miércoles, 10 de octubre de 2018

"Por fortuna, Macondo no es un lugar sino un estado de ánimo que le permite a uno ver lo que quiere ver, y verlo como quiere."




Entro en Cien años de soledad, como en una rueda donde los Buendía, condenados a la soledad,  vuelven a las mismas historias reinventadas: el amor es un imposible y trae consecuencias trágicas a los que se arriesgan a él, la pasión es brutal y ciega, una sexualidad sin afecto, y la guerra misma es otra enloquecedora pasión, la del poder. Página a página vivo la decadencia de Macondo, hasta el momento de descifrar la última página de los pergaminos. La muerte no podía faltar, se ha paseado con toda naturalidad, es el gran personaje. Y me permito prolongar Cien años de soledad: absorta, no sentiré la arremetida del viento y, al igual que Aureliano Babilonia, me  profetizaré a mí misma y seré desterrada de la memoria de los hombres. 



Sin embargo, hace nueve años, en mi anterior lectura, la percibí llena de humor irónico, como un juego propuesto por un escritor guasón. Todo es posible si el lector accede a ser cómplice de la fusión de lo real y lo mágico, si acepta los "baciyelmos" que encuentre en el camino. Si Remedios la Bella, pongo por caso, quiere ascender a los cielos, que ascienda, bendita de Dios. No nos extrañamos de fantasmas, ni olvidamos que "las cosas tienen vida propia", que "todo es cuestión de despertarles el ánima", ni notamos las hipérboles, pues toda la novela es una gran hipérbole. 



¿Qué me ha pasado con Cien años de soledad?


No hay lectura igual a otra lectura, aunque el libro sea el mismo. Y si esta me ha salido pesimista, sólo se me ocurre apelar a la famosa frase de Ortega y Gasset:  «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo». Tal vez me ha pillado de bajón, la edad que nos moldea, a saber. 

Creo que es un buen momento para volver a una visión de " cuando el mundo era tan reciente", a la primera vez que leí el arranque de Cien años de soledad, sólo una página, en un libro de texto del instituto, con doce o trece años. No fue materia de clase, la leía y releía golosamente en clase de lengua, a hurtadillas. Entre el niño que no conocía el hielo y los sintagmas no había color. Deseé saber más sobre el coronel Aureliano Buendía que, eso creía yo, moría en el pelotón de fusilamiento. Se quedó para siempre en mi memoria, como una lectura pendiente.




Unos años después, tenía delante de mí no al pelotón de fusilamiento sino a una clase de veinticinco niños, niños y niñas, también de doce años y vivía con ellos aquello de "Muchos años después...". Era una maestra inexperta y temía aburrirlos o, peor aún, que la clase se me fuera de las manos. No os podéis imaginar el miedo que da eso...Afortunadamente las palabras de García Márquez cumplieron con su fama de mágicas. No se me ha olvidado porque después de séptimo A, vino séptimo B y el C y el D y el E. Y durante cuatro cursos más...La chiquilla de 1969 no resultó ser muy distinta a los chavales de los ochenta y pico. 

"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo".

 -Alguien nos está contando un cuento de hace muchos, muchísimos años.

-¿Qué ha hecho? ¿Por qué lo van a matar?

-Frente al pelotón qué miedo, como el preso número 9.

-Aureliano mayor recuerda a Aureliano pequeño y a su padre.

-Dicen que cuando te vas a morir recuerdas toda tu vida.

-¿No había visto nunca el hielo? ¿Dónde vivía Aureliano? Seguro que en un lugar muy caliente. 

"Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos."



-Un pueblo muy pequeñito, sólo veinte casas muy pobrecitas, de barro y cañas.

-Las cañas eran bravas, como Aureliano. 

-Diáfanas. Aguas que dejan ver el suelo del río, como en una poesía antigua que habla de aguas cristalinas.

-El lecho del río, la cama donde descansa el río.

-Rio dormilón. Luego se despierta y se precipita.

-Se ven las piedras.

-Pulidas, el agua las ha acariciado mucho.

-Y las ha limpiado mucho. 

-Enormes como huevos prehistóricos. ¿Cómo huevos de dinosaurios?

-¿Dónde has visto tú huevos prehistóricos?

-En un libro de Ciencias Naturales.

-No, éste los ha visto en los Picapiedra, ja, ja.



 El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

-Dios acababa de crear el mundo.

-Poco después de la gran explosión del Universo. ¡Bang!

-Adán y Eva no habían tenido tiempo de bautizar muchas cosas.

-Pero pronto se cansarían de señalar con el dedo y pensaron nombres.

-Oye que el cuento no parece tan antiguo...El cuentacuentos es un exagerado.



"Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cercade la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban aconocer los nuevos inventos."

-¿Para qué querían los gitanos ir a un pueblo tan pobre y con tan poca gente?

-Porque eran más pobres. 

-Montaban un circo.

-No, una carpa. Hacían mucho ruido con pitos y timbales como el flautista de Hamelin, para atraer a la gente que se iba detrás.

-Pasen, señores, pasen, verán los más grandes inventos.

"Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabiosalquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacíamucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. “Las cosas, tienen vida propia –pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima”."



-El imán, vaya invento. Mi madre tiene uno en el costurero para recoger los alfileres.

-Melquíades era corpulento pero con manos pequeñitas, como un gorrión.

-El gitano le echaba mucho cuento: la octava maravilla...

-Eran unos imanes grandes, pero no sé si tienen tanta fuerza.

-Veo la cara de susto de la gente.

-Y todos corriendo detrás de los calderos, las tenazas...

-Y los clavos y los tornillos desenclavándose.

-Y lo que dice mi madre: lo que no se llevan los ladrones, aparece por los rincones.

-Los de Macondo se creían que Melquíades podía dar vida a las cosas. 

"José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y lamagia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: “Para eso no sirve”. Pero José Arcadio Buendíano creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así quecambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, noconsiguió disuadirlo. “Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrarla casa”, replicó su marido."

-José Arcadio Buendía sería el padre de Aureliano, el que le llevó a conocer el hielo.

-Pensó que si servía para buscar hierro, podía servir para buscar oro. ¿Era tonto?

-Tenía demasiada imaginación el hombre. Era ignorante.

-El gitano le dijo que para eso no servía, José Arcadio no le creyó, pensaba que un gitano no podía ser honrado.

-Cogió su mulo y sus chivos y los cambio por los lingotes imantados.

-Menudo disgusto tenía su mujer. La pobre Úrsula necesitaba esos animales para trabajar y para leche.

-Es que los hombres no hacéis caso a las mujeres (lo dice una niña). Y os creéis más listos y os damos mil vueltas.

-El muy tonto decía que pronto iban a tener oro para empedrar la casa. 

"Durante varios meses se empeño en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonanciahueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticularla armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevabacolgado en el cuello un relicario de cobre, con un rizo de mujer."

-José Arcadio arrastra que te arrastra los imanes y sólo encontró una armadura.

-Muy antigua, toda roñosa. 


-Parecía hueca como una calabaza llena de piedras.


-No, como un calabazo que es una calabaza que han vaciado para meter cosas. 


-Pero no estaba hueca, encontraron...a un muerto.


-Un esqueleto que llevaba al cuello como una cajita con un rizo de mujer.


-El pobre soldado murió pensando en su novia y en su pelo rubio.


-Nadie ha dicho que era rubio...


-Era una prueba de amor.


-José Arcadio Buendía buscaba oro y encontró una prueba de amor.

-Seño, seño, quién era el de la armadura, cómo se llamaba.

-¿Y su novia? ¿Le esperó a que volviera de la guerra? 


-Me parece que María Ángeles no puede respondernos a eso.

-Pero cada uno nos lo podemos imaginar. 


-El amor vale más que el oro. ¿Es esa la moraleja, seño?


El amor es la clave. Aquel soldado del siglo XV no padeció de soledad. No estaba solo en medio de las selvas y las ciénagas colombianas. Algunos de mis alumnos y alumnas de séptimo, los más imaginativos,  fantaseaban acerca de la historia amorosa del de la armadura oxidada; aprendí de ellos que es buena cosa ir más allá de las historias que nos cuentan las libros. Al fin y al cabo, la literatura es un juguete, Gabo lo decía así.

Espero poder compartir algo más de mis lecturas de Cien años de soledad. En total fueron tres, pero a la primera se la tragó el olvido. ¡Y fuera bajones! 

"Por fortuna, Macondo no es un lugar sino un estado de ánimo que le permite a uno ver lo que quiere ver, y verlo como quiere."

Un abrazo de María Ángeles Merino


7 comentarios:

Myriam dijo...

Me encantó penetrar en este universo mágico que creaste con tus lecturas de 100 años de Soledad y los Buendia, incluido Melquisedek y sus imanes.

Besos desde Sudamérica

Kety dijo...


Ahí sigo con "Cien años de soledad", sin prisa, pero sin pausa. Le estoy sacando más jugo que en la lectura anterior. Será la edad.

Es una delicia leerte.

Besos

La seña Carmen dijo...

¡Dios mío, qué principio!, que diría doña Inés.

Myriam dijo...

Digo Mequíades, no Melquisedek. Vale

Pedro Ojeda Escudero dijo...

¡Sursum corda!
Lo que pasa es que el mundo ya tiene tantos nombres que habría que volver a esos inicios para salvarlo.

Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

He vuelto a disfrutar de pasajes graciosísimos, en los que es inevitable reír. Y frases inolvidables, que sí había olvidado. Esta lectura es diferente de las anteriores, más completa, y mucho más lenta. Hoy haré mi entrada número 6, y... ¡entro en el capítulo II!.
Me ha gustado mucho la opinión de tus alumnos. Es muy interesante cuando compartimos un mismo libro, y los lectores nos dicen lo que han apreciado en las mismas páginas. A veces nos descubren detalles que nos han pasado desapercibidos, y siempre podemos ver en el comentarista rasgos de su personalidad.

Abrazos.

Edurne dijo...

Tengo que volver a leerla, pero no sé si hacerlo de nuevo con mi vieja edición de Austral o con la última y más moderna, conmemorativa de la RAE... sería mi tercera lectura, y seguro que dejaría un poso diferente en mí. LA primera, hace 33 años, fue una fiesta, un maravilloso descubrimiento, un enganche a la obra de Gabo que ya no me abandonaría nunca... La segunda, unos quince años más tarde, me produjo un efecto más reflexivo.
Pero ahora estoy yo inmersa en un reto "imitativo" del maestro y no quiero mezclar.

Interesante como siempre tus crónicas.
Besos.
;)