miércoles, 5 de octubre de 2011

Provocación y enfrentamiento en vísperas de una guerra civil. Dos novelistas lo ven así.



Comentario, muy a mi manera, al capítulo 6 de la novela "Riña de gatos", de Eduardo Mendoza. Dicho comentario lo presento junto a  otro, por afinidad del tema tratado, en torno a un episodio narrado en "Inquietud en el Paraíso", de Óscar Esquivias (capítulo 3, "En la Casa del Pueblo"). Ambos los incluyo en la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.


¡Hola Milo! Vienes a escucharme, he de advertirte de que algún contenido del libro "Inquietud en el Paraíso"  puede herir tu gatuna sensibilidad. Bueno, puedes estar tranquilo, aunque estemos pasando una  crisis, no hay peligro de que corras la misma suerte que el gato Sebastián, aquel "minino escuálido"sacrificado por el hambre de los humanos.


¿Óscar Esquivias digo ? ¿No estaba yo  comentando "Riña de gatos", de Eduardo Mendoza? Así es, pero se me han cruzado  dos lecturas tan diferentes porque coinciden cronológicamente en el desdichado 1936. Las dos respiran  en el clima de provocación y enfrentamiento que precede a la guerra civil, en Burgos o en Madrid; las capitales de las dos Españas. Me pongo con esta entrada, muy en mi línea "Cerros de Úbeda".

Comencemos por la planetaria "Riña de gatos". Anthony pide la llave en  su hotel, el empleado le comunica que alguien ha preguntado por él , en recepción. ¿Quién puede ser el visitante? ¿Policia? ¿Embajada? ¡ A nadie comunicó su alojamiento! Sube a su habitación intranquilo, intenta leer, un paseo le sentará bien.

Por las céntricas calles  se rodea de mucha gente sin prisa, entretenida en "escaramuzas verbales". Se contagia de la "alegría de vivir que flotaba en el aire",  la tópica España que llena de gozo a un "guiri "hispanista y que provoca la ironía del escritor.

Entra en una taberna, se abre paso y se acoda en la barra. Una ración de gambas y un vino, le atienden como si fuera el único cliente. Recuerda agradables incursiones en ese mismo lugar.


Carteles de corridas, toreros famosos con toda su peña, enconadas disputas taurinas clausuradas  entre canciones...y el recuerdo de aquella horrible traducción que él mismo hizo de un poema de García Lorca, el que dedicó a la muerte del torero Sánchez Mejías.


Antoñito se ríe de si mismo, mas  su risa corre el riesgo de ser mal interpretada. Porque, a  sus espaldas, dos grupos discuten violentamente de política, que no de toros. Son "muchachos muy jóvenes, bien parecidos, bien vestidos y bien alimentados"contra  "tipos rudos, menestrales y obreros", con gorra y pañuelo al cuello. Ya van por los insultos: "fascistas", "rojos" y  "cabrones".



 Por esta vez, no pasa nada grave. Uno de los señoritos echa la mano al bolsillo,  pero un compañero le detiene, le advierte algo y todos  salen fuera,  sin dar la espalda, por si acaso. Las miradas son de basilisco.

El vecino de barra de Anthony le comenta que "a los españoles nos cuesta llegar a las manos"; aunque  sentencia proféticamente :"el día que empecemos, esto no lo para ni Dios".


Y, como aquí no tiene importancia meter baza en conversaciones ajenas, a los pocos minutos ya tiene un montón de parroquianos ofreciéndole "un diagnóstico sobre los males de España y su sencilla solución". El debate es sonoro y sentencioso.

Forges, recordándonos el Duelo a garrotazos de Goya, pero en versión moderna…

Los ponentes son casi todos obreros , aunque hay algo de clase más o menos media: "oficinistas, artesanos, comerciantes y currinches". Le cuentan: los de la camisa azul son falangistas, pocos, jóvenes la mayoria, impetuosos, irreflexivos, mal parados en las elecciones, agitadores, hijos de papá con pistola de papá y zurrados por los de izquierdas...de vez en cuando y ahora más. Aquella misma mañana, unos de esos  la han emprendido a perdigonadas contra un mitin socialista.

Hay quien echa la culpa al terreno abonado por la izquierda. A saber: atentados, huelgas, sabotajes, quema de iglesias y conventos, bombas, dinamita y las "afirmaciones taxativas"; sí esas que defienden la destrucción del Estado, la familia y la propiedad privada.


 
Y no falta, cómo no, quien echa la culpa a los catalanes. El señor Mosca, de la U.G.T. dice que por haber roto la unidad de España. No dejan zumbar a la mosca, le acallan.

El camarero no ha dejado de llenar de vino el vaso de Anthony, el cual osa " expresar su convicción de que todo se podía resolver mediante el diálogo y la negociación".


Ahora sí que se le echan todos encima, cómo se le ocurre. "Al no defender la postura de nadie, todos le consideraban un aliado del contrario". Alguien le saca de allí, para evitarle un buen sopapo. Su "desconocido benefactor" le ofrece , en un principio, acompañarle hasta su alojamiento; pero vamos a ver como le conduce, como a un corderito, hasta una casa de lenocinio.

Dejamos la mancebía, que daría para otro comentario,  y vamos a buscar en la novela "Inquietud en el Paraíso",  la de mi paisano Esquivias,  ese enfrentamiento prebélico de las dos Españas.


Asistimos a un ataque a la Casa del Pueblo, en la capital burgalesa. Si la de Mendoza transcurre en marzo, ahora estamos en julio, muy cerca del fatídico día 18. El ambiente está más radicalizado.


El ingenuo relojero Julián, tanto como Anthony pero sin rentas ni estudios universitarios, se dirige hacia allí, con su sobrino Román. Ha de arreglar un reloj, El edificio está cerrado, unos tablones protegen las ventanas. Han asesinado a Calvo Sotelo, el ambiente es muy tenso. Julián entretenido en ilustrar al muchacho, no se ha enterado de nada.


Julián  grita y aporrea,  asoma el cañon de una carabina y un bigotudo le informa temblando del "magnicidio". El relojero finge conocer la noticia y no le da importancia, no es "algo gordo de verdad". ¿Y qué le parecería grave a este personaje tan buenazo y pacífico?. Leemos sus insinceras palabras, algo chulescas:

"Pues, por ejemplo, que hubiera caído uno de los nuestros. Desde luego no que maten a un fascista de Renovación Española, que fue ministro de la Dictadura y que animaba en todos sus discursos a los militares a sublevarse. Él se lo ha buscado y para mí es un alivio: ahora hay más aire y se respira mejor en España, ¿no lo notas?"

Tío y sobrino viven, desde dentro,  un ataque a la Casa del Pueblo por unos jóvenes albiñanistas , más fascistas si cabe, aunque el azul sea más claro. ¿Recordáis? Banderas de las de dos colores, jóvenes señoritingos con camisas azul celeste, disparos, muebles acribillados, cae el retrato de Pablo Iglesias, el de la República pechugona a la que llaman "Catalana"...


De momento, en la Casa del Pueblo no disponen de armas; es patético ver como el inocente Román, el sobrino recién llegado del pueblo, apunta con el palo de una escoba y dice: "pum pum". Y los fascistas gritando:  "¡Asesinos! ¡Bolcheviques! ¡No sois españoles, sois unos miserables! Os vamos a matar a todos."



Unas páginas más adelante, descubriremos los verdaderos  y buenos sentimientos de Julián:
"...él también tenía el corazón encogido. Cada vez que recordaba el destino del desdichado diputado se llenaba de indignación y de miedo. Si empezaba a derramarse la sangre de los políticos, pronto correría la de cualquiera". Estas cosas son así-pensaba Julián-, nunca hay perdón ni justicia."

Y correrá la sangre de cualquiera, como la de su sobrino fusilado, un pobre muchacho campesino que había llegado a la ciudad con la ilusión de ganar algo de dinero y mandárselo a su madre.

Vamos a sacar conclusiones Milo. En la España del 36, a  los neutrales y a los inocentes también se les considera enemigos. No hay perdón ni justicia para nadie, tampoco para ellos. Una vez que empieza a derramarse la sangre, sigue corriendo y no hay quien la pare, ni Dios la para.

Y el hambre no perdona ni a los gatos, dirías tú. También es verdad, ni la última tajada reseca...

Un abrazo para todos los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

11 comentarios:

desfile en Burgos dijo...

Como en San Sebastian

Merche Pallarés dijo...

Muy buena contraposición de las dos novelas. Antoñito, el pobre, no se entera de la misa la media al igual que Julián. Muy bien descrito el ambiente en esa bodega. Besotes, M.

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Por fin el agobio del trabajo, las carreras y los gusanos informaticos (en que me he visto para colgar mi ultima entrada) me dan un respiro, estimada amiga.

Ya estoy de vuelta.

Abrazos.

Paco Cuesta dijo...

Hacer diagnósticos prematuros debía ser declarado deporte nacional.

pancho dijo...

Excelente trabajo, con mucho que leer. Volveré. La foto de San Sebastián, impagable. A alguno le dan los siete males. Ahora me voy corriendo al trabajo, que llego tarde.

Un abrazo

Euphorbia dijo...

Julián también tiene algo de Higinio Zamora Zamorano, creo yo.
Me encantan estas entradas, y las fotos siempre muy adecuadas.

Firvulag dijo...

A punto he estado de comparar ambos libros en mi blog porque mientras leía "Riña de gatos" me venía a la memoria "Inquietud en el Paraíso", seguramente nos habrá pasado a varios. Pero nadie como tú para realizar este cruce de libros que has resuelto muy bien.

También he leído tus anteriores entradas y me queda la duda: ¿has adoptado tú al gato o el gato te ha adoptado a tí?.

Un abrazo.

José Manuel.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Me ha gustado mucho este planteamiento tuyo con la comparación entre ambas. Las diferencias radican no solo en estilo sino también en la intención. Pero hay muchas similitudes, como la presencia de rasgos humorísticos y alguna extravagancia argumental -el inglés en Mendoza y la expedición en Esquivias-. Es bueno que dos novelistas aborden las mismas épocas precisamente para ver sus enfoques.

Hernando dijo...

Muy buen comentario. cuando estaba leyendo la novela de Mendoza, también la comparaba con la de Oscar, y hay una tercera novela sobre los meses previos al 18 de julio del 36 que también la recomiendo de Antonio Múñoz Molina "La noche de los tiempos" mil y pico páginas que no tienen desperdicio.

MIMOSA dijo...

Cuando las convulsas dormidas estallan, no habrá quien las pare y parece que cada cierto tiempo éstas salen a la luz y aún no derramándose sangre, no hay justicia ni perdón para nadie.
Una magnífica comparación con ambas obras, aunque confieso que entre ambas, me quedo con la de Oscar Esquivias.
Besos tesoro!!!

Abejita de la Vega dijo...

M. Vivanco: me ha parecido muy interesante la foto de tu enlace. Ayer estuve observando en ese mismo lugar, es perfectamente reconocible ese edificio y la entrada en la Plaza Mayor. En Burgos ya se sabe, en Burgos es menos extraño que en San Sebastián.

Merche: no se entera y cree que se entera.

Cornelivs: eres siempre bien recibido, tranquilidad...

Paco Cuesta: agoreros...

Pancho: la historia fue así y aunque les den los siete males a algunos...así fue. Al curro...

Merche: Julián es un buenazo como Zamorano.

Firvulag: Esquivias tiene muchas más capas, Mendoza es más superficial, tal vez más comercial.
El gato vecino me adoptó como compañía este verano, se sentaba al lado de mi silla y se estaba quietecito. De vez en cuando se iba al trigal segado a cazar.

Pedro: Esquivias reluce tras la comparación, quizás el humor...son muy distintos. El paisano es más complejo y menos comercial.

Hernando: me apunto el de Muñoz Molina, gracias amigo. Esta es tu casa.

Mimosa: malditas convulsas, en cuanto a los escritores pienso como tú.

Un abrazo a todos muy grande y gracias por visitarme.