Don Álvaro y Pedro Crespo en mi cocina
Comentario a la primera jornada de "El Alcalde de Zalamea" de Pedro Calderón de la Barca. Para la lectura colectiva de "La Acequia", dirigida por Pedro Ojeda.Estoy metida en harina, otra vez, con "El Alcalde de Zalamea" y con la comida. Mientras pico unas verduras o unos ajos, escucho una vieja versión televisiva de la obra de Calderón. Eran muy buenas voces aquellas. De pronto, otra vez, la pantalla del móvil me muestra a una mujer vestida de hombre, a la moda del siglo XVII. Se dirige a mí, es Chispa y ya no me sorprende. Escúchola.
Saludo de nuevo a voacé. Recuerda, sin duda, que soy la Chispa y, por amor al soldado Rebolledo, estoy aquí, dentro de la obra de teatro llamada "El Alcalde de Zalamea", de don Pedro Calderón de la Barca, mi creador. Voy con los soldados a Portugal, donde el rey Felipe II, mi Señor, anhela ser coronado como rey luso. Bien conozco la fama de las soldaderas, tal es mi condición: "mujer que convivía con los soldados durante las campañas de guerra”.
Los soldados iban entretenidos en sus mismos oídos y sentían que cesara el canticio. Porque a la vista teníamos la torre de la iglesia
de Zalamea y habíamos de parar y callar. Gozaríamos más adelante de jácaras un
ciento, que tiempo habría. Esperábamos al sargento con la orden de entrar marchando o en tropas.
Por fin llegó y con él venía el capitán, el don Álvaro de mis pecados. La soldadesca podía darle albricias, pues estaríamos alojados
hasta que don Lope juntara a todo el tercio y marcháramos para Guadalupe. Bien
podíamos descansar. Ya estaba hecho el alojamiento y nos darían las boletas, los papelillos que nos dicen a cada quisque en qué casa toca alojarnos. Yo me las compongo con la boleta de mi rebollo. ¿Barragana yo? ¡Lenguas de víbora!
Mi hombre y yo desaparecimos de la escena. Más tarde, volveríamos para ir a la casa donde se alojaba el capitán. Rebolledo quiere pedir al capitán le conceda la cuenta del juego del boliche, con lo cual yo sería la bolichera y alguna ganancia caerá, que tenemos muchos gastos. Fieras apuestas hacen los soldados a ver quien maneja mejor el juguetillo.
¿Que dónde se alojó el capitán? Rebolledo me cuenta lo que le cuenta el sargento: "En la casa de un villano, que el hombre más rico es del lugar...que tiene más pompa y más presunción que un infante de León". Él mismo, el sargento digo, la eligió para don Álvaro; pues anhelaba ganar unos puntos ante su superior. No por ser del lugar la casa mejor sino "porque en Zalamea no hay tan bella mujer como una hija suya". Si el capitán no se entretiene me entretengo yo, pensó y pensó bien. Allá don Álvaro si imaginaba una desaseada villana "con malas manos y malos pies". ¡Toda una dama labradora es Isabel, la hija de Pedro Crespo! ¡Que el sargento tenía ojos, pardiez!
Y oídos para escuchar las finezas de amor de cierto hidalgo, plantado ante la casa, como los caballeros de las comedias, con la boca llena de orientes con diamantes, auroras y atardeceres que deslumbran tornándose amaneceres. ¡Cómo les gusta el sol a los poetas! Y todo en balde, que un ventanazo fue la respuesta de Isabelilla. El caballero llámase don Mendo y parece un don Quijote con su Rocinante, tan flaco el uno como el otro. Le acompaña un criado quejoso de las hambres cotidianas, las suyas y las del caballejo. Ni para cebada dispone.
El hidalgote a lo suyo, con el palillo ocioso en la boca, aunque a las tres maldito el bocado. Cuando Pedro Crespo aparece por su calle, un "Dios os guarde" y a retirarse tocan. Ya se daría con un canto en los dientes si Pedro Crespo se la entregara para el santo matrimonio. Conocería el milagro de comer tres veces al día, algo milagroso en la España de nuestro rey Felipe que Dios guarde.
Pedro Crespo, sí, el rico villano. Sé por mi Rebolledo que el sargento hubo de llevar a casa del labrador la ropa de don Álvaro de Atayde, nombre completo del capitán. Y que, antes de entrar con el hatillo, oyó desde el zaguán la charla de Crespo con su hijo. Sorprendiole porque nunca antes había oído hablar ansí de eras y parvas, "montes de oro" decía.
Y el bieldo que hiere al viento y el cuidado con los trojes, no se los lleve algún turbión. ¡Un tesoro cereal! El muchacho no estaba para hablar de espigas pues acababa de perder dos partidos de pelota que no había podido pagar y temía el enfado de su señor padre. Mas Crespo no mostró enojo, tan solo le aconsejó con firmeza que no jugara sin dinero a la vista. El hijo recibió un consejo y hubo de pagar al padre consejero con otro: "en tu vida no has de darle consejos al que ha menester dinero". No es un padre duro este Crespo, al menos con sus hijo varón. Con las hembras, la cosa cambia.
Dejó el sargento el hatillo en el aposento que le indicaron. Al salir, quiso descansar y aliviar la calor sentado en un poyo, junto a la ventana y a la sombra. Escuchaba las voces de Crespo, su hijo Juan y su hija Isabel.
A Juan, el hijo, le molestaba que su padre, siendo rico, viviera sujeto a los hospedajes de la tropa porque bien podría excusarlos comprando una ejecutoria. Crespo no concibe el honor postizo, pagado. Todos sabían que era "si bien de limpio linaje, hombre llano". Podía comprar al rey una ejecutoria, mas no la sangre. ¿Dirían que era entonces mejor? No, dirían que era noble por unos miles de reales. Dinero, que no honra, que la honra no la compra nadie. Sería como un hombre calvo que se comprara una cabellera, buena comparación pardiez.
De pronto, el sargento oyó voces de mujer. Era Isabel acompañada de su inseparable prima Inés, la pariente pobre supongo. Pedro Crespo le anunció, solemnemente, que nuestro Rey iba a Lisboa a coronarse y había de ir acompañado de marciales tropas, todo el tercio viejo de Flandes, al mando de don Lope de Figueroa. Que habían de venir a casa soldados y era importante que no la vieran, debía retirarse a los desvanes. Así lo haría gustosa, en compañía de Inés, y ni el sol osaría verlas. Que ella mesma había pensado en solicitarlo a su señor padre. Hay buenas hijas que se adelantan a las disposiciones de los buenos padres.
El sargento hubo de acompañar al capitán a la casa de Pedro Crespo. Recibiolo Juanico, en nombre de su padre, con palabras corteses: "vos seais bien venido", "ventura ha sido grande venir a ella un caballero tan noble", "perdonaréis...que mi padre quisiera que hoy un alcázar esta casa fuera". Don Álvaro agradeció "la merced y el cuidado".
Cuando Juan se fue, preguntó, inquieto, al sargento, si había visto "a la tal labradora". No por cierto, aunque sacó información de una criada habladora, que siempre las hay. Al parecer, el padre la tenía ocupada en el cuarto alto y no había de bajar nunca. Sólo por estar guardada, a don Álvaro diole más deseo de entrar. ¡Y qué deseo más fiero!
Había de buscar una industria para llegar arriba, precisaba ayuda y eligió a mi Rebolledo, a cambio de concederle lo del boliche por su cuenta. Mi hombre es hombre honrado "de muchas obligaciones" y necesita una "ayuda de costa". ¡La Chispa es la obligación!
Pusieron en marcha la industria. El capitán fingió que reñía con él y Rebolledo huyó hacia el desván. Don Álvaro fue detrás con la espada y Rebolledo dio, al fin, con la guardada Isabel. Quedé sorprendida del estilo caballeresco que gastó mi hombre, qué piquito de oro:
"Señoras, si siempre ha sido
sagrado el que es templo, hoy
sea mi sagrado aqueste,
pues es templo del amor"
Se produjo el encuentro entre el capitán y la hija de Pedro Crespo. Ella le pidió que se detuviese como hombre de honor: "Deteneos...siendo vois quien sois". Las palabras de él destapaban que su intención era cortejar a la labradora, no castigar al soldado. Estaba tan claro como la luz del día.
"No pudiera otro sagrado
librarle de mi furor,
sino vuestra gran belleza
por ella vida le doy.
...
No sólo vuestra hermosura
es de rara perfección,
pero vuestro entendimiento
lo es también..."
Entraron el padre y el hijo con las espadas desnudas. Pedro Crespo expresó su sorpresa, pensaba hallarle matando a un hombre y le halla requebrando a una mujer. Don Álvaro se justificó: "yo al respeto de esta dama suspendí todo el furor".
Juan se había dado cuenta de las intenciones del capitán y no disimulaba. A punto estuvo de armarse una muy gorda. Sacaron las espadas y Rebolledo clamaba: "Vive Cristo, Chispa, que ha de haber hurgón! Y yo: "¡Aquí del cuerpo de guardia!
En esto, apareció don Lope de Figueroa, tan galán, con insignia y bengala. Y con su humor de mil demonios, mucho le debe doler siempre la pierna. Amenazaba con echarnos a todos por el corredor. Don Álvaro dio su versión: estaba alojado en esa casa, un soldado le dio ocasión a que sacara la espada, huyó, entró tras él donde estaban las dos labradoras y su padre y hermano se disgustaron.
Don Lope preguntó quién fue el soldado e Isabel señaló al pobrete de mi Rebolledo que iba a pagar por todos. Don Lope dio la peor de las sentencias: "Denle dos tratos de cuerda". De esta vez me lo estropean, clamaba yo. Le atarían las manos hacia atrás, le colgarían por ellas de una cuerda, le levantarían en el aire para dejarle caer sin que llegara a tocar el suelo. ¡Un dolor terrible en los hombros! ¡Podían descoyuntármelo!
Bien sabía don Lope que así saldría la verdad. Don Álvaro tenía la desvergüenza de pedirle que callara, pero mi Rebolledo no podía sufrir que le pusieran los brazos atrás, como mal soldado. Le confesó a don Lope: "el capitán me mandó que fingiese la pendencia, para tener ocasión de entrar aquí". Se acabó, el tambor había de echar el bando. Don Lope ordenaba que al cuerpo de guardia fueran todos los soldados y no saliera ninguno, bajo pena de muerte, en todo el día. Don Álvaro había de buscarse otro alojamiento, que don Lope quedaba en la de Pedro Crespo. El capitán quedaría libre de empeños y disgustos. ¡Qué ironía la del viejo general!
Nos fuimos todos y se quedaron hablando don Lope y Pedro Crespo, buena pareja. Yo no quería perderme la conversación y me quedé fuera de la casa, con la oreja pegada a la ventana.
Pedro Crespo le daba las gracias por excusarle una ocasión de perderse. Don Lope preguntaba como era eso, la respuesta del rico labrador fue: "dando muerte a quien pensara ni aun el agravio menor". Don Lope le recordaba que era capitán y Crespo que "aunque fuera él general, en tocando a mi opinión, le matara". Y don Lope que "a quien tocara ni aun al soldado menor solo un pelo de la ropa...yo le ahorcara". Voto a Dios, voto a Dios, a quien, a quien, por vida del cielo, por vida también del cielo. Se devuelven la pelota de los juramentos una y otra vez. No hemos terminado, que aún no hemos llegado a las palabras que don Pedro Calderón dejó escritas para siempre, con tinta imborrable:
Pedro Crespo-"A quien se atreviera
a un átomo de mi honor,
por vida también del cielo,
que también le ahorcara yo.
Lope de Figueroa-¿Sabéis que estáis obligado,
a sufrir, por ser quien sois,
estas cargas?
Pedro Crespo-Con mi hacienda,
pero con mi fama no.
A Rey la hacienda y la vida
se ha de dar; pero el honor
es patrimonio del alma
y el alma sólo es de Dios.
A don Lope le parecía que Pedro iba teniendo razón. ¡Victoria! Nunca oí que los villanos tuviéramos opinión, fama y honor, vive Cristo, vive Dios. ¿La barragana y soldadera Chispilla también?
El viejo general venía cansado y la pierna, que el diablo le dio, había menester descansar. Servirá la cama que el diablo dio al villano. Y pues diola hecha el diablo, a deshacerla iba, que cansado venía, voto a Dios.
Yo también me voy a descansar, voto a Dios. Otro día volverá la Chispa, para la segunda jornada. Salúdola, señora mía.
Un abrazo para todos los que habéis pasado por mi entrada número 1001. Me voy a la cama, voto a Dios.
María Ángeles Merino
"El Alcalde de Zalamea", Pedro Calderón de la Barca, edición de Ángel Valbuena, Cátedra, Letras Hispánicas. El texto de Calderón de color naranja.
Texto completo de "El Alcalde de Zalamea", aquí.
Vídeo, aquí.
Curso de Lengua, 7 º EGB, Fernando Lázaro Carréter, 1983, Anaya.
Casa de Pedro Crespo. O eso dicen.
Y oídos para escuchar las finezas de amor de cierto hidalgo, plantado ante la casa, como los caballeros de las comedias, con la boca llena de orientes con diamantes, auroras y atardeceres que deslumbran tornándose amaneceres. ¡Cómo les gusta el sol a los poetas! Y todo en balde, que un ventanazo fue la respuesta de Isabelilla. El caballero llámase don Mendo y parece un don Quijote con su Rocinante, tan flaco el uno como el otro. Le acompaña un criado quejoso de las hambres cotidianas, las suyas y las del caballejo. Ni para cebada dispone.
Pedro Crespo, sí, el rico villano. Sé por mi Rebolledo que el sargento hubo de llevar a casa del labrador la ropa de don Álvaro de Atayde, nombre completo del capitán. Y que, antes de entrar con el hatillo, oyó desde el zaguán la charla de Crespo con su hijo. Sorprendiole porque nunca antes había oído hablar ansí de eras y parvas, "montes de oro" decía.
"las parvas notables de manojos y montones, que parecen al mirarse, desde lejos montes de oro..."
Dejó el sargento el hatillo en el aposento que le indicaron. Al salir, quiso descansar y aliviar la calor sentado en un poyo, junto a la ventana y a la sombra. Escuchaba las voces de Crespo, su hijo Juan y su hija Isabel.
A Juan, el hijo, le molestaba que su padre, siendo rico, viviera sujeto a los hospedajes de la tropa porque bien podría excusarlos comprando una ejecutoria. Crespo no concibe el honor postizo, pagado. Todos sabían que era "si bien de limpio linaje, hombre llano". Podía comprar al rey una ejecutoria, mas no la sangre. ¿Dirían que era entonces mejor? No, dirían que era noble por unos miles de reales. Dinero, que no honra, que la honra no la compra nadie. Sería como un hombre calvo que se comprara una cabellera, buena comparación pardiez.
De pronto, el sargento oyó voces de mujer. Era Isabel acompañada de su inseparable prima Inés, la pariente pobre supongo. Pedro Crespo le anunció, solemnemente, que nuestro Rey iba a Lisboa a coronarse y había de ir acompañado de marciales tropas, todo el tercio viejo de Flandes, al mando de don Lope de Figueroa. Que habían de venir a casa soldados y era importante que no la vieran, debía retirarse a los desvanes. Así lo haría gustosa, en compañía de Inés, y ni el sol osaría verlas. Que ella mesma había pensado en solicitarlo a su señor padre. Hay buenas hijas que se adelantan a las disposiciones de los buenos padres.
El sargento hubo de acompañar al capitán a la casa de Pedro Crespo. Recibiolo Juanico, en nombre de su padre, con palabras corteses: "vos seais bien venido", "ventura ha sido grande venir a ella un caballero tan noble", "perdonaréis...que mi padre quisiera que hoy un alcázar esta casa fuera". Don Álvaro agradeció "la merced y el cuidado".
Cuando Juan se fue, preguntó, inquieto, al sargento, si había visto "a la tal labradora". No por cierto, aunque sacó información de una criada habladora, que siempre las hay. Al parecer, el padre la tenía ocupada en el cuarto alto y no había de bajar nunca. Sólo por estar guardada, a don Álvaro diole más deseo de entrar. ¡Y qué deseo más fiero!
Había de buscar una industria para llegar arriba, precisaba ayuda y eligió a mi Rebolledo, a cambio de concederle lo del boliche por su cuenta. Mi hombre es hombre honrado "de muchas obligaciones" y necesita una "ayuda de costa". ¡La Chispa es la obligación!
Pusieron en marcha la industria. El capitán fingió que reñía con él y Rebolledo huyó hacia el desván. Don Álvaro fue detrás con la espada y Rebolledo dio, al fin, con la guardada Isabel. Quedé sorprendida del estilo caballeresco que gastó mi hombre, qué piquito de oro:
"Señoras, si siempre ha sido
sagrado el que es templo, hoy
sea mi sagrado aqueste,
pues es templo del amor"
Rebolledo (Joaquín Pamplona), don Álvaro (Paco Morán) y el reflejo travieso de mi ventana.
Se produjo el encuentro entre el capitán y la hija de Pedro Crespo. Ella le pidió que se detuviese como hombre de honor: "Deteneos...siendo vois quien sois". Las palabras de él destapaban que su intención era cortejar a la labradora, no castigar al soldado. Estaba tan claro como la luz del día.
"No pudiera otro sagrado
librarle de mi furor,
sino vuestra gran belleza
por ella vida le doy.
...
No sólo vuestra hermosura
es de rara perfección,
pero vuestro entendimiento
lo es también..."
Don Lope e Isabel (Pablo Sanz y Lola Cardona)
Entraron el padre y el hijo con las espadas desnudas. Pedro Crespo expresó su sorpresa, pensaba hallarle matando a un hombre y le halla requebrando a una mujer. Don Álvaro se justificó: "yo al respeto de esta dama suspendí todo el furor".
Don Álvaro y Pedro Crespo (Paco Morán y Fernando Delgado).
En esto, apareció don Lope de Figueroa, tan galán, con insignia y bengala. Y con su humor de mil demonios, mucho le debe doler siempre la pierna. Amenazaba con echarnos a todos por el corredor. Don Álvaro dio su versión: estaba alojado en esa casa, un soldado le dio ocasión a que sacara la espada, huyó, entró tras él donde estaban las dos labradoras y su padre y hermano se disgustaron.
Don Lope preguntó quién fue el soldado e Isabel señaló al pobrete de mi Rebolledo que iba a pagar por todos. Don Lope dio la peor de las sentencias: "Denle dos tratos de cuerda". De esta vez me lo estropean, clamaba yo. Le atarían las manos hacia atrás, le colgarían por ellas de una cuerda, le levantarían en el aire para dejarle caer sin que llegara a tocar el suelo. ¡Un dolor terrible en los hombros! ¡Podían descoyuntármelo!
Tratos de cuerda
Bien sabía don Lope que así saldría la verdad. Don Álvaro tenía la desvergüenza de pedirle que callara, pero mi Rebolledo no podía sufrir que le pusieran los brazos atrás, como mal soldado. Le confesó a don Lope: "el capitán me mandó que fingiese la pendencia, para tener ocasión de entrar aquí". Se acabó, el tambor había de echar el bando. Don Lope ordenaba que al cuerpo de guardia fueran todos los soldados y no saliera ninguno, bajo pena de muerte, en todo el día. Don Álvaro había de buscarse otro alojamiento, que don Lope quedaba en la de Pedro Crespo. El capitán quedaría libre de empeños y disgustos. ¡Qué ironía la del viejo general!
Nos fuimos todos y se quedaron hablando don Lope y Pedro Crespo, buena pareja. Yo no quería perderme la conversación y me quedé fuera de la casa, con la oreja pegada a la ventana.
Pedro Crespo le daba las gracias por excusarle una ocasión de perderse. Don Lope preguntaba como era eso, la respuesta del rico labrador fue: "dando muerte a quien pensara ni aun el agravio menor". Don Lope le recordaba que era capitán y Crespo que "aunque fuera él general, en tocando a mi opinión, le matara". Y don Lope que "a quien tocara ni aun al soldado menor solo un pelo de la ropa...yo le ahorcara". Voto a Dios, voto a Dios, a quien, a quien, por vida del cielo, por vida también del cielo. Se devuelven la pelota de los juramentos una y otra vez. No hemos terminado, que aún no hemos llegado a las palabras que don Pedro Calderón dejó escritas para siempre, con tinta imborrable:
Pedro Crespo-"A quien se atreviera
a un átomo de mi honor,
por vida también del cielo,
que también le ahorcara yo.
El más famoso pasaje en un viejo libro de texto.
Lope de Figueroa-¿Sabéis que estáis obligado,
a sufrir, por ser quien sois,
estas cargas?
Pedro Crespo-Con mi hacienda,
pero con mi fama no.
A Rey la hacienda y la vida
se ha de dar; pero el honor
es patrimonio del alma
y el alma sólo es de Dios.
"Al Rey la hacienda y la vida..."Borroso ahora, claro en tiempos de Calderón.
A don Lope le parecía que Pedro iba teniendo razón. ¡Victoria! Nunca oí que los villanos tuviéramos opinión, fama y honor, vive Cristo, vive Dios. ¿La barragana y soldadera Chispilla también?
El viejo general venía cansado y la pierna, que el diablo le dio, había menester descansar. Servirá la cama que el diablo dio al villano. Y pues diola hecha el diablo, a deshacerla iba, que cansado venía, voto a Dios.
Yo también me voy a descansar, voto a Dios. Otro día volverá la Chispa, para la segunda jornada. Salúdola, señora mía.
Un abrazo para todos los que habéis pasado por mi entrada número 1001. Me voy a la cama, voto a Dios.
María Ángeles Merino
"El Alcalde de Zalamea", Pedro Calderón de la Barca, edición de Ángel Valbuena, Cátedra, Letras Hispánicas. El texto de Calderón de color naranja.
Texto completo de "El Alcalde de Zalamea", aquí.
Vídeo, aquí.
Curso de Lengua, 7 º EGB, Fernando Lázaro Carréter, 1983, Anaya.
10 comentarios:
¡Qué bien vas "cocinando" en la voz de Chispa este Alcalde de Zalamea" en las voces de los grandes actores cuando aún no existía el color en la tele.
Bueno, eso de que Rebolledo era valiente, habría mucho que decir, pero si quien lo proclama a los cuatro vientos es la Chica, ya se sabe que el amor es ciego.
Es obvio que la soldadesca de entonces y no sé si la de ahora también, están a cuatro velas.
Me gusta la foto de las parvas, me trae recuerdos de otros años, con lo bieldos " que hieren el viento", ¡qué metáfora más exacta!
Hace bien la Chispa en escuchar a don Lope y a don Crespo, puede aprender, si quiere, mucho de los dos hombres.
Un abrazo
Todas las bases para el drama bien puestas: la ocasión, la juventud sin freno, la diferencia social y el conflicto ideológico. Esta Chispa nos ha dejado a punto.
Confieso yo también que uno de mis descubrimientos en esta relectura ha sido la figura de la Chispa. ¡Con qué naturalidad nos la presenta Calderón! Lejos de mojigaterías que todavía tenemos que oír en estos días. Podemos no compartir ciertos comportamientos, pero negar su existencia no es el mejor medio de acabar con ellos.
¿Voto a Dios cómo te lo has trabajado!y con expresiones del Siglo de Oro. Hasta tiempo has tenido para el juego del boliche que tan bien nos has explicado.
Mucho imperio ancho, donde no se ponía el sol de grande que era y la población con hambre de quince días. Aunque a mí me parece que don Mendo y Nuño no les gustaba mucho doblarse para buscarse el condumio diario.
Buena observación la referida al distinto trato que don Pedro dispensa a los hijos varones y a las hermanas. Pero al final defiende a la prole a capa y espada, se pone severo. Son los suyos y mata por ellos.
Trabajazo.
Un abrazo.
Buenas noches, Abejita de la Vega:
Don Álvaro, después de sus lindos versos, resulta que es un desalmado, como no ignora el sargento.
Chispa y Rebolledo, van porque no les disgusta esa vida y esperan recibir su comisión del capitán.
Don Pedro Crespo, parece un padre protector. El hijo ya apunta maneras de holgazán y jugador, y un modo de poner algún freno es que vaya a servir al rey.
Don Lope de Figueroa, uno de los incondicionales de los monarcas.
En fin. Aunque ya nos ha advertido el profesor que no actualicemos a los clásicos, no podemos evitar pensar que ¡de buena nos hemos librado con nuestro retraso al nacer!
Abrazos
Queda muy bien definida la hidalguía del villano y la sencillez del comandante.
Una buena conductora de esta lectura "La chispa", y tu dominio de la narrativa:en conclusión, una gozada pasar por este rincón.Y entre col y col lechuga, pero yo atisbo unas judías tiernas, que bien buenas son.
Un abrazo MªAngeles.
Uuuuy que desastre que soy, no te he puesto comentario todavía!!! Ajjj y eso que leí tu entrada en su día!!!
Divertido y sustancioso tu comentario, que vuelto a leer. No se como puedes andar en la cocina con el móvil jeje. La versión televisada de 1954 también la vi yo yme gustó mucho. Tu Chispa personal, tiene mucha chispa.
Besos, voy a siguiente entrada
Tratare de no hacer desastres con mi móvil y enviarte un solo comentario y no llenarte de borrones como la vez pasada.
Divertido y sustancioso tu comentario, que vuelto a leer. No se como puedes andar en la cocina con el móvil jeje. La versión televisada de 1954 también la vi yo yme gustó mucho. Tu Chispa personal, tiene mucha chispa.
Besos, voy a siguiente entrada
Tratare de no hacer desastres con mi móvil y enviarte un solo comentario y no llenarte de borrones como la vez pasada.
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