Comentario a parte de la novela "El hereje", de Miguel Delibes. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
¿Recordáis las cuatro constantes en la obra de Miguel Delibes?
«Hay una serie de motivos o ambientes que se reiteran en mi producción: muerte, infancia, naturaleza y prójimo".
Y las dos primeras , muerte e infancia, se dan muchas veces la mano. Niños huérfanos, como el Senderines de "La mortaja", niños atónitos ante la muerte de un ser muy querido, como Daniel el Mochuelo, niños que mueren, como Germán el Tiñoso. Niños ante el misterio de la muerte, aunque sea la del gato "Moro", como en el caso del más pequeño, Quico, el príncipe destronado. Leo que "El miedo a la muerte del padre fue una experiencia infantil profundamente vivida por Delibes, que ha explicado que La sombra del ciprés es alargada -la historia de una amistad infantil truncada por la muerte- es el resultado de esa obsesión."
"La sombra del ciprés es alargada", Imagen del cementerio de Palacios de Benaver"
Y, el último de la nómina, el pequeño Cipriano Salcedo, familiarizado con la muerte desde su nacimiento, un bebé acusado de asesinato por un terrible progenitor:
"A la cabecera de la cunita, la joven Minervina había colocado un lazo negro de tafetán. Los ojos de don Bernardo se endurecieron:
-¿Qué pensará mientras duerme el pequeño parricida?"
Cipriano morirá en la treintena de la forma más terrible, la asignada en su tiempo a los herejes; ante la mirada de Minervina, su nodriza enamorada, orgullosa del valor ante la muerte que muestra su "Niño".
Estamos ante un escritor que cuida con mimo y esmero a sus personajes. Y los infantiles los borda. El estilo se diluye ante su fuerza, el lector ni se entera de los andamios novelescos.
"Unos personajes que vivan de verdad relegan, hasta diluir su importancia, la arquitectura novelesca, hacen del estilo un vehículo expositivo cuya existencia apenas se percibe y pueden hacer verosímil el más absurdo de los argumentos."
Del libro "Un año de mi vida", Miguel Delibes, ed. Destino.
Si el principal deber del novelista es "crear tipos vivos", sus personajes infantiles poseen aún más vida. Y, aunque el narrador sabio hable en tercera persona, Delibes se desdobla en ellos, se pone su disfraz, adopta su punto de vista, les "pone voz" hasta llegar a lo que Umbral llamó "ventriloquismo literario".
"Delibes puede "poner voz" de niño de pueblo, de criada respondona, de señorito de provincias, de paleto castellano, con una eficacia que es su mayor virtud creadora a la hora de novelar»
Y las voces que le salen mejor son las de los niños y las de los viejos. Porque para el autor:
el niño... es un ser que encierra toda la gracia del mundo y tiene abiertas todas las posibilidades, es decir, puede serlo todo, mientras el hombre es un niño que ha perdido la gracia y ha reducido a una -el oficio que desempeña- sus posibilidades...para mí el niño, precisamente por la carga de misterio que arrastra, tiene mayor interés humano que el adulto»("Mi mundo y el mundo")
"Mi mundo y el mundo"
"Cipriano Salcedo carraspeó. Vaciló al empezar a hablar. Era la reliquia que le había dejado el miedo a su padre, a su mirada helada, a sus reproches, a sus toses espasmódicas en las mañanas de invierno. No era tartamudez, sino un leve tropiezo en la sílaba inicial, como un titubeo intrascendente"
Y, sin embargo, fue un niño deseado. En el capítulo I, tiene lugar su nacimiento, una noche de octubre de 1517, el mismo día en que Lutero fija sus 95 tesis contra las indulgencias, en la puerta de una catedral alemana. Don Bernardo Salcedo considera a este hijo "como un verdadero milagro". Ocho años atrás, la madre, doña Catalina Bustamante, "intrigada por la infertilidad de su matrimonio", se había puesto en manos de don Francisco de Almenara "el más prestigioso médico de mujeres de toda la región". Fue una dura prueba mostrar las partes pudendas y someterse a la embarazosa prueba del ajo, para comprobar que sus vías de recepción no estaban "opiladas". Es fácil que Delibes, padre de siete hijos, estuviera familiarizado con los reparos femeninos...aunque ahora los procedimientos ginecológicos sean tan distintos.
Los organismos de don Bernardo y doña Catalina tardarán en entenderse, pero al cabo de ocho años llegan al entendimiento y nace Cipriano, tras un parto difícil. Las maniobras de la comadrona y del eminente e imponente médico infectan a la pobre madre que morirá de la temida fiebre puerperal. Don Bernardo inaugura la aversión hacia su hijo. Y el escritor le concede una voz odiosa: egoísta, falso, rijoso, tacaño, le gusta hacer sufrir...
El pequeño Cipriano es cuidado y amamantado amorosamente por Minervina, una joven nodriza traída del campo. En la parte alta de la casa, vive feliz mamando y gorjeando, a salvo de las duras miradas de su padre, muy ocupado en un simulacro de duelo. Una vez superado este, gracias a sus ocupaciones laneras y al buen vino vallisoletano, el rijoso don Bernardo se siente atraído por la niñera. Sorprendemos una bellísima escena, de muy distinto significado para el padre y para el hijo, en la que curiosamente el símil nace de la experiencia pesquera del escritor. Delibes la vive bajo los tres puntos de vista, el del mirón, el del bebé y el de la nodriza:
"...en el enfaldo, el brazo derecho fuera de la saya y el pequeño pecho firme y puntiagudo, de pezón sonrosado, en espera de que la criatura lo tomase. Dios mío, murmuró don Bernardo, deslumbrado por tanta belleza, pegando su ojo a la rendija.
-¿Es que no lo quieres hoy, mi tesoro?
...tomó su pecho con dos dedos y dibujó con la punta del pezón la boca del bebé, quien, tan directamente estimulado, agarró ávidamente el pecho como la trucha la lombriz que el pescador la ofrece de improviso en el hilero"
Quinteto "La trucha" de Schubert
Cipriano visita el pueblo de su niñera y allí es feliz con los niños de su edad. Corretea por el campo y participa en sus travesuras, como los niños de "El camino", como Miguel Delibes de chico. Y se divierten arrimándose a una casa pintada de amarillo, la de un tal Pedro Lanuza, "golpeaban las cacerolas y les decían a voces herejes y alumbrados". Cipriano no puede imaginar que él también será uno de ellos.
La infelicidad viene de la mano del cruel don Bernardo que acusa a Minervina:
"¿Por qué se aplica usted tanto en esta tarea atroz de distanciar a un hijo de su padre'...¿Por qué ha de formar usted con el niño una pequeña conjura en contra mía?"
"A continuación, toma de la oreja a su hijo:
-"Venga usted acá, caballerete"
El niño...tan pronto volvió los ojos a la figura barbada de su padre, quedó paralizado, rígido, temblando...Minervina seguía abrazada al niño, mezclando las lágrimas con escuchas al oído del pequeño: papá se ha enfadado Cipriano, tienes que quererle un poquito. Si no, va a echarnos de casa"
Don Bernardo queda satisfecho de "hacer llorar a unos ojos que le habían despreciado tanto".
Recuerda aquel día en que la chica, ante su acoso, tuvo valor para amenazarle:
"-Vá-ya-se-de a-quí-le dijo mordiendo las palabras-...Quiero a este niño más que a mi vida, pero me iré de esta casa si vuesa merced se obstina en volver a poner los pies en este cuarto"
A Cipriano le llega la edad de aprender y Minervina considera que "hablar con Dios y aprender es la misma cosa", tal y como le enseñó el cura de su pueblo, Santovenia. Le enseña a signarse y santiguarse, el niño entiende bien lo de las cruces. Le enseña las oraciones cantando, así las memoriza bien. Él discípulo, a veces, se cansa y propone jugar a los soldados. Ella fuerza su voluntad, hay que hacerlo porque "Sin la oración nadie se salva y Minervina se irá a los infiernos si no te ayuda a salvarte a ti"
Una noche, Cipriano sueña y se le aparece la figura de Dios Padre entre nubes. Pero Dios tiene la cara y la barba de don Bernardo y le dice: "¿Vas a decirme caballerete por qué no quieres rezar?"
Despierta, se arrodilla angustiado, reza y reza, se queda dormido fuera de la cama.
Don Bernardo no ve con malos ojos el adoctrinamiento del niño por su niñera, pero empieza a madurar la idea de un preceptor para su hijo. Seguiremos a nuestro pequeño hereje en su proceso de formación. La salvación, el infierno, pesadillas que no le abandonarán nunca.
Un abrazo de:
María Ángeles Merino
Páginas web consultadas:
Claves para leer a Miguel Delibes
Los personajes de Miguel Delibes
5 comentarios:
Impresionante estudio de los personajes de la obra de Delibes, tanto como ese primer plano del niño de La Tours. Muy bien recogidos los momentos culminantes del Hereje. También a mí me pareció terrible que Bernardo acusara de parricida a un hijo recién nacido.
Un abrazo
Estoy contigo: que posiblemente los niños o los infantes que Delibes describe en sus novelas sean parte de sus vivencias.Me acuerdo con mucho cariño de Nino el niño sabio de la novela Las ratas...posiblemente era el reflejo de que el hambre espabila y enseña a tener siempre recursos.
Don Bernardo: lo que era un resentido y, en vez de volcar su cariño en este hijo le hacía partícipe de sus frustraciones:al perder su esposa , el rechazo de la nodriza que sentía veneración por el niño... y el propio rechazo de su hijo lo canalizaba en generar una admósfera bastante espesa.
Un abrazo feliz fin de semana.
Maria Ángeles, siempre tan certera, clara y magistral en tus comentarios y tu entrada. Delibes, nuestro Delibes, estaría orgulloso de cuanto cariño y pasión pones al escribir sobre "sus niños", muchos de ellos reflejo de sus propios hijos y nietos.
Te sigo leyendo, aunque no comente...me fui a intentar ser feliz y el tiempo se me escapa entre las horas.
Cuánto acierto en tu entrada. En efecto, Delibes siempre ha cuidado a sus personajes, en especial a los desvalidos, a los más desvalidos: por edad, por condición, por enfermedad.
Buenas tardes, Abejita de la Vega:
¡Cuánto sabía de niños y de sentimientos Miguel Delibes!
Odioso personaje el padre de Cipriano Salcedo.
Precioso personaje Minervina, que doña Catalina parece elegir antes de fallecer para que cuide de su hijito.
“A doña Catalina, aún no demasiado cargada de fiebre, le gustó la chica...”
“Y una vez que el niño se enroscó en su regazo y estuvo una hora inmóvil tirando del pezón y se quedó dormido, doña Catalina se conmovió.”
“El fervor materno de aquella chica se advertía en su tacto, en el cuidado meticuloso al acostar a la criatura, en la comunión de ambos a la hora de alimentarlo”
Qué preciosa frase:
Pág.69...
” – ¡Qué boba! –se decía de pronto-. Pues no estaba pensando que el niño era mío”
Abrazos.
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