Esto es lo que guardé:
No me pidáis que descanse, hermano
enfermero. No he de obedecer sus órdenes, conozco el oficio y sus rutinas, las
practiqué en el hospital de Medina. Mas es deber del moribundo repasar los años
vividos y yo he de resucitar al “mudejarillo”, el niño que vive en mí, con las
viejas palabras que caminan de la mano, una tras otra, con su esportillo de
colores, olores y afectos.
Lagunas, labajos, torrenteras,
escarcha, árboles acristalados, grajos, gorriones, cierzo… ¿Verdad que se
siente el frío? Fue “el otro invierno”.
Los gorriones “con el pico al
cierzo” corretean como niños pobres, como Juanito en Fontiveros, que ya empieza
a andar. Los señores no asoman a sus balcones y el sol del mediodía calienta
muy poco a los “hombres y mujeres silenciosos e inmóviles”.
“Tañido de una campana, niños
muertos, viejos muertos, doncellas muertas”. Las campanas tañen demasiado este
invierno. La muerte acude trás de la pobreza, sí, también persigue a ese
viejo y encorvado noble de la capa negra y vieja, como el del “Lazarillo de Tormes”.
¿Leyólo su caridad? Mi cerebro fabrica disparates, que a manos de los
novicios no llegan lecturas señaladas por el dedo del Santo Oficio. Pocas y
piadosas han de ser sus lecturas. A lo que iba.
Mi memoria me lleva junto a
“una larga fila de hombrecillos y mujeres flacas” y “niños muy serios y
quietecitos”. Mi madre Catalina vuelve ligera a casa, con el pucherillo tapado
por el pañizuelo, “como los curas llevan el viático”. Es el caldo de los pobres
que reparten a la puerta del hospital de San Cebrián.
Madre echa unas yerbas
del camino y unos pocos garbanzos, es nuestra comida, también la del mamoncillo
recién destetado que soy yo. Uno, dos, tres, veinte garbanzos para cada uno.
Que yo no sé contar, pero me sé la música de los números. También cuando ella
nos dice que, para la primavera, comeremos espárragos y berros, y nos ponemos
muy contentos. Siempre me gustaron los espárragos, agradezco que haya buscado
un manojo para mi comida, mas mi estómago ya no puede...Vuelvo a Fontiveros.
Veo a unos hombres que vuelven de
caza con sus galgos. Uno de ellos proclama, en voz alta, que nos estamos
comiendo el copón y las campanas, duro alimento. Mi estómago de niño sintió
dolor al oírlo. “¿Y luego? “, añade el cazador. Y se contesta a sí mismo: luego
el Visitador de rojo traería monedas de plata. Y trigo y vestidos.
“¿Y luego?”, insiste el de los
galgos. Le contesto yo, luego mamá irá a por yerbas al camino. Y, en la
primavera, recogerá espárragos y berros. El cazador no me oye, ni quiere oír
nada.
¿Qué le importa a nadie Catalina
Álvarez, viuda de Gonzalo Yepes? ¿O tal vez algún día importe? Oigo por ahí no
sé qué majaderías referentes a mi presunta santidad.
Porque Catalina no fue señora
principal, no de familia noble, ni de “sangre limpia por los cuatro costados”,
al menos lo que ellos entienden como limpieza. Limpia como los chorros del oro,
ama de cría en casa noble, todo el día dale que dale a su telarcillo: trac
trac, trac trac. Bondadosa y buena cristiana, “mujer de gran continente y
hermosura”, mas con la belleza de una esclavilla morisca. Y yo tan morenillo, tan
“mudejarillo”, ahora con mi barba cerrada y negra. Y Gonzalo de Yepes, mi
padre, tejedor toledano de familia judeoconversa, que empobreció al casarse con
una pobre, tal fue la traición de mis tíos.
Iré rehaciéndola...
Un abrazo de María Ángeles Merino
Un abrazo de María Ángeles Merino
Un recuerdo y un claro comentario me traen tu lectura. El primero cuando te preguntas acerca de si fray Juan habría leído El Lazarillo y yo no te contesto, pero me acuerdo de cómo nos presentó a Juan de la Cruz mi profe durante la carrera, y que se me ha venido a la mente con ese vaivén de letras en la novela: "Estudió Filología en Salamanca, así que estudiaba lo mismo que ustedes". Los filólogos españoles de todos los tiempos tenemos bastante mala fama en cuanto a nuestras lecturas y nuestras lenguas, así que me temo que fray Juan no iba a ser una excepción.
ResponderEliminarEl segundo, el comentario, es ¡qué bien traída la foto del banco de alimentos! ¡Qué poco cambian las cosas en siglos!
Yo voy pensando que había una comunidad intelectual aparte de la espiritual y que aquella red se tejía casi en secreto.
ResponderEliminarExcelente entrada: me ha hecho pensar en la sencillez con la que Jiménez Lozano hace abordar todo al santo. Y que viene a explicar esas localizaciones de su novela.
Besos.
Muy buena tu foto del principio. Ahora que ya he terminado de leer El mudejarillo, entiendo muy bien tu entrada. ¿ Y si el que cuenta la historia es ese enfermero con el que habla Juan de la Cruz?
ResponderEliminarMuy buena y esclarecedora entrada.
Besos
En este caso buenos dias MªAngeles: es una gozada pasar por tu rincocito y después de escuchar esta bellas palabras de Fray Juan de la Cruz en la voz de Amancio Prada ya me voy pero muy enterada de esta jerga de palabras de este hombre bueno:voy a buscar su significado en el Diccionario que bien apuntas jajaja.
ResponderEliminarUn beso feliz día curranta.