domingo, 10 de enero de 2010
Muchas y grandes cosas: doncellas, una camisa, una bronca, un cuento, un grave eclesiástico…
Un grave eclesiástico, en mi ciudad hay muchos, de piedra y de carne y hueso...
Tercera parte del comentario al capítulo 31,2 del Quijote, publicado en "La acequia"
Una vez que el duque deja zanjado el tema del rucio, introducen a don Quijote en una riquísima sala donde seis doncellas, bien aleccionadas, lo desarman. Saben bien cómo le han de tratar, para que se sienta como un auténtico caballero andante, algo que ni él mismo se cree. Están obligadas a reprimir la risa, por orden de sus altísimos señores. Un hidalgo avejentado, sequísimo, flaquísimo y larguísimo, con sus escasos greguescos y su jubón, con sus quijadas prognáticas que se besan por dentro…Si las muchachas pudieran, darían rienda suelta a sus carcajadas.
Le ruegan que se deje desnudar, han de ponerle una camisa. El honestísimo y castísimo Don Quijote no lo consiente, delante de seis mujeres, jamás. Solicita que se la entreguen a Sancho y se encierra con él, no sólo por la camisa…ahora a ver ese deslenguado.
El escudero ignora el chaparrón que le va a caer encima, menuda filípica. Lo del burro no va aquedar así. Don Quijote está indignadísimo: en ese preciso y dulce momento en que, ¡por fin! , es tratado como un caballero andante, al truhán y majadero de Sancho sólo se le ocurre acordarse ¡del rucio!
Por Dios le pide que se reporte, que no descubra su villana y grosera hilaza. Porque si califican mal al criado, calificarán mal al señor; pensarán que es un caballero de mohatra, o sea de mentira. Ay, que sus inseguridades le delatan.
Don Quijote pulsa la tecla adecuada, le advierte que han de mejorar en tercio y quinto en hacienda. Para ello, ha de enfrenar la lengua y rumiar las palabras antes de soltarlas. Y Sancho lo promete “con muchas veras”, “que nunca por él se descubriría quién ellos eran.” Lo curioso es que, ante estas palabras de complicidad, el viejo hidalgo calla… ¿Amo y criado conchabados?
Se viste y se adorna. El tahalí y la espada, imprescindibles a la hora de la comida. También, el mantón y la montera. En la gran sala, las doncellas le ofrecen aguamanos con reverencias y ceremonias. Luego doce pajes con el maestresala, han de llevarlo a comer, lleno de pompa y majestad, donde los duques le aguardan. Un cortejo de trece personas para un caballero andante de guardarropía. Ya está dispuesta una rica mesa, con cuatro servicios. Sancho, como criado que es, no se sentará a la mesa.
La duquesa y el duque salen a recibirlo, y con ellos un nuevo y siniestro personaje: un grave eclesiástico. Y, de golpe y porrazo, el autor, nos sorprende con unas valentísimas pinceladas, cinco “destos que”, para darnos una rápida visión crítica, de como es éste y como suelen ser los religiosos que gobiernan las casas los “príncipes”. Ineptos en su labor educativa sobre la nobleza, convierten a sus nobles educandos en miserables, estrechos de ánimo…no se calla, no, este Cervantes. Aunque, tal vez, debiera, que el Santo Oficio siempre está afilándose las uñas. Seguro que el escritor piensa en un eclesiástico concreto, muy concreto.
Después de muchas finezas, se sientan a la mesa. Don Quijote rehúsa sentarse a la cabecera, pero el duque insiste y el de los Leones ha de aceptar. Sancho contempla atónito tanta ceremonia y, ante los ruegos del duque para hacer sentar en la cabecera a don Quijote, le viene a la memoria un cuento y no se aguanta sin decirlo. Sonríe maliciosamente, va a ver su amo lo bien que encaja…
Sancho pide licencia para contarlo y don Quijote tiembla, teme que suelte alguna necedad inconveniente. Sancho entiende la preocupación de su amo e intenta tranquilizarlo, asegurando que no ha olvidado sus consejos sobre hablar bien o mal…
Don Quijote dice que no se acuerda de nada de eso, que diga lo que quiera, pero rápido. Caballero y escudero discuten: digo verdad, miente lo que quieras, pero mira lo que dices, remirado lo tengo y, al final, “echen de aquí a ese tonto que dirá mil patochadas”.
La duquesa tiene ganas de diversión y no consiente que se aparte al “discreto” Sancho, su personaje favorito y si dice patochadas, mejor que mejor.
Tras lanzar un “viva” a la duquesa, a “su santidad”, por lo bien considerado que le tiene; el escudero se pone a contar, de forma enrevesada y larga, dando detalles innecesarios, un cuento muy simple y muy corto; pero tan mal contado que irrita y se presta a confusión. Trata de un hidalgo de su pueblo, el de Sancho, que invita a comer a un labrador pobre. Éste insiste en que el hidalgo ocupe la cabecera de la mesa y, a su vez, el hidalgo desea que el labrador la tome, porque en su casa se hace lo que él manda. Al invitado le parece una descortesía y se niega. El cuento acaba cuando el hidalgo le pone la mano en los hombros y le dice: “Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera”.» O sea, te pongas como te pongas, mando yo.
Don Quijote se pone de mil colores, qué mal le sienta el cuentecito, tan a propósito. Los señores entienden la malicia del escudero y disimulan la risa. Es preciso cambiar de tema y la duquesa se interesa por la señora Dulcinea y si le había enviado presentes de gigantes o malandrines vencidos. Don Quijote se lamenta de sus infortunios, Dulcinea está encantada y vuelta en feísima labradora, los vencidos no la pueden encontrar.
Sancho da su versión de los hechos, para satisfacer a esta duquesa que aprecia su “discreción”. Dice que a él le pareció la más hermosa, que, al menos, en el brincar no le gana un volteador, ni un gato…No sabe mentir, la imagen de la labriega saltarina es la que conoce y a ella se rinde.
El duque, buen lector del libro, le pregunta si la ha visto encantada y responde que la vio el primero; para luego exclamar ambiguamente: “¡Tan encantada está como mi padre!”
El grave eclesiástico cae en la cuenta de que estaba ante el mismísimo don Quijote de la Mancha, cuya historia tanto leía el duque y él le decía “que era disparate leer tales disparates”. Colérico, se dirige al duque en un tono de sermón, le hace responsable ante “Nuestro Señor” de lo que hace “don Tonto”, así lo llama. Le está convirtiendo en más mentecato de lo que verdaderamente es, dándole ocasiones…
Y se dirige a don Quijote, llamándole “alma de cántaro”. Le pregunta quién le “ha encajado en el celebro” eso del caballero andante y demás. Debe volver a su casa y cuidar de hacienda e hijos. Debe dejar de vagar por ahí, dando que reír. ¿Dónde hay caballeros andantes, gigantes, malandrines, Dulcineas y todas esas “simplicidades”?
Atento está nuestro héroe a las razones del venerable, ay venerable, mi palabra favorita…Pero va a explotar, se pone de pie, airado y dice…lo que dice en el siguiente capítulo.
Un abrazo para los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
Pedro Ojeda Escudero dijo en "La acequia"
Del ordenador de Abejita de la Vega salta otro secundario excelente de tantos que nos ha regalado: ahora es la dueña doña Rodríguez, que da su versión de los hechos narrados, para terminarla más adelante, pero antes había comentado -y con video- el necesario acto de perfumar a don Quijote tras tanto camino... Después, el Sanchico, vía Ele Bergón, comenta -un tanto orgulloso, para qué negarlo- lo bien que son recibidos en casa de los Duques su padre y don Quijote y lo poco que le gusta a su padre el agua para lavarse...
Gracias,Pedro. Hay que ver lo que se asoma en mi ordenador. A ver cómo se porta y si yo puedo con ello.
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6 comentarios:
Hola troncos y troncas.
Se terminan las vacas y otra vez al insti para aguantar a los profes y ver a los coleguis.
Vaya, vaya, cómo son recibidos el Alonso y mi padre, ni que fuesen de la alta alcurnia. Aunque les obligen a pasar por el agua. No sé el Alonso, pero a mi padre no le gusta nada eso de lavarse.Seguro que en el tiempo que andan por ahí pocas veces se habrán duchado. Se parecen a mi hace algunos años. Ahora no, ahora me regañan porque gasto demasiado agua, pero es que quiero estar limpio para que me vea Nerea, aunque estos días con el frío que hace y las nevadas que caen, no puedo perder el tiempo en el kiosko. Me pasmo. ¡Qué rollo!
¿ A qué ton tiene que llamar mi padre vieja a esa señora tan peripuesta? Con razón el Alonso le echa una buena bronca por ello.
Por cierto que el larguirucho desnudo tiene que ser la pera. Ja, ja, ja yo es que me parto.
Me parecen un poco pardillos los duques ( yo se de una que nació en Pardilla, así que ella lo debe ser de nacimiento) mira que creerse todas las tonterías que inventa el Alonso..aunque no es tan tonto como parece pues sabe que puede sacar tajada con esto de los duques, por eso tiembla cada vez que mi padre abre la boca, como la tontería de cuento que suelta allí, delante de todos y que no dice ná.
Buenos consejos le da el cura al Alonso. Es lo que tenían que hacer volverse ya a casa que ahora las carreteras no están para que anden por ahí a la buena de Dios, claro que de momento si están con los duques pues bueno, no están mal.
Choque de manos.
Por cierto abejita, por si no lo sabes, aunque quizá lo hayas mirado ya, Tembleque es un pueblo de Toledo donde hay una de las plazas más bonitas de España y el nombre viene de temblor por el miedo que pasaban sus habitantes.
Besos para ti de la ele.
En efecto, llena de eclesiásticos de piedra... ahora helados por las temperaturas y la nieve.
ABEJITA:
verdad que el epígrafe del capítulo sólo decía que trataría de muchas y grandes cosas, que parece muy escaso, pero no nos engaña:porque
grandes e hilarantes cosas pasan. Y sí, el que se hace más grande es Sancho. Por un lado don Cervantes lo va creciendo por capítulos,
y , en este en concreto, aprovecha la protección de la duquesa para erigirse en un "mandamás" de palacio. Aunque el nuevo mandón no le cae simpático
a la Rodríguez; y menos recitándole versos de Lanzarote.
Queda más que demostrada la "hidrofobia" de nuestros amigos.Y eso que pasaron por arroyuelos, aunque al Ebro sí que cayeron de cuerpo entero.
Algunos piojos de Sancho naufragarían allí.
Entonces pensaste que la dueña te vendería detergente por Internet?, pues yo la imagino con mala cara para ser vendedora, con los ropajes negros y
eso estrafalario tocado en la cabeza.
Muy bien tu representado papel de doña Rodríguez, ya intuía yo algo. Pero la verdad es que creas un mundo paralelo de la Dueña, viuda la "probe"
de un soldado de los Viejos Tercios. Cincuenta y dos años le calculas por el juego de cartas, sí una edad apropiada, teniendo en cuenta que en aquellos
tiempos esa edad es ya estar cuasi "vieja". Jan le calculó 70, creo que ya es demasiado. Cervantes andaría por los 66-67, viejuno también el hombre, con
mucho mérito con los achaques que tendría.
Enhorabuena por tan excelso comentario
La escultura que hoy nos pones representación del Venerable me recuerda a las descripciones que hace O. Esquivias de los curas preconciliares de Burgos.
Las muchas malas noches al raso y la dieta de raíces y yerbas de un Caballero Andante está contraindicada con las gorduras.
DQ sabe que todo lo malo se pega, lo que más teme es que lo llamen echacuervos, una pena que este apelativo se haya perdido con lo bien que le sentaría a alguno.
Un abrazo y descansa de este despliegue quijotesco.
Pancho: me la imagino como una tirana para los pobres sirvientes.Contundente, le llama hijo puta, no se anda con chiquitas.
El rucio es mucho rucio para Sancho.
Cornelivs: nos va a a dar mucho que hablar y que escribir esta cincuentona.
Paco Cuesta: pues tienes razón, igual tenemos que aplaudir, porque las van a pasar canutas.Bienvenido.
Estrella del Mar: qué nombre más bonito, malagueña, bienvenida.
Pedro: la reina regente Mariana de Austria se enfadaría de verse comparada con una humilde dueña.
Un abrazo a todos
Pancho: es que Esquivias pinta genialmente a los eclesiásticos tridentinos que hemos padecido por aquí.
Me encanta la palabra echacuervos. ¿Figura en tu glosario?
Despliegue desplegado,me he pasado esta semana.
Un abrazo
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