Eulalia Ramón es Paula en la película "El río que nos lleva", basada en la novela del mismo título (tomada de You Tube)
Comentario de algunas páginas de la novela "El río que nos lleva" de José Luis Sampedro (Cátedra). Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda. Todas giran en torno al personaje de Paula.
Les saludo de nuevo, soy Paula, la mujer que va con los gancheros. Como les prometí, sigo contándoles lo que me pasó en Sotondo.
La botarga salió a recibirnos. Me daba miedo su cara de diablo. Me contaron que, bajo el sayal y la máscara, se escondía un mozo del pueblo, el menos vergonzoso de todos. "El más jaque" dicen por estas tierras. Se nos puso por delante y agitaba los cascabeles cosidos a su ropa, mientras le daba y le daba a la carraca. Los chiquillos le rodeaban y le ladraban los perros. ¡Qué saltos los suyos! No nos dejó en paz hasta que el Americano pronunció la frase de costumbre: "En paz venimos y en paz estamos...A traer el cordero y a matar el toro vamos".
El mozo enmascarado nos saludó con una reverencia y nos acompañó hasta la entrada del pueblo. Los del río conocían a algunos labradores pero no se juntaban con ellos, iban juntos pero no revueltos. Parecían soldados con los ganchos como armas. Algunos se fueron derechitos a la taberna, yo me fui con los que se dirigían a la plaza.
En la plaza, muchas boinas y un sombrero. Chaleco, cadena y sortijón de oro. Conocí al cacique del pueblo, Benigno Ruiz, que no me quitaba la vista de encima. No se aguantaba sin tirar de la lengua al Americano:
"¡Cómo habéis adelantao! Nunca había visto a los gancheros llevando moza".
Francisco, para cortar en seco , dejó caer una mentira piadosa: yo era hija de unos amigos y me acompañaban hasta Trillo. En mi vida conocí hombre más prudente.
Benigno contestó que si fuera yo su hija no la dejaría, que los de la cuadrilla eran "demasiado granujas" y yo estaba "demasiado bien". Palabras dañinas, peor la mirada. Camino de la plaza, no dejó de comerme con sus ojos ansiosos.
El alguacil tocó la trompeta y redobló el tamboril. En la plaza vacía, asomó de nuevo la botarga, asustando a los chiquillos con sus saltos.
Tras un gran silencio, el que hacía de toro saltó a la plaza. Era un mozo joven tapado con una manta parda y una cuerda deshilachada como si fuera el rabo. Corría agachado y sujetaba un cabezón de madera con dos grandes cuernos. La gente se burlaba o le gastaba bromas brutales. Las mozas eran las que más reían las gracias.
Aquel odioso Benigno tenía ganas de pegar la hebra conmigo, empezó con que si me gustaba el bicho. Se puso de pie y llamó a voces al toro, ordenándole que se acercase. Y el "bicho" obedeció mansamente, cómo no podía ser de otra manera. Y le preguntaba si le molestaban los cuernos, que bien grandes se los habían puesto. Al final, lo despacha con un "vete a saltar por ahí, desgraciao".
Por si no nos habíamos dado cuenta, una de sus hermanas, más seca que la salmuera, me explicaba que su hermanito hacía lo que quería con todos. El Ruiz movía la cabezota, así era: todos le debían dinero. Y pagaban, ya lo creo que pagaban.
Sacó un puro y me preguntó si me estorbaba el humo, con maneras de señorito fino que le hacían todavía más grosero, si eso era posible.
Comenzó el paseíllo, con la cuadrilla de gancheros: a la cabeza iba el Coleta que había sido torero maletilla, detrás los peones, el Negro, el Seco...los chapeos como montera.
La gente iba a marcharse, la lidia no era hasta la tarde. Pero, de repente, entró en la plaza un hombre con aire desesperado, pidiendo un médico para su mujer.
"¡Favor! ¡Favor!...¿No hay un médico pa un caso de apuro? ¡Que se me muere, que se me muere, mi prenda de mi alma!"
Muchos se olieron la broma. Otros se apiadaban del hombre. El alguacil le dijo que no había médico; pero, al verle la cara de guasa, se puso serio y preguntó qué le pasaba.
"Mi mujer que está al parir y acaba de darle el dolor de madre. ¡Ay mujercita mía! ¡Ay mi cordera!"
Todos reían , yo no podía reír. Seguía la comedia. Dos ganchos y una manta servían como camilla donde traían tendido al Cacholo que se retorcía. Vestía una blusa ancha como si fuera una mujer preñada. Gritaba:
"¡Ay madre!...¡Ay Virgen del Cuarto de Hora! ¡Si me ayudas te ofrezco una vela como los cuernos del toro de Sotondo!"
El Benigno reía groseramente. Llamó a un borracho llamado Leocadio para hacer de médico. El Cacholo seguía lamentándose con sus lamentos de parturienta: bien se lo decía su madre, los estropicios de los hombres, "si ellos tuvieran los hijos, pronto se acabaría el mundo".
Pidió agua, un viejo le lanzó una bota, echó un trago largo y siguió con su marido: "Mírenlo, buenas señoras, y qué tranquilo anda...". El Leocadio con su nariz colorada era el partero. Aquello no me hacía maldita la gracia y no digamos cuando sacaron un cabritillo de debajo de la blusa del Cacholo que lo tomó en brazos y exclamó: "¡Eres igual que tu padre!". Y se puso a hacer como si le diera de mamar.
Yo apretaba los puños, los nudillos se me ponían blancos de tanto apretar. Quieta, quieta, con los ojos llenos de agua. Benigno me decía que no hiciera duelo, que eso lo pasaban toas "sin más allá". Y me dijo bajito algo de los hombres que tienen mundo y "se hace lo que se quiere y no pasa na". ¿Qué sabrá el Ruiz de los dolores de una mujer? Tal vez piensa que me da miedo el parto o la preñez. No, don Benigno, es peor parir y...
Era la hora de comer, a gusto hubiera comido con los gancheros pero fui invitada a comer con las hermanas Ruiz, en su casa. Yo quise negarme pero el Benigno dijo que "no iba a estar...sola entre todos los hombres".
En aquella comida, todo era hablar del poder de su querido hermano. "Puede hacer lo que le da la gana" decía Jesusa, la mayor. Y añadía: "pero en sabiendo pedirle como Dios manda, es un pedazo de pan". Cándida, la pequeña, estaba de acuerdo: "tiene que defenderse y estar en su sitio...porque si no la gentuza nos robaría como en despoblado, pero también es generoso como el oro. Y si se le entra por el ojito derecho, ¡uy!, es todo mieles.
¿Pedazo de pan? ¿Todo mieles? Será pan duro y miel harto amarga. Se pasaban el nombre de Benigno de la una a la otra y fui entendiendo... buscaban colocarme...en la alcoba de su hermano. Que "aunque tuviera sus cosas, como cualquier hombre, también era verdad que todas habían quedado tan contentas y dando gracias a quien les había sacado de la miseria".
¿Miseria? ¿Había mayor miseria que la que me proponía la señorita Ruiz?
Querían sonsacarme: si tenía parientes para acompañarme, pobrecilla sola y desamparada, ni casa ni nada..."¡cuán dura tenía que ser la jornada con los gancheros!". Dios, qué me estaban insinuando...
¿Por qué no me quedo en su casa?A Jesusa le parece, a Cándida también. Que su favorecedor hermano les había dicho que ya estaban ya con años para "el desempeño y atender a la enferma". Un poco después, conocería a Felisa, la mujer de Benigno, "la enferma".
Mejor colocación no podía tener, con gente temerosa de Dios y mirada con los sirvientes, ellas se lo decían todo. Nada, nada, no podía decir que no. Debía pensarlo, tiempo había. "Como que aquella noche al menos dormiría en la casa, en vez de hacerlo por el monte, como las zorras, que aún hay compasión en el mundo". Cándida se había ido de la lengua y Jesusa le hizo rectificar. No como las zorras sino como una paloma, como "un animalillo del Señor".
Brotó una voz doliente de una alcoba que comunicaba con el comedor: "Eso, eso, como una paloma, como lo que es la moza". Era Felisa, quería verme. Entré en aquel dormitorio triste, me acerqué, me cogió la mano, me la acarició y, enseguida, se aferró a mi brazo desesperadamente.
Hablaba como si pensara en voz alta: "como yo entonces...Te dirán que te quedes...¿Qué vas a contestarles?"
Cándida le dijo, de malos modos, que me dejara en paz. La enferma aseguraba que a ella le daba lo mismo pero...me cogen del brazo y me sacan fuera de allí. Apenas me dio tiempo a desearle que se mejorara, lo que se suele decir. Lo último que oí es que le costaba trabajo morirse.
Pregunté si estaba muy enferma, para Jesusa y Cándida "todo son nervios" y "ahí tumbada se da la gran vida, sin hacer nada". Todo eran reproches y desprecio para la pobre enferma que ni hijos supo darle, "a un hombre tan hombre". Y alabanzas para "el pobre Benigno", al cielo tenía que ir. Vamos, un santo.
Sonó la corneta del alguacil y nos asomamos al balcón, comenzaba la corrida. A ver si ahora me dejaban en paz. Desfilaba la cuadrilla, surgió el toro y allá que iba el Coleta...No contaré lo de la plaza..."tan pronto como las navajas centellearon al sol, las dos hermanas cerraron el balcón, metiéndose dentro...". Aquello no era pa señoritas que leen el periódico y la hoja parroquial. Era pa salvajes, como decían. Bien saben ellas lo que es un salvaje...
Yo me mostraba buena y modosa. Desde la broma del Cacholo, dando a luz un cabritillo, yo no atendía a nada ni nadie. Como si flotara. No contestaba, hasta que oí algo de dormir. ¿Dormir? ¡No!, allí ni hablar.
Me entretuvieron enseñándome la casa: la sala, la cocina, la despensa, los graneros, las cuadras y un patio trasero que cruzamos...Y allí estaba la sorpresa, tras una puerta nueva. La abrieron y me empujaron suavemente hacia la parte más escondida de la casa, pegada a las faldas del monte:
-"¿Ves muchacha? Aquí estarías como una reina si te colocaras en la casa. Duerme esta noche y piénsatelo."
Seguiré contándoles lo que tenían pa estar como una reina. Y por qué la broma del parto me hizo tanto daño. Sabrán por qué huyo y de qué huyo.
Me despido de ustedes:
Paula
Un abrazo de María Ángeles Merino
Seguiremos con Paula.
El mozo enmascarado nos saludó con una reverencia y nos acompañó hasta la entrada del pueblo. Los del río conocían a algunos labradores pero no se juntaban con ellos, iban juntos pero no revueltos. Parecían soldados con los ganchos como armas. Algunos se fueron derechitos a la taberna, yo me fui con los que se dirigían a la plaza.
"¡Cómo habéis adelantao! Nunca había visto a los gancheros llevando moza".
Benigno Ruiz, el cacique de Sotondo (imagen de la película tomada con el móvil, de You Tube)
Francisco, para cortar en seco , dejó caer una mentira piadosa: yo era hija de unos amigos y me acompañaban hasta Trillo. En mi vida conocí hombre más prudente.
Benigno contestó que si fuera yo su hija no la dejaría, que los de la cuadrilla eran "demasiado granujas" y yo estaba "demasiado bien". Palabras dañinas, peor la mirada. Camino de la plaza, no dejó de comerme con sus ojos ansiosos.
El alguacil tocó la trompeta y redobló el tamboril. En la plaza vacía, asomó de nuevo la botarga, asustando a los chiquillos con sus saltos.
Tras un gran silencio, el que hacía de toro saltó a la plaza. Era un mozo joven tapado con una manta parda y una cuerda deshilachada como si fuera el rabo. Corría agachado y sujetaba un cabezón de madera con dos grandes cuernos. La gente se burlaba o le gastaba bromas brutales. Las mozas eran las que más reían las gracias.
El "toro"de Sotondo (imagen de la película tomada de You Tube)
Por si no nos habíamos dado cuenta, una de sus hermanas, más seca que la salmuera, me explicaba que su hermanito hacía lo que quería con todos. El Ruiz movía la cabezota, así era: todos le debían dinero. Y pagaban, ya lo creo que pagaban.
Sacó un puro y me preguntó si me estorbaba el humo, con maneras de señorito fino que le hacían todavía más grosero, si eso era posible.
Comenzó el paseíllo, con la cuadrilla de gancheros: a la cabeza iba el Coleta que había sido torero maletilla, detrás los peones, el Negro, el Seco...los chapeos como montera.
El "Coleta" (imagen de la película tomada de You Tube)
"¡Favor! ¡Favor!...¿No hay un médico pa un caso de apuro? ¡Que se me muere, que se me muere, mi prenda de mi alma!"
Muchos se olieron la broma. Otros se apiadaban del hombre. El alguacil le dijo que no había médico; pero, al verle la cara de guasa, se puso serio y preguntó qué le pasaba.
"Mi mujer que está al parir y acaba de darle el dolor de madre. ¡Ay mujercita mía! ¡Ay mi cordera!"
Todos reían , yo no podía reír. Seguía la comedia. Dos ganchos y una manta servían como camilla donde traían tendido al Cacholo que se retorcía. Vestía una blusa ancha como si fuera una mujer preñada. Gritaba:
"¡Ay madre!...¡Ay Virgen del Cuarto de Hora! ¡Si me ayudas te ofrezco una vela como los cuernos del toro de Sotondo!"
El Benigno reía groseramente. Llamó a un borracho llamado Leocadio para hacer de médico. El Cacholo seguía lamentándose con sus lamentos de parturienta: bien se lo decía su madre, los estropicios de los hombres, "si ellos tuvieran los hijos, pronto se acabaría el mundo".
Yo apretaba los puños, los nudillos se me ponían blancos de tanto apretar. Quieta, quieta, con los ojos llenos de agua. Benigno me decía que no hiciera duelo, que eso lo pasaban toas "sin más allá". Y me dijo bajito algo de los hombres que tienen mundo y "se hace lo que se quiere y no pasa na". ¿Qué sabrá el Ruiz de los dolores de una mujer? Tal vez piensa que me da miedo el parto o la preñez. No, don Benigno, es peor parir y...
Era la hora de comer, a gusto hubiera comido con los gancheros pero fui invitada a comer con las hermanas Ruiz, en su casa. Yo quise negarme pero el Benigno dijo que "no iba a estar...sola entre todos los hombres".
En aquella comida, todo era hablar del poder de su querido hermano. "Puede hacer lo que le da la gana" decía Jesusa, la mayor. Y añadía: "pero en sabiendo pedirle como Dios manda, es un pedazo de pan". Cándida, la pequeña, estaba de acuerdo: "tiene que defenderse y estar en su sitio...porque si no la gentuza nos robaría como en despoblado, pero también es generoso como el oro. Y si se le entra por el ojito derecho, ¡uy!, es todo mieles.
Las hermanas Ruiz (imagen de la película tomada de You Tube)
¿Pedazo de pan? ¿Todo mieles? Será pan duro y miel harto amarga. Se pasaban el nombre de Benigno de la una a la otra y fui entendiendo... buscaban colocarme...en la alcoba de su hermano. Que "aunque tuviera sus cosas, como cualquier hombre, también era verdad que todas habían quedado tan contentas y dando gracias a quien les había sacado de la miseria".
¿Miseria? ¿Había mayor miseria que la que me proponía la señorita Ruiz?
Querían sonsacarme: si tenía parientes para acompañarme, pobrecilla sola y desamparada, ni casa ni nada..."¡cuán dura tenía que ser la jornada con los gancheros!". Dios, qué me estaban insinuando...
¿Por qué no me quedo en su casa?A Jesusa le parece, a Cándida también. Que su favorecedor hermano les había dicho que ya estaban ya con años para "el desempeño y atender a la enferma". Un poco después, conocería a Felisa, la mujer de Benigno, "la enferma".
Mejor colocación no podía tener, con gente temerosa de Dios y mirada con los sirvientes, ellas se lo decían todo. Nada, nada, no podía decir que no. Debía pensarlo, tiempo había. "Como que aquella noche al menos dormiría en la casa, en vez de hacerlo por el monte, como las zorras, que aún hay compasión en el mundo". Cándida se había ido de la lengua y Jesusa le hizo rectificar. No como las zorras sino como una paloma, como "un animalillo del Señor".
Hablaba como si pensara en voz alta: "como yo entonces...Te dirán que te quedes...¿Qué vas a contestarles?"
Cándida le dijo, de malos modos, que me dejara en paz. La enferma aseguraba que a ella le daba lo mismo pero...me cogen del brazo y me sacan fuera de allí. Apenas me dio tiempo a desearle que se mejorara, lo que se suele decir. Lo último que oí es que le costaba trabajo morirse.
Pregunté si estaba muy enferma, para Jesusa y Cándida "todo son nervios" y "ahí tumbada se da la gran vida, sin hacer nada". Todo eran reproches y desprecio para la pobre enferma que ni hijos supo darle, "a un hombre tan hombre". Y alabanzas para "el pobre Benigno", al cielo tenía que ir. Vamos, un santo.
Sonó la corneta del alguacil y nos asomamos al balcón, comenzaba la corrida. A ver si ahora me dejaban en paz. Desfilaba la cuadrilla, surgió el toro y allá que iba el Coleta...No contaré lo de la plaza..."tan pronto como las navajas centellearon al sol, las dos hermanas cerraron el balcón, metiéndose dentro...". Aquello no era pa señoritas que leen el periódico y la hoja parroquial. Era pa salvajes, como decían. Bien saben ellas lo que es un salvaje...
Yo me mostraba buena y modosa. Desde la broma del Cacholo, dando a luz un cabritillo, yo no atendía a nada ni nadie. Como si flotara. No contestaba, hasta que oí algo de dormir. ¿Dormir? ¡No!, allí ni hablar.
Me entretuvieron enseñándome la casa: la sala, la cocina, la despensa, los graneros, las cuadras y un patio trasero que cruzamos...Y allí estaba la sorpresa, tras una puerta nueva. La abrieron y me empujaron suavemente hacia la parte más escondida de la casa, pegada a las faldas del monte:
-"¿Ves muchacha? Aquí estarías como una reina si te colocaras en la casa. Duerme esta noche y piénsatelo."
Seguiré contándoles lo que tenían pa estar como una reina. Y por qué la broma del parto me hizo tanto daño. Sabrán por qué huyo y de qué huyo.
Me despido de ustedes:
Paula
Un abrazo de María Ángeles Merino
Seguiremos con Paula.