miércoles, 25 de junio de 2014

"El río que nos lleva": "Y la luz crepuscular, con su seda violeta, creaba un ambiente de patética melancolía y de renunciación"

Los misterios del sueño me habían conducido hasta allí. "Una ensenada oro y azul", en una isla mediterránea con sus pinos y sus columnas truncadas. Dormí en paz, al fin había llegado a mi Ítaca prometida, donde aguardaba la mujer vestida de niebla, "pura y fantasmal"Paula, se llama Paula, anoche pude oír su nombre.


La luz dorada se tornó grisácea, ¿Dónde estaba mi ninfa? Un frío escarchado me había despertado y mis ojos, incrédulos, contemplaban a un hombre que andaba sobre el río, una visión de resonancias bíblicas. 

“Sí, tranquilamente...avanzando entre los últimos jirones de niebla, creí que todavía soñaba.  Al punto comprendí, el hombre pisaba sobre los troncos flotantes”. 

El río era una enorme tarima y él cruzaba de una orilla a otra, apoyándose en una vara terminada en gancho. Era un ganchero, en el alto Tajo.



Me volví al oír una voz que me decía "¿Se ha dormido, eh? Allí estaba Paula, la cara casi de niña tímida y las manos con rasponazos. Preparó para mí unas humeantes sopas de leche y pan, en un puchero arrimado a un rescoldo; decía que "el americano" le había dicho "de" atenderme. Cuando le contesté que no merecía la pena "de" ocuparse de mí, me recordó  lo que ayer hice por ella. En un impulso contesté: "Pero...Usted es otra cosa".  ¿Se quedaría pensando por qué ella era otra cosa?

Tenía que despedirme, me conmovió su extrañeza tan sincera, tan extraña en una mujer:
 -"¿Quiere irse? ¿Ahora?"

Mostré  mis dudas: 
-"No sé. Quisiera saber lo que tengo que hacer"
-"¿Y no lo sabe?
-Hace meses que nunca lo sé, de verdad.

Me miró, incrédula, casi burlona, me daba un poco de miedo. Me preguntó si estaba enfermo. "Puede", le contesté. Y eso dulcificó su gesto. Me invitó a ver trabajar a los gancheros. Supe que Paula era tan extraña al grupo como yo  y que se alegraban mucho de que hubiera vuelto.

Los gancheros faenaban mandados por el Americano, a a luz del atardecer, junto a una hoz angosta. 

"Su tono era cordial, pero las miradas de los hombres resultaban inquisitivas, bajo aparente indiferencia. Con las cerradas barbas, los pañuelos anudados a la cabeza bajo el sombrero, los ganchos como lanzas y los pantalones atados al tobillo, parecían, a primera vista, jinetes a punto de montar a caballo para una aventura siniestra".  La faena estaba resultando especialmente penosa, el paso de los troncos por "La Escaleruela" era muy difícil. "¡Moler con ella!", como decía el Seco.


Habían construido un castillete de troncos en rampa, sin clavos ni cuerdas. Era fácil acabar en el agua. Y eran pocos, notaban la falta del ganchero que se accidentó en un pie. Y yo me atreví, me ofrecí a echar una mano, ya había probado los ríos...los de Italia, con nieve incluso. El Americano dudaba, me entregó el gancho. Lo demás le animaban, que me ganara las migas, sobraban mirones...Me convertí en un ganchero más, incluso recibí el bautismo en el Jordán...me caí al río. Y tuve que mantener a raya al malicioso Dámaso...


Migas

En cuanto a Paula, los gancheros eran hombres solos y se respiraba la tensión que provocaba una mujer joven y atractiva. El "recadero de amores", con sus ardorosos recados de parte de novias y esposas, la aumentó. Existía un equilibrio inestable, la respetaban, el Americano imponía disciplina pero...decidí ofrecer mi ayuda, la veía tan sola, tan desamparada...como yo:

"Usted arrastra una pena. No sé cuál será, ni quiero saberla si no quiere decírmela. Pero si necesitara algo...Si, por ejemplo, tuviera usted que irse de aquí, y quisiera ir bien acompañada...Sólo busco poder servir alguna vez para salvar a alguien. La acompañaría como un hermano, créame".

La respuesta cortante de ella fue: "No te desvíes de tu camino. Yo no soy mujer para un hombre bueno, para un hombre como tú".

Anhelaba repetir un encuentro como aquel entre la niebla. Fue aquel día, en Huertahernando. Paula había ido con Santiago, el Chepa, a comprar víveres, en la miserable tienda de ultramarinos del pueblo. El Chepa salió a ahuyentar a unos chicos del pueblo que se entretenían en varear al burro Canalejas en las ancas...los angelitos querían comprobar si era un asno gitano.



 La muchacha se quedó sola con un tendero tan sucio como su grasienta tienducha. Cuando fue a pagar, se insinuó groseramente: 

"¡Ay, paloma, y para qué necesitas tú el dinero! ¡Si nos podemos entender muy bien! Ya verás yo...
No te hagas la moza, que una hembra de gancheros bien probada estará"

No tuvo que usar aquellas tijeras que había cogido como arma, Santiago acudió y salvó la situación. Y ni siquiera pagó, todo un hombre el Chepa. Haber cogido el dinero antes...



Después del desagradable incidente, Paula vio una ermita y sintió necesidad de consuelo religioso. Entró sola por el senderillo, la seguían mis ojos imantados por la gracia de sus andares. Oculto entre las sabinas, veía sus facciones contraídas y angustiadas. Cayó de rodillas ante la puerta y pegó la cara a la reja del ventanillo. Me sentía "casi avergonzado de interferir en aquella íntima soledad".


"El sol llegaba a su ocaso y todo el cielo se ponía violeta"



Se sentó en el soportal y me decidí a hacerme visible, al ver su desfallecimiento. Puse como excusa que yo también iba a rezar. Paula consideraba que yo no necesitaba rezar, que yo era muy bueno, que rezar hace falta a los que no tenían remedio, como ella, tan marcada como el Dámaso, el peor de los gancheros. Tuve la osadía de decir:

"Digo que eres muy desgraciada y que no quieres confiarte a a quien te serviría de descanso"

Ella se desentendía de mis palabras, se acariciaba el talón del pie. Se le había roto la alpargata y tenía que arreglársela, ahora que tenía la aguja y los hilos de la tienducha. Quise besar aquellas manos, me lo impidió: "no puede ser".

"El aire estaba de pronto increíblemente inmóvil, como si no existiera.Tampoco el frío. Y la luz crepuscular, con su seda violeta, creaba un ambiente de patética melancolía y de renunciación. Algo parecía en suspenso; algo estaba también a punto. Cualquier milagro podía suceder, como en las historias de la leyenda dorada". 


Leyenda dorada

Y el aire me inspiró palabras extrañas y místicas, no sé por qué las dije:

"Ya sé que no puede ser. Mejor dicho: no es que no pueda ser, es que no es"

No sucedió nada, me dijo que no entendía. El silencio se materializó en una lechuza guardiana de la ermita, el ave de la sabiduría. Expresé mis deseos imposibles: 

"¡Si fuera posible no movernos de aquí, no levantarnos, permanecer por toda la eternidad!

En aquel aire cualquier milagro hubiera podido cuajar, pero no sucedió nada. Emprendimos la marcha monte abajo. Se acercaban las sombras y el frío, apareció una "inmensa luna sangrienta".

Yo me preguntaba si sería ese el milagro: no había sucedido nada. Titiaba una colorilla y Paula recordaba la copla del prisionero al que mataron la avecilla que le cantaba al albor. 



Y yo recordé el de la infanta de Francia que iba sola por el campo con un caballero y él era demasiado formal. Cuando llegaron al palacio del rey, ella se burlaba y decía: "Ríome del caballero y de su gran cobardía: ¡Tener la niña ne le campo y catarle cortesía!"

Ella guardó silencio y me miraba con ojos dolidos. Me arrepentí de mi torpeza y rectifiqué: "Hay otros romances más dulces y que te van mejor". Me contestó con firmeza: "Y a ti también. Tú no eres el Seco". 

Era verdad, eso era lo malo. Le conté lo que me pasó en Italia, en la guerra, con una mujer hambrienta que se vendía a cambio de comida para su hijita. Yo tenía una lata de carne, se la puse en las manos y me marché. Ella me alcanzó y me dijo: "santo, santo". Me dio un fetiche de coral, me decía que daba suerte. Le pregunté qué suerte le había dado a ella, me señaló a la niña y exclamó: "¡está viva!". No consintió que le devolviera el amuleto, lo llevo siempre conmigo.

Ya estábamos junto al río y la luna rielaba sobre los troncos. Recordé como un amigo mío daba la vuelta a la historia: ella quería pan para la niña, hombre para ella y encima sentirse víctima inocente. Yo no lo veía así, pedí opinión a Paula que me dijo:

"Yo nunca buscaría así a un hombre, Royo, estáte seguro".

Se alejó para dar un rodeo y no llegar juntos al campamento. Pensaba si en el cerro habría ocurrido algo todavía no revelado. 

¡Ay, si ella pudiera quererme! 

Roy Shannon, el irlandés ganchero y ex combatiente.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

8 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Contar la historia desde el irlandés, buena idea. ¡Cómo has trabajado las ilustraciones!

Ele Bergón dijo...

Desfe mo ruta sin agua te comento que me gustan mucho rsas palabras tan bien trazadas que pones em boca del irlandés.
Acabo de pasar por el túnel de Somosierra, todo un símbolo para ede personaje que haces habla

Bertha dijo...

A ver si el paso del tiempo y a medida que se vayan conociendo un poco más...surge la chispa.Ella esta a la defensiva.Claro que sus motivos tendrá?

Deseando leer la próxima entrada esto esta a punto de caramelo...!

Besos felices vacaciones Mª Angeles.

La seña Carmen dijo...

¡Ay, Arañita! ¡Qué fototeca debes tener!

Muy bien ese seguir el hilo de los personajes. A mí me tienen pillada pillada.

¡Cómo me ha gustadc releer en compañía!

Paco Cuesta dijo...

Los gancheros establecen en torno a Paula un pacto de caballeros del río.

Myriam dijo...

He leído estas dos entradas últimas tuyas, que buenas las fotos y que ilustrativas, a mi me sirven un montón.

Besos

Myriam dijo...

Aparte: aviso, no se que pasa con el blog de LUZ, estoy tratando desde hace un rato de ponerle un comentario y la máquina se lo deglute... ¿Le puedes avisar, por fa?

Besos a las dos

Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

Qué cosa extraña es el AMOR.
José Luis Sampedro lo refleja en la novela de forma exquisita y acertada.

Abrazos.