miércoles, 6 de enero de 2016

"Los Pazos de Ulloa": ¡Vivir en los Pazos y no saber lo que ocurre en ellos!


Comentario al capítulo sexto de "Los Pazos de Ulloa", de Emilia Pardo Bazán. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Os saludo a todos los que pasáis por aquí, en un 6 de enero, a punto de llegar los Reyes Magos de Oriente. Recordáis de la entrada anterior que, de perspectiva a perspectiva, cometí una travesura literaria y de la tercera pasé a la primera persona porque...me resultaba más cómoda. Siguiendo al narrador sabelotodo, me perdonará doña Emilia, me inventé un cuentecillo:

Érase una vez una vieja carpeta, encontrada en una vieja casona de Santiago de Compostela. Estaba en un cajoncillo oculto en un viejo bargueño y encontrola, por casualidad, un peregrino alojado en la casona, convertida en albergue. Contenía unas cartas que Julián Alvárez envió a su madre, poco después de su llegada a los pazos. Ya sabéis, misia Rosario, ama de llaves de los de la Lage, personaje apenas esbozado por doña Emilia. Entregómelas el peregrino para que se las custodiase, pronto volvería a por ellas. Me había conocido leyendo "Los Pazos de Ulloa", junto a las tapias del Paseo del Parral, un lugar que ve pasar a muchos que van camino de Compostela. Le parecí persona de confianza, que no esperaba encontrar una lectora de la Pardo Bazán por estas castellanas tierras. Y colorín colorado.

Aquí tenéis la cuarta carta de Julián a su madre.

Mi queridísima madre:

Comienzo esta carta deseando, de todo corazón, que al recibo de la presente se encuentre usted bien de salud. Su hijo de usted, el que esto escribe, hállase sano de cuerpo y alma, gracias sean dadas a Dios y a la Santísima Virgen.


Me pregunta usted, madre, si no he hecho buenas migas con algún párroco de las inmediaciones. Le diré que sólo con don Eugenio, el abad de Naya. Me nombra usted al de Ulloa, mi antecesor. Dios me perdone, que no soy quien para juzgar a nadie y menos a un sacerdote; mas le diré que no soporto su desmedida afición al jarro y a la escopeta. Para un hombre como él, la última de las degradaciones en que puede caer un hombre es beber agua, lavarse con jabón de olor y cortarse las uñas. “Afeminaciones”“mariquita”, palabras que suele gruñir entre dientes, espero que no sea yo su destinatario. Aficionado a la correcta higiene sí lo soy y detesto a esos clérigos que huelen a bravío desde una legua.

En cuanto a los demás curas, por supuesto que me convidan a las funciones de iglesia. Asisto a las ceremonias, pero huyo de las comilonas que vienen después. Mas cuando me convidó don Eugenio a pasar en Naya el día del patrón, acepté de buen grado. 




Hice el viaje la víspera, a pie, que todavía recordaba al jaco que estuvo a punto de despeñarme. Joven y alegre como unas pascuas, con un singular don de gentes, me esperaba en la portalada misma, recogidas las mangas de la chaqueta, levantando en alto un jarro de vino. Diome la mejor cama y habitación que poseía y “me despertó cuando la gaita floreaba la alborada”. 


Pintura costumbrista gallega (Eladio Mosquera Méndez)

Juntos revisamos el decorado de los altares, con especial devoción; pues veneramos al mismo patrón, el bienaventurado San Julián con su sonrisilla, su calzón corto y su palomita. Imagine la imagen modesta y una desmantelada iglesia, sin más adorno que algún rizado cirio y flores en cacharros de loza. Aquello desentumecía mi espíritu, me hacía bien, no sabría explicar por qué.



Nos esperaba una alborozada fiesta campesina, sí. Hoy no toca hablar de bicharracos ni de legajos polvorientos , que el archivo quedó adecentado si no clasificado. 

Llegan los curas, suena la gaita, huele al hinojo esparcido y pisado por los que van entrando. Bajan a San Julián, rodeado de cruces y estandartes llevados por los mozos vestidos de fiesta. Dos vueltas por el atrio, se detiene frente al crucero, el santo vuelve a entrar en la iglesia y es pujado con sus andas a una mesilla engalanada, al lado del altar mayor. 



Empieza la misa, "regocijada y rústica", no podía ser de otra manera. Más de una docena de curas la cantan y el incensario va y viene, suavizando  la "aspereza de las  broncas laringes eclesiásticas". 

El gaitero prodiga sus recursos, se desgañita. Una solemne marcha real en la elevación de la hostia y una muñeira de las más brincadoras en el postcomunio, repetida en el vestíbulo, ya terminada la misa. Mozos y mozas se desquitan "bailando a su sabor" de la compostura guardada en la iglesia. El baile en el atrio, el sol, los curas habladores y el santo "risueño en sus andas". "Todo era alegre, nada inspiraba la augusta melancolía que suele imperar en las ceremonias religiosas"



Yo me sentía tan contento como el santo bendito y salí a  gozar del aire libre cuando distinguí a Sabel, girando con las demás mozas, al compás de la gaita. Y se me aguó un tanto la fiesta, madre. 



Ya le he dicho que acostumbro a huir de comilonas y la que se estaba preparando en la rectoral de Naya era un infierno culinario, Infierno o paraíso, según paar quién. Allí regía un ama de rompe y rasga, la del cura de Cebre, una "fornida guisandera", bigotuda "y de ademán brioso" que, tras unos cuantos escobazos, puso en marcha un formidable ejército de guisos, después de pasar revista a "la hidrópica despensa atestada de dádivas de feligreses": "cabritos, pollos, anguilas, truchas, pichones, ollas de vino, manteca y miel, perdices, liebres y conejos, chorizos y morcillas". A continuación, "ordenó las maniobras del ejército": desplumar, fregar, desollar y limpiar. Unas bodas de Camacho con más curas y a la gallega. 


Pintura costumbrista gallega (Eladio Mosquera Méndez)

En la sala de la rectoral nos esperaba el homérico festín, sobre la mesa cotidiana ensanchada por media docena de tablas cubiertas con limpios manteles. Nunca vi jarros tan grandes, rebosando tinto añejo. Y, sin embargo, le debía parecer poco vino al ama, pues en una esquina esperaban turno dos ollas henchidas de...vino. Bien conocía la sed de los comensales.

Fueron entrando los padres curas y a mí me colocaron junto al obeso Arcipreste de Loiro, en los asientos de preferencia, porque mi humilde persona honraba la ilustre casa de Ulloa. Usted hubiera reventado de gusto. Su hijo de usted pasó mucha vergüenza, al ser el blanco de todas las miradas. Me rodeaban quince curas y ocho seglares, entre ellos el famoso cacique apodado Barbacana, "lo más granado de la comarca". El marqués de Ulloa vendría a los postres, aseguraban.

Circulaba la monumental y grasienta sopa en gigantescos tarterones. El anfitrión nos animaba a los remisos en mascar, afirmaba que había que aprovecharse, pues apenas había otra cosa. Yo lo creí así y, para no desairar al huésped, cargué la mano en la sopa y el cocido. Grande fue mi terror cuando desfilaron los veintiséis platos tradicionales en la comida del patrón de Naya. Ninguna salsa o pebre de origen gabacho: asado, frito, en pepitoria, estofado, con guisantes, con cebollas, con patatas y con huevos. Todo aplicado al pollo, al puerco, al pescado y al cabrito. Un cocinero francés se hubiera hecho de cruces. Las mismas del ama si le hablan de verduras...


"Ahíto y mareado" no tenía fuerzas para rechazar con la mano las fuentes que se pasaban unos a otros. Menos mal que ya me observaban menos, que la conversación se calentaba. Comenzaron con chistes y anécdotas, siguieron hablando de mujeres y derivaron en  pullas sobre política. Yo bajaba la vista cuando hablaban de las señoritas de Molende o la lozana panadera de Cebre. A medida que se vaciaban los jarros, las bromas echaban chispas, los sacerdotes también...no se quedaban atrás.

Las puntadas sobre política subían de tono, que si Sor Patrocinio y sus manejos en Palacio. Alborotábanse  algunos curas y el cacique Barbacana sentenció que "muchos hablaban de lo que no entendían", señalando a un joven médico allí presente, recién salido de las aulas compostelanas.



El bisoño galeno anunciaba la llegada del día de "la gran barredura" cuando la mayor parte de los párrocos ya se hallaban enzarzados en la discusión teológica indispensable en un convite patronal. Menos mal. Ni el bronco abad de Ulloa, ni el belicoso de Boán ni el sordo Arcipreste...Corrían las fuentes de arroz con leche, y las copas de tostado, al mismo ritmo que los latines y los silogismos:

-Nego majorem...

-Probo minorem.

-Eh... Boán, que con mucho disimulo me estás echando abajo la gracia...
-Compadre, cuidado... Si adelanta usted un poquito más nos vamos a encontrar con el libre albedrío perdido.
Siguieron los debates teológicas que desembocaron en formidable barullo. El Arcipreste, con las manos en los oídos, intentaba dirimir la contienda cuando se oyó un repique de cascabeles. Entró el señorito de Ulloa seguido de dos perdigueros, distrayendo los ánimos. Venía "a tomar una copa a los postres; y la tomó de pie, porque le aguardaba un bando de perdices allá en la montaña". Todos le agasajaron, al señorito y a sus perros. La Chula y al Turco no cesaban de lamer platos y zampar bizcochos. El señorito de Limioso se levantó resuelto a acompañarle en su excursión cinegética, que a punto tenía allí el morral.

Se marcharon los hidalgos y yo hubiera dado algo bueno por poderme retirar, pero no me atrevía y menos ahora que se entregaban al deleite de murmurar sobre las personas más señaladas en el país. Comenzaron con el señorito de Ulloa y su habilidad para tumbar perdices. E inmediatamente se pusieron a a hablar de Sabel. Todos la habían visto en el baile, se encomió su palmito y...¡Ay madre! Me dirigían señas y guiños, como si yo tuviese algo que ver. 


No me pude contener, sentí uno de mis chispazos de cólera repentina que no soy dueño de refrenar. Tosí, miré en derredor y solté "unas cuantas asperezas y severidades que hicieron enmudecer a la asamblea".

Don Eugenio me propuso que saliéramos a tomar el fresco en el huerto. La brisa fresquita "acariciaba el recio follaje de las higueras, a cuya sombra, en un ribazo de mullida grama", nos tendimos los dos. Todavía me duraba el sofoco y la indignación; pero ya me pesaba mi corta paciencia y "resolvía ser más sufrido en los venidero". 



Le pedí a Eugenio que me dispensase el enfado que tomé en la mesa: "Conozco que soy a veces así... un poco vivo... y luego hay conversaciones que me sacan de tino, sin poderlo remediar. Usted póngase en mi caso". Que hay bromas y bromas. Que "me parecen delicadas para un sacerdote las que tocan a la honestidad y a la pureza". Que si uno aguanta, acaso pensarán que ya tiene medio perdida la vergüenza, creerán que en efecto...

El de Naya aprobaba con la cabeza, pero su sonrisa era "suave e irónica protesta contra tanta rigidez". Me decía que había que tomar el mundo según venía, que lo que importaba era ser bueno, que teniendo la conciencia tranquila...que digan y gasten guasas.

Yo replicaba acaloradamente, que estamos obligados a ser buenos y también a parecerlo. Y aún es peor en un sacerdote porque damos mal ejemplo y escándalo, peor que el mismo pecado.

Eugenio insistía, que me apuraba por una chanza, una tontería, lo mismo que si ya todo el mundo me señalase con el dedo. Que se necesitaba "una vara de correa para vivir entre gentes". Que no iba a sacar para disgustos. 

Cavilaba, no estaba dispuesto a tener correa alguna. De pronto, me decidí. Le pegunté si era mi amigo, me contestó sinceramente que siempre. Le pedí que me contestara como si estuviéramos en el confesonario: 

. "¿Se dice por ahí... eso?
-¿Lo qué?
-Lo de que yo... tengo algo que ver... con esa muchacha, ¿eh? ..."



Le aseguré que tal mujer hasta me era aborrecible, que no la había mirado a la cara una docena de veces. La respuesta me dejó con los ojos abiertos de par en par:

- "Ea, sosiéguese: a mí se me figura que nadie piensa mal de usted con Sabel. El marqués no inventó la pólvora, es cierto que no, y la moza se distraerá con los de su clase cuanto quiera, dígalo el bailoteo en la gaita de hoy; pero no iba a tener la desvergüenza de pegársela en sus barbas, con el mismo capellán... Hombre, no hagamos tan estúpido al marqués".

Yo no entendía nada, que tenía que ver el señorito. El cura de Naya soltó una carcajada. Por fin comprendí, me puse como la grana. ¡Perucho era hijo del marqués! ¿Cómo había sido tan ingenuo? Don Eugenio no podía más de risa y se disculpaba, que no me ofendiera, que no se podía contener, que era involuntario, como las cosquillas. Cuando dejó de reírse, añadió que siempre me tuvo por un bienaventurado, como San Julián. Pero que esto pasaba de castaño oscuro, vivir en los Pazos y no saber...¿O acaso me hacía el bobo? Dijo bobo, madre.


Le aseguré que no sospechaba nada, que no me hubiera quedado allí ni dos días, de haberlo averiguado. "¿Autorizar con mi presencia un amancebamiento? ".

He estado ciego. Uno no está en la malicia. Y el niño me daba compasión, como un morito.




El cura de Naya me la pintó como una moza alegre a la que todo el mundo en las romerías le debe dos cuartos, la invitan, la sacan a bailar. Dicen que el gaitero, el Gallo de mote, el que tocó en misa, es el que la acompaña por los caminos. "¡Historias!"

Volvía a la casa solariega preocupado. "Ya no podía continuar en los Pazos". Pero no podía vivir a cuestas de usted, madre, sin más emolumentos que la misa. ¿Y cómo dejar al señorito que me trataba tan llanamente? ¿Y la casa de Ulloa que necesitaba un restaurador celoso y adicto? ¿Y mi deber de sacerdote? 

Aquella noche, madre, aprecié por primera vez la dulce paz del campo, aquel sosiego que derrama la madre naturaleza. Olía a manzanillas y cabrifollos. "¡Dios sobre todo!"

Llegué a los Pazos. En el umbral de la cocina me quedé paralizado. Sabel aullaba en el suelo. Don Pedro, loco de furor, la brumaba a culatazos. Perucho sollozaba. 

"Ya no podía continuar en los Pazos". Le contaré, madre. Ahora no puedo, me tiembla la pluma.

Reciba un abrazo de su hijo Julián Álvarez. ¿Qué me aconseja usted?

Aquí acaba la cuarta carta de Julián Álvarez a su madre, misia Rosario, desde los Pazos de Ulloa.

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

¡Y Feliz Día de Reyes!




10 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelentemente recreado.

Bertha dijo...

El pobre, cada día va descubriendo un poco más...

Un abrazo.



Pedro Ojeda Escudero dijo...

Pobre curilla, tan ignorante de todo, tan sin mundología y tan tierno. Por eso mismo se agarra con desesperación a lo que le enseñaron en el seminario. Es lo que tiene no tener mundo... Dan ganas de protegerlo: esa es la estrategia narrativa de doña Emilia ahora desvelada bien por tu correspondencia epistolar.

DORCA´S LIBRARY dijo...

"Mozos y mozas se desquitan bailando a su sabor". Me gusta esa frase. Éso es bailar con todos los sentidos.
Me gusta como relatas tus lecturas.
Un abrazo, compañera de caminos.

Myriam dijo...

Bobo, sí, bobo, como mínimo jajaja. Y que bien esta señalizado loa abusos de la iglesia, con ese banquete! Que bien que en la entrada anterior pusistela imagen de San Crisantemo, quesera tan, pero tan frugal. Un asceta total.

Besos

Myriam dijo...

San Crisostomo, quise decir. El corrector de mi bobofón me cambió la palabra.

Myriam dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Myriam dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gelu dijo...

Buenas noches, Abejita de la Vega:

Seguramente, Misia Rosario, la buena madre del capellán sería tan inocente como él.
¡Vaya ejemplares -tan diferentes del curita Julián- don Eugenio el de Naya y el abad!

Abrazos.
P.D.: El peregrino, tuvo buen ojo al entregarte las cartas y confiarse en ti. Pero si se hubiera detenido más, comprobaría que en Burgos se leía a la Pardo Bazán.

Paco Cuesta dijo...

Van llegando puntuales y precisas a la estafeta virtual misivas que reavivan la lectura por medio de texto e imágenes muy elaborados.
Gracias