jueves, 23 de marzo de 2017

Mi madre dialoga con "A sangre y fuego" (2)

La semana pasada comenzamos la lectura de A sangre y fuego de Chaves Nogales. Recordáis que mi madre se convirtió en improvisada cronista al comentar algunos párrafos del libro que yo le iba leyendo. Nos hablaba de guerra, muerte y miedo; pero dejaba resquicios por los que se colaba el cariño hacia a los suyos, el agradecimiento al soldado que la salvó, el aburrimiento, las ganas de dar un paseo, la sed, el hambre y, cómo no, el miedo.  Había lugar para unas alubias cociéndose clandestinamente en el infernillo o para la placidez del bebé, mi tía Aurora, que "se hinchaba a dormir" en brazos de mi abuela Luisa, a pesar del refugio. La guerra descansa un poco. 

Sin embargo, en los once relatos de A sangre y fuego apenas hay respiro. Tal vez porque Chaves Nogales cree que eso no interesa a los lectores de los periódicos extranjeros que son sus clientes. Sólo el gesto de abatimiento de Malraux , el coronel escritor, y la forzada sonrisa que dedica a sus camaradas de la pluma aparta, durante breves líneas, nuestra atención de las cadenas que matan. 



Tras los bombardeos en Madrid: la caza a caballo de "la canalla roja", los disparos a quemarropa tras las lucecitas misteriosas, las columnas férreas descontroladas y asesinas, los tesoros artísticos que hay que esconder de la rapiña enemiga, la resistencia épica y sangrante del guerrero moro, la batalla en la sierra madrileña con tres camareritas del hotel que toman las armas, el herrero gigante, casi barojiano, que machaca con su martillo la bigornia del Cuartel de la Montaña y avanza con su tanque abrasador y, por último, el consejo obrero que concede la vida o la muerte. Los dos últimos relatos nos llevan a Bilbao, al refugio trampa mortal e infanticida y al hospital de sangre con monjita y moribundos anticlericales. Nueve relatos más dos, a cual más duro. 



Después de lo de Malraux, sólo hacemos un alto en el camino, en el relato Bigornia, para que la mujer del delantal blanco abrace a su hijo y, unas páginas más adelante, para que el herrero proteja a la chiquilla del " bracito en alto y la mano extendida" que grita aterrorizada: "¡No me mate! ¡No me mate! ¡Yo soy buena!"En el último relato, encontramos otro punto de sosiego, oímos el leve ruido de una pluma y una toca almidonada. Es una monja que escribe una carta en el silencio de la madrugada, tras una jornada terrible en un hospital de sangre. Al final, el misterio del destinatario nos da qué pensar. 

Luego hablamos de monjas. Ahora leo a mi madre:

"...Bigornia tapó los deditos tiernos de la criatura con su manaza velluda y sonriendo tristemente le dijo:
-¡Así, guapa, así!
Y le mostraba el puño cerrado...
-...¿Y tus padres dónde están?
La chiquilla vacilaba antes de contestar.
-¿Tú eres fascista?-preguntó al fin.
-No guapa, no. ¿Dónde están tus padres? ¿Estás sola?
-Papá se fue a la guerra.
-¿Cómo hacía papá? ¿Así? ¿O así? -le preguntó Bigornia abriendo y cerrando el puño. 
-¡Así!-respondió la chica apretando sus cinco deditos..."

-¿Qué te parece mamá? 


-Me parece muy bonito, la niña qué sabía, hizo lo que había visto a su papá o su mamá. El niño no tiene doblez. Yo nunca hice ni lo uno ni lo otro. Después de la guerra, en el cine, al final de la película, tocaban el Cara al Sol y levantaban el brazo. Yo mientras me ponía los botones del abrigo y no miraba a nadie. ¿De qué ideas era ese escritor? ¿Era socialista?



-No, mamá. El escritor se define a sí mismo como "liberal""ciudadano de una república democrática y parlamentaria". ¿Qué era la República para ti?



Mi madre la asocia, inevitablemente, con un tiempo en que ardían las iglesias. Que no mamá, que la República no era eso, pero ella lo recuerda así:

-No sé como explicarte, oí a mi madre: ¡Antonio! ¡Antonio! Yo estaba con las fiebres de Malta, no iba al colegio. Era en Algeciras, cuando nació mi hermana Carmela. Me empiné desde una ventana y vi arder una iglesia que estaba muy lejos. Mi padre dijo algo así como "Dios mío, lo que hemos hecho de  España".

-Busco en la Wikipedia y encuentro este dato: "En Algeciras se quemaron todas los templos de la ciudad: Iglesia de Nuestra Señora de la Palma, Capilla de Nuestra Señora de Europa, Capilla del Cristo de la Alameda."

-Luego fuimos a Antequera, las cosas ya estaban revueltas, decían que los estudiantes falangistas rompían las bombillas por la noche.

Un día estaba en un barrio por donde no solía ir, se me salió el escapulario y me tiraron una piedra. Cayó a mí lado, se veía a lengua que no querían hacerme daño, sólo asustarme.



Veinte días antes de comenzar la guerra, salimos de Antequera. Un día o dos antes de que nos fuéramos, nos visitó mi tío, Francisco Moya Escribano, que era militar y que, muy poco después, sería fusilado por los nacionales, en Málaga. Recuerdo sus palabras: "Antonio, si te vas a marchar, vete mañana mejor que pasado, porque se va a armar una muy gorda, no me preguntes más".



A poco de empezar la guerra, ya en Alcalá de Henares, también vi cómo ardía otra iglesia y decían que habían toreado al cura que tenía ochenta años.

-¿Torear? ¿Qué le hicieron?

-Lo mataron como si fuera un toro, se corrió por todo Alcalá. Eso decían. ¿Qué había hecho de malo ese hombre? Yo creo que se murió del susto primero, si tenía ochenta años. Estaba recogiendo las formas del sagrario, se lo llevaron. Unos salvajes.

-Escucha esto, mamá, del relato ¡Viva la muerte!:

"El cura del pueblo estuvo hasta el último momento haciendo fuego con su carabina desde una tronera del campanario. Cuando, ya de día, los milicianos consiguieron subir a la torre se apoderaron de él, le voltearon y le lanzaron al espacio. Su sotana negra revoloteó un instante en el cielo blanquecino del atardecer como un pajarraco disparatado."

-Me parece un espanto, es una barbaridad. Eso del cura toreado fue al comienzo de la guerra, cuando acabábamos de llegar a Alcalá de Henares. Todavía no vivíamos en la Universidad, estábamos en una casa alquilada. Estaba enfrente de la Casa del Pueblo y, al principio, los de allí venían a vernos y nos preguntaban quiénes éramos. 



Mi padre, camarada por aquí camarada por allá, les contó que había venido destinado al Instituto, en el edificio de la Universidad, pero nos visitaban casi todos los días, a la hora de comer. No nos importaba, no teníamos nada que esconder, eran dos. Echaron una mirada a la carbonera y la abrieron. Pensarían que podíamos tener escondido a alguien. 

Yo creo que fueron ellos mismos los que nos indicaron donde había un refugio, en una casa cuyos dueños se habían ido al extranjero. En el refugio,vimos un baúl grande de esos antiguos, lo abrieron unos soldados y dentro había custodias, cálices, cosas de iglesia, de oro. Mi madre estaba horrorizada.

-Esto que me cuentas me recuerda al relato El tesoro de Briesca:

"Bajo la dirección del hombrín aquel y utilizando las confidencias de los aterrorizados vecinos, los milicianos registraban las casas de los ricos y, una tras otra, iban saliendo a luz las presas ocultas, las casullas y estelas bordadas del XV, los ricos paños de altar, la maravillosa orfebrería de cálices, copones y custodias, las tallas románicas, los crucifijos de oro y plata, los soberbios exvotos de capitanes, justicias y virreyes de las Indias, y los lienzos famosos de los maestros de la pintura castellana. Hasta los dos Grecos que había en Briesca cayeron en manos de los milicianos."

-Como en el baúl que yo vi, lo que no había eran pinturas ni esculturas. Era casi todo oro, mucho oro. 

-¿Qué más recuerdas de esos primeros días de la guerra?

-Que pasaban unos aviones que volaban muy bajo, rozaban los tejados, nunca habíamos visto eso. También chocaba ver a las milicianas porque era algo desconocido, mujeres con mosquetones y vestidas de soldado. Yo las miraba desde las rendijas de la persiana, mi padre no me dejaba asomarme.

-Como Rosario, Carmen y Adela, las camareras milicianas de ¡Viva la muerte!



Comenzaba un tiempo de "no saber nada". ¿Verdad, mamá?

-Sí, mi padre nos decía: si os preguntan algo no sabéis nada nunca. Bueno y a mí que me van a preguntar. Que no habláramos nada, que no sabíamos nada. Se lo decía más que nada a mis hermanos.

Seguiremos dialogando con A sangre y fuego. Mi madre quiere hablarme de como mi abuelo daba clases a cambio de alimentos, de las colas del racionamiento y mi tío Diego que se colaba, del palomar donde su hermano mayor Antonio criaba palomas, de la cocinera de los soldados que tenía pinta de monja por más que intentara ocultarlo, del oro que se iba a mandar a Francia o a Rusia, de la estatua de Cisneros, de los huesos del Divino Vallés y de las amenazas del Campesino, qué miedo pasó. Estoy segura de que surgirán más recuerdos, avivados por los relatos de Chaves Nogales. Mi madre es un baúl de ellos.

Un abrazo de María Ángeles Moya y María Ángeles Merino

17 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esto es un verdadero diálogo que avala la realidad de lo contado por Chaves Nogales. Espero que para tu madre sea una liberación y no una forma de recordar lo malo.

La seña Carmen dijo...

¡Fenomenal! La guerra vista desde distintos ángulos. Espero como Pedro que a tu madre no le suponga un sufrimiento, sino todo lo contrario, recordar estas cosas.

Abejita de la Vega dijo...

Así es, totalmente avalado. Dice mi madre que ya no sufre por eso. Nos hace bien a las dos dialogar y enriquecernos mutuamente. Un abrazo de las dos.

Abejita de la Vega dijo...

En los ángulos está la verdad. Le hace bien, nos hace bien.

Ele Bergón dijo...

Sí, los odios vienen de antaño y son muy malos.A don Tomás Martín, el cura de mi novela " La fuente de los pájaros", en 1890, los del pueblo le preparan una buena encerrona haciéndole toda clase de vejaciones. Puede que lo cuente en la próxima.

Me gustan y mucho estos recuerdos de tu madre que creo, le están haciendo un bien, porque quizás necesitaba contarlo, una vez que se le ha ido desapareciendo el miedo que le impedía hablar. Se nota en sus relatos de lo que ella sufrió durante nuestra guerra civil, que ya no hay odio, ni resquemor en ellos, son sinceros y pasados por el tapiz de su propio tiempo. Esperemos que nos siga contando, díselo de mi parte.
Besos y enhorabuena por la entrada.

Bertha dijo...

Si ,que les hace bien, mi madre suele hablar muchas veces con mi abuelo que es más o menos de la quinta de tu madre , cuando el quiere soltar porque los hombres parece que estos temas los llevan peor pero la memoria histórica es necesaria; para darnos cuenta que no hay nada nuevo bajo el Sol.

Abrazos.

María Pilar dijo...

La gente mayor de mi entorno guardaban silencio sobre estos temas. Supongo que el dolor lo llevaban muy dentro.
Me ha gustado mucho la voz de tu madre.
Abrazo.

pancho dijo...

Tu madre es un pozo de experiencias vividas. Algunas cosas que tan bien cuentas son verdaderas revelaciones. Creo que vamos a tener que invitar a algo a los relatos de Chaves Nogales que la hacen recordar. Y después la maestría para darle forma, que no es poca.
un abrazo.

Abejita de la Vega dijo...

El tiempo es un gran tamiz. No madre dice que para qué va a sufrir por lo que ya pasó. Ayer me decía que bastante teníamos con lo de ahora y señalaba lo de Londres. Le doy la enhorabuena a mi madre.

Kety dijo...

Como envidio esos diálogos con tu madre. Han sido muchos años callando, y esas coversaciones le harán bien.
Hoy he ido a la biblioteca a por el libro y acababan de llevárselo. :-( Seguiré intentándolo.
Besos

Gelu dijo...

Buenas noches, queridas tocayas:

Lo primero felicitar a tu madre por su maravillosa cabeza, capaz de revivir esos detalles tan importantes en su propia historia.
Escribe y guarda lo que recuerda. Estará encantada, viendo cómo prestas atención a todo lo que te cuenta.
¡Qué disparate de guerra! ¡Cuántos odios y miserias dejan todas al descubierto! ¡Qué pena de “humanos”, tan crueles!

Mi abrazo para cada una de vosotras.

Abejita de la Vega dijo...

La quinta de los más fuertes. Van soltando sus recuerdos y se lo agradecemos. besos, Bertha.

Abejita de la Vega dijo...

La voz de mi madre ha superado el dolor. El tiempo calma.
Abrazo, Pilar.

Abejita de la Vega dijo...

Me sorprende y eso que es mi madre. Los relatos tiran del hilo de los recuerdos.
Un abrazo.

Abejita de la Vega dijo...

Son una catarsis. Te gustará el libro.
Callaron mucho los de su edad.
Besos

Abejita de la Vega dijo...

Gracias de parte de mi madre, tocaya. Está encantada de que la escuchemos.
Lo peor del ser humano asoma en las guerras.
Abrazo a mi madre, te abrazo a ti.

Myriam dijo...

¡Qué terrible! Que bueno que tu madre y tu pueden hablar de esos temas ahora. Me puedo imaginar lo que supuso para ella haber vivido eso de niña.

Un abrazo a cada una.