miércoles, 17 de septiembre de 2014

Cuenta el sabio Alisolán como volvió don Quijote a sus desvanecimientos de caballero andante.






 ¿Alisolán?  ¿Dónde está el cronista Cide Hamete?¡A mí los personajes quijotescos y cervantinos! ¡Ya! ¡Que acuda alguno en mi ayuda como lo hicieron en el pasado!



Mi ordenador es mágico y está aleccionado. En la pantalla surge una ventana y, en ella, un hombre vestido a la usanza mora. Me saluda y dialogo con él,  lo cual no me produce sobresalto alguno, me parece natural. Tal vez don Quijote no sea aquí el único loco, o el único que comete la locura de hacerse el loco.


¿Alisolán en la pantalla?

-Salam Aleikum, mi señora.

-Aleikum Salam, disculpe mi quijotesca curiosidad ¿Su merced es acaso Cide Hamete Benengeli, el cronista morisco que recogió la verdadera historia de don Quijote de la Mancha, escrita por don Miguel de Cervantes?

-No, mi señora. Mi creador llamome Alisolán. Y soy sabio, moderno y verdadero. Al menos, eso escribió un día, péndola en mano y tintero en ristre, el que firmó Alonso Fernández de Avellaneda. 

-Ya, Alonso y avellanado, como don Quijote. ¿Y quién fue tan osado escritor? ¿Me revelaría su mercé uno de los mayores misterios de la literatura española? Cuente, cuente, abro mis oídos más que un oidor.



-No, siento desilusionarla. No me está permitido el acceso a la nube del recuerdo do habitan los escritores de las obras principales. Solo soy un personaje, ni siquiera alcanzo tal categoría, me citan como fuente y no sirvo para nada más. 

Solo oso adentrarme en la nube del recuerdo do habitan los personajes del Quijote que llaman apócrifo. Porque si me acerco a la nube cervantina, me llueven terribles insultos. En cierta ocasión, atacome el gigante Caraculiambro, qué bruto, el de la ínsula Malindrania. 



Algunos personajes compañeros me comentaron que, en un rincón del limbo de los escritores, el destinado a Fernández de Avellaneda, habitaba un escritor de primera línea y se podía oír su voz. No se ponían de acuerdo: Quevedo, Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón, Cristóbal Suárez de Figueroa, el mismo Cervantes, disparates...Incluso había quien aseguraba que no se oía una voz sino varias. Y que sobresalía la del gran Lope de Vega, como si  dirigiera una jocosa tertulia. Al parecer, se oían grandes risotadas. 




-¿Risas en el limbo de los escritores principales? ¿No se reirían, los malandrines, de don Miguel de Cervantes?

-No, bueno sí...Esto...no he dicho nada. Habladurías, rumores, lenguas viperinas, nada, nada.

-Dejémoslo. No se vaya, ya que está aquí, cuénteme el primer capítulo. Lo leí pero me gustaría oírlo de su boca. Resumidito y así puede servir a los estudiantes. 






La pantalla parpadea y se oye una voz de trueno que clama:

-¿Argemesilla? ¡Tales son las palabras del mentecato de mi mesma nación! El escritor Cervantes non quiso acordarse del lugar de la Mancha donde vivía don Alonso, lo saben incluso los que jamás leyeron el libro. ¡Argemesilla! Non conozco tal lugar, Argamasilla tal vez.

¿Justas en Zaragoza? Sansón Carrasco le aconsejó comenzar la jornada yendo al reino de Aragón y a las  solemnes justas de San Jorge en Zaragoza. Mas el caballero andante non había de  pisar la susodicha ciudad, que siguió un extraño itinerario, pardiez. Su aldea, el Toboso, el Ebro y, por último, Barcelona, do fue derrotado. Yo seguía fiables  fuentes, para que don Miguel insuflara vida a mis concisas palabras de cronista. 




-¿Sabe voacé quién habla, señor Alisolán?

-Disculpe a Cide Hamete Benengeli, cronista arábigo, autor del documento que don Miguel de Cervantes encontró entre los papelotes que vendía, a peso, un sedero, en el Alcaná de Toledo, del cual se sirvió para trazar su historia. ¡Ya ve voacé las fuentes! Benengeli no ceja en su empeño de contradecirme y porfiar que mi relato es apócrifo. Y proclama que la tercera salida es más falsa que Judas y fruto de los ávidos deseos de Avellaneda de robar la gloria al siñor Cervantes. Me persigue y me corrige en voz alta, mas no osa dar la cara. Sigo dando cuenta del capítulo a vuesa merced. Confío en que me lo permita el Cide Berenjena.

Comienzo con don Quijote cuando fue llevado a su lugar en una jaula, por el cura Pedro y el barbero Nicolás  y la hermosa Dorotea.





-¿La hermosa Dorotea? La hermosa habíase despedido en la venta y no hubo de acompañarlo.

-¿Otra vez Hamete? ¿No puede hacer algo su merced para callarlo? Porque nos darán las uvas si sigue con sus objeciones.

-Puedo forzar este ingenio donde escribo, el ordenador, para que no se oiga cosa alguna. Mas vuesa merced habrá de escribírmelo aquí. 

Le entrego unos folios, pasa la mano por el papel, le agrada su textura. 

Le muestro como funciona el bolígrafo, no hay que mojar en un tintero, se queda asombrado.

Fuérzolo, digo, apago el volumen. Escriba su mercé, en castellano, que no en arabigo.

Así lo hizo y el moro Alisolán escribió lo que sigue:

-Don Quijote "fue metido en un aposento con una muy gruesa y pesada cadena al pie, adonde, no con pequeño regalo de pistos y cosas conservativas y sustanciales, le volvieron poco a poco a su natural juicio".

Leo las dos últimas líneas escritas y le digo que no recuerdo lo de la cadena y que lo de los pistos y cosas conservativas le fueron administrados por el ama y la sobrina.

El sabio Alisolan muestra su enfado y me pide que no sea yo la que malmete, ahora que Cide Hamete permanece callado. Le prometo guardar silencio. Se sosiega y toma de nuevo la pluma:


Pasados unos días, con la firme intención de no volver a los desvanecimientos caballerescos, pidió a su sobrina Madalena que le buscase algún libro en que poder entretener los setecientos años que él pensaba estar en aquel encantamiento. El cura y el barbero aconsejaron le diera un "Flos santorum", vidas de santos, y otros libros de piedad. Así lo fizo y, olvidado de las quimeras de los caballeros andantes, fue reducido a su antiguo juicio. 

-Lo de los setecientos años debería haberles dado una pista de su verdadero estado. ¿No le parece cide Alisolán?


-Tal vez, mi señora, le ruego por Alá tenga a bien no interrumpirme, pese a su femenina condición.

-Me muerdo la lengua y le permito que prosiga.

Ya todos los vecinos del lugar pensaban que estaba sano, tanta atención ponía en la misa. Ya no le llamaban don Quijote, sino señor Martin Quijada. Aunque, en su ausencia, se regocijaban con el recuerdo de algunas de sus aventuras de la primera parte de su historia, en especial lo de liberar a los galeotes o lo de la penitencia en Sierra Morena.

Sucedió que la sobrina murió de una calentura. El hidalgo quedó solo y desconsolado, "pero el cura le dio una harto devota vieja y buena cristiana" para las labores de casa y para que diese aviso de todo lo que don Quijote hacía, por ver si volvía a sus desvanecimientos caballerescos.




No puedo más y expreso mi sorpresa. 

¿Madalena? ¡Antonia Quijana! ¿Muerta? Viva y bien viva, que acompañó a su tío en sus últimos días. 

¿Esa devota espía, vieja y buena cristiana era el ama? ¿Qué pasó con la antigua ama, la del primer capítulo, la que pasaba de los cuarenta y abrasó los libros? Pido perdón y cierro la boca, ante el gesto de desagrado del sabio cronista Alisolán que sigue escribiendo.

Sucedió que un día de mucho calor, a la hora de la siesta, recibió el señor Quijada la visita de Sancho Panza; el cual, al verlo leyendo el Flos Sanctorum, preguntó si era un libro de caballerías, como aquellas que anduvieron “tan neciamente el otro año”. El escudero no olvidaba lo del hurto de su rucio y lo del cargo prometido. Al final, no fue ni “ni rey ni roque”, un trabajo en vano.

Don Quijote le dijo que no leía libro de caballerías, puesto que no tenía ninguno. Y le mostró el “Flos sanctorum”, al que calificó como muy bueno. Preguntó Sancho si ese Flas era algún gigante de los que se tornaban molinos. Su amo le explicó que trataba de vida de santos, como San Lorenzo asado vivo, San Bartolomé desollado o Santa Catalina pasada por la rueda de las navajas. Le pidíó que se sentara, que iba a leerle la vida del santo del día, San Bernardo.

Santa Catalina de Alejandría y su rueda

Sancho no se dejaría quitar de buena gana el pellejo ni asar en parrilla y preguntó si vivo asaron a San Lorenzo y despellejaron a San Bartolomé. Como don Quijote le respondiera que así era, Sancho se dolió de los escozores y manifestó vivamente su escasa vocación de santo; aceptaría lo de rezar de rodillas y ayunar, eso sí, acompañado de tres comidas diarias.

San Lorenzo con su parrilla.

Don Quijote le dijo que los santos lo sufrían todo valerosamente para ganar el reino de los cielos. Sancho Panza recordó, en ese momento, lo sufrido “para ganar el reino micónico”. Pidió a su amo que le leyera la vida de San Bernardo, resignado a volverse santo andante. 

Al llegar aquí se me escapa: ¡Este Avellaneda era algo beaturrón! La mirada torva de Alisolán me para en seco. Sigue:

Acabando don Quijote de leerla, le pidió opinión. Contestó: “a fé…que era santo de chapa”. Le parecía muy bien que su amo imitara al santo; pero había de pedirle algo muy terrenal: que le ayudara si le viera en algún peligro, como aquella vez que lo mantearon.


Sancho Panza manteado en versión infantil y escolar

Sancho Panza no deseaba hablar más de santos y le contó lo que el hijo de un tal Pedro Alonso, les leyó de un libro “lindo a las mil maravillas”, durante dos horas:



“...un hombre armado en su caballo con una espada más ancha que esta mano, desenvainada, y da en una peña un golpe tal, que la parte por medio de un terrible porrazo, y por la cortadura sale una serpiente, y él le corta la cabeza”.


Cuadro de la quijotesca pintora Ana Queral. 

¿Cómo se llama? preguntó don Quijote. Mas no hubo que responderle, que adivinó con presteza que trataba del valerosísimo  "Don Florisbián de Candaria" y de otros no menos valientes, de sonoros nombres que el viejo hidalgo recordaba y pronunciaba con entusiasmo: Almiral, Blastrodas, Maleorte...Al parecer, el muchacho se la hurtó el año pasado, Sancho se ofreció para recuperarla, que aunque no sabía leer, se regocijaba con tamaños porrazos y cuchilladas. Se la había de traer, "que no lo sepa el cura ni otra persona".


"Fuese Sancho, y quedó el buen hidalgo levantada la mollera con el nuevo refresco que Sancho le trajo a la memoria de las desvanecidas caballerías", Cerró el libro, comenzó a pasearse por el aposento, con la mente ocupada en "terribles quimeras".



Cuadro quijotesco de la quijotesca Ana Queral.

Al llegar aquí, Alisolán se emociona y se metamorfosea en don Quijote ¿Y quién más quijotesco que Alisolán, digo...Alonso Fernández de Avellaneda? Porque este moro parece también de chapa y pintura.

Aquella tarde, después de oír las vísperas, se juntó en un corrillo de la plaza, formado por los alcaldes, el cura y la demás gente de cuenta del lugar. "En este punto vieron entrar por la calle principal en la plaza cuatro hombres principales a caballo, con sus criados y pajes, y doce lacayos que traían doce caballos de diestro ricamente enjaezados".

Las palabras del cura sometieron a don Quijote a otra vuelta de tuerca:

"... si esta gente viniera por aquí hoy hace seis meses que a vuesa merced le pareciera una de las más estrañas y peligrosas aventuras que en sus libros de caballerías había jamás oído ni visto; y que imaginara vuesa merced que estos caballeros llevarían alguna princesa de alta guisa forzada; y que aquellos que ahora se apean eran cuatro descomunales gigantes, señores del castillo de Bramiforán el encantador".



Don Quijote le aseguró que todo eso era ya agua pasada; mas debían llegarse a ellos a saber quiénes eran, que su traje mostraba ser gente principal, tal vez fueran a la Corte, a importantes negocios. 

Todos le hicieron la debida cortesía y el cura tomó la palabra para disculparse por no disponer el pueblo de mesón ni posada; aunque procurarían les diesen el mejor recado que se pudiere. El que parecía más principal agradeció la buena voluntad mostrada. Eran caballeros granadinos que iban a Zaragoza a unas justas, para alcanzar en ellas "alguna honra". Venían fatigados y pasarían la noche en el pueblo, aunque hubieran de dormir sobre los poyos de la iglesia, con licencia del señor cura.

Uno de los alcaldes, hombre rústico que no sabía de razones cortesanas, les dijo que estaban acostumbrados a dar hospedaje a soldados fanfarrones, no tan bien hablados ni tan agradecidos. Y añadió que gastaban en ello noventa maravedís cada año.

El cura no quiso que el alcalde siguiera hablando y atajó. Repartió el alojamiento entre él mismo, los dos alcaldes y don Quijote; el cual manifestó que era muy dichoso de servir en su casa al caballero adjudicado. El aludido se tenía por afortunado en recibir merced de quien tan buenas palabras gastaba, que las obras serían también buenas.

El viejo hidalgo se fue a casa con su huésped, mandó a su vieja ama que aderezase algunas aves para cenar, ya sabe voacé que no faltaban palominos en su mesa...Asimismo, hizo llamar a Sancho Panza para que ayudase y el escudero acudió de muy buen grado.

Don Quijote y el caballero esperaban la cena paseando por el patio. Le preguntó don Alonso la causa que le habían movido a venir de tantas leguas a aquellas justas y como se llamaba. A lo cual respondió el caballero que se llamaba don Álvaro Tarfe y descendía del antiguo linaje de los moros Tarfes de Granada. La causa de tan largo viaje era "el mandado de un serafín en hábito de mujer".  La reina de su voluntad le había mandado que partiese para las justas de Zaragoza y le trajese "algunas de las ricas joyas y preseas" que allí se darían en premio a los vencedores. 



Don Quijote le suplicó le diera cuenta de la dama: edad, hermosura, nombre suyo y de sus padres. Así lo hizo, salvo lo del nombre que no había de pronunciar por respeto. Dieciséis años, tan hermosa que no había en toda Andalucia criatura más bella. Blanca como el sol, mejillas de rosas, dientes de marfil, labios de coral, cuello de alabastro, manos de leche...Todas las gracias de las muy hermosas, "si bien es verdad que es algo pequeña de cuerpo".

-¡Todos los tópicos! Disculpe, sabio Alisolán. 

Don Quijote dio su parecer. Era esa una pequeña imperfección. Don Álvaro, por el contrario, hallaba la pequeñez del cuerpo "como una muy grande perfección". Porque "no hay piedra preciosa que no sea pequeña; y los ojos de nuestros cuerpos son las partes más pequeñas que hay en él, y son las más bellas y más hermosas".
¡Este hombre habla como un enamorado de libro! Concluye que su "serafín es un milagro de la naturaleza", de acuerdo con lo que dijo Cicerón, "que la hermosura es una una conveniente disposición de los miembros, que con deleite mueve los ojos de los otros a mirar aquel cuerpo".

Pareciole a don Quijote que don Álvaro había satisfecho "con muy sutiles razones" la "objección" que hizo contra la pequeñez del cuerpo de "su reina".


 Y , como la cena por ser poca estaría aparejada a la dama chica de don Álvaro, suplicó a su invitado que entrasen a cenar. 
El viejo hidalgo tenía un negocio importante para tratar "con una persona que tan bien sabe tratar en todas materias". El espíritu caballeresco se le había despertado. Volvía a sus "desvanecimientos" de caballero andante.
Así me habló el sabio Alisolán, mientras Cide Hamete permanecía en silencio forzado. ¡Los improperios que soltaría tras la pantalla! No quiero ni pensar lo que habrá salido de esa boca  cuando haya oído el nombre de Álvaro Tarfe, cuyo nombre tan bien conoce.

-Grrrrrrrrr ¡Non fuyades Álvaro Tarfe! 

Alisolán desaparece, espero que no se encuentre con Cide Hamete allá dentro.

Seguiremos, hemos de ver a dónde va este don Quijote desvanecido. Analicemos la causa del desvanecimiento. ¿Las palabras del quijotizado Sancho Panza? ¿La novela de caballerías hurtada por Pedrito? ¿O don Álvaro Tarfe el granadino con sus justas y su dama? Entre todos despertaron lo que don Quijote no había abandonado, pese al cura y al barbero.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino


Alisolán habla en azul.
Cide Hamete habla en verde.
María Ángeles habla en negro.

7 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué divertida y eficaz fórmula la de jugar al contraste entre Alisolán y Cide Hamete. La verdad es que es una forma muy didáctica para contrastar las dos versiones.
Gracias por tanto trabajo, Mª Ángeles.

Bertha dijo...

¡Lo disfrutas y lo haces disfrutar!

-Deseando volver a recrearme con estos capítulos a tres.

Besos MªAngeles. .

Gelu dijo...

Buenos días Abejita de la Vega:

Qué bien que hayas enlazado el Quijote, de nuestro Don Miguel. ¡Qué maravilla desde el capítulo I!
... “se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma”
... “Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.”
Y leyendo este capitulo I del apócrifo, es tan gracioso, que se puede llegar a pensar que lo hubiera escrito el mismo Cervantes.
Veremos los siguientes.

Abrazos.

Ele Bergón dijo...

Qué bien te lo has debido de pasar con estas quijotadas del Alisolán y el Cide Hamete. ¿ Pero que magia ha hecho que Alisolán se te cuele en el ordenador? Me parece imposible esa fotos que has conseguido.

Cervantes es Cervantes y si leemos a Avellaneda es a causa del Manco de Lepanto que si no... de qué.

Voy a ver si despierto al Sanchico que está muy dormido.

Besos

Luz

Kety dijo...

Mª Ángeles, ya veo que te has puesto manos a la obra.
Volveré con calma para recrearme y disfrutar de tu genialidad-ahora ando un poco atareada-

Un abrazo

DORCA´S LIBRARY dijo...

Tú comentario es una nueva obra de por sí. Si la leyera Avellaneda, vería en ti una peligrosa rival de ágil mente y facilidad de vocabulario.
Un abrazo Mª Angeles.

Paco Cuesta dijo...

Como bien muestras con tan laborioso trabajo en ambos casos los narradores hacen su trabajo en base a los mismos protagonistas
Besos