"El mudejarillo", una lectura para todas las estaciones.
Comentario a algunos capítulos de "El mudejarillo" de Jiménez Lozano. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Ya sabéis de mis dos entradas anteriores. Sueño con un San Juan de la Cruz que vive sus últimos días en Úbeda, junto a un enfermero que no le comprende. Y el santo vuelve a sentirse niño de pecho y mozalbete. Ahora es mocito y frailecillo estudiante en el Estudio de Medina y en la Universidad de Salamanca. Algo como lo que sigue y pongo en cursiva:
Al principio, oponíase don Alonso, el director del hospital, a que un mocito como yo viese de cerca a los enfermos de bubas, podridos en vida. No quería que envejeciera tan pronto como él lo había hecho, entre quejidos continuos, palabras sucias, blasfemias, risas e historias de enfermos orgullosos de sus bubas y pústulas; de las que decían que eran regalo de una cortesana de Nápoles o Francia en un lecho de plumas con dosel carmesí.
Grabado atribuido a Durero que las padeció.Tratamiento en tinas de sudoración.
Yo no me asusto ni siquiera de los temores de muerte que a todos dejan sin habla cuando se presentan. Hago mi trabajo tan tranquilo, entre vómitos, sangre, pinzas y sondas, lancetas y sierras, ayes, cuerpos muertos. Doy de comer a unos, canto a otros, saco sonrisas para todos. No doy abasto, tiene que intervenir el director o los médicos para que me retire algunos días, cuando la muerte se ceba en muchos.
Me ponen, otras veces, a asistir por las noches y don Alonso me da un libro o tengo permiso para tomarlo entonces. Me siento en el suelo, junto a una candela y estudio. Madre me dice que duerma bien y no estudie por las noches. Y yo me río y digo que bueno. Pero siempre echo una ojeada cuando los enfermos se duermen un poco.
Hasta que un día el director me dice que tengo que ir a un Estudio a estudiar latín. Y los médicos dicen a mi madre Catalina, "la" dicen, que “qué sé yo que podría llegar a ser este mocito”. Dicen eso por las conversaciones que tienen conmigo. Llaga, fuego, cauterio, humores, fiebre, vómitos, todo en latín. Y también la muerte que sube por las ventanas; pero yo miro “al sol rojo de primera mañana”, el que más alegra a todos, imposible morir ya “con esa claridad tan grande”.
Y, aquí en el Estudio, me acuerdo de las grandes salas del hospital con hileras de camas o simples colchones; también de las estancias pequeñas para los enfermos que los médicos saben de su inminente muerte porque comienzan con las recordaciones de cuando eran niños, que ven el rostro de su madre y la llaman. Sí, hermano enfermero, me hallo al borde de tal estado, deseoso de ver a la señora Catalina. Después, reclinaré "el rostro sobre el Amado "y dejaré mi cuidado "entre las azucenas olvidado".
Ahora las hileras son de pupitres sobre los que los estudiantes nos afanamos y escuchamos a los maestros. Algunos son italianos que nos hablan de su tierra, tan rica en pintores, poetas y mercaderes. Mi madre se preocupa porque le dicen que no suelto los libros de la mano y me quedo dormido estudiando, en la leñera tan calentita. "¡Que comas y duermas bien!", me dice, al verme con los cartapacios en la mano.
Me tengo que acostumbrar a sentarme en el pupitre bien derecho, pues yo leía y escribía en el suelo, con el pliego de papel o el libro sobre las rodillas,como un "mudejarillo". Voy aprendiendo como se llaman las cosas en latín y como está hecho el mundo, que los hombres siempre han estado buscando oro y guerreando unos contra otros. "Las Potestades y las Dominaciones de los Imperios" como nos dice un maestro italiano, que son "como grandes ballenas o Leviathanes sanguinarios que había en los océanos".
No me atrevo a contar que yo vi , de niño, una ballena en el mismísimo río Zapardiel, apenas un hilillo de agua y cabía...un monstruo como los de los dibujos de Plinio. Cosas de niño, pero lo que no sabía entonces era que algún día me tragaría una ballena, o algo mucho peor que una ballena y no quedaría rastro de mí. "Nada". "Ni rastro de nada".
Les encoleriza que "siendo tan poco viento el frailecillo, levantase tal tempestad" y les entra miedo de mi reforma del Carmelo, mano a mano con la monja Teresa, y la persecución es feroz. No desvarío, hermano enfermero, que monstruos hay de muchas clases. ¿Que quiénes se encolerizan? Bien sabéis vos de los innombrables, quién lo desconoce por estas tierras. Ahora más que nunca, que los vientos erasmistas desaparecieron y soplan otros...Soy muy poquita cosa para levantar tempestades, hermanos inquisidores...se me escapó la palabrilla.
Sigo con mi vida de estudiante. Menos mal que me muestran también dibujos de animales pacíficos y de colores, plantas muy bonitas que curan enfermedades y ríos como el mar. Pero lo que más me place es "aprender versos sobre las abejas, o los bueyes, la estrella de la noche y las sombras de los árboles; y, sobre todo, cuando aprendía lo de la tórtola...". Sí, el "El Cantar de los Cantares" del sabio rey Salomón y el romano y bucólico Virgilio; mas nada como la voz del pueblo en "Fontefrida, Fontefrida".
¡La tórtola!, la viudica que no bebe en fuente fría, ni posa en ramo verde, que se está a solas con su tristeza y cuando se ve reflejada en el agua...como la señora Catalina, no, como Juanito, tan triste. "¡Una toalla!" grita un médico, cuando estoy con la avecica que se mira en el charco y lo escribo en mi cartapacio. Me parece aquello tan querido de "¡Espabila hijo!".Cierro de golpe los papeles y se hacen borrones, que la tinta no está seca.
Corro por la toalla, la bacinilla, la almohada; o les hago la cama para que encuentren reposo estos hombres que han corrido tanto mundo. No lo hallan "ni así, ni así, ni así". Y siempre quieren un espejo y no se lo doy, para que no vean su horrible cara, "¡pobrecillos!". Como la tórtola sola, mirándose en el agua. "¡Pobrecilla también! ¿No?" ¡Pobre Juanito!
Los torreones del castillo de Medina me parecen "demasiado altos y altísimos", cuando me cuentan que, de uno de ellos, se descolgó un príncipe hace muchos años. Me lo cuenta un enanillo que sirve a los señores de esa fortaleza. Era un príncipe italiano, muy poderoso, aunque las bubas le habían dejado la cara marcada y llevaba un velo. Bajó disfrazado de criado y se escapó de noche. Y la soga tendría peldaños, que los príncipes pesan mucho. Yo no, yo no crecería nunca, como me decía el señor Ahmed. Bajaría bien deprisa, porque no pesaría nada. Sería más fácil mi huida. Sí, hermano enfermero, tuve que huir...¿que no lo sabía voacé?
Me llega el tiempo de dar el estironcillo, no mucho, pero se me nota, se me ven las piernas por encima del tobillo cuando voy o vengo con las hopalandas y el manteo. Los compañeros del Estudio me ponen en la cabeza, por jugar, un birrete y para hacerme enrabiar me llaman "el doctor Yepes" porque me sé siempre muy bien las lecciones.
Y me recuerdan, y me da mucha rabia, los versos que han descubierto en mi cartapacio, "sobre un pastor y una pastora, y el río y los árboles, y el penar y la ausencia, o qué sé yo", que han tenido poco tiempo, que les sorprendí y presto les arrebaté el papel.
Dicen que si ando enamorado, que si he dado en poeta, qué sé yo. Porque, "pensativo y ausente", rompí un plato en el hospital, se me cayó de las manos cuando llevaba una pera asada a un enfermo. "Qué sé yo en que iría cavilando...". Y los muchachos del Estudio que por algo sería. Y se ríen cuando me ven pasar con mi cartapacio y mis melancolías.
Hasta un día que ya no me ven en clase, y otro, y otro. Comienza a correrse que me he escapado de Medina o sabe Dios. Pero mi madre, la señora Catalina, sí sabe dónde estoy. Cuando "la" dije dónde iba, sólo me aconsejó que me abrigara bien. Calorcillo tengo con los paños gordos y fuertes que usan los frailes, y si me echo la capucha. Pero he de tener cuidado en no mojarme, que tardan mucho en secar. ¿Para qué me voy a los frailes del Carmelo? "Dios diría". La señora Catalina contesta a los que la preguntan: "Para saber". Los de la Moraña somos parcos en palabras.
Mi madre está tan contenta de que esté con los frailes, en el convento de Medina. Pero me mandan a estudiar a Salamanca y se pone algo triste, aunque también se contenta mucho. Le dicen sus vecinas que tengo que hacerme "un hombre y un buen fraile". Y ella contesta: "sí". Pero siempre pregunta "que cómo sería Salamanca" y el señor Juan Perea, el de los sombreros, le dice que es "una ciudad muy grande, con muchas torres de iglesias y conventos, y un río, y una universidad de estudiantes con muchos estudiantes, y tiendas y mesones, y mucho ruido y algarabía". Y ella que, como soy fraile, no he de andar de la ceca a la meca, que lo que ella pregunta es si hace frío y que dónde estudiamos.
El señor Juan Perea dice que me va a recomendar a un catedrático que va mucho a Medina y es de Cantalapiedra, o sea de Fontiveros, "que los paisanos tiran mucho". Pero ni el señor Juan ni la señora Catalina se atreven, llegada la ocasión, a acercarse siquiera al catedrático, se quedan paralizados ante aquel hombre alto, con su imponente manteo. Al final, tuve la recomendación del señor Gregorio Matilla, un yesero de mi pueblo que ha tenido un hijo con la señora Juliana que...Los pobres se apoyan en los pobres.
Salamanca está llena de novedades, pero yo soy un frailecillo que tiene que estudiar Artes, en los escolásticos. Estudio, rezo, sirvo en la mesa, friego y hago los otros oficios. Se me van los ojos tras los libros y las poesías y las novedades de la Biblia y los caldeos. Me gustaría mucho ese saber. Si me lo mandan iré a las cátedras y veré los libros maravillosos. Pero sólo si me lo mandan y sólo me mandan un día a acompañar a un fraile a la librería, a buscar un libro.
Entre los maestros y estudiantes que revuelven libros, veo con el rabillo del ojo al maestro Martínez el de Cantalapiedra y al maestro Léon. "Y estaban tú-tú-tú, tú-tú-tú, cuchicheando". Hablan bajito y se callan en seco cuando pasa cerca alguien. Les oigo pero no les entiendo nada. De vez en cuando, el maestro León, para disimular, hace un "chis-rris-chis-chis" a una alondra que tiene el librero en una jaula. Y cuando paso delante de ellos, el maestro de Cantalapiedra me dice: "Que somos paisanos, ¿eh?". Contestó sí, todo azorado.
Y el maestro León, el fraile agustino que hace versos, me sonríe y yo le ofrezco media sonrisa, que tengo que ir con los ojos bajos. Sólo que entonces la alondra se pone a cantar muy alto y muy bonito. Me parece lo más bonito que hay en la librería sino es porque está enjaulada y prisionera, y a lo mejor sólo canta de tristeza, por su socio y compañero.
El huerto, la sombra de los árboles, el agua del manantial, el arroyuelo, las estrellas en la noche clara, las figuras que forman, los ojos de las palomas hebreas, la estrella de la mañana o las azucenas del huerto de la Biblia. Lo que vive y lo que dice el maestro León en su cátedra y los estudiantes que le preguntan aclaraciones, a la salida, junto al poste. Me ve allí cerca y pegunta qué dice el estudiante de Medina. Me aturullo un poco y digo: "Nada". De modo que él se sonríe.
Hasta un día en que el maestro Léon, muy triste y melancólico, cuchichea por el claustro con el Maestro Martínez: "tú-tú-tú, tú-tú-tú". Y el otro responde: "tú-tú-tú, tú-tú-tú". Citan a San Agustín, el que les hirió a todos y es lo único que entiendo.
Los estudiantes se han enterado. Un día estaba el maestro en el huerto de los agustinos, con sus compañeros. Una alondra cantaba divinamente, que se quedaron maravillados. Pero, de repente, comenzó a chillar y vieron que la perseguía un gavilán . La alondra se refugió en los hábitos de Fray Luis que vio los ojos asesinos del gavilán. Se estuvo allí mucho tiempo hasta que le volvió la confianza. Pero al maestro León le duró mucho la melancolía del suceso, que no se curaba de ello y decía a todo: no sé, no sé, no sé.
Ahora hay una nube de tristeza en sus ojos. Cuando me pregunta qué dice el de Medina, yo contesto todo azorado:"Nada". Se queda pensativo y me dice, cuando ya espero el no sé habitual: "Que hay que escuchar a la alondra en las mañanas". Hay que hacerlo "cuando la luz del cielo comienza a pintear en los rastrojos". ¡El Maestro León curado de su melancolía! ¿Qué gavilanes persiguen al agustino? Tal vez los mismos que a mí. Tal vez conozca el vientre de la ballena.
Se me pasa el tiempo de estudiar, me ordenan y vuelvo a Medina del Campo a cantar la primera misa. Mi madre prepara una fiesta, con tarta y dulces amarguillos y otros con almendras y piñones.
Ella está muy contenta aunque yo haya vuelto algo desmejorado y pálido. Insiste en lo de comer y yo: "sí". Los señores de Medina me besan las manos, me parece qué sé yo. También cuando me pongo la capa blanca y me ven, a mí, al mudejarillo, al pequeño de la señora Catalina. Cuidado, Juanillo, con la señora Vanidad.
Ahora están todos muy contentos, rezan una oracioncilla, comen los dulces, beben un vaso del agua más limpia del pozo del señor Ahmed, brindan, hacen votos por el nuevo misacantano. A lo mejor tengo que ir a Salamanca, para saber más. Pero, a lo mejor, me voy a la Cartuja. "¡Qué se´yo! " digo muy serio. Mi madre ya no dice nada, que tiene miedo de no volver a verme. Que ahora soy un hombre hecho y derecho,con barba cerrada y negra que pincha a sus sobrinos, los hijos de Francisco y Ana.
"¡A lo mejor ya no me voy a la Cartuja!" Se lo digo a madre y se pone muy contenta. Que a la monja Teresa le parece un Séneca este frailecillo tan poquita cosa. Hablamos de desiertos y ermitillas, de los lugares donde no hay nada, sólo el silencio. "Ni éste, ni éste, ni éste, ni éste, nada, nada". Mas ha de haber un ventanuco que dé luz para escribir, dice Teresa. Y en la Cartuja no se escribe. Tenemos una labor por hacer, los dos. A punto estaremos de naufragar.
No, hermano enfermero, no tomaré ese brebaje de adormideras, que conozco sus efectos.
Queda pendiente el pequeño resumen de lo que hablamos en la lectura colectiva del día 24 de noviembre de 2015. También lo de rehacer la entrada perdida.
Un abrazo de María Ángeles Merino
El "sol rojo de primera mañana" y la muerte huye.
Y, aquí en el Estudio, me acuerdo de las grandes salas del hospital con hileras de camas o simples colchones; también de las estancias pequeñas para los enfermos que los médicos saben de su inminente muerte porque comienzan con las recordaciones de cuando eran niños, que ven el rostro de su madre y la llaman. Sí, hermano enfermero, me hallo al borde de tal estado, deseoso de ver a la señora Catalina. Después, reclinaré "el rostro sobre el Amado "y dejaré mi cuidado "entre las azucenas olvidado".
Ahora las hileras son de pupitres sobre los que los estudiantes nos afanamos y escuchamos a los maestros. Algunos son italianos que nos hablan de su tierra, tan rica en pintores, poetas y mercaderes. Mi madre se preocupa porque le dicen que no suelto los libros de la mano y me quedo dormido estudiando, en la leñera tan calentita. "¡Que comas y duermas bien!", me dice, al verme con los cartapacios en la mano.
Me tengo que acostumbrar a sentarme en el pupitre bien derecho, pues yo leía y escribía en el suelo, con el pliego de papel o el libro sobre las rodillas,como un "mudejarillo". Voy aprendiendo como se llaman las cosas en latín y como está hecho el mundo, que los hombres siempre han estado buscando oro y guerreando unos contra otros. "Las Potestades y las Dominaciones de los Imperios" como nos dice un maestro italiano, que son "como grandes ballenas o Leviathanes sanguinarios que había en los océanos".
No me atrevo a contar que yo vi , de niño, una ballena en el mismísimo río Zapardiel, apenas un hilillo de agua y cabía...un monstruo como los de los dibujos de Plinio. Cosas de niño, pero lo que no sabía entonces era que algún día me tragaría una ballena, o algo mucho peor que una ballena y no quedaría rastro de mí. "Nada". "Ni rastro de nada".
Les encoleriza que "siendo tan poco viento el frailecillo, levantase tal tempestad" y les entra miedo de mi reforma del Carmelo, mano a mano con la monja Teresa, y la persecución es feroz. No desvarío, hermano enfermero, que monstruos hay de muchas clases. ¿Que quiénes se encolerizan? Bien sabéis vos de los innombrables, quién lo desconoce por estas tierras. Ahora más que nunca, que los vientos erasmistas desaparecieron y soplan otros...Soy muy poquita cosa para levantar tempestades, hermanos inquisidores...se me escapó la palabrilla.
Sigo con mi vida de estudiante. Menos mal que me muestran también dibujos de animales pacíficos y de colores, plantas muy bonitas que curan enfermedades y ríos como el mar. Pero lo que más me place es "aprender versos sobre las abejas, o los bueyes, la estrella de la noche y las sombras de los árboles; y, sobre todo, cuando aprendía lo de la tórtola...". Sí, el "El Cantar de los Cantares" del sabio rey Salomón y el romano y bucólico Virgilio; mas nada como la voz del pueblo en "Fontefrida, Fontefrida".
¡La tórtola!, la viudica que no bebe en fuente fría, ni posa en ramo verde, que se está a solas con su tristeza y cuando se ve reflejada en el agua...como la señora Catalina, no, como Juanito, tan triste. "¡Una toalla!" grita un médico, cuando estoy con la avecica que se mira en el charco y lo escribo en mi cartapacio. Me parece aquello tan querido de "¡Espabila hijo!".Cierro de golpe los papeles y se hacen borrones, que la tinta no está seca.
Corro por la toalla, la bacinilla, la almohada; o les hago la cama para que encuentren reposo estos hombres que han corrido tanto mundo. No lo hallan "ni así, ni así, ni así". Y siempre quieren un espejo y no se lo doy, para que no vean su horrible cara, "¡pobrecillos!". Como la tórtola sola, mirándose en el agua. "¡Pobrecilla también! ¿No?" ¡Pobre Juanito!
Los torreones del castillo de Medina me parecen "demasiado altos y altísimos", cuando me cuentan que, de uno de ellos, se descolgó un príncipe hace muchos años. Me lo cuenta un enanillo que sirve a los señores de esa fortaleza. Era un príncipe italiano, muy poderoso, aunque las bubas le habían dejado la cara marcada y llevaba un velo. Bajó disfrazado de criado y se escapó de noche. Y la soga tendría peldaños, que los príncipes pesan mucho. Yo no, yo no crecería nunca, como me decía el señor Ahmed. Bajaría bien deprisa, porque no pesaría nada. Sería más fácil mi huida. Sí, hermano enfermero, tuve que huir...¿que no lo sabía voacé?
Y me recuerdan, y me da mucha rabia, los versos que han descubierto en mi cartapacio, "sobre un pastor y una pastora, y el río y los árboles, y el penar y la ausencia, o qué sé yo", que han tenido poco tiempo, que les sorprendí y presto les arrebaté el papel.
Dicen que si ando enamorado, que si he dado en poeta, qué sé yo. Porque, "pensativo y ausente", rompí un plato en el hospital, se me cayó de las manos cuando llevaba una pera asada a un enfermo. "Qué sé yo en que iría cavilando...". Y los muchachos del Estudio que por algo sería. Y se ríen cuando me ven pasar con mi cartapacio y mis melancolías.
Hasta un día que ya no me ven en clase, y otro, y otro. Comienza a correrse que me he escapado de Medina o sabe Dios. Pero mi madre, la señora Catalina, sí sabe dónde estoy. Cuando "la" dije dónde iba, sólo me aconsejó que me abrigara bien. Calorcillo tengo con los paños gordos y fuertes que usan los frailes, y si me echo la capucha. Pero he de tener cuidado en no mojarme, que tardan mucho en secar. ¿Para qué me voy a los frailes del Carmelo? "Dios diría". La señora Catalina contesta a los que la preguntan: "Para saber". Los de la Moraña somos parcos en palabras.
Mi madre está tan contenta de que esté con los frailes, en el convento de Medina. Pero me mandan a estudiar a Salamanca y se pone algo triste, aunque también se contenta mucho. Le dicen sus vecinas que tengo que hacerme "un hombre y un buen fraile". Y ella contesta: "sí". Pero siempre pregunta "que cómo sería Salamanca" y el señor Juan Perea, el de los sombreros, le dice que es "una ciudad muy grande, con muchas torres de iglesias y conventos, y un río, y una universidad de estudiantes con muchos estudiantes, y tiendas y mesones, y mucho ruido y algarabía". Y ella que, como soy fraile, no he de andar de la ceca a la meca, que lo que ella pregunta es si hace frío y que dónde estudiamos.
Catedral de Salamanca
Salamanca está llena de novedades, pero yo soy un frailecillo que tiene que estudiar Artes, en los escolásticos. Estudio, rezo, sirvo en la mesa, friego y hago los otros oficios. Se me van los ojos tras los libros y las poesías y las novedades de la Biblia y los caldeos. Me gustaría mucho ese saber. Si me lo mandan iré a las cátedras y veré los libros maravillosos. Pero sólo si me lo mandan y sólo me mandan un día a acompañar a un fraile a la librería, a buscar un libro.
Entre los maestros y estudiantes que revuelven libros, veo con el rabillo del ojo al maestro Martínez el de Cantalapiedra y al maestro Léon. "Y estaban tú-tú-tú, tú-tú-tú, cuchicheando". Hablan bajito y se callan en seco cuando pasa cerca alguien. Les oigo pero no les entiendo nada. De vez en cuando, el maestro León, para disimular, hace un "chis-rris-chis-chis" a una alondra que tiene el librero en una jaula. Y cuando paso delante de ellos, el maestro de Cantalapiedra me dice: "Que somos paisanos, ¿eh?". Contestó sí, todo azorado.
Y el maestro León, el fraile agustino que hace versos, me sonríe y yo le ofrezco media sonrisa, que tengo que ir con los ojos bajos. Sólo que entonces la alondra se pone a cantar muy alto y muy bonito. Me parece lo más bonito que hay en la librería sino es porque está enjaulada y prisionera, y a lo mejor sólo canta de tristeza, por su socio y compañero.
El huerto, la sombra de los árboles, el agua del manantial, el arroyuelo, las estrellas en la noche clara, las figuras que forman, los ojos de las palomas hebreas, la estrella de la mañana o las azucenas del huerto de la Biblia. Lo que vive y lo que dice el maestro León en su cátedra y los estudiantes que le preguntan aclaraciones, a la salida, junto al poste. Me ve allí cerca y pegunta qué dice el estudiante de Medina. Me aturullo un poco y digo: "Nada". De modo que él se sonríe.
Hasta un día en que el maestro Léon, muy triste y melancólico, cuchichea por el claustro con el Maestro Martínez: "tú-tú-tú, tú-tú-tú". Y el otro responde: "tú-tú-tú, tú-tú-tú". Citan a San Agustín, el que les hirió a todos y es lo único que entiendo.
Los estudiantes se han enterado. Un día estaba el maestro en el huerto de los agustinos, con sus compañeros. Una alondra cantaba divinamente, que se quedaron maravillados. Pero, de repente, comenzó a chillar y vieron que la perseguía un gavilán . La alondra se refugió en los hábitos de Fray Luis que vio los ojos asesinos del gavilán. Se estuvo allí mucho tiempo hasta que le volvió la confianza. Pero al maestro León le duró mucho la melancolía del suceso, que no se curaba de ello y decía a todo: no sé, no sé, no sé.
Ahora hay una nube de tristeza en sus ojos. Cuando me pregunta qué dice el de Medina, yo contesto todo azorado:"Nada". Se queda pensativo y me dice, cuando ya espero el no sé habitual: "Que hay que escuchar a la alondra en las mañanas". Hay que hacerlo "cuando la luz del cielo comienza a pintear en los rastrojos". ¡El Maestro León curado de su melancolía! ¿Qué gavilanes persiguen al agustino? Tal vez los mismos que a mí. Tal vez conozca el vientre de la ballena.
Se me pasa el tiempo de estudiar, me ordenan y vuelvo a Medina del Campo a cantar la primera misa. Mi madre prepara una fiesta, con tarta y dulces amarguillos y otros con almendras y piñones.
Ahora están todos muy contentos, rezan una oracioncilla, comen los dulces, beben un vaso del agua más limpia del pozo del señor Ahmed, brindan, hacen votos por el nuevo misacantano. A lo mejor tengo que ir a Salamanca, para saber más. Pero, a lo mejor, me voy a la Cartuja. "¡Qué se´yo! " digo muy serio. Mi madre ya no dice nada, que tiene miedo de no volver a verme. Que ahora soy un hombre hecho y derecho,con barba cerrada y negra que pincha a sus sobrinos, los hijos de Francisco y Ana.
"¡A lo mejor ya no me voy a la Cartuja!" Se lo digo a madre y se pone muy contenta. Que a la monja Teresa le parece un Séneca este frailecillo tan poquita cosa. Hablamos de desiertos y ermitillas, de los lugares donde no hay nada, sólo el silencio. "Ni éste, ni éste, ni éste, ni éste, nada, nada". Mas ha de haber un ventanuco que dé luz para escribir, dice Teresa. Y en la Cartuja no se escribe. Tenemos una labor por hacer, los dos. A punto estaremos de naufragar.
No, hermano enfermero, no tomaré ese brebaje de adormideras, que conozco sus efectos.
Queda pendiente el pequeño resumen de lo que hablamos en la lectura colectiva del día 24 de noviembre de 2015. También lo de rehacer la entrada perdida.
Un abrazo de María Ángeles Merino
Hay libros, como este, que tienen tanto que comentar que necesitaríamos infinitas sesiones del club de lectura para detenernos en todos y cada uno de los detalles, porque todos, hasta los más desapercibidos, dan para por lo menos una página.
ResponderEliminarMe quedo con dos que aparecen en tu comentario y que no aparecen en los míos, aunque no por falta de ganas: la ballena del Zapardiel, esas ballenas que se nos han aparecido en todas las charcas y riachuelos de nuestra Castilla, y la figura de Teresa de Ávila, que pasa casi de puntillas por este libro.
La verdad es que te metes muy bien en el papel de San Juan de la Cruz ya moribundo y recordando su intensa y no muy larga vida, aunque en aquellos tiempos llegar a los cincuenta no estaba mal...Como dice Carmen, es un libro que tiene muchos aspectos para comentar y también, me llama la atención el poco espacio que Jiménez Lozano la dedica a Santa Teresa y eso que otros libros hacen, de una forma o de otra, muchísima referencia y a la amistad o ¿amor? que los unía a los dos.
ResponderEliminarBesos
Es curioso cómo un libro en apariencia fácil y pequeño nos da tanto jugo, ¿verdad?
ResponderEliminarQué amarguillos, por cierto.
Del mudejarillo me quedo con su capacidad de ver la belleza (como la de un amanecer), que hay más allá de las llagas y pústulas que tiene que cuidar. Y de su comprensión de las penas de amor, que matan más que cualquier enfermedad.
ResponderEliminarMe gusta tu entrada.
Un abrazo amiga de caminos.