Se juntan las dos comitivas. Como  todos van al entierro, caminan juntos.

Uno de los de a caballo habla con su compañero, al que se dirige respetuosamente como “señor Vivaldo”. Acabo de leer en CVC que “Se ha visto en este nombre un homenaje a Adán de Vivaldo, banquero genovés, vecino de Sevilla y amigo del autor”.

-Para servir a vuestra merced.


-¿Eh? ¿Quién me habla?

-El señor Vivaldo, señora mía, como voacé dice. Banquero, genovés, amigo del autor...puede ser. Ni afirmo ni niego. Yo sólo puedo decir aquí lo que don Miguel dejó en la estampa.

¡Cielo santo! Esta vez no es mi ordenador. Vivo dentro del capítulo 13,1. No sé cómo, pero me he convertido en personaje secundario. ¡Yo también! Debo ser la única mujer de la comitiva.


Camino con el grupo que se dirige al entierro de Grisóstomo. A mi lado va Vivaldo, ya se ha presentado y saludado; ahora me cuenta su reciente conversación con don Quijote. Y su punto de vista:

Como le digo a mi compañero, doy por bien empleada la tardanza que hiciere "en ver este famoso entierro". Un día o cuatro, nadie me espera en casa y mis rentas están a salvo. Este cuento de la bella y desdeñosa. Marcela bien lo merece.

"aquella endiablada moza de Macela"

Mi interés se acrecenta al ver a ese don Quijote, armado como un caballero andante de esas novelas que tan gratamente llenan  mis horas de ocio. Le pregunto qué le mueve a andar así y proclama su profesión caballeresca , a la cual está tan obligado. Todos mis compañeros le dan por loco y yo, por averiguar más, le torno a preguntar qué quiere decir "caballeros andantes".


¡Todos mis héroes desfilan por su boca! El rey Arturo, Lanzarote, la reina Ginebra con la dueña Quintañona, Amadís de Gaula, Felixmarte, Tirante, Belianís...No deja ni uno. Se los ha leído todos. Más que yo. Y dice que así se va por " estas soledades y despoblados buscando las aventuras". Y ofrecerá su brazo "en ayuda de los flacos y menesterosos".

De aquí.
Yo, por "pasar sin pesadumbre" el camino, quiero darle ocasión a que pase "más adelante con sus disparates". Le tiro de la lengua asegurando que la suya es "una de las más estrechas profesiones que hay en la tierra". Tiro un poco más y afirmo que "aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha".

De aquí.

No esperaba esto. Sus razonamientos son propios de  hombre cuerdo y de claro entendimiento. Concluye que ni se le pasa por pensamiento que sea "tan buen estado el de caballero andante como el del encerrado religioso". Sólo opina que "es más trabajoso y más aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso". Don Quijote sabe que hay que ser prudente cuando se toca a la clerecía. Buenas pulgas se gasta el Santo Oficio.

Después le planteo un comportamiento poco cristiano  de los novelescos caballeros. Y es que , ante los peligros, se encomienden a su dama en lugar de encomendarse a Dios. Me responde que es uso y costumbre andantesca volver "blanda y amorosamente" los ojos hacia su señora; pero que no por eso dejan  de encomendarse a Dios, que tiempo y lugar les queda.

De aquí.

Y yo, deseando pillarle en falta, le expongo otro escrúpulo: si se les enciende la cólera y han de enfrentarse y uno cae muerto...¿cuándo se  encomienda a Dios el caído? A esto no me da respuesta alguna. Pero cuando añado que no todos los caballeros son enamorados, me contesta contundentemente "que eso no puede ser", no sería caballero legítimo.

Me viene a la memoria el caso de Galaor, caballero sin dama señalada. Se lo planteo y me sale al quite con eso de
"una golondrina sola no hace verano" .  Y que él lo sabe bien, estaba secretamente enamorado.

Una golondrina no hace verano, ¿dos?
¿Y la dama de don Quijote? Le suplico que "nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama". Aquí da un gran suspiro y me la presenta así: "su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana..." ¿Princesa? ¿Reina? Aquí desvaría.
"Los cuentos de la abuela" (Kety Morales)

Muchas horas de lectura tiene este loco. Demuestra ser buen conocedor de  los "quiméricos" tópicos con que los poetas adulan a las damas. Y  todos adornan a la suya: "sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve..."



Sigo con mi examen y le pregunto por "el linaje, prosapia y alcurnia" de la tobosina. Me responde con una relación de antiguos linajes, comenzando por los romanos "Curcios, Gayos y Cipiones". Dulcinea no desciende de ninguno de ellos sino que "es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos". No pongo objeciones, me limito a reconocer que "semejante apellido no ha llegado a mis oídos".

Dulcinea del Toboso

El señor Vivaldo calla. Por la quiebra baja la comitiva fúnebre que buscamos. Cuatro pastores llevan a Grisóstomo en unas andas cubiertas de flores. Estamos "donde él mandó que le enterrasen". Al pie de una "dura peña", comienzan a cavar la sepultura.

Todos los allí presentes contemplamos al difunto Grisóstomo: "cubierto de flores... vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta años; y, aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda".

"Entierro de Grisóstomo", Doré.
Libros y papeles rodean su cuerpo. Uno de las andas, su amigo Ambrosio, ha de cumplir lo dispuesto en el testamento. Al pie de esta peña vio por primera vez a Marcela, a la que llama "aquella enemiga mortal del linaje humano". Aquí"le acabó de desengañar y desdeñar". Aquí quiso que le sepultaran, "en las entrañas del eterno olvido".  
Ambrosio pronuncia un discurso, todo son alabanzas para Grisóstomo y reproches para Marcela:

"Único en el ingenio, solo en la cortesía, estremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol..."

¿Fiera? ¿Mármol?  Me muerdo la lengua para no soltar yo otro discurso paralelo, en defensa de la libertad de Marcela. No puede ser,  yo no soy personaje del Quijote, sólo lectora y comentarista entusiasta.

De aquí.
Todos miramos los papeles. Ambrosio nos dice que bien pudiera mostrárnoslos pero no puede. La orden del difunto fue "que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra".
El señor Vivaldo interviene y manifiesta que "no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo que ordena va fuera de todo razonable discurso". Emplea buenos argumentos. Le pone el ejemplo de Augusto que desobedeció la orden de quemar la Eneida. Y expone que , dando vida a estos papeles, servirá de ejemplo "a los vivientes para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos". Y ruega al "discreto Ambrosio" "que, dejando de abrasar estos papeles, me dejes llevar algunos dellos".

De aquí.
Vivaldo está acostumbrado a hacer su voluntad sin que se lo impidan. Sin aguardar la respuesta, alarga la mano y toma algunos de los papeles más cercanos. Abre uno de ellos y ve que se titula "Canción desesperada".

Ambrosio no se ha  atrevido a quitárselo. Resignado, le pide que lo lea en voz alta, por ser "el último papel que escribió el desdichado". Vivaldo lo hará de buena gana. Todos los "circunstantes" nos ponemos  a la redonda. Yo también estoy deseando oírle, pero...



Me despierto, la ventana es ventana y el Quijote sigue ahí. Es de día. ¿Cómo pude entrar ahí dentro?


Un abrazo para todos los que me seguís de:


María Ángeles Merino

Pedro Ojeda dice en "La acequia":

"Mª Ángeles Merino sigue haciéndonos el regalo frecuente de volver al Quijote para completar el comentario de aquellas entradas que tenía pendientes. En este caso, toca el capítulo 13 de la Primera parte. Tiene un giro sorprendente: ahora su ordenador no será poseído por un secundario, sino que..."

miércoles, 21 de marzo de 2012

"Urtain" (1)

"A beneficio de los niños s...de Bérriz"
¿Urtain? Un nombre unido a los años de televisión en blanco y negro, los últimos de la dictadura franquista, los de "las quinielas, el turismo, los marcos del emigrante. Viva el milagro español, viva la tele y el cante". No me preguntéis de donde es eso último; me ha salido así, de un tirón. A ver el Google...Sí, es una canción de Pablo Guerrero, la sintonía de una serie de televisión: "La España de los Botejara" (1978), dirigida por Alfredo Amestoy.

De aquí.

"Viva la tele y el cante". Finales de los sesenta, setenta. Y en aquella de canal único, el boxeo tenía su lugar: Pedro Carrasco, José Legrá, José Manuel Ibar Urtain...No me acuerdo a que horas retransmitían los combates; horario infantil o adulto, eso daba igual. Qué fino juega Carrasco, qué simpático el negrito Legrá, el "morrosko de Cestona" que los deja K.O a todos. Se hablaba de boxeo de la misma manera que se hablaba de toros, fútbol , flamenco o el último festival de Eurovisión. ¿Política? Nunca. Pan y circo.

El boxeador Urtain fue especialmente  popular. Tal vez alguien recuerde que el plato combinado compuesto de filete, huevos fritos y patatas fritas era un "Urtain".

Desayuno Urtain

O sus anuncios del brandy Soberano, "cosa de hombres", por supuesto.

De aquí.

Ya retirado, y arruinado, se le recuerda en Burgos como portero de la discoteca Pentágono. Así nos lo comenta el blog Blogochentaburgos:

"José Manuel Urtain fue portero de unos de los templos de los 80; la discoteca Pentágono. Allí pudimos ver a este juguete roto (hay muchos en el boxeo) ejerciendo con su presencia de chicarrón del norte y el recuerdo intimidatorio de sus certeros golpes en el ring, las labores de seguridad interna de la discoteca"

Tomado de "Blogochentaburgos"

Pedro Ojeda nos propone ahora una lectura colectiva relacionada con el desafortunado boxeador. Lectura de imágenes y sonido, pero lectura. Se trata de la obra de teatro "Urtain", de Juan Cavestany. Para ello, nos proporciona el enlace de la grabación realizada para TVE, para el programa "Estudio 1". Según sus palabras es "una de las mejores obras del teatro reciente español".

Tomado de "La acequia"

La obra es un viaje regresivo desde la muerte de Urtain hasta su origen. El escenario es un ring de boxeo donde los actores, desdoblados en personajes distintos, van destapando cruelmente  las sombras del mito.

Zestoa-Cestona (Guipúzcoa)

Música vasca. Urtain boxea a ciegas, su rostro está cubierto con una toalla. No, no es Urtain, es una mujer sexy y contoneante que anuncia un asalto. Un locutor, más propio de un cabaret que de una velada de boxeo , da la noticia de su suicidio: se arrojó desde un décimo piso. Urtain sube y baja en un artilugio, el público que le hizo subir le hace bajar mortalmente. Jalean al boxeador. Tongo. Tongo. Unos periodistas, dignos predecesores de norias y sálvames, comentan regocijadamente la noticia, mientras teclean una máquina de escribir imaginaria. Problemas económicos. No sé qué de una foto con Franco. Siguen hiriendo las teclas. Hay muchas formas de matar.

Seguiremos con "Urtain".

Un abrazo para los que me seguís de:

María Ángeles Merino

lunes, 19 de marzo de 2012

Ya están aquí las violetas

Arlanzón a eso de las 11 A.M.

Gimnastas más o menos orientales.

Ahí estaban

Las violetas

Se han adelantado

Primeras violetas en el Paseo de la Quinta (Burgos)

Esta mañana, me he encontrado con ellas...

jueves, 15 de marzo de 2012

Sonata de invierno: Maximina, "casi una niña, con los ojos aterciopelados, muy amorosos y dulces"

"Arlanzón en negro"

Comentario a mi lectura de "Sonata de invierno", de Valle Inclán, en busca  de la casi novicia Maximina, hija "feúcha" del marqués de Bradomín y la duquesa de Uclés. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Podéis leerla aquí.

“¡Maldito tiempo! ¡Era un corazón leal!”


Don Carlos y Bradomín descabalgan. Están de nuevo ante la casería, la que sirve de Cuartel Real. Nubes negras desfilan sobre la luna. La imagen de Volfani, mortalmente paralizado, les acompaña.


Entran en el aposento real. Al calor del brasero, don Carlos, con amable ironía, deja caer:

“Bradomín, sabes que esta noche me han hablado con horror de ti... Dicen que tu amistad trae la desgracia... Me han suplicado que te aleje de mi persona.”

¿Lo ha dicho una dama? Sí, una dama que no le conoce, “una princesa romañola”; pero tiene la referencia de su abuela, la cual le maldijo siempre. Calla “sobrecogido”, recuerda:

“…el más grande amor de mi vida perdido para siempre en la fatalidad de mi destino”

Le ahogan las aguas del pasado: “años juveniles”, “tierra italiana”, “Guardia Noble de Su Santidad”, “amanecer de primavera”, “vieja ciudad pontificia”, “palacio de una noble princesa…rodeada de su hijas”, “Corte de Amor”. Las notas de la “Sonata de Primavera”.



La piadosa María Rosario flota sobre esas aguas amargas. El destino le va a llevar junto a otra casi novicia: Maximina. Entre las mujeres de las “Sonatas”,  son las que llevan la peor parte. María Rosario pierde la razón, Maximina se suicida. Las vírgenes, las que no se relacionan sexualmente con el marqués.

Sale al huerto, bajo la luna:

“Oyendo el rumor de las hinchadas torrenteras que se despeñaban inundando los caminos, yo las comparaba con mi vida, unas veces rugiente de pasiones y otras cauce seco y abrasado”



Como la luna no disipa sus negros pensamientos, busca el olvido en la partida de cartas con sus “mundanos amigos”; que el “albur” ofrece más consuelo que “la blanca luna”. De poeta que mira la luna a empedernido jugador de cartas, son los  giros de trescientos sesenta grados a los que nos somete Valle. Los lectores vamos como en una noria.



Canta el gallo, tocan diana, guarda su ganancia y vuelve a sus “cavilaciones sentimentales”. El personaje de Bradomín semeja un péndulo entre los nobles sentimientos y el cinismo más desvergonzado. No nos engañemos, ya lo conocemos demasiado. Gana el cínico.


Ahora el Rey tiene una misión para él: ha de entrevistarse con el "faccioso" cura  de Orio. Ha de hacerle entender que ahora ya  no se pude quemar a los viajeros rusos, por muy herejes que sean.  Que vuelva a su iglesia y los libere; que Don Carlos no quiere “disgustar a Rusia”, tan absolutista ella.

Cabalga el marqués escoltado por “diez lanzas”. Han volado un puente y no puede pasar el río. Se hace forzoso volver atrás y seguir el camino de los montes. No vacila, aun cuando la ruta sea arriesgada. Baja con su escolta al río, para dar de beber a los caballos.  Bradomín ve tan cerca la otra orilla que se  arriesga a entrar río adentro, sobre su montura.


"El animal tembloroso sacudía las orejas". Ya nada con el agua a la cincha, cuando en la otra ribera asoma una vieja cargada de leña que grita:

De aquí.

Bradomín supone que la mujer les advierte de lo peligroso del paso. A la mitad de la corriente, entiende mejor las desesperadas voces de aquella "sibila aldeana" y...carlista:

"¡Teneos, mis hijos! No paséis por el amor de Dios. Todo el camino está cubierto de negros alfonsistas...¡Cuentan y no acaban que han ganado una gran batalla! Albuín, Tafal. Endrás, Otáiz, todo es de los negros, mis hijos... "

Los "lanzas" retroceden acobardados, suenan tiros, en el agua se dibujan los círculos de las balas.

Se apresura y, cuando ya su caballo se yergue, siente "en el brazo izquierdo el golpe de una bala y correr la sangre caliente por la mano adormecida".

Cartucho y bala, III guerra carlista.

Trepan a galope por una cuesta, entran en una aldea. Llaman a un curandero que le pone el brazo “entre cuatro cañas”. “Sin más descanso ni otra prevención”, toman el camino de los montes.


De aquí.

El guía camina a pie al diestro del caballo de Bradomín. Los dolores del brazo herido son muy grandes, la fiebre enciende sus ojos, su rostro es de cera, las barbas “simulaban haber crecido como en algunos cadáveres”. Marchan en respetuoso silencio. Los ojos se le nublan y está a punto de atropellar a dos mujeres que caminan sobre los lodazales.


Una de ellas le reconoce:

"¡Marqués! Me volví con un gesto de dolorida indiferencia...¿No se acuerda usted de mí? "
La mujer se retira un poco la toquilla de aldeana. Bradomín descubre "un rostro arrugado y unos ojos negros, de mujer enérgica y buena". ¿Quién es? ¿No se acuerda de cuando estaban "en la frontera con el Rey"?. ¡Es Sor Simona!


Le pregunta si está herido. Al ver "la mano lívida, con las uñas azulencas y frías", exclama "con bondadoso ímpetu": "Usted no puede seguir así, Marqués". Sí, ha de seguir, ha de cumplir  "una orden del Rey".

Sor Simona ha visto demasiadas heridas de guerra. Le advierte :"ese brazo no espera...Por lo tanto que espere el Rey".

De aquí

Decidida, toma el diestro del caballo para hacerle torcer de camino. "Con tono autoritario y enternecido", que lo uno no quita lo otro, ordena  a los soldados que vayan detrás. No le deja apearse, Bradomín obedece dócilmente.

Entran "por una calle de huertos y casuchas bajas" . Humo, olor a "pinocha", voces, gritos. ¿sueña? Las ramas de un sauce, "sombra adversa", le dan en la cara.


Se detienen ante una casona hidalga. Los "republicanos" quemaron su convento y en ella tienen montado su hospital de sangre. Mientras sube la escalera, llama la atención de Bradomín  la  joven ayudante de Sor Simona:

 "Era casi una niña, con los ojos aterciopelados, muy amorosos y dulces"


Arriba, mujeres con tocas hacen hilas y rasgan vendajes. Sor Simona ordena que le dispongan una cama, la mejor.

Las Maximinas de hoy en día
Comienza a desatarle el vendaje del brazo. Los ojos del marqués se van en busca de los de la jovencita que, asustados y compasivos, miran el "cárdeno agujero de la bala" . Sor Simona decide quitarla de en medio,  la ve a punto de llorar. El pretexto son las sábanas que ha de poner en la cama del Señor Marqués, de hilo han de ser.

Sábanas de hilo

Bradomín siente "el alma llena de ternura". Su "memoria acalenturada", repite tercamente: "¡Es feúcha! ¡Es feúcha! ¡Es feúcha!..." Su cerebro realiza inesperadas conexiones. ¿Tal vez delira?

Pasa algún tiempo hasta que el médico asoma "en la puerta, tarareando un zorcico". "Un viejo jovial, de mejillas bermejas y ojos habladores". Le reconoce el brazo, con la ayuda de Sor Simona. "Bordeando el agujero de la bala" le hinca más fuerte los dedos. Duele mucho. Un crujido, no hay duda:

"Están fracturados el cubito y el radio, y con fractura conminuta"

Pregunta el marqués "si será preciso amputar el brazo". El médico y la monja le miran. Lee "en sus ojos la sentencia".  Y sólo piensa " en la actitud que a lo adelante debía adoptar con las mujeres para hacer poética mi manquedad". Incluso tiene un recuerdo para Cervantes y el Quijote:

"¡Quién la hubiera alcanzado en la más alta ocasión que vieron los siglos! Yo confieso que entonces más envidiaba aquella gloria al divino soldado, que la gloria de haber escrito el Quijote. "

De aquí.

Mientras distrae su sufrimiento con  quijotescas  locuras, el médico declara la inminencia de la gangrena.

A continuación:"Conferencias en secreto", "hay que tener ánimo Marqués", "era mi alma como viejo nido abandonado",  "¿Ha cortado usted muchos brazos, Doctor?", "un goce amargo y cruel", "dominando el femenil sentimiento de compasión". "el orgullo, mi gran virtud, me sostenía".

Y después: "No exhalé una queja ni cuando me rajaron la carne, ni cuando serraron el hueso, ni cuando cosieron el muñón".

Y, al final: "¡Qué valor! ¡Cuánta entereza! ¡Y nos pasmábamos del General! Yo sospeché que me felicitaban, y les dije con voz débil: ¡Gracias, hijos míos! "

Pero estamos ante un antihéroe que, tras su heroico papel, llora en secreto:

"Cerré los ojos para ocultar dos lágrimas que acudían a ellos"



Acaso también Valle Inclán hubo de vivirlo así.

Se desvanece "en un sueño o en un desmayo". Cuando despierta, "una sombra estaba en vela". Reconoce "los ojos aterciopelados" y siente "como si las aguas de un consuelo me refrescasen la aridez abrasada del alma".



Alza con fatiga el único brazo para acariciar "aquella cabeza que parecía tener un nimbo de tristeza infantil y divina". Ella le besa la mano, llora. " ¡Es usted muy valiente! "

Él sonríe ante la ingenua admiración. La consuela como a una niña pequeña: "ese brazo no servía de nada", con uno nos basta, ahora no trepamos por los árboles, la rama cercenada me alargará la vida, "soy como un tronco viejo".


La niña solloza, le suplica que no hable así, por Dios.

"La voz un poco aniñada se ungía con el mismo encanto que los ojos, mientras en la penumbra de la alcoba quedaba indeciso el rostro menudo, pálido, con ojeras"

Bradomín le pide que le hable. Su voz es balsámica, le hace bien. Ella repite : "¡La voz balsámica", buscando un sentido oculto en esas palabras. "Recogida en su silla de enea", silenciosa, pasa las cuentas del rosario.

Vuelven las nieblas del sueño:

"Un sueño ingrávido y flotante, lleno de agujeros, de una geometría diabólica"

De aquí

Cuando despierta, ahí está Maximina. La Madre Superiora le ha reñido, dice que  le fatiga con su charla. "De manera que va usted a estarse muy callado" le ordena con una sonrisa.
 
¿Qué siente el Marqués? ¿La ternura de un abuelo?

"Yo al verla sentía penetrada el alma de una suave ternura, ingenua como amor de abuelo que quiere dar calor a sus viejos días consolando las penas de una niña y oyendo sus cuentos"


Le agrada su voz. desea oírla. Preguntas y respuestas. "Me llamo Maximina", "es un nombre muy bonito", "será lo único bonito que tenga", "también muy bonitos los ojos", "soy toda yo tan poca cosa", "vales mucho", "ni siquiera soy buena" , "la niña más buena que he conocido", "una mujer enana", "cuántos años cree que tengo", "acaso tengas veinte años", "tengo quince", "le estoy haciendo hablar", la Superiora..., "no soy novicia, soy educanda". Sonríe.

Él calla, esos ojos...:

"¡Ojos de niña, sueños de mujer! ¡Luces de alma en pena en mi noche de viejo!"


Pero...¿sabe Bradomín quién es Maximina? ¿Rebotan ahora en su alma las palabras de la Duquesa de Uclés? ¿Su hija?

"Es feúcha, es feúcha"

¿Quiero descubrir la parte más repugnante de este marqués de Bradomín? No lo sé, tal vez siga más adelante y os lo cuente. Quizás no...

Un abrazo para los que me seguís.

María Ángeles Merino