lunes, 9 de diciembre de 2013

"Intemperie": "La intemperie le había empujado..."


Comentario a las páginas 157 a 185 de la novela "Intemperie" de Jesús Carrasco, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda. 

Arreo al burro, aunque para qué. Por mi cabeza cruzan los justos, los pecadores, el camello que no pasa por el ojo de una aguja, los sermones del cura de mi pueblo. Sólo quiero estar lejos, muy lejos del tullido medio muerto. Arre, burro, arre, que no vamos a Belén, que vamos al castillo en ruinas donde nos espera sediento el viejo cabrero. Llevo el agua y la comida del tullido; a cambio, volqué junto a su cuerpo todo lo de mi morral. Es justo. Sueño con estar a salvo en el carromato de un viajante, entre sacos de castañas y orejones.


Todavía es de noche, veo la cara rota al castillo. Media luna y azul, mucho azul.

Me acerco, qué pena, las cabras muertas, zumban las moscas. Oigo un cencerro, qué alegría, al menos vive una cabra, espero que el pastor me aguarde con vida. Qué peste tan horrible, me tapo la boca para no vomitar, bajo del burro de un salto y voy corriendo a donde dejé al cabrero. Tengo que encontrar el cazo y poner agua a cocer para darle de beber. Encuentro el equipaje pero su lecho está vacío. Lloro, tengo miedo de morir, me espanta seguir solo mi camino. 


Pienso en volver a casa, tendré que enfrentarme a mi familia, será peor que antes, a saber qué harán conmigo. Me gustaría estar tranquilo sólo un ratito, comiendo y bebiendo tranquilamente. Soy un niño, el sol me abrasa, no sé qué puedo hacer.


Imagino el cuerpo del viejo siendo arrastrado por la moto del alguacil. Y los de los caballos riendo.

Me tapo la cara, no quiero ver siempre el llano. Miro mi manos, una está sucia y otra envuelta en una servilleta. Mi dedo con el pellejo colgando. De pronto, oigo la voz del cabrero. Me pone la mano en el hombro. Le abrazo, me hundo entre sus harapos, es mi refugio. Nunca había estado tan cerca de alguien, sin estar peleando. Mezclamos sudores, malos olores. Me recibe sin decir palabra. Le aprieto tanto que se queja, “las costillas” me dice.


Este viejo con burro del cartel institucional podría ser el de "Intemperie".

Cuezo agua, bebe el pastor, beben las cabras, nos comemos las chacinas del tullido y bebemos su vino. El viejo bebe a tragos largas y yo hago muecas…bebo porque él bebe y porque ahora soy otro, alguien que apedrea un minusválido. Le cuento mi peripecia al cabrero. Esperaba una palmadita, bien hecho, chico. Pues...no, va el cabrero y me suelta:



Y el tullido tal vez se parezca a este bufón velazqueño

-"Hay que encontrar al inválido antes de que los cuervos lo maten."

Aprieto los dientes. ¿Partir a socorrer al hombre que quiso matarme? ¿Obligarme a meter la cabeza entre las fauces del león? Pienso en sus manos hinchadas, sus ojos inflamados y las señales de la fusta. No comprendo, yo hice lo que tantas veces vi hacer y tenía derecho a que me dejaran en paz. Porque la intemperie me empujó casi hasta la muerte y aquel enano no puso el cuello sino que levantó la espada. Me sentía guerrero y esperaba que el viejo me hiciera pasar bajo el arco de la victoria, ya era un adulto.


No me sirvió de nada contarle que el lisiado me encadenó y huyó para avisar al alguacil. Me asegura que “también él es hijo de Dios”. Un hijo de Dios que quiere que muramos.

Nos ponemos en camino, antes del alba. No paro de pensar “en el montón de carne y huesos” que dejé tirado en el polvo. Si seguiría allí, “si habría podido darse la vuelta y poner las ruedas contra el suelo”.



Amanece y se dibujan las montañas al fondo. El sueño de una vida mejor.

Alcanzamos la esclusa a una hora en que el sol ya lo aplasta todo. Bebemos agua cocida, no tenemos comida. El viejo me manda a por raíces de palo dulce, tendré que cavar mucho, qué seca la tierra. Mordemos unas raíces retorcidas, el viejo tiene que parar, hasta la quijada le molesta, todo él es dolor.


Me pide que le limpie las heridas, arrastro un trapo mojado a lo largo de los latigazos, los de delante. No se queja, aprieta los dientes, cierra los ojos. El pastor no tenía por qué recorrer largas distancias con las cabras, me pregunto por qué se ha volcado en ayudarme, ha perdido la mayor parte del rebaño y casi muere, tanto mejor para él si me entrega al alguacil.

Le obligo a tumbarse de lado, ahora veo la espalda con cinco gruesos regueros marrones. Le  cuento lo que veo, el viejo sabe que morirá, no tenemos alcohol para las heridas. Y me dice: 
" Cuando muera, entiérrame lo mejor que puedas y ponme una cruz, aunque sea de piedras"


Le digo que no se va a morir, él insiste en que se va a morir y me pregunta si le pondré la cruz. Se me nubla la vista; veo las ondas del terreno, la acequia y las montañas como tras una cortina de agua. Otra vez me pregunta lo de la cruz y le contesto que sí. El pastor es un hombre de fe, como diría el cura de mi pueblo.


Esperamos a que el sol pierda fuerza , nos ponemos de nuevo en marcha. Le pongo mi chaqueta sobre los hombros. Dos horas después, divisamos la alberca, ni rastro del tullido. Busco el lugar exacto del camino donde fue abatido , encuentro manchas de sangre y la piedra con que le di al burro. También encontré las huellas de dos caballos , las sigo y descubro que un caballo había ido hacia el norte y otro hacia el sur. 

Pasamos la noche dentro de la alberca seca. Ayudo al viejo a entrar a través de una brecha que llega hasta el suelo. El fondo ardiente nos devuelve el calor del sol del día pero es mejor a dormir sobre piedras. Cenamos leche de cabra y raíces. Durante el día el cabrero no se había quejado pero llega la noche y no para de gemir, la luna nos ilumina y veo que llora. Me duermo solo un poco antes de amanecer y me despierta la mano del viejo sobre mi hombro, tenemos que irnos.
Reunimos a las cabras y volvemos al camino. Tomamos la dirección norte y llegamos al encinar cuatro horas después. Me manda construir un redil entre coscojas, guardo las cabras y me siento con él, a la espera...no aguanto más y le digo que nos tenemos que ir, que él puede quedarse, que el alguacil me busca solo a mí. 
El pastor abre su chaqueta y me muestra las señales, él también tiene cuentas pendientes con el alguacil. No sé si se refiere a la paliza o a algo de antes, tal vez se cruzaron los dos en el pasado. Me dice que huiremos a los montes del norte, allí nos esconderemos y el alguacil no nos buscará tan lejos de su jurisdicción, se salió la palabra de un tirón. Ju-ris-dic-ción, cómo odio esa palabra. Como el viaje es peligroso, viajaremos de noche. 
Acordamos que yo seré el que vaya a la posada. Si el tullido no está, iré a buscarle, cogeremos los víveres y nos pondremos de camino. Si el tullido está dentro, volveré con el cabrero y pensaremos otro plan.

Y el tullido tal vez se parezca a este bufón velazqueño
La suela de mi bota descolgada va barriendo el suelo y forma un pasillo sin hojas. Ni el viejo ni yo nos imaginamos la brutalidad de lo que va a ocurrir un poco después. Ya veo el pueblo, corro, me escondo, doy un rodeo. Me duele el cuello, apoyo la espalda contra la tapia de la iglesia, me dejo caer. Desde allí veo el encinar y pienso en el viejo recostado en el tronco, tal y como lo dejé;  quisiera volver allí y cuidarlo. No puede ser, nuestra salvación está en las pancetas del tullido. El hambre en la intemperie puede más que los sentimientos.

Me voy acercando a la posada y siento un ronroneo en las tripas. Me refriego la cara, me estrujo la frente y los ojos. Mis heridas están resecadas por la sal y el miedo. Avanzo pegado a las paredes, como una sombra. Me juego mucho enfrentándome a alguien como el tullido. No solo por él sino por el odioso alguacil y los de a caballo.
Llego junto a la puerta , aguardo bajo el dintel, tal vez oiga al tullido, no, nada. Doy la vuelta a la casa y entreabro las hojas de una contraventana, huele a cal y a humedad. Miro a través del hueco que dejan los vidrios rotos: la mesa, la alacena y la barra con las chacinas colgando. La boca se me hace agua y ya no me contengo más, un empujón y adentro. "Los chorizos perlados de aceite", "el jamón goteando grasa como un alambique porcino"; demasiado para un niño hambriento. Tiro de un chorizo, me lleno la boca de la carne enrojecida, pica, no importa. Me lo como como un animal hambriento, tragando trozos enteros, luego me dolerá...Me paso la manga por la boca, la mancho de grasa y pimentón. 


Busco golosamente otro sabor, un salchichón, huele rancio. Una morcilla, un mordisco y un ruido que parece de muela rota. Me palpo la mejilla, no duele, me dio la vuelta, tal vez me estén observando, alerto las orejas; por fin lo veo, hay un cuerpo en la alacena, oculto tras la cortina de las baldas.
 Asoma un trozo de brazo, ni se mueve ni hace ruido. Veo una barra larga con pinza, de las que usan los tenderos para alcanzar los estantes altos. Pesa más de lo que yo pensaba, sin querer golpeo la cabeza del hombre que está tras la cortina. 
No hay respuesta, la abro  y reconozco al tullido, con la herida en la frente, marcado como un animal. Su cuerpo desnudo me recuerda a "un odre repleto", sin pelo, las cicatrices de sus piernas como las costuras de los pellejos cargados de vino. Lo tanteo con la punta de la bota, no hay respuesta. Me agacho, zarandeo su cara, le abro los párpados, son los ojos de un muerto. 

Odre

Miro el cuerpo mucho rato y me pregunto si soy yo el que le ha matado. No respira, esta no es la muerte de los sermones del cura,  es otra cosa diferente y no sé qué hacer. La luz de la tarde se hace más suave, miro el extraño cuerpo pero no se me ocurre  preguntarme por qué está desnudo. Y ni siquiera veo la línea amoratada de una soga, bajo su papada, estoy tonto. Lo ahorcaron los que con tanta generosidad iban a pagarle...
Oigo rascar la puerta de la posada, me levanto rápidamente y...
Dejamos aquí al muchacho de "Intemperie", no entiende que está en peligro. Terminaré esta historia, aunque sea la lectura de octubre.
Un abrazo de:
María Ángeles Merino

3 comentarios:

Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

Me has vuelto a hacer pensar en el chico, y quizás el viejo cabrero sí se pareciera al del cartel.
Pero de ningún modo el bufón tendría semejanza con el personaje del tullido que aparece en ‘Intemperie’. Copio de wikipedia, pues coincido con lo que dice: "Hay quien ha querido ver en él la denuncia velazqueña del trato que la corte daba a estas personas, presentándolo como una marioneta, en tanto Velázquez mostraría en sus retratos llenos de dignidad una actitud compasiva y solidaria con sus carencias físicas o psíquicas, de las que según otros sería implacable testigo, diseccionando aquellas carencias con su agudo sentido de la realidad y su naturalismo directo".
Admiro el trabajo y buen acabado de todas tus lecturas.

Un abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Gracias por perseverar. Este muchacho sufrió mucho y merece la continuidad.

Paco Cuesta dijo...

Infatigable María Ángeles.
Un beso