miércoles, 11 de junio de 2014

"El sí de las niñas": "excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo"



Rápido, Simón, monta a “Moro” y a toda carrera, alcánzalo y tráelo de vuelta a la posada de Alcalá de Henares. Amanece, se salvarán los obstáculos que impiden vuestro amor. Que se superen también los que han impedido frecuentemente a España “el progreso rápido de las luces”…eso llevará más tiempo, el escritor lo sabe. ¡Menudo siglo XIX le esperaba a este maltrecho país!

Pero vosotros, Paquita y Carlos, gozaréis de la libertad de amar y os espera la posterior vida ficticia que cada lector o espectador de “El sí de las niñas” pueda pintar en su imaginación. Ya sabes: “y fueron felices y…”. 



Mi señora doña Paquita:

En la escena VIII del tercer acto, por fin hablas a solas con Don Diego que también está deseoso de oír tus palabras sin las interrupciones de doña Irene. Calor, insomnio, desazón; la conversación anodina pronto desemboca en la pregunta clave: “¿Qué siente usted?" No sientes nada, no tienes nada, solo un poco de algo que no puedes expresar. Don Diego no se conforma con una respuesta así y sondea: “Algo será, porque la veo a usted muy abatida, llorosa, inquieta... ¿Qué tiene usted, Paquita? ¿No sabe usted que la quiero tanto?”.




Te quiere, tendrá mucho gusto en complacerte, tienes en él a un amigo; lo sabes. Don Diego no se rinde y sondea tus sentimientos.

"¿Pues cómo, sabiendo que tiene usted un amigo, no desahoga con él su corazón?"

Que, por fin, asoman tímidamente: “Porque eso mismo me obliga a callar”.

Don Diego tira un poco más del hilo: “Eso quiere decir que tal vez soy yo la causa de su pesadumbre de usted.” No lo admitirías nunca," no señor", replicas, "usted en nada me ha ofendido... No es de usted de quien yo me debo quejar". A ver cómo contestas ahora, que vienen las preguntas directas:

“Dígame usted: ¿no es cierto que usted mira con algo de repugnancia este casamiento que se la propone? ¿Cuánto va que si la dejasen a usted entera libertad para la elección no se casaría conmigo?”



Y tú que “ni con otro”. Y don Diego:

“¿Será posible que usted no conozca otro más amable que yo, que la quiera bien, y que la corresponda como usted merece?”

Y tú, Paquita, que no y que no. Y que de monja…tampoco.

Llanto y tristeza, no parecen señales de casarse gustosa, no anuncian ni alegría ni amor. Y así te lo expone el que va a ser tu marido que no cesará en su empeño de hacerte hablar.

Se va iluminando la escena, llega la luz del día y “las luces de la razón”.



Reaccionas, don Diego te está llevando a donde él quiere. Preguntas, airada: 

“Y ¿qué motivos le he dado a usted para tales desconfianzas?” 


Otra vuelta de tuerca:

“ ¿Pues qué? Si yo prescindo de estas consideraciones, si apresuro las diligencias de nuestra unión, si su madre de usted sigue aprobándola y llega el caso de...” 



Respondes, sin titubeos, que harás lo que tu madre te manda, te casarás con él y, después, serás mujer de bien. Pero él no se rinde:

“Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañero y su amigo, dígame usted: estos títulos ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor?”


Don Diego se ha de emplear en tu felicidad, no es mal ofrecimiento; pero tú ya no puedes más:

-"¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.
-¿Por qué?
-Nunca diré por qué.”

Para romper tu obstinado silencio, él también rompe el suyo, no está ignorante de lo que hay y tú debes saberlo. Tu respuesta es rápida: "Si usted lo ignora, señor Don Diego, por Dios no finja que lo sabe; y si en efecto lo sabe usted, no me lo pregunte".  

A continuación,  establece un plazo corto para que te rindas ante la evidencia: "hoy llegaremos a Madrid, y dentro de ocho días será usted mi mujer". Pero no consigue que rompas la línea de tu discurso: darás gusto a tu madre, vivirás infeliz, lo sabes. Don Diego no te culpa, son los frutos de una educación cuyo principal objetivo es el disimulo y la insinceridad:

"Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo mandan, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo"


"El sí pronuncian y la mano alargan al primero que llega", Goya como Moratín.

Eso exigen de vosotras, eso os enseñan, lo reconoces, así fue la educación femenina durante siglos. Como esclava de un sí perjuro, pides ayuda a don Diego que se muestra "como un buen amigo". Bien sabe el genio de tu madre, no te abandonará en la situación dolorosa en que te ve. Quieres arrodillarte, no te lo permite...¿Ingrata? No, todo ha sido una equivocación, tú, inocente, no has tenido la culpa. 

Tras mostrarle la carta, Don Carlos, tu don Félix, relatará a su tío vuestra historia de amor. Todo comprobado y arreglado:

"Si tú la quieres, yo la quiero también. Su madre y toda su familia aplauden este casamiento. Ella..., y sean las que fueren las promesas que a ti te hizo..., ella misma, no ha media hora, me ha dicho que está pronta a obedecer a su madre y darme la mano, así que..."

Así hay que contárselo a la fiera...digo a tu madre. Siéntese, no hay que asustarse ni alborotarse. Y ahí va la bomba: "Su hija de usted está enamorada...". Doña Irene, encantada de la vida, que ya se lo dije yo mil veces, escuche señora y no interrumpa; que está enamorada... pero no de mí. Y ella: qué dice usted, quién le cuenta esos disparates...Y don Diego que es verdad... se echa a llorar y lloriquea, compadeciéndose a sí misma.

Dios mío, una pobre viuda, con sus años y sus achaques, verse tratada como "una puerca cenicienta". Ay, si vivieran sus tres difuntos, sobre todo el último que tenía un genio como una serpiente y repartía mojicones que era una bendición.





Don Diego pierde la paciencia, por Dios...que se calle y me deje hablar. Y tu madre que si busca pretextos para zafarse de sus obligaciones...y venga a llorar. Por fin, se presta a escuchar a don Diego que lo cuenta así:

"Pues hace ya cosa de un año, poco más o menos, que Doña Paquita tiene otro amante. Se han hablado muchas veces, se han escrito, se han prometido amor, fidelidad, constancia... Y, por último, existe en ambos una pasión tan fina, que las dificultades y la ausencia, lejos de disminuirla, han contribuido eficazmente a hacerla mayor"


¿Amante?  Eso es un chisme inventado...la hija de mis entrañas encerrada en un convento, bonita es Circuncisión para haber disimulado a su sobrina un desliz. Que no, señora, que no hay deslizamiento alguno, que se trata de "una inclinación honesta". Mire esta carta...todos estábamos equivocados.Y tu madre, sin leerla, invoca a la Virgen del Tremedal y te llama a gritos. Y, ahora, quiero que nos cuentes tú el final de esta historia.


Con gusto lo haré, señora, aquí deposito mis palabras:

Así es, mi madre me llama picarona y...la reprimenda no es pequeña:


"¿Qué amores tienes, niña? ¿A quién has dado palabra de matrimonio? ¿Qué enredos son éstos?... Y tú, picarona... Pues tú también lo has de saber... Por fuerza lo sabes... ¿Quién ha escrito este papel? ¿Qué dice? "

Don Diego lee la carta que me arrojó don Félix por la ventana:
«Bien mío: si no consigo hablar con usted, haré lo posible para que llegue a sus manos esta carta. Apenas me separé de usted, encontré en la posada al que yo llamaba mí enemigo, y al verle no sé cómo no expiré de dolor. Me mandó que saliera inmediatamente de la ciudad, y fue preciso obedecerle. Yo me llamo Don Carlos, no Don Félix. Don Diego es mi tío. Viva usted dichosa y olvide para siempre a su infeliz amigo.- Carlos de Urbina.»


Mi señora madre se encamina colérica hacia mí, en ademán de querer maltratarme. Asegura que me ha de matar. Mas, en ese momento, aparece mi don Félix, como un héroe calderoniano, me toma del brazo y me aparta para defenderme. Y la que me dio a vida gritando:

"¿Qué es lo que me sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?... ¿Qué acciones son éstas?... ¡Qué escándalo!"




 Don Diego explica la situación:

" Ése es de quien su hija de usted está enamorada... Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo... Carlos... No importa... Abraza a tu mujer."

Don Carlos y yo nos abrazamos y nos arrodillamos a los pies de don Diego. Mi madre cambia la cara, sonríe, así que era el sobrino de don Diego...le gusta la idea, ve arreglada nuestra maltrecha situación económica. Era su principal preocupación, al fin y al cabo es el heredero...si no hay pan, buenas son tortas.

A don Diego le hemos dado la peor noche de su vida, con música y palmadas. Nos perdona y nos hace felices, nos hace levantar con ternura. Reconoce la dolorosa impresión que le deja en el alma el sacrificio que acaba de hacer, se califica a sí mismo como "miserable y débil". ¡Qué buena persona es el señor don Diego! ¡Qué hermoso ejemplo de buenas costumbres ha de dar a los espectadores del teatro!



Mi don Carlos le besa las manos, nuestro amor y agradecimiento le compensarán de la pérdida. Don Diego habla ahora de su error, y de las tías monjas y de mi madre. Qué bien explica lo de abusos de autoridad y lo de ese sí, más falso que Judas, que dan algunas niñas como yo:

"Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras que usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño... Esto resulta del abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece; éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas... Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba... ¡Ay de aquellos que lo saben tarde!"


Ahora todos son abrazos y a mi madre le parecen hechiceros los ojillos de mi don Carlos. Rita añade con guasa: "Sí, dígaselo usted, que no lo ha reparado la niña... señorita, un millón de besos. " Y la beso con ganas qué buena amiga es mi Rita, si no es por ella..., me quiere tanto...

Don Diego me abraza como un nuevo padre y nos asegura que ya no teme a la soledad. Nos coge de la mano y ¡nos habla de nuestro primer niño!:


"Vosotros seréis la delicia de mi corazón; el primer fruto de vuestro amor... sí, hijos, aquél... no hay remedio, aquél es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos, podré decir: a mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa."





Bendita sea la bondad de don Diego, proclama mi futuro esposo. Y bendita sea la de Dios, añade mi nuevo padre. Para que luego digan que don Leandro Moratín no es un buen cristiano.

Me despido de ustedes, aquí permanezco en la sala de paso de la posada de Alcalá. Ya saben, en un libro o en un teatro. Soy un inmortal personaje de ficción. Que las luces de la razón les alumbren. Se despide:

Doña Francisca, la niña que dio el sí, mas fue un buen sí, ni perjuro ni sacrílego. Porque don Leandro Fernández de Moratín quiso impartir una buena enseñanza y yo fui un buen ejemplo.


Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de.

María Ángeles Merino

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

La renuncia de D. Diego le nace no solo del sentido común sino de un necesario cambio de mentalidad que lleva a aceptar la libertad de sentimientos y elección. Incluso el derecho a equivocarse. Paquita es el inicio de algo que quizá hayamos conseguido hoy.
Gracias por tu lectura.

pancho dijo...

Cómo exprimes la obra, le llegas hasta el fondo, no le dejas nada dentro.

El juicio y la razón como colectividad nos irá llegando poco a poco, hay que recuperar más de un siglo entero malogrado por tantos malos hábitos y no es fácil. A la vista está con tantas voces cuestionando todo lo que se daba por asentado.
Buen trabajo de escritura que sale de la lectura.
Un abrazo.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

En cuanto a ‘los síes de las niñas’, si nos desplazamos en el tiempo, vemos que se seguía actuando como en siglos anteriores.
Los niños tampoco lo tenían mucho mejor.
Parece que los más libres para elegir pareja joven, eran los viejos (hombres y mujeres), en los que se diera poder y dinero.
Los recursos desarrollados en estas niñas, apartadas del mundo, siempre me sorprendieron. Creo que aprendían mucho de los criados, que sabían todas las picardías, o quizá porque junto a la hipocresía les nacía y crecía el disimulo y el engaño, enormes, como defensa.

Abrazos.