miércoles, 4 de noviembre de 2015

"El casamiento engañoso" y "El coloquio de los perros": "Que el que tiene costumbre y gusto de engañar a otro no se debe quejar cuando es engañado".



Comentario, en forma de diálogo imaginado, para la lectura de dos novelas ejemplares que son una sola: "El casamiento engañoso" y "El coloquio de los perros"  de Miguel de Cervantes. Destinado a la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

¡Hola! Aquí estoy otra vez, al sol del otoño, un tanto caprichoso en mi ciudad, con la lectura de las "Novelas ejemplares". Recordáis, de mis tres entradas anteriores, que soñaba, imaginaba, un diálogo entre Lope de Vega y Alonso Fernández de Avellaneda, en torno al Prólogo y a "El licenciado Vidriera". Viví  mi lectura y la conté con escrito, aquí la tenéis si queréis vivirla conmigo.

Ahora, los sueño leyendo y dialogando en torno a las dos últimas novelas: "El casamiento engañoso" y "El coloquio de los perros". Dos que son una, porque la primera es el marco de la segunda y la segunda, el marco de la colección en total; de manera que conduce al lector de nuevo al Prólogo*. El tema de ambas es el engaño/desengaño, escuchémoslos en una soñada cuarta jornada:

-Buenas tardes, don Alonso. Acomódose a su gusto, que está voacé en su casa. Aquí, cerca del brasero, entrará en calor y será grata la lectura y la conversación. La criada nos servirá una humeante taza de caldo y un vaso de buen vino, comencemos. 


-Será un placer. Qué bien pinta Cervantes al soldado Campuzano, en boca de un narrador sin nombre. Convaleciente de vergonzoso mal y recién salido del  vallisoletano Hospital de la Resurrección; un alférez flaco y amarillo  que anda con pinitos y traspiés, tras veinte días sudando bubas, encerrado en un cuchitril, ahogado entre mantas y respirando vapores de jarabe de palo. Arrastra la espada y apoyase en ella, a modo de báculo, cayado diría yo. 

Encontrose con un amigo, el  licenciado Peralta, que santiguose al verlo, como ante una mala visión; pues le hacía en Flandes, pica en alto que no espada abajo. Contestole que salía del hospital de sudar la carga que le echó a cuestas una mujer. Casose con ella y harto le pesa. Ya sabe su mercé. 


-No, por cierto, no sé yo de tamaña indignidad. Y no me place que un alferez de nuestros gloriosos Tercios dé tan mal ejemplo. De la misma manera me disgusta que un escritor convierta en protagonista a un enfermo de sífilis, nunca se había hecho. 

Aquí, nada de amores y arrepentimientos. De su "casamiento", que fue " cansamiento", tan solo sacó dolores. 

- Decía que no estaba para pláticas, que otro día le daría cuenta de sus sucesos "los más nuevos y peregrinos que vuesa merced habrá oído en todos los días de su vida". El alferez pica la curiosidad del licenciado y Cervantes la de los lectores. Ya estamos dispuestos a oír el relato del casamiento engañoso. El escritor nos ha abierto el apetito.

- No podéis disimular la admiración que sentís, lo cual no es extraño en tan ávido lector del Quijote como sois vos. Mas vamos con el amigo Peralta, advertirá un tema que se repite en toda su obra: los dos amigos. ¿No terminan siéndolo don Quijote y Sancho? 



-Es ansí pero...¿dónde se ha visto a un caballero amigo de su criado? Yo haré un nuevo Quijote y lo reconduciré a la convención social. A esas y a otras convenciones, que un loco tiene su sitio en la Casa del Nuncio. 

 -E incluso los perros, Cipión y Berganza, son dos amigos. Sí, y en todas las Novelas Ejemplares nos encontramos con una pareja de personajes, solo "El celoso extremeño" se enfrenta, en solitario, a un universo femenino y sale mal parado.


A lo que íbamos,  Peralta  movido tanto de la curiosidad como de la cristiana compasión, le invitó a "hacer penitencia" en su casa, con una olla escasa y "muy de enfermo". El convite fue aceptado y, después de comer, no se hizo de rogar el alférez y contole los encarecidos sucesos. 

-Diz que un día estaba comiendo Campuzano en una posada, lugar frecuentado por mujeres de mala reputación, en compañía de un capitán del que bien se acordará el amigo licenciado: "como yo hacía en esta ciudad camarada con el capitán Pedro de Herrera, que ahora está en Flandes". Como está tan lejos no hay ocasión de preguntarle...

-¿Insinúa vuesa merced que Campuzano va a contar una historia fingida?

-Yo no insinúo nada, mas los narradores que usa Cervantes no son muy de fiar. Bien lo sabe quien estudia su obra detenidamente. Siga don Lope, que me place siempre escucharlo.

-Pues entraron "dos mujeres de gentil parecer con dos criadas". Una de ellas, Estefanía, se sentó junto a él, "derribado el manto hasta la barba", permitíendo  que atisbara sus bellezas, sin descubrirlas. Y para avivar el deseo, sacó "una muy blanca mano con muy buenas sortijas".

¡Buenísimas habían de ser! Conozco la estampa, don Alonso. Una tapada con joyas más falsas que Judas y un "bizarrísimo" soldado con cadenón, plumas y colorines. Bien decía que "a los ojos de mi locura",  pues sentíase tan gallardo que "las podía matar en el aire". Rogole que se descubriese; mas ella no se fíaba de su discreción, en su casa había de ser. Su criado iría tras ella y aprendería el camino.



El muy necio quedó abrasado con aquellas "manos de nieve" y "muerto por el rostro que deseaba ver". Y así, otro día, guiado por su criado, diosele libre entrada. Veamos lo que halló.

-Halló una casa bien aderezada y una mujer de hasta treinta años. No enamoraba su rostro sino su "tono de habla tan suave". Pasó con ella "luengos y amorosos coloquios". Blasonó, hendió, rajó, ofreció, prometió y demostró; todo por la puerta de la Gramática. Campuzano iba a ser una víctima del lenguaje, tan absorto estaba en su uso pertinente y engañador; que no cayó en la cuenta de que Estefanía tejería las redes con el mismo material: palabras. Cuatro días y la plática se pasó sin fruto. Finalmente, la instó a dar una respuesta, como soldado que ha de mudarse. No imaginaba el alférez el alcance de la artillería lingüística y embustera de doña Estefanía de Caicedo.



-Apariencia y engaño, todas las novelas cervantinas se construyen con estos dos pilares. Mas sólo quien tiene "el juicio en los carcañares", como reconoce tener Campuzano, puede ser engañado y hacerse el deleite con ofrecimientos como los de Estefanía. 

¡Cielo santo! ¡Sinceridad, arrepentimiento, humildad, entrega, obediencia! No podían ser sino venenosos y falaces ingredientes. Que no se presentaba como santa, no era tan simple. Pecadora había sido y aún lo era, pero de manera discreta. No recibió herencia alguna de padres o parientes; pero el menaje de su casa bien valdría dos mil y quinientos escudos, puesto en almoneda. Con dicha hacienda, buscaba marido a quien entregarse y tener obediencia.

Junto a la enmienda de su vida, recibiría "una increíble solicitud de regalarle y servirle". Sabía dar el punto a los guisados, sería mayordomo de casa, moza en la cocina y señora en la sala. Y, por necesidad, ahí iban sus alabanzas. Que no desperdiciaba nada y un real valía más en sus manos. Que su ropa blanca, "mucha y muy buena", fue hilada con sus pulgares y los de sus criadas. Que buscaba marido que la amparara, la mandara y la honrara; mas no galán que la sirviera y la vituperara. Si el soldado gustare de aceptar, aquí estaba ella, sujeta a todo lo que mandare, sin andar en lengua de casamenteros. 

Es la mejor pintura de embustera que vi en todos los días de mi vida, aunque en mis comedias también las hay. Que, sin faltar a la modestia, he escrito tantísimo que no me falta, creo, ningún personaje.

-Con "los grillos echados al entendimiento", el soldado dijo que "era el venturoso y bien afortunado en haberme dado el cielo, casi por milagro, tal compañera, para hacerla señora de mi voluntad y de mi hacienda que no era tan poca que no valiese...".

Y aquí viene la cuenta que más parece la de doña Truhana de "El Conde Lucanor". La cadena que traía al cuello, otras joyuelas en casa y algunas galas de soldado. Más de dos mil ducados, que junto con los dos mil y quinientos suyos,  serían suficientes "para retirarse a vivir a una aldea... adonde tenía algunas raíces; hacienda tal que...nos podía dar una vida alegre y descansada".



Se  concertó el desposorio y al cuarto día se desposaron, sirviendo de testigos dos amigos del soldado y un mancebo "que ella dijo ser primo suyo". Ordenó Campuzano mudar el baúl de la posada a casa de su mujer. Delante de ella, guardó en él sus cadenas, cintillos, galas y plumas. Le entregó "cuatrocientos reales que tenía" para el gasto de casa. Seis días gozó de una vida lujosa y regalada, entre alfombras, holandas, plata y ropa perfumada. Bailábale doña Estefanía cuando no estaba en la cocina ordenando apetitosos guisados. 

Hasta que, una mañana, estaba con doña Estefanía en la cama cuando llamaron a la puerta. 


Museo Casa de Cervantes

-La moza se asomó a la ventana y anunció la llegada de los verdaderos dueños de la casa: doña Clementa Bueso, una amiga que se la había dejado en guarda mientras viajaba, y su marido don Lope Meléndez. Estefanía se puso fuera de sí: "¡Corre, moza, bien haya yo, y ábrelos!''...y vos, señor, por mi amor que no os alborotéis ni respondáis por mí a ninguna cosa que contra mí oyéredes''. El alférez no entendía nada, quién había de hacer tal cosa, qué gente era esa. Estefanía no respondía, sólo le advertía  que todo lo que pasare era fingido.

Doña Clementa y don Lope entraron en su casa, bizarra y ricamente vestidos, junto a la dueña Hortigosa que proclamaba que Estefanía se había ido bien del pie a la mano, fiada en la amistad de su señora. Doña Clementa se lamentaba de tomar amigas que no lo sabían ser. 


Estefanía tenía palabras, incluso para situación tan embarazosa: "entienda que no sin misterio vee lo que vee en esta su casa: que, cuando lo sepa, yo sé que quedaré desculpada y vuesa merced sin ninguna queja''. 

Y para su nuevo marido el alférez, al que tomó por la mano y llevole a otro aposento y explicole que su amiga  quería hacer una burla a aquel don Lope, con quien pretendía casarse. Le daría a entender que todo aquello  era suyo, de lo cual pensaba hacerle carta de dote. Una vez casada, se le daba poco que se descubriese el engaño. Él le advirtió que mirase bien en ello, que podría llegar a necesitar de la justicia para recuperar lo suyo. Pero ella le respondió con ciertas obligaciones que la obligaban, que el embuste sólo duraría ocho días, los que estarían en casa de otra amiga. 


-A partir de ahí todo era mohína, pasaron seis días en un aposento estrecho, cuyas camas se besaban. No pasó hora en que no tuvieran pendencia, hasta un día en que Estefania salió a ver "en que´terminaba su negocio". La huéspeda de la casa quiso saber de él la causa de tanta riña. Contóle todo el cuento, la mujer se santiguaba con mucha priesa y muchos Jesús, Jesús y, al fin le dijo que doña Clementa era la dueña de la casa y de la hacienda de la dote y "la mentira es todo cuanto os ha dicho doña Estefanía: que ni ella tiene casa, ni hacienda, ni otro vestido del que trae puesto".


El alférez Campuzano dio principio a desesperarse, mas la desesperación es el mayor pecado, cosa de demonios y el ángel de la guarda no se descuidó "tantico" en comunicárselo. Esa buena inspiración le conhortó algo, pero no tanto que dejase de tomar capa y espada, en busca de doña Estefanía, para hacer en ella un ejemplar castigo. La suerte ordenó que no la hallase, fuese a San Llorente, encomendose a Nuestra Señora y se quedó dormido sobre un escaño, sueño pesado del que hubieron de despertarle. A mí tanta piedad me sonaba a falsa. ¿Hay algo sincero en el alférez Campuzano?



-Cuando volvió a casa de la huéspeda, esta ya había contado a doña Estefanía como el soldado conocía toda la maraña y el embuste, más la mala determinación de buscarla. La embustera había huido y se había llevado cuanto había en el baúl.

Pero, en esta historia vamos de sorpresa en sorpresa, y va de pillo a pillo. Cuando Peralta le dijo que bien grande fue haberse llevado doña Estefanía tanta cadena y tanto cintillo, respondió el alférez que ninguna pena le dio esa falta pues podrá decir: 'Pensóse don Simueque que me engañaba con su hija la tuerta, y por el Dío, contrecho soy de un lado''.  

Como en mi comedia "La malcasada", donde mi personaje don Juan dice:




-¿Y si Cervantes se inspiró en vos? No he dicho nada, mi señor don Lope.

Seguimos. El licenciado no entendía por qué decía eso y Campuzano respondió "que  toda aquella balumba y aparato de cadenas, cintillos y brincos podía valer hasta diez o doce escudos". Que no eran de oro, se contentaban con ser de alquimia, tan bien hechas que sólo el toque o el fuego descubría su malicia.

Y Peralta concluyó con un refrán: "Desa manera...entre vuesa merced y la señora doña Estefania, pata es la traviesa". Le animaba a que diera gracias a Dios, pues se había ido y no había obligación de buscarla. Mas al alférez siempre la hallaba en su imaginación y en todas partes tenía la afrenta presente. Peralta le contestó con unos versos de Petrarca que dicen en castellano:  "Que el que tiene costumbre y gusto de engañar a otro no se debe quejar cuando es engañado".

-El alférez fue a engañar y fue engañado. No se queja sino de sí mismo. Pero había algo más. Porque Estefanía se fue con "el primo", en realidad "su amigo a todo ruedo". No quiso buscarla, mudó posada y mudó el pelo porque "porque comenzaron a pelárseme las cejas y las pestañas, y poco a poco me dejaron los cabellos". Es el mal que llaman lupicia o pelarela. La enfermedad fue caminando al paso de su necesidad, la sífilis avanzaba al paso de la pobreza. Así que, "llegado el tiempo en que se dan los sudores en el Hospital de la Resurrección, me entré en él, donde he tomado cuarenta sudores. Dicen que quedaré sano si me guardo: espada tengo, lo demás Dios lo remedie". 

Comprobamos, don Alonso como no hay amargura en nuestro amigo Cervantes. Las calamidades de su vida no han hecho mella en él. 



-Peralta admirábase de las cosas que le había contado, mas el alférez todavía había de contarle otros sucesos que iban fuera de todos los términos de naturaleza. Aunque le daba a entender que, de momento, no iba a contar más y dejaría al amigo licenciado en ascuas:

"...no quiera vuesa merced saber más, sino que son de suerte que doy por bien empleadas todas mis desgracias, por haber sido parte de haberme puesto en el hospital"

Y el lector tanto como el amigo licenciado. Don Miguel juguetea un poco con nosotros. 

"...donde vi lo que ahora diré, que es lo que ahora ni nunca vuesa merced podrá creer, ni habrá persona en el mundo que lo crea"

Preámbulos y encarecimientos encendían el deseo de Peralta que, a su vez, gastaba de no menores encarecimientos para pedirle que soltase ya esas maravillas.

"Ya vuesa merced habrá visto...dos perros que con dos lanternas andan de noche con los hermanos de la Capacha, alumbrándoles cuando piden limosna".

Peralta los había visto. Y también como recogían las limosnas que tiraban desde las ventanas y acudían  a alumbrar y se paraban donde sabían que acostumbraban de dar limosna. 


Esto que encontré en la burgalesa calle de Laín Calvo...


-Peralta replicó que eso no le podía ni debía causar maravilla. Pero sí era razón que la causase lo que dijo Campuzano a continuación: 

"...yo oí y casi vi con mis ojos a estos dos perros, que el uno se llama Cipión y el otro Berganza... oí hablar allí junto, y estuve con atento oído escuchando...y a poco rato vine a conocer, por lo que hablaban, los que hablaban, y eran los dos perros, Cipión y Berganza".

Apenas oyó esto, el licenciado se levantó. Hasta aquí estaba en dudas, pero eso de que hablaran los perros le hacía no creer cosa alguna de lo anterior. Le aconsejó que no contara estos disparates, "si ya no fuere a quien sea tan su amigo" como él.

-Campuzano replicole, no le tenga por ignorante, que sabe muy bien que no hablan los animales y que si hay pájaros que lo hacen es por tener la lengua cómoda para pronunciar palabras que toman de memoria, mas no hablan ni responden con discurso concertado. Pero estos perros hablaron y trataron cosas más para ser dichas por sabios, que no por boca de perros, que él no las pudo inventar.

El licenciado replicole, a su vez, si había vuelto el tiempo de Maricastaña, cuando hablaban calabazas. O de Isopo cuando departían unos animales con otros.

-No, don Alonso, animal sería Campuzano si creyese en la vuelta de ese tiempo; pero animal sería también "si dejase de creer lo que oí y lo que vi, y lo que me atreveré a jurar con juramento ". Pero, puesto caso que se haya engañado,  "¿no se holgará vuesa merced, señor Peralta, de ver escritas en un coloquio las cosas que estos perros, o sean quien fueren, hablaron?"

El licenciado accedió a oír ese coloquio que juzga por bueno por ser escrito y notado del buen ingenio del señor alférez".

Todavía hay más, que el alférez estaba muy atento, con el juicio delicado y desocupada la memoria, gracias a las muchas almendras y pasas que había comido. Como fuere así, lo escribió de memoria otro día, casi con las mismas palabras, sin añadir ni quitar nada. No fue una noche la plática, que fueron dos consecutivas, aunque sólo tenía escrita una, que era la vida de Berganza, que la de Cipión la pensaba escribir otro día. ¡Qué memoria la del alférez!

Sacó del pecho un cartapacio y se lo dio al licenciado, el cual lo tomó riendo y como haciendo burla de lo oído y de lo que pensaba leer.

El alférez se recostó en una silla, abrió el licenciado el cartapacio, y en el principio vio que estaba puesto este título: Novela del coloquio de los perros. 

Admiro el artificio empleado por Cervantes para hacer hablar a los perros y a sí mismo, que es en realidad quien habla y critica a una sociedad corrupta, que no Berganza el can. Pero pasa inadvertido para el amantísimo y desocupado lector.

-¿El artificio?

-Es un delirio de las fiebres
de Campuzano. No es real, es fruto de un estado febril. Todo es un juego de apariencias:

"...yo oí y casi vi con mis ojos a estos dos perros..."

Se está echando encima la noche, voacé no debe arriesgarse por esas callejas oscuras. Otro día comentaremos ese coloquio canino.

-Quédese con Dios, don Lope. con Dios y ese libro que tanto le place. No puede disimularlo.

-Con Dios, don Alonso Fernández de Avellaneda.



No deis mucho crédito a lo que encontráis escrito ahí arriba, en buena parte es fruto de los sudores de un catarro que pillé tras aquel sol otoñal. Los anticatarrales tienen efectos extraños.


Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino

*Introducción a la novela "El casamiento engañoso y el coloquio de los perros", página 31 de "Novelas ejemplares II", Miguel de Cervantes, edición de Harry Sieber, Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid 1986.


9 comentarios:

  1. Muy cierto eso de que la amistad es un tema de referencia en la obra cervantina... y en que puede haber puyas a Lope.
    Qué pena perder a estos dos interlocutores que tantos sentimientos en contraste tienen con Cervantes. En esta ocasión, además, a tus dos creaciones no se les puede llamar, precisamente, secundarios...
    (Por cierto, dudo que el segundo grabado de la Puerta del Campo sea la citada por Cervantes, más parece el antiguo acceso por el Puente Mayor de Valladolid.)
    A por la siguiente...

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  2. El engañar al que engaña no debe de ser engaño, como el robar al que robó, tiene cien años de perdón
    Supongo que el hacer este encuentro entre los dos literatos para seguir "criticando" a Cervantes ha debido de ser un gran esfuerzo
    Las codiciones no eran las más adecuadas, pero aquí està tu gran trabajo de creación.

    Un abrazo

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  3. He suprimido el segundo grabado para que no hubiera confusión. Gracias Pedro.

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  4. Perros que hablan y razonan convertidos por la magia narrativa de Cervantes en personajes verosímiles capaces de transmitir sus angustias frustraciones y pesares.
    Besos

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  5. A cambio, te copio el enlace a la única imagen que conozco del edificio antiguo de la Iglesia de San Lorenzo en donde acuden a oír misa: https://es.wikipedia.org/wiki/Iglesia_de_San_Lorenzo_(Valladolid)#/media/File:Fundaci%C3%B3n_Joaqu%C3%ADn_D%C3%ADaz_-_Iglesia_de_San_Lorenzo_-_Valladolid.jpg

    Este edificio se tiró para construir una aberración moderna.

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  6. No parece que el catarro otoñal te afectara, ni que te produjera mucho cansamiento en vista del trabajazo que echaste para la entrada. Sombrerazo.
    Se necesitan dos para un diálogo, tres son multitud y uno solo no pasa de monólogo. Resuelves el conflicto de maravilla con esa narradora intermedia.
    Un abrazo.

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  7. Que maravilla has creado con esos mimbres que te restaban de la anterior entrada, te ha quedado un resumen estupendo y sobre el diálogo de estos dos caballeros me parece muy acertado este recurso es que eres una artista, que hay que querer mucho a estos personajes para saber extraer loo mejor de cada uno.

    -En cuanto a este mal casado : menuda pareja de trafulleros y si que lo que tiene tela son estos canes parlantes...

    Un beso feliz finde MªAngeles.

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  8. A lo largo de la historia, quien ha engañado ha acabado encontrándose con la horma de su zapato. Hay una especie de justicia más allá de nuestro alcance, menos mal.
    Quien sabe dominar el arte de la palabra y lo envuelve, como la zalamera de la obra que nos has relatado, en un tono tan suave, engaña como nadie. Pero en el fondo es la propia víctima quien pedía que lo engañasen, deseando como estaba de que le regalaran el oído.
    Esa expresión de "los grillos echados al entendimiento" me ha encantado.
    Tus entradas son trabajos artesanales hechos de palabras y expresiones que nos remontan a otras épocas, aunque las mañas de los protagonistas, no son tan diferentes de algunos personajes actuales.
    Un abrazo amiga de caminos.

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  9. Buenos días, Abejita de la Vega:

    Muy bien imaginada esa conversación entre dos colegas celosos.
    Cervantes, no utiliza la falsa modestia, y podemos descubrir la sinceridad confesándonos su pasión por escribir hasta en su primera novela, La Galatea, -en la que elogia a Lope de Vega-, libro que salvará de la quema en ’El Quijote’.
    Vemos que en sus escritos se refiere a la envidia. Es curioso, como se repite en personas que triunfan, y que tienen ese sentimiento -mezquino y tan humano- hacia otras que saben valiosas pero que no consiguen el éxito.
    El casamiento engañoso: la mentira, siempre al descubierto con el tiempo.
    El coloquio de los perros, magnífica disculpa para poder expresar en voz alta lo que el autor opina de cuanto le rodea.
    ¡Qué suerte podernos considerar curiosos lectores de sus obras!

    Un abrazo

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