"—Sal mama, abre, que viene aquí un tío de los de Siur que trae una carta y un paquete del papa.
A las voces de su hija, salió Teresa Panza, su madre , fregona y cubo en mano, con una falda acrílica floreada —parecía, según estaba de mal cortada, que se la habían alzado por detrás —, con una chaqueta chapuceramente tricotada y una blusa que dejaba al aire el canalillo. No era muy vieja, aunque aparentaba pasar de los cincuenta, pero fuerte, tiesa y bigotuda; la cual viendo a su hija, y al mensajero junto a la furgoneta, le dijo:
—¿Qué es esto, niña? ¿Qué señor es este?
—Es un empleado de paquetería —respondió el mensajero.
Y, diciendo y haciendo, se acercó a la puerta y se fue con mucha cortesía a dar la mano a la señora Teresa, diciendo:
—Le presento mis respetos, señora doña Teresa, como esposa legítima del señor don Sancho Panza, concejal de Barataria.
—¡Ay, señor, quítese de ahí, no haga eso —respondió Teresa—, que yo no soy nada palaciega, sino una pobre asistenta, hija de un peón caminero y mujer de un trabajador autónomo , y no de concejal alguno!
—Usted —respondió el mensajero— es mujer dignísima de un concejal de Cultura archidignísimo, y para prueba de ello reciba usted esta carta y este regalo.
Y sacó al instante un collar con extremos de oro, y se lo echó al cuello y dijo:
—Esta carta es del señor concejal, y otra que traigo y este collar son de la señora duquesa, que os lo envía con sus respetos.
Quedó pasmada Teresa, y su hija ni más ni menos, y la muchacha dijo:
—Que me maten si no anda por aquí el chalao de don Alonso, que debe de haber dado a padre la concejalía de Cultura que tantas veces le había prometido.
—Así es la verdad —respondió el del paquete—, que por respeto del señor Alonso es ahora el señor Sancho concejal de la ínsula Barataria, como se verá por esta carta.
—Léamela ,si no es mucha molestia señor —dijo Teresa—, porque, aunque sé leer despacito, no sé leer de corrido .
—Yo sí sé leer y tengo sacado el Graduado,…lea mejor usté —añadió Sanchica—, pero espérenme aquí, que yo iré a llamar quien la lea, el cura mismo o Sansón Carrasco, que vendrán de muy buena gana por saber noticias de mi padre.
—No hay por qué llamar a nadie, que aunque no tenga el títulillo, sé leer y la leeré. "
A las voces de su hija, salió Teresa Panza, su madre , fregona y cubo en mano, con una falda acrílica floreada —parecía, según estaba de mal cortada, que se la habían alzado por detrás —, con una chaqueta chapuceramente tricotada y una blusa que dejaba al aire el canalillo. No era muy vieja, aunque aparentaba pasar de los cincuenta, pero fuerte, tiesa y bigotuda; la cual viendo a su hija, y al mensajero junto a la furgoneta, le dijo:
—¿Qué es esto, niña? ¿Qué señor es este?
—Es un empleado de paquetería —respondió el mensajero.
Y, diciendo y haciendo, se acercó a la puerta y se fue con mucha cortesía a dar la mano a la señora Teresa, diciendo:
—Le presento mis respetos, señora doña Teresa, como esposa legítima del señor don Sancho Panza, concejal de Barataria.
—¡Ay, señor, quítese de ahí, no haga eso —respondió Teresa—, que yo no soy nada palaciega, sino una pobre asistenta, hija de un peón caminero y mujer de un trabajador autónomo , y no de concejal alguno!
—Usted —respondió el mensajero— es mujer dignísima de un concejal de Cultura archidignísimo, y para prueba de ello reciba usted esta carta y este regalo.
Y sacó al instante un collar con extremos de oro, y se lo echó al cuello y dijo:
—Esta carta es del señor concejal, y otra que traigo y este collar son de la señora duquesa, que os lo envía con sus respetos.
Quedó pasmada Teresa, y su hija ni más ni menos, y la muchacha dijo:
—Que me maten si no anda por aquí el chalao de don Alonso, que debe de haber dado a padre la concejalía de Cultura que tantas veces le había prometido.
—Así es la verdad —respondió el del paquete—, que por respeto del señor Alonso es ahora el señor Sancho concejal de la ínsula Barataria, como se verá por esta carta.
—Léamela ,si no es mucha molestia señor —dijo Teresa—, porque, aunque sé leer despacito, no sé leer de corrido .
—Yo sí sé leer y tengo sacado el Graduado,…lea mejor usté —añadió Sanchica—, pero espérenme aquí, que yo iré a llamar quien la lea, el cura mismo o Sansón Carrasco, que vendrán de muy buena gana por saber noticias de mi padre.
—No hay por qué llamar a nadie, que aunque no tenga el títulillo, sé leer y la leeré. "
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