jueves, 14 de enero de 2016

"Los Pazos de Ulloa": "ya no podía continuar en los Pazos"



Comentario al capítulo séptimo de "Los Pazos de Ulloa", de Emilia Pardo Bazán. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Os saludo a todos los que pasáis por aquí, en un 14 de enero, ya acabadas las vacaciones de Navidad, de vuelta a la rutina, todavía con los adornos navideños en las calles. Recordáis de la entradas anteriores que, de perspectiva a perspectiva, cometí una travesura literaria y de la tercera pasé a la primera persona porque...me resultaba más cómoda. Siguiendo al narrador sabelotodo, me perdonará doña Emilia, me inventé un cuentecillo:

Érase una vez una vieja carpeta, encontrada en una vieja casona de Santiago de Compostela. Estaba en un cajoncillo oculto en un viejo bargueño y encontrola, por casualidad, un peregrino alojado en la casona, convertida en albergue. Contenía unas cartas que Julián Alvárez envió a su madre, poco después de su llegada a los pazos. Ya sabéis, misia Rosario, ama de llaves de los de la Lage, personaje apenas esbozado por doña Emilia. Entregómelas el peregrino para que se las custodiase, pronto volvería a por ellas. Me había conocido leyendo "Los Pazos de Ulloa", junto a las tapias del Paseo del Parral, un lugar que ve pasar a muchos que van camino de Compostela. Le parecí persona de confianza, que no esperaba encontrar una lectora de la Pardo Bazán por estas castellanas tierras. Y colorín colorado.

Aquí tenéis la quinta carta de Julián a su madre.

Mi queridísima madre:

Comienzo esta carta deseando, de todo corazón, que al recibo de la presente se encuentre usted bien de salud. Su hijo de usted, el que esto escribe, hállase sano de cuerpo y alma, gracias sean dadas a Dios y a la Santísima Virgen.


Como le decía , en mi anterior carta, volvía a la casa solariega preocupado, acusándome de no haber reparado en cosas de bulto. No, "ya no podía continuar en los Pazos". Pero no podía vivir a cuestas de usted, madre, sin más emolumentos que la misa. ¿Y cómo dejar al señorito que me trataba tan llanamente? ¿Y la casa de Ulloa que necesitaba un restaurador celoso y adicto? ¿Y mi deber de sacerdote?

El sosiego que derramaba la madre naturaleza vino en mi ayuda. Aquella noche aprecié por primera vez la dulce paz del campo. Olía a manzanillas y cabrifollos. "¡Dios sobre todo!" era mi respuesta de sacerdote.




Mas no imaginaba la tormenta que iba a encontrar en los Pazos. En el umbral de la cocina me quedé paralizado. Sabel aullaba en el suelo. Don Pedro, loco de furor, la brumaba a culatazos. Perucho sollozaba.

Ahora sigo contándole, que me temblaba la pluma y no pude rematar la misiva. Como es natural, arrojóme hacia el grupo, clamando:

-
"¡Señor don Pedro..., señor don Pedro!"

Volvióse y “se quedó inmóvil con la escopeta empuñada por el cañón”. Poseído por la ira, no se disculpaba ni acudía a la víctima sino que balbucía insultos y amenazas con voz ronca y terrible. La instaba a levantarse para hacer la cena. Yo la ayudaba a incorporarse y ella gemía, con el traje de fiesta sucio y roto. Uno de los zarcillos se le había clavado en la nuca y salía sangre. “Cinco verdugones rojos en la mejilla contaban cómo había sido derribada". "¡La cena he dicho!", repetía don Pedro pero, lo de menos era la cena, lo de más era reparar su orgullo de macho herido.



Sabel no hablaba, gemía y tomó en brazos a Perucho que lloraba a moco y baba. El señorito cambió de tono, pasó la mano por la frente del niño y encontró sangre. ¡Acababa de herir a su hijo! Se maldecía a sí mismo mientras mojaba un pañuelo y lo ataba sobre la descalabradura. Mas no cesaba en su ira: "¡...yo te enseñaré a pasarte las horas en las romerías sacudiéndote, perra!".

Por fin, la mujer reaccionó. Debía dolerle mucho el hombro. En voz baja, pero con energía repetía : "Yo me voy, me voy...". Yo veía al señorito que estaba dispuesto ya "a hacer alguna barrabasada notable". Gracias a Dios, en ese momento, salió Primitivo de un rincón oscuro donde estaba oculto. Y preguntó muy sosegadamente: "¿No oyes lo que te dice el señorito?". La moza se tragó los sollozos y tartamudeó: "Oi-go, siii-see-ñoor, oi-go". Bajó de la espetera una sartén e inmediatamente apareció la bruja de las greñas blancas, con un mandil atestado de leña. Primitivo cogió respetuosamente la escopeta de la mano del marqués y se la llevó. 

Creí llegada la ocasión de actuar. Invité al señorito a pasear por el huerto, a disfrutar de la noche. Salimos, oíamos a las ranas, no se movía una hoja. La oscuridad me ayudaría a soltar la lengua.



Empecé con un respetuoso "Señor marqués, yo siento tener que advertirle...". Se volvió bruscamente y me cortó en seco, se sabía ya el sermón, así que a callar. Como si fuera lo más normal, uno de esos momentos en que el hombre no era dueño de sí, me decía, aunque digan que no se debe pegar nunca las mujeres, que según sean, que algunas harían perder la paciencia al santo Job. Que lo que sentía era el golpe que le tocó al chiquillo.

Le dije, como era mi deber, que no estaba bien maltratar a nadie, que la tardanza de la cena no era motivo. El señorito explotó: "¡La tardanza de la cena!". Eso importaría muy poco, si la moza no tuviera "otras mañas". Que la había visto "bailar como una descosida" y "bien acompañada" después. 



Me estaba revelando unos celos feroces y yo no sabía qué responder. Le pedí que disculpara la libertad que me tomaba, que una persona de su clase no debía rebajarse por una criada, que a la gente le diera por pensar. Lo estaba pasando muy mal, no podía olvidar que estaba ante don Pedro Moscoso, aunque hablara con la autoridad que me concede el Orden Sacerdotal.

Al fin tuve valor y rectifiqué: "Digo pensará. Ya lo piensa todo el mundo...". Y solté lo que había preparado concienzudamente. Lo había ensayado, incluso.

"Y el caso es que yo..., vamos..., no puedo permanecer en una casa donde, según la voz pública, vive un cristiano en concubinato... Nos está prohibido severamente autorizar con nuestra presencia el escándalo y hacernos cómplices de él".



"Leria, leria" murmuraba galaicamente el marqués. La juventud, la robustez, la hombría, valientes justificaciones. Me pedía que no le pidiera imposibles, que el que más y el que menos...Sólo le faltaba preguntarme. ¿y usted?

Le repliqué contundentemente, yo era un pecador pero estaba obligado a decirle la verdad. Le regañé como se regaña a un marqués: "¿no le pesa de vivir así encenagado? ¡Una cosa tan inferior a su categoría y a su nacimiento! ¡Una triste criada de cocina!". Sí, madre, ya sé que nuestro Señor Jesucristo predicó la igualdad de todos los seres humanos, pero tenía que decirle algo que pusiera el dedo en su soberbia.

Seguimos andando por el huerto. Después de un rato de silencio, exclamó: "¡Una bribona desorejada, que es lo peor!" . Don Pedro Moscoso se sinceraba mientras trituraba una ramita de castaño:" a toda esa gavilla que hace de mi casa merienda de negros, a la aldea entera que los encubre, era preciso cogerlos así ". Porque era saqueado y comido vivo por Sabel, por Primitivo, por la Sabia con sus hijas y nietas...Pensé en los pequeños hurtos de la cocina; mas no era eso lo que le hería sino la "tunanta" que le aborrecía y prefería irse con cualquier gañán descalzo. ¡La aplastaría los sesos como a una culebra! Yo oía estupefacto aquellas miserias de la vida pecadora y me admiraba de lo bien que tejía el diablo sus redes.

Aquello me parecía fácil de arreglar, bastaba con poner a Sabel en la calle. El marqués meneaba la cabeza y torcía el gesto. Me explicó, si la echaba no encontraría quien le guisase y le sirviese. Su padre, Primitivo, tenía amenazadas a todas las mozas, si se atrevían a sustituirla en el pazo. ¡Y que ya lo había intentado! Un día la puso en la puerta de casa y esa noche se despidieron todas las criadas. Primitivo se fingió enfermo y don Pedro estuvo una semana comiendo en la rectoral y haciéndose la cama él mismo. Y tuvo que pedirla que volviese.

Me descubrió que "ellos" podían más y obedecían a Sabel ciegamente. Que no ahorraba ni un ochavo, que toda la parroquia vivía a su costa: vino, gallinas, leña, pan, bueyes y terneros para labrar sus tierras...Que la renta se cobraba "tarde, mal y arrastro". Que sostenía siete u ocho vacas y la leche que bebía cabía en el hueco de la mano. 




Le sugerí poner otro mayordomo y su respuesta fue un ay, ay, ay. Primitivo le largaría un tiro en la tripa. Y, además, Primitivo no era mayordomo. Mandaba en todos, incluso en él, pero jamás le fue concedida mayordomía alguna. Porque el mayordomo fue siempre el capellán. Primitivo no sabía leer ni escribir; pero se echaba mano de él para todo, las manos y los pies del señorito que "colgadito" estaría sin él.

Yo tampoco he podido amañarme solo y así se lo he reconocido humildemente. Nunca me obedecerá nadie porque soy un infeliz, demasiado bonachón. Así me lo dijo el señorito y hería mi amor propio. No tengo picardía, no conozco las máculas de la gente. Eso ya lo conoce usted bien, madre.

Dándole vueltas al caletre, se me ocurrió sugerirle que saliera un poco del pueblo, que me admiraba de que aguantara todo el año en estas montañas fieras. 





¡Salir de aquí! -exclamó. Mal o bien, era el rey de la comarca, acostumbrado a pisar tierra suya. Yo le repliqué que, al fin, aquí mandaba Primitivo. Él me respondió con "la lógica de la barbarie":

"Bah... A Primitivo le puedo yo dar tres docenas de puntapiés, si se me hinchan las narices, sin que el juez me venga a empapelar... No lo hago; pero duermo tranquilo con la seguridad de que lo haría si quisiese. ¿Cree usted que Sabel irá a quejarse a la justicia de los culatazos de hoy?"

Le contesté que apartándose algún tiempo, tal vez Sabel se casase con alguien de su esfera y él encontraría una esposa legítima. Le sermoneé: la carne es débil, no es bueno que el hombre esté solo, mejor casarse que abrasarse, por qué no se casaba, habiendo tantas señoritas buenas y honradas...

Creo que toqué su fibra sensible. Me contestó que soñaba todas las noches con un chiquillo que continuara el nombre de la casa, que se le pareciera y no fuera hijo de una bribona, que se llamara Pedro Moscoso y le heredera cuando muriera...




Aquellas palabras me llenaban de esperanza pero, de repente, creí sentir a mis espaldas el paso de un animal, el zorro tal vez. Me estremecí. El marqués me cogió del brazo. Articuló en voz baja y ahogada de ira:

"Primitivo...Primitivo que nos atisbará hace un cuarto de hora, oyendo la conversación...Nos hemos lucido... ¡Me valga Dios y los santos de la corte celestial! "



Zorro (Wikipedia)

Creo, madre, que emprenderé el camino a Cebre un pie tras otro y esperaré la diligencia de Orense a Santiago. Me da tristeza cuando miro el paisaje ameno, el prado, los maizales...Pero Dios nos lleva y nos trae.

Reciba un abrazo de su hijo Julián Álvarez. ¿Qué me aconseja usted?

Aquí acaba la quinta carta de Julián Álvarez a su madre, misia Rosario, desde los Pazos de Ulloa.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino




10 comentarios:

Bertha dijo...

Parece que va perdiendo el miedo y comienza a sacar un poco las uñas, en cuanto a decirle unas cuantas verdades al marques: que no deja de ser un infeliz en manos de Primitivo y Sabél por muchos palos que le de.Y es que la soledad es mala con dinero y sin...pero que brutitos son.

Un beso y esperando saber más de este santo varón.






Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es en este capítulo en donde descubrimos esa fuerza de la naturaleza a la que cede el marqués y por eso es controlado por Primitivo. Y el pobre don Julián no tiene más argumentos que esa frase de Dios sobre todo que le hace decir en un momento clave doña Emilia.
Espero que ya hayan recogido los elementos navideños...

Myriam dijo...

Que bien se te da el género epistolar!. Yo creo que tu Julian ha logrado preocupar a Misia Rosario y el consejo que esta le daría sería el de que pusiera pies en pólvorosa y llegará hasta Cebre para tomar la diligencia hasta Santiago y cierra España jajaja.

😘 Besos

Myriam dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Myriam dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Myriam dijo...

Que bien se te da el género epistolar!. Yo creo que tu Julian ha logrado preocupar a Misia Rosario y el consejo que esta le daría sería el de que pusiera pies en pólvorosa y llegará hasta Cebre para tomar la diligencia hasta Santiago y cierra España jajaja.

😘 Besos

Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

Primitivo sabe que, a pesar de sus múltiples artimañas, necesita a su hija para dominar a Pedro Moscoso.
Me ha gustado mucho cómo has elegido las ilustraciones. Y las cartas, claro.

Abrazos.
P.D.: Veo que haces el camino sin separarte de 'los Pazos'.

Ele Bergón dijo...

Este capítulo que comentas y que te da pie para la carta de Julián a su madre, me hizo despertar. Tiene una gran fuerza, creo que aquí es en verdad naturalista doña Emilia.

Buen trabajo.

Besos

pancho dijo...

No sé yo si el cura Julián habría escrito unas cartas tan ajustadas a la ficción, te metes en su piel tanto que lo podrías suplantar para cualquier cosa que hiciese falta. Si de mí dependiera, el papel ya tendría dueña.
Hay mucho esfuerzo también en buscar las ilustraciones apropiadas.
Un abrazo.

Paco Cuesta dijo...

Reflexionando sobre tu comentario, llego a preguntarme si las personas, excepción hecha de Nucha y Julián no sobrepasan a la naturaleza madre.
Besos