Pedro Ojeda nos propone, como lectura para el mes de noviembre, "El mudejarillo" de José Jiménez Lozano, un pequeño libro de gran prosa poética. José Jiménez Lozano es un escritor importante, nada menos que un premio Cervantes, pero no es un autor popular. Podéis encontrar información sobre él en su página web oficial y es una delicia leer su semblanza biográfica. También podéis recurrir a la socorrida Wikipedia.
José Jiménez Lozano. Wikipedia.
Pero, para dar a mi entrada un tono más personal, quiero contaros lo que sé de él y de su obra, que no es mucho, y por qué canales me llegó. Durante muchos años asocié el nombre de Jiménez Lozano con el de Miguel Delibes, tras haber leído el diario "Un año de mi vida" (1972) y la recopilación de artículos periodísticos"Vivir al día"(1975).
Por ejemplo, allí leía: "Un cristiano consecuente. José Jiménez Lozano...lleva años en su empeño de redescubrirnos algo tan viejo como el cristianismo..." o "...la noticia que dio Jiménez Lozano en Valladolid: los árboles, cuando van a ser talados, sufren terrores agónicos como cualquier animal". Como muestra, bien han valido estos dos botones.
Página 117 de "Vivir al día", Miguel Delibes.
Página 42 de "Un año de mi vida", Miguel Delibes.
En "El mudejarillo", el narrador, un escritor anónimo y contemporáneo de San Juan de la Cruz, recorre algunos hitos de la vida del santo. Pero no es una biografía ni una novela histórica, mucho menos una hagiografía, aunque cada capítulo constituya un pequeño cuadro biográfico e impresionista que nos lleva a profundizar en el personaje. Porque nos metemos dentro de él y vivimos el paisaje que él vivió, y el paisanaje. Y su tiempo, por supuesto.
-Delirios, Fray Juan. Su Caridad no preste atención a los
sueños, que el Maligno acecha y cuélase presto en nuestro entendimiento para
confundirnos.
- Es mi enfermero, aquí en Úbeda. Poco ha de saber un joven novicio de delirios, de sueños, del Maligno, de entendimientos y confusiones. No, no eran locuras ni tentaciones luciferinas, hermano enfermero.
- Es mi enfermero, aquí en Úbeda. Poco ha de saber un joven novicio de delirios, de sueños, del Maligno, de entendimientos y confusiones. No, no eran locuras ni tentaciones luciferinas, hermano enfermero.
"Había entrado en el pueblo sobre una mula engualdrapada y con montura de seda azul, envuelto en su capa negra sobre la roja vestidura...abriéndose camino con su cortejo de clérigos-sotanas negras, azules o rojas...Cabezas llenas de greñas casi todas; bocas desdentadas y negras que reían, mientras los niños...miraban con pasmo o seriedad. O hambre".
Era en Fontiveros, mi pueblo. Veía a la gente de siempre que
gritaba y se ponía de rodillas. Abrían una boca negra, muy negra y vacía. Entre
ellos, desfilaban azules, negros, rojos, verdes y blancos. Llegó un hombre que montaba en un
animal vestido como una persona. Había hombres y mujeres sentados. Miraba, oía
y olía; todo era nuevo y desconocido, cerraba los ojos, no entendía nada. ¿Qué
era aquello tan amarillo y tan brillante?
Yo estaba en brazos de mi madre Catalina, Su olor a leche y
a hierbas del campo, las que recogía para mejorar el pucherillo que le daban en
San Cebrián. Mas aquel pecho no me contentaba ya, esforzábase mi boca en vano,
era un vacío que me había de acompañar en adelante, un agujero que yo conocería
muy bien: hambre.
Retablo de la Virgen de la Leche. Catedral de Salamanca.
“Luego se dispuso a salir de nuevo por la alfombrilla
roja, y el pertiguero tuvo que tocar con su vara de
plata a una pobre mujer joven, un poco adelantada en la fila, que tenía un niño
en brazos, y otros dos dormidos sobre su halda”.
Me asustaba el ruido, había mucha gente extraña a mi alrededor,
me escondía en el pecho de mi madre. En tan seguro refugio estaba, cuando me rozó
algo que hería mis ojos. Era la pértiga de plata del pertiguero, ahora lo sé, el
que aparta a la gente en las procesiones, que la pobreza no ha de manchar a la
opulenta riqueza eclesiástica.
¿He dicho acaso algo inconveniente? Acérquese el Santo Oficio a aprehender en su lecho a un carmelita descalzo y moribundo. Que yo dejaré mi cuidado entre las azucenas olvidado, en íntima unión, toda la eternidad. Por fin, la libertad.
¿He dicho acaso algo inconveniente? Acérquese el Santo Oficio a aprehender en su lecho a un carmelita descalzo y moribundo. Que yo dejaré mi cuidado entre las azucenas olvidado, en íntima unión, toda la eternidad. Por fin, la libertad.
Sí, hermano enfermero, conocí el miedo en ese momento.
Porque un hombre enfurecido, se detuvo ante nosotros, su dedo nos apuntaba, gritó algo que no entendía, hizome un
repelús en el pelo y desapareció.
Mi madre, Catalina, habría de contármelo repetidas veces.
Era la visita del Visitador de nuestro señor, el obispo de Ávila. Descabalgó de
su mula engualdrapada y fue recibido por nobles, hidalgos y clérigos con medias
sonrisas. Entró en el templo, seguido por los ojos encendidos de hombres, mujeres
y niños. Se sentó y habló al pueblo sobre los tiempos de desolación que se
padecían, talmente como los días de la ira. Se oyeron algunos ¡ay! y algún
llanto. Se cantó una salve muy triste. Y entró con nobles e hidalgos a la
sacristía de la iglesia.
El sacristán entró con ellos para despabilar los cirios. Contó
después como el Visitador, sentado ante una gran mesa, seguía con el dedo las líneas de escritura o
números, en los libros de cuentas que le presentaban. Hasta que se paraba,
alzaba los ojos y los clavaba preguntando. Y se hacía silencio y los nobles
hidalgos echaban mano a los dedos, se removían en sus asientos, miraban de
reojo y hacían temblar los papeles mientras repetían cifras o palabras. El Visitador movía
la cabeza, hacía muecas de disgusto, recorría con los dedos la hoja de arriba abajo,
y luego otra y otra.
Mientras tanto, fuera de la sacristía, la gente del pueblo “oía
como un rosario la plática de la sacristía”.
Se oía la voz imperativa del enviado que contestaba a su secretario:
“Que se venda. Véndase igualmente. Que se empeñe. Que se
venda”.
Salieron todos. El enviado todavía había de dirigirse al
altar, abrir el sagrario, consumir la eucaristía, limpiar el cáliz con un paño
y entregárselo a su secretario: “Que se venda”.
Se había despedido en la sacristía con palabras de
admonición: “Hago a vuestras mercedes cargo de esta pobreza”. Las había de
repetir, encarándose con nobles, hidalgos y clérigos. Y había de añadir con un
tono amenazante: “O el Juez del último día se lo demandará estrechamente”.
Juicio Final (Catedral Vieja de Salamanca)
Salió y fue entonces,
cómo le gustaba recordarlo a madre, cuando el pertiguero nos tocó con su vara y
el Visitador, enfurecido, me hizo un repelús en el pelo. Se volvió al cortejo y
señalando a mi madre dijo: “Hago cargo a vuesas mercedes de esta pobreza”. Y
extrajo de su bolsillo un valioso libro y dijo: “que se venda también”.
Montó ceñudo en su mula, camino de Arévalo. Dicen que, en la
iglesia de Fontiveros ya no brillaban el oro, ni la plata, ni la seda. Que muchos
criticaron aquel “expolio que había hecho el Visitador…que había habido que
cubrir los retablos con los lienzos negros de la Semana Santa”. Que “otros
enfermaron del cargo y conminación que el visitador les había hecho…algunos
murieron también del pesar de su conciencia”. Y, en su entierro, sólo pudo
tocar una campana, no había más. Y la cruz fue de madera, la de los pobres.
Mi madre, Catalina de Yepes, nunca olvidó aquello. Le
correspondieron cinco monedas de plata pequeñas, para pasar el invierno, para
las cuatro bocas que tenía que mantener. Sí, para el niño de pecho también, que
ya casi no tenía leche con que contentarme.
Moneda de plata (Felipe II)
Ahora, en mi lecho de muerte, el enfermero no se lo cree, he
vuelto a la iglesia de Fontiveros, el día de la visita, hambriento, mamando en brazos
de mi madre, asustado por tanta gente y tantas impresiones nuevas y deslumbrado
por los nuevos colores y los brillos. Y siento,como si fuera ahora, el roce de la pértiga y el repelús en mis cabellos.
Y llegó "El otro invierno".
Ahora me siento fatigado, mañana le contaré, hermano enfermero. Con lagunas, labajos y torrenteras, helados.
Mañana nos contará. Un abrazo para los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
Entrada dedicada, con todo mi cariño, a mi sobrino nieto Alejandro Merino Romero, de casi cinco meses de edad.
Ahora me siento fatigado, mañana le contaré, hermano enfermero. Con lagunas, labajos y torrenteras, helados.
Mañana nos contará. Un abrazo para los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
Entrada dedicada, con todo mi cariño, a mi sobrino nieto Alejandro Merino Romero, de casi cinco meses de edad.
"Ya no brilla el oro y la plata": por lo menos fue para una noble causa; pero el hambre, deja secuelas de por vida, los que la han padecido siempre tienen esa sensación de vacío.
ResponderEliminarSan Juan de la Cruz me encanta leerlo.
Un beso MªAngeles.
Es una delicia introducirse en la vida del santo de la mano de Jiménez Lozano... y en el giro que le das tú en esta entrada para hacerlo aún más personal.
ResponderEliminarEsta vez no es secundario...
Besos.
Tengo que empezar a leerlo, pero primero tengo que terminar de leer La boda de Ángela que me está encantando Qué prosa tan magnífica. Supongo que el Mudejarillo también la tendrá y así podré comprender mejor tus palabras.
ResponderEliminarBesos
Aún no he conseguido el libro y mira que lo he estado intentado desde hace un mes o más, no debe ser fácil. Con la lectura de esta entrada y las magníficas ilustraciones tan significativas también a uno le queda sensación como de hambre por poderlo leer.
ResponderEliminarJiménez Lozano me suena de nombre y de las buenas referencias sobre él que siempre se leen por ahí, uno ignora muchas cosas.
Un abrazo
La tentación de comparar a Jiménez Lozano con Delibes puede ser grande. ¿Qué haríamos los castellanos sin ellos?
ResponderEliminarSiempre haces magistralmente, un libro paralelo aj que lees. Eso anima más a leer el propuesto por Pedro.
ResponderEliminarLo buscaré.
Besos
Hola, Mª Ángeles, paso a saludarte, y a felicitarte por tus entradas, como siempre, muy interesantes, muy curradas, que demuestran tu interés por la literatura. Te atreves con todo y a todos los libros les estrujas hasta la última letra, para después ofrecer tu opinión y punto de vista, como un buen zumo que refresca y alimenta.
ResponderEliminarEstoy algo vaga, no hace falta decirlo, también con la lectura.
Abrazos.
Tenemos afortunadamente presente a José JIménez Lozano también en artículos periodísticos actuales.
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