jueves, 26 de julio de 2012

Esto es Numancia...

Ruinas de Numancia, al fondo monumento a la sitiada ciudad  y a sus celtibéricos héroes.

En mi entrada anterior, os anticipaba el contenido de la presente: la visita a las ruinas de Numancia y la constatación de que su resistencia fue, cómo no, numantina. Buen tema para este convulso verano que, estoy segura, ninguno de nosotros olvidará en toda su vida. Ahora vamos por: "España cercada por los mercados, veta las operaciones especulativas".  La situación tiene visos numantinos, aunque no tengamos clara la identidad de los "romanos".

Primas de riesgo

Aquel día, 27 de junio, tras la contundente comida en Valonsadero llega una reposada sobremesa bajo los chopos. Se acabó, hemos de  dirigirnos a las ruinas de Numancia, a un collado tan mustio como el de Itálica famosa. El cerro de la Muela de Garray, a siete kilómetros de Soria, se nos muestra como  "campo de soledad" bajo un  fuerte sol de junio. Añoramos aquellas arboledas...

Cerro de la Muela de Garray

Entramos en el recinto turístico. Tras asistir a la proyección de un vídeo, recorremos el circuito programado. Contamos con las documentadas explicaciones de una buena conocedora del tema, arqueóloga y profesora de nuestro centro.

  La Historia nos relata que "Los celtíberos, encabezados por Numancia, la ciudad más poderosa de los arévacos, mantuvieron una dura resistencia de veinte años, entre el 153 y el 133 a.C., venciendo sucesivamente a los generales romanos, hasta que Roma finalmente, envió al más famoso, Publio Cornelio Escipión, que cercó Numancia, disponiendo siete campamentos y fuertes en los cerros próximos, uniéndolos con un sólido muro de 9 kilómetros de perímetro, defendido por delante, con un foso y una estacada de madera,y disponiendo dos fortines en el punto de encuentro de los ríos Tera y Merdancho con el Duero para controlar sus aguas.Después de once meses de duro asedio la ciudad cayó por inanición, en el verano del 133 a.C.,tomándose la muerte cada uno a su manera y siendo vendidos los supervivientes como esclavos. La ciudad fue arrasada y repartido su territorio entre los indígenas que habían ayudado a Escipión."

Mapa de Numancia
Si Troya tuvo su Schliemann, Numancia contó con el entusiasmo del arqueólogo Schulten que, entre 1905 y 1914,  excavó  esta ciudad celtíbera y los campamentos romanos de sus alrededores. No fue su descubridor pero él siempre actuó como si lo fuera.

Schulten

Contemplamos los molinos de mano con los que molían el grano o las bellotas. Los más simples son los "barquiformes": "una piedra fija, en forma de quilla de barco, y otra superior más pequeña, con la que se ejercía un movimiento de vaiven".  


Un poco más complicados, no mucho, son los circulares: dos piedras acopladas y engranadas por un eje central, " fija la inferior y móvil la superior, que con su movimiento de rotación molía...saliendo la harina por el intersticio que deja la unión de las dos piedras".


Muele que te muele, los numantinos ganaban el pan con el sudor de su frente y con el agotamiento de sus brazos. Y cuando los molinos ya estaban muy desgastados, los aprovechaban para empedrar las calles. Lo peor vino cuando ya no había nada que moler, los romanos esperaban que se rindieran por hambre.


Entramos en una casa reconstruida. Es de planta rectangular y tiene "las paredes de base de piedra y recrecidos de postes de madera y adobes, rematada con un techado de vigas de madera, cubiertas de paja..."





La habitación central servía para dormir, comer y reunirse en torno al hogar. Allí hablarían de sus preocupaciones cotidianas y de esos romanos que no cesaban en su empeño de invadirles.



Sus objetos cotidianos no son tan refinados como los romanos pero no les falta su vajilla decorada en blanco, negro y rojo. Eran también buenos orfebres y metalúrgicos. Aún así, los romanos les consideran salvajes.


La estancia delantera la usan para hilar, tejer y moler. Labores de numantinas que, concentradas en su telar, tal vez olvidaban el peligro que acechaba su ciudad.

Al ver este telar me acordé de nuestra amiga Penélope Gelu.

Otra estancia trasera servía de almacén y despensa. También guardaban sus aperos de labranza, no muy diferentes de los que se conservan aún en los desvanes de las casas de pueblo.




Me llama la atención este símbolo , trazado en una ventana, porque se parece mucho al lauburu vasco, sólo se diferencia en que tiene tres brazos en vez de cuatro. Es un trisquel, un símbolo sagrado celta. Colocado en puertas y ventanas, ahuyentaría los peligros, pensarían.



Telares, aperos, molinos...y cómo no, las armas. Con lanzas y escudos guerrearon con los romanos, aunque tenían todas las de perder. Veo un escudo semejante a la rodela de don Quijote.




Salimos de la casa celtibérica, sorteando piedras. "La casa de las columnas", al estilo romano, contrasta con la celtibérica que acabamos de visitar. Una cultura venció a otra.


Abandonamos Numancia, dejamos atrás la tierra soriana. Como despedida las palabras de Antonio Machado, que tanto la amó:


 Con mis deseos de "alegría, luz y riqueza" para este país nuestro tan maltratado en estos momentos.

Un abrazo para todos los que entráis aquí de:

María Ángeles Merino

jueves, 19 de julio de 2012

lunes, 16 de julio de 2012

"Bécquer no era idiota ni Machado un ganapán" (3)

Río Duero, a su paso por Soria.



Viene de la entrada anterior.

Dejamos atrás los abrazados arcos de la iglesia de San Juan del Duero con su Monte de las Ánimas tan poco tenebroso, a pesar de Bécquer y su leyenda. El autobús nos lleva junto a las orillas del río donde buscaremos  ecos y  huellas de Antonio Machado, poeta que amó, sintió  y escribió  junto a sus aguas.

Pero aquello fue un 27 de junio y escribo esta entrada un 16 de julio.
El día 11 me dejó un regusto tan amargo que, en mi cabeza, no han rondado últimamente  más versos que estos de Quevedo:


Y aquí tengo la imagen ruinosa del castillo de Soria que bien nos podría servir para ilustrar tan  pesimistas palabras.
"Miré los muros de la patria mía" (Castillo de Soria)
No perdamos la esperanza, digamos como don Antonio:


Perdonadme la digresión, vamos de nuevo a Soria. Un camino sembrado de palitroques  luminarios  nos lleva hasta el puente  que conduce a la ermita de San Saturio.

Desde el puente, contemplamos y comprobamos como:

...El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
...




...


Junto a la ermita de San Saturio, colgada sobre el roquedal, chopos y versos en piedra nos dan la bienvenida:


...



Entramos en la misteriosa gruta visigoda sobre la que se levanta la ermita de finales del XVII que acoge los restos del anacoreta San Saturio. Pero el tiempo se nos echa encima, son las dos, nos cierran y no podemos acceder a la iglesia. Las pinturas de la bóveda nos esperarán hasta nuestra  próxima visita a Soria. Salimos, alguien comenta algo sobre energías telúricas, fuerzas del interior de la tierra...de eso no entiendo nada.

Gruta de San Saturio

 Una última mirada. Aquí terminaba el paseo preferido del poeta: "entre San Polo y San Saturio".  Leo y me despido:
...
...


 El autobús nos lleva al monte Valonsadero, para comer contundentemente en "La casa del guarda".  Por la tarde, tenemos prevista una visita a las ruinas de Numancia. Os lo contaré en la próxima entrada. Ya sabéis: resistencia numantina.

Desde las orillas del Vena, un bisnieto del río Duero, recibid un abrazo todos los que me visitáis:

María Ángeles Merino

domingo, 8 de julio de 2012

"Bécquer no era idiota ni Machado un ganapán" (2)



Viene de la entrada anterior.

Seguimos en Soria. Tras la visita al aula Machado, nuestra compañera guía nos conduce hasta una impresionante portada románica. Pertenece a la iglesia del convento de Santo Domingo, habitado por monjas clarisas. Para "interactuar" y verla al completo, podéis pinchar aquí.


 Atestadas arquivoltas con un detalladísimo catecismo pétreo: nacimiento y vida de Jesús más una cruel  matanza de los Santos Inocentes. Antonio Machado pasó, seguramente, muchas veces delante de estas figuras. Contemplaría reverencialmente esta artística manifestación de la fe de sus mayores.

Matanza de los Santos Inocentes.
Un ángel se aparece a los Reyes Magos mientras duermen los tres juntitos.

 En el frontón un pantocrátor con una iconografía poco frecuente llamada la "trinidad paternitas": es Dios Padre quien sostiene a Cristo niño en lugar de hacerlo la Virgen María.

Trinidad Paternitas
No podemos abandonar Santo Domingo sin pasar por el torno de las clarisas, para adquirir sus afamadas pastas artesanales: corazones de yema, nevaditos, pastas de té, pastas castellanas...




Caminamos por el centro de la ciudad, tomamos un tentempié, hacemos algunas compras, descubrimos que Soria también tiene "Espolón". Disponemos de poco tiempo, el autobús nos espera cerca de la "Alameda de Cervantes", "La Dehesa", pulmón verde del casco urbano. Quijotesca Soria.

¡Rumbo a San Juan del Duero! Accedemos a un bello conjunto de arquitectura románica formado por iglesia y claustro, restos de un monasterio  de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, herederos de los bienes de los Templarios. Nos cautiva el claustro, con sus arcos apuntados cruzándose, abrazándose entre sí. No hay techumbre, contemplamos una bella ruina. A nuestras espaldas, el becqueriano Monte de las Ánimas.


Recordamos la leyenda "El Monte de las Ánimas" de Gustavo Adolfo Bécquer....el noble Alonso ha de  buscar allí la cinta de su seductora y bella prima Beatriz, no en una noche cualquiera, es la noche de Difuntos. Abro mi libro  y leo en voz alta:

"Ese monte que hoy llaman de las Animas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río... Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo... Fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres... Desde entonces dicen que cuando llega la noche de Difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos. Y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria lo llamamos el Monte de las Animas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche."



¡Qué miedo! Un relato terrorífico. "Gótico", dirían ahora. Vivimos el desenlace de la historia:

"Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz...un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y desgarrada, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron, despavoridos, a notificarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que por la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Animas, la encontraron inmóvil; asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros, muerta, ¡muerta de horror!"

Contemplamos el nada temible Monte de las Ánimas. Ni lobos, ni esqueletos, sólo vegetación de monte bajo en un cerro de modesta altura. En el suelo del claustro no se aprecian huellas de pies descarnados. Pero todo lo veremos si nos asomamos a las páginas del libro. Magia.



Nos dirigimos a la pequeña iglesia de San Juan del Duero. Muy sencilla, una única planta y dos baldaquinos, a la manera oriental, para ocultar al sacerdote durante la consagración. Unos capiteles románicos muy bien labrados.



Subimos al autobús, vamos "a las orillas del  Duero".

Os lo contaré en una próxima entrada. Este breve viaje a Soria da mucho de sí, más de lo que yo pensaba.



Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino