miércoles, 7 de enero de 2015

"La realidad, como siempre, es destructora y despiadada y algo frágil se quiebra lentamente".

A partir de este retrato, pintó su cuadro José. Permaneció siempre en el salón de los Lambrecht.

Comentario a la novela "La sonrisa robada" de José Antonio Abella. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

7 de mayo de 1953. Tres meses antes de iniciar su viaje a Alemania, José recibió en Madrid la visita de Else Ewers, la masajista que trataba a Edelgard en Flensburg. La señora Ewers, católica fervorosa, iba en peregrinación a Fátima; pero no deseaba dejar pasar la oportunidad de entrevistarse con el joven español. Le traía una carta de su paciente. José le entregó un cuadro con el retrato que había pintado a partir de una fotografía. Hablaron mucho, las escasas horas volaban, tan llenas de recuerdo y presencia inmaterial.

De regreso a su pensión, el joven poeta enfermero escribe en su diario las páginas que servirán para desentrañar el misterio de la enfermedad de Edelgard, a través de la descripción de algunos síntomas referidos por Frau Ewers. Un diagnóstico poco literario, una rara enfermedad denominada "distrofia facioescápulohumeral" o "enfermedad de Landouzy.-Dèjerine", una dolencia de carácter genético. "El sufrimiento padecido en Sttetin puedo actuar, sino como causa, sí como desencadenante".


La masajista le había contado que "tanto ella como Sigrid tienen los músculos semiatrofiados como consecuencia de los sufrimientos que pasaron al terminar la guerra y los horrores que tuvieron que soportar". Estaba enferma y casi sin esperanza de recuperarse, ya que sus músculos se habían "dañado de manera irreversible". Podía andar muy poco y en una postura rígida e inclinada hacia atrás, escribía sobre las rodillas, su boca no podía sonreír y sólo manifestaba " la risa por el ruido".

Le habló " de su extremada sensibilidad y su penetrante psicología y su poder de evocación un poco clarividente". Muy elegante y más guapa que en las fotos, tenía miedo al encuentro, a que se desilusionara  al encontrarla tan enferma, tan delicada.


A José todo le llenaba "de una extrañísima sensación de ansiedad y de ternura casi dolorosa", y sentía "un poderoso impulso de ir hacia ella", una impaciencia de poder aliviarla con su cariño, algo que le hacía despreciar los temores y "acudir a ella para hacerla feliz”.

La carta contenía un pañuelito de bolsillo bordado con sus iniciales y ribeteado de una labor de ganchillo, todo salido de sus manos. Olía a un suave perfume, el de siempre, el que "prestaba al ensueño una sugerente realidad". Leía emocionado:
Todo lo que siento por ti te lo envío junto con esa pequeña labor. ¡Debes llevarlo siempre contigo...Ah José deseo ardientemente que mis manos puedan poner este pañuelo...justo encima de tu corazón…Me gustaría  ir a ti...y ser feliz. Con toda mi ternura.Tu Edelgard”.
 Le parecía sentir "la misteriosa irradiación de su presencia física". Sería maravilloso, era "absolutamente preciso", había de llegar a tiempo de "salvarla y de salvar su amor que ha empezado a escaparse de su alma". Lo sentía como "un halo de oro y niebla" a punto de desaparecer.


Porque comenzaba  a aparecer el nombre de Lolita, una buena amiga. Se sentía tan a gusto con ella, los dos asistían a la misma clase de alemán. Sí, algún día lo admitirían, en realidad se conocieron gracias a ella. José le hablaba tanto de Edelgard y sus torturas, de sus necesidad de ir a verla. Y Lolita le animaba a que lo hiciera, incluso le prestó algún dinero.

Y José lo hizo.  Ahí le tenemos en la bruma del amanecer que envuelve el valle del Mosa. Ha dormido malamente sobre el húmedo heno de un campo envuelto en niebla, amanece el 18 de agosto de 1953.
Valle del Mosa envuelto en niebla
Silencio, todo es gris y la luz del amanecer asoma tamizada. Unos saltos, hay que moverse y desayunar ligeramente con un trago de agua enfriada por el relente. Se pone en camino carretera adelante, rumbo a la frontera alemana.

El día va creciendo y José camina como en el interior de una nube. Pasan los coches, luces amarillas, luces rojas, no paran.


La niebla se va aclarando, ya puede verse "la claridad levemente rosada del sol".

Veinticinco kilómetros, le duelen los pies y los hombros, le tiran las correas. Desde Dinant, viaja en tren con el macuto en la rejilla. Qué alivio, cambia de tren en Namur. Llega a Aachen, en tierras alemanas.



Perdido en medio de una ciudad, ya ni el idioma le es familiar, sabe tan poco alemán. A la carretera. Un coche se detiene, le cuesta contar quién es, de dónde viene y la finalidad de su viaje. Ya está más cerca de su sueño que parecía irrealizable.

Perdido y desamparado en Düsseldorf, siente la llovizna y el viento fresco en piernas y brazos desnudos. Nadie le indica un hotel. Su cantinela: soy estudiante, voy a Flensburg y no me sobra dinero.

Un hombrecillo viejo y solitario le invita a entrar en su casa: café, mantequilla, huevo cocido y la mitad de su enorme lecho. Tras un desayuno que le sabe a gloria, qué rica la mantequilla de aquí, el amable alemán no quiere cobrarle el hospedaje. José insiste, el de Düsseldorf acepta cinco marcos y se despide con gesto emocionado.

Mantequilla alemana

No pude perder más tiempo en las carreteras, tiene el dinero justo y en septiembre debe volver a su mal pagado y agobiante trabajo de enfermero en el hospital de San Carlos. Ha de tomar un tren directo a Flensburg. Está inquieto, anota en su diario “el peso de la realidad y de los sueños”.

Flensburg 20 de agosto de 1953

"¡El tren corría esta noche a gran velocidad! "

Va quedándose dormido, cuando despierta ya está amaneciendo "un día plomizo de gris niebla y tristeza diluida". "El compás de las ruedas", inquietud, zozobra y miedo. Pero también ansiedad y ensueño. "Paisajes siempre verdes y húmedos", heno, centeno, vacas, campesinos; todo extraño y familiar a la vez.


Pensamientos, miedo, inquietud, ansiedad, suben crecen, siente "un temblor inexplicable". Queda ya muy poco, el tren reduce su marcha. Los letreros azules dicen "Flensburg" y todo le parece irreal. El tren ha de detenerse. "Había que descender y entrar en la realidad".
Un hombre le mira y se le acerca: "¿José?", y el nombre suena en su voz con un acento extraño a pesar de la leve sonrisa". Le reconoce, es el padre de Edelgard. ¿Cómo sabe en qué tren iba a llegar? José se queda sin habla, "el apretón de manos suple a la palabra".

Van a casa, José escribe "vamos a casa". En el camino, Óscar Lambrecht le explica lentamente que Edelgard no está , que está ingresada en el hospital de Schleswig donde fue operada hace pocos días, al igual que Sigrid. Para visitarlas hay que esperar a mañana.

Ya está "en el mismo sueño". Sentado en el sillón rojo, la siente poderosamente. Su cuerpo ha ocupado ese mismo espacio. Ahí está el piano, le parece verla pasar y levantar la tapa. Su música es su "vida  irreal y fantástica", su mundo "de refugio y escape". 

José en el sillón rojo de Edelgard. Foto tomada del libro "La sonrisa robada".

Se pregunta, entre volutas de cigarrillo, si todo esto es verdad. La mesa, la silla, la taza del té, ella ha estado allí, "pero todavía permanece en el sueño". Sentimientos difíciles de expresar.

Después de la cena, van a un café, donde gentes amigas de su padre le miran con curiosidad y le hablan como suele hacerse a un extranjero. ¿Spanier?

Spanier, en una enciclopedia alemana de 1937 .Ver mi entrada anterior.

Todos ríen y José piensa en que ella no puede reír, lo que le produce "pesar y amargura".

Regresan a casa y Óscar Lambrecht le dice que tiene que dormir en la cama de Edelgard, que ella lo ha querido así. Le resulta difícil expresar qué siente en aquella habitación. "Misteriosas emanaciones", "una profanación de algo ideal y puro por encima de cualquier realidad", "la realización de un amor irreal y fantástico con un ser fantástico e irreal".

21 de agosto de 1953. Pasa la mañana en larga espera, llueve tras la ventana del salón del sillón rojo. "Se acerca el verdadero despertar del sueño, el momento largamente esperado y temido".

Por la tarde, llegan al hospital de Schleswig. "Es el despertar. Es la temida y ansiada realidad". "Quisiera huir...unos pasos más y..."

En la habitación hay dos camas, la de Sigrid y la de Edelgard. Las reconoce inmediatamente, le miran con la misma sorpresa e incredulidad con que él las mira. "Todo queda más allá del poder de la palabra". Toma su mano, las miradas "como soldadas en una única y común mirada" quieren decirlo todo. A José se le ha apagado la voz. Su mano entre las suyas, se miran "y por un largo momento lo demás no existe".

Pero la realidad se cristaliza lentamente". "La realidad , como siempre, es destructora y despiadada y algo frágil se quiebra lentamente".  Un despertar que no es triste, acaso desconsolador. "El sueño lucha por no desvanecerse y absorber  con dulzura esta incontestable realidad".

A José no le es posible articular palabra, pero no puede apartar su ojos de los de su sueño. Sólo así es capaz de expresar lo que siente.

Se quedan solos, con Sigrid en la cama de al lado. No es fácil entenderse con su francés intermediario. Mejor no decir nada.

"Tomo sus manos entre las mías y las acaricio en silencio, sé que ella está leyendo en mis ojos este confuso sentimiento de ternura, cariño, compasión y miedo que turba mi espíritu...Sus manos...las acaricio insistente, delicadamente, apasionadamente, con una infinita ternura que poco a poco me va invadiendo, inundando todo mi ser como una oleada y siento unos deseos infinitos de amarla, de protegerla, de hacerla feliz..."

Y José sigue creyendo en el sueño, la realidad va quedando vencida.

"...sé que en cada uno de mis tímidos besos va la más pura expresión de mi amor, que no puedo expresar de otra manera. Y noto cuando ella parece estremecerse íntimamente..."

Es imposible abandonar el sueño, José se encuentra ligado ineludiblemente  a la realidad que ha querido vencer. "Es preciso el heroísmo".


El 26 de agosto de 1953, José se despide de Edelgard en el hospital de Schleswig.

 "Volveré junto a ti y traeré un anillo...yo seré tu esposa...y yo le decía...que sí con la cabeza...cuánto me gustaría tener un hijo tuyo...Y de nuevo nos hemos besado interminablemente y los "jé t´aime, jé t´aime tellement" pasaban de boca a boca quedando sellados con tiernos y apasionados besos".

"Era preciso partir...¿Hasta cuándo?...¿Quién puede saberlo...?"

José dice que está decidido  a ahorrar dinero, perfeccionar su alemán, intentar encontrar aquí algún trabajo que le permita vivir y casarse, cumplir su promesa.

Pero le asalta el recuerdo de Lolita. "Siento unos locos deseos de verla...". Está seguro de que lo comprenderá. "¿Lo comprenderá?".
 Os invito a leer detenidamente y al completo este encuentro tan bello, la crónica de los pocos días en que Edelgard y José están juntos, sólo por la tarde y hay un día que no admiten visitas. Por las mañanas, sólo soñar en el sillón rojo de Edelgard.

Metámonos en el sueño de José, aunque desde la página 49 lo sabemos:

-"Pepe-le digo-¿por qué no volviste a Flensburg? ¿Fue porque ya te habías enamorado de Lolita?
...
-No fue eso, Lolita y yo éramos buenos amigos, pero nada más. Yo amaba a Edelgard. Sabía que era un sueño, pero amaba ese sueño. Sin embargo, tras mi viaje a Flensburg, algo muy frágil se rompió. Yo era consciente de lo difícil que era para mí vivir en Alemania...Y estaba la enfermedad de Edelgard. Pero aún así, yo habría regresado, habría cumplido mi palabra si Edelgard me hubiera seguido escribiendo."


José Antonio Abella también se metió en el sueño y se fue a Alemania, tras Edelgard. Sigámosle.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

Las palabras en naranja están tomadas directamente de "La sonrisa robada", de José Antonio Abella, editorial "La Isla del Náufrago".

Podéis visitar el lugar donde vivió Edelgard, en el Flensburg actual, gracias a Google maps:

Marienhölzungsweg 38

https://www.google.co.uk/maps/place/Marienh%C3%B6lzungsweg+38,+24939+Flensburg,+Germany/@54.7916144,9.417243,64m/data=!3m1!1e3!4m2!3m1!1s0x47b342b6542ebd7d:0x7d37481e63e8939f

6 comentarios:

Pamisola dijo...

Muy conmovedora la historia, Mª Ángeles. Cuántas sensaciones se amontonan, y los sueños terminan rindiéndose a la realidad "destructora".
Sigo el libro a través de tus estupendas entradas.
Besos.

Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

No he recibido aún el libro, enviado el día 26 de diciembre. Debe haber un gran retraso en el Servicio de Correos, pues -el día 7-, me ha llegado una felicitación navideña con matasellos del día 23 de diciembre, remitida desde mi misma ciudad.
Con tu entrada, vamos conociendo a José.
En la pág.18, del primer capítulo 'EL VIAJE', que el autor nos deja amablemente en una vista previa , leemos:
“Durante toda una vida, no sólo en su camino a Flensburg, las palabras de Edelgard acompañaron a José. Pero ambos compartimos los genes de un romanticismo tardío y una adolescencia incurable y errática, que se agrava con los años.”

Abrazos.

P.D.: Como curiosidad, te diré que ‘Abella (en catalán) es abeja, en castellano’.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Eso es lo que mejor ha retratado Abella en esta novela: el conflicto entre la realidad y el sueño...

María Pilar dijo...

Muy interesante este libro por lo que comentas, de los que a mí me gustan tendré que hacerme con él.

Besos :)

Ele Bergón dijo...

Este capítulo del encuentro de los dos enamorados, es uno de los que más me ha gustado. Creo que tiene una gran fuerza y ternura.

Besos

( Ya ha llegado, mañana David lo recogerá)

Paco Cuesta dijo...

Difícilmente un médico comprometido, y Abella lo es, puede sustraerse a la enfermedad.