jueves, 7 de noviembre de 2019

Las confesiones de una cernedora de recuerdos (2)

Luisa García Solano, mi abuela cordobesa (1920)

Las confesiones de una cernedora de recuerdos (2). 
(De la lectura de Azorín a mis recuerdos)

-La magia de la letra impresa  me lleva contigo, niño Azorín, metidos en un ancho cuarto de tu casa. Venga, hazme sitio, nos sentamos aquí, calladitos, "sobre un arcaz de pino", mirando como tu madre va colocando con delicadeza  la ropa blanca, guiada por los precisos carteles de la estantería. Esperamos el momento de quedarnos solos y jugar a los disfraces.

No lo dude, le venía de madre, escritor Azorín. El afán de limpieza, el recato y la aplicación de doña Luisa llegó a trascender a su prosa. Ante el orden de sábanas, almohadas y cubiertas, el exquisito esmero en  las palabras fue la impronta educativa materna, la de una minuciosa mujer que “llevaba en varios cuadernitos la apuntación de todo lo notable que pasaba en la familia. Alegrías, tristezas, viajes, compras, comidas extraordinarias; todo lo iba escribiendo mi madre con su letra grande y fina”. Sí, doña Luisa Ruiz, madre de nueve hijos, escribía y, tal vez, encerrada en su redil doméstico, tuvo el sueño imposible de ser escritora.



Mira, “silbantillo”, tu madre remueve los rimeros y espanta las polillas, saca del arca su mantilla nupcial y  “una vaga tristeza” vela “sus hermosos ojos anchos y azules”. Guardarás, dentro de ti,  la estela de esa “vieja tristeza” que borra la sonrisa luminosa de tu madre. Los niños no olvidamos las sombras que acompañan a los que nos quieren, nos las quedamos, son nuestras. 


Confesiones de un pequeño filósofo de Azorín. 

Ahora, acompáñame a otro tiempo, cuando eras un enjuto anciano que sólo salía para iral cine. ¿Sabes? Mi abuela se llamaba Luisa, como tu madre, yo la recuerdo algo gruesa y con el pelo blanco, la cara lavada y el encanto de su sonrisa.


Mi abuela Luisa García Solano como yo la conocí, en los años setenta.

Suena la antigua sintonía de Radio Nacional, en una radio con aguja que navega por  las ciudades del mundo. Yo me veo, de niña que empieza a ser adulta, sentada frente a una mesa de cocina con hule de colores desvaídos, calladita, mirando como mi abuela va vertiendo  el  gota a gota del aceite de oliva sobre yemas de huevo, en un mortero  amarillo. La cucharita primero cicatera, después generosa, va obrando la magia de la mahonesa. Y me va contando, también gota a gota, la melancolía por su lejana Córdoba, mientras las eses me acarician: “aseite”, ”asúcar”, “corasón”.  Siento el mucho calor ante las casas tan blancas, me refresco en los patios cuajados de flores, luego la Mezquita, el Potro, las Tendillas, los Faroles…yo la recorría en mi misma ciudad castellana, la de la Catedral y el mucho frío.


Mezquita de Córdoba

-¿Y cuándo eras pequeña lo pasabas bien?

-Mis padres tenían una tienda de telas, muy grande. Iba con mis hermanas al colegio de doña Pura, era la primera de la clase y lo pasaba muy bien; pero mi madre se murió de una hemorragia cuando acababa de dar a luz. Yo tenía solo siete años y me crié sin madre, la Juana nos cuidaba y, para la recién nacida, buscaron una chiva.

-¿Por qué no estudiaste una carrera con lo que te gustan los libros?

-Mi padre no me dejó, decía que era rica y no necesitaba estudiar. Ya ves tú, las pobres tampoco. Me tenía preparado un marido ingeniero.

-¿Y cómo conociste al abuelo Antonio?

-Tu abuelo escribía en una revista que publicaban en Córdoba. Yo no lo conocía pero me enamoré de sus escritos. Lo conocí después, en una fiesta. Entonces no había tanto jaleo de chicos y chicas, no salíamos solas nunca. Las fiestas eran nuestra oportunidad. Con lo guapo que era y lo que me gustaba leerle…me enamoré y hasta ahora. Fuimos novios cinco años, mi padre no quería que me casara con él porque era pobre, huérfano de militar, maestro...y no le caía bien. Nos hablábamos por el balcón, me empeñé en casarme con él y mi padre me desheredó. Sólo me dejó hacerme un buen ajuar y la “legítima” de mi madre.


Luisa se enamoró de Antonio y esta fue su nueva familia (1920).

Me fui con tu abuelo, fueron naciendo mis ocho hijos. El sueldo de maestro era muy poco  y mi dinero sirvió para que aprobara unas oposiciones  mejor pagadas; pero cambiábamos de destino, todos con todo al tren  y a buscar casa: Córdoba, Huelva, Torre del Mar, Ciudad Real, León, Granada, Algeciras, Antequera… Salimos adelante, cuando salía de la oficina todavía tenía muchas clases particulares que dar, en casa. Cuando podía, yo también escuchaba las clases, en silencio, con alguna labor en la mano.

-¿Y leías?

-Sí, y guardaba el libro en el cesto de la plancha. Me hubiera gustado ser escritora como la Pardo Bazán, la de sus primeros libros que luego se volvió una vieja verde.

-¿Ocho hijos?

-Sí, ya sabes que se me murieron dos niñas: Luisita la mayor y Luisita la pequeña. Entonces se morían muchos niños, yo me enfadaba mucho cuando oía eso de “angelitos al cielo”. No hay dolor comparable.


Luisita la mayor

-¿Y la guerra?

-Veinte días antes de comenzar la guerra, salimos de Antequera. Un día o dos antes de que nos fuéramos, nos visitó el hermano de tu abuelo, Francisco Moya Escribano, que era militar y que, muy poco después, sería fusilado por los nacionales, en Málaga. Recuerdo sus palabras: "Antonio, si te vas a marchar, vete mañana mejor que pasado, porque se va a armar una muy gorda, no me preguntes más". Nos fuimos a Alcalá de Henares y allí pasamos la guerra, tu abuelo tenía su trabajo en la Universidad y vivíamos en el mismo edificio.

Teníamos bombardeos a todas horas, cuando les daba la gana, claro. Es muy duro, todo lo que se diga es poco. En los refugios, los niños se impacientaban. Tu tía Carmela chillaba y Diego quería salir. Pepe solía portarse bien. Antonio, el mayor, cuidaba de todos. María Ángeles, tu madre, se aburría y se marchaba sin que yo me diera cuenta. Aurora era chiquitita y se hinchaba a dormir en mis brazos, mamaba y no lloraba. Nos acostumbrábamos, qué remedio.


Mi madre señala donde pasó la guerra civil

-¿Pasasteis hambre?

 Había muy poca comida, la que daban para el mes en la cartilla, donde iban quitando días de un cartón o lo tachaban. Teníamos que hacer muchas colas. Tu abuelo daba clases de Bachillerato a los de una finca que tenían vacas, corderos, verdura y de todo. Le pagaban con alimentos, la mejor paga entonces. Tu tío Antonio preparó un palomar en una torreta del patio principal y criaba palomas con trigo que respigaba. Yo criaba gallinas en otro patio. Comíamos poco pero comíamos.

-¿Y cuándo acabó la guerra?

-La posguerra fue peor, ahí sí que pasamos hambre. De Alcalá de Henares pasamos a Palencia y después a Burgos. Nunca volví a Andalucía, a mi Córdoba. Ahora tengo nietos burgaleses, palentinos y vascos, todos están en mi “corasón”.  Acaba de nacer el pequeñito, en Bilbao.

-Mi abuela murió pronto, creo que yo andaba por los catorce o quince años. Nunca volvió a su querida tierra, está enterrada, junto a mi abuelo, en el gélido cementerio de Burgos. Los niños no olvidamos las sombras que acompañan a los que nos quieren, nos las quedamos, las hacemos nuestras. Un día, más de cuarenta años después, en la estación de tren de Córdoba, al bajar del AVE, ese tren tan cómodo que mi abuela no conoció, lloré por las viejas tristezas de Luisa García Solano, las que nublaban su luminosa sonrisa.

Abuela, ayer nació Olivia, tu tataranieta, en Andalucía.



Olivia, andaluza, mi sobrina nieta más pequeñita.

La lectura de Las confesiones de un pequeño filósofo de José Martínez Ruiz, Azorín, me han ayudado a escribir esto que hacía tanto tiempo que deseaba escribir. Gracias, “silbantillo”.

María Ángeles Merino Moya

(Palabras en rojo tomadas directamente de  Las confesiones de un pequeño filósofo, Azorín, Narrativa Austral, edición de José María Martínez Cachero, 2014.) 


7 comentarios:

La seña Carmen dijo...

La vida es circular, y al final volvemos al lugar desde el que partimos.

Preciosa historia, su historia, que le has regalado a Olivia. Y como ayer se murió mi admirada Margarita Salas, no te voy a desear a ti que la veas casada, que es lo que se deseaba antes, sino que la veas doctora, que seguramente ayer nacieron varias niñas que llegarán muy alto, porque el siglo XXI va a ser por fin ¡el siglo de las mujeres!

Abejita de la Vega dijo...

¡Así será!
Llegarán muy alto, en el siglo de las mujeres.
Margarita Salas será su modelo.
Mi abuela Luisa seguro que soñó con un mundo así.

Besos, Carmen.

Myriam dijo...

¡¡Qué entrañable relato de vida!!

Besotesl

Sor Austringiliana dijo...

Mi buela lo era. Un abrazo Myriam

Sor Austringiliana dijo...

Se fue la a de abuela.

Ele Bergón dijo...

Leyendo tu texto me he emocionado, destila una gran ternura, dentro del realismo de aquella época. Cuando Olivia lo pueda leer, creo que también se emocionará y buscará su línea paterna, donde por supuesto, estás tú.

Me ha encantado. Este Azorín, te inspira de una forma muy, muy especial.

Besos

Sor Austringiliana dijo...

Gracias Luz, hace tiempo que quería escribir esto y ahora ha salido de la mano de Azorín y de mi profesor del taller de escritura. Espero que Olivia conozca sus raíces, todas: gaditanas, burgalesas, cántabras y madrileñas. Y que lea esto. Un abrazo, Luz.