Lo siento, Milo, ahora no voy a contarte lo que le ofrecen al británico Anthony, dentro de la señorial casa de la Castellana. Ya, ya te contaré cómo reñían aquellos "gatos", tigres más bien, en el 36. Bueno, a ti te da igual, te basta con oír mi voz y que te deje sentarte a mis pies, al lado de la puerta de la cocina, en el pueblo , frente al trigal segado. Es septiembre, pero el tiempo lo permite. Aprovechemos, Milo.
Milo a mis pies .
Pero no, así no, esto he de leerlo en libro de papel. Así que paso por la Biblioteca del Teatro Principal, donde me prestan "Desde mi celda", en una edición de Cátedra. Acompaño al poeta en su viaje hacia un monasterio cisterciense, medio en ruinas, al pie del Moncayo.
Pero las lecturas , en ocasiones, se me cruzan y tras escribir el primer comentario a "Riña de gatos", salto felinamente a la primera de las "Cartas desde mi celda". Porque Bécquer cubre una etapa del viaje hacia Veruela en un tren, en compañía de un estirado caballero británico, tan opuesto a Whitelands que, por contraste, me da pie a esta entrada. Así lo he pensado y así lo escribo. Que el espíritu de Gustavo Adolfo sea benévolo con tamaña herejía.
Libros cruzados.
¡Todos al tren! Milo, menudo susto te llevarías si vieras este tren de carbón que pone en marcha Bécquer:"La locomotora arrojaba ardientes y ruidosos resoplidos, como un caballo de raza, impaciente hasta ver que cae al suelo la cuerda que lo detiene en el hipódromo. De cuando en cuando, una pequeña oscilación hacía crujir las coyunturas de acero del monstruo; por último, sonó la campana, el coche hizo un brusco movimiento de adelante a atrás y de atrás a adelante, y aquella especie de culebra negra y monstruosa partió arrastrándose por el suelo a lo largo de los rails y arrojando silbidos estridentes que resonaban de una manera particular en el silencio de la noche. La primera sensación que se experimenta al arrancar un tren es siempre insoportable. Aquel confuso rechinar de ejes, aquel crujir de vidrios estremecidos, aquel fragor de ferretería ambulante, igual, aunque en grado máximo, al que produce un simón desvencijado al rodar por una calle mal empedrada, crispa los nervios, marea y aturde. "
¿Veis al monstruo de hierro? ¿Lo oís, verdad? El tren está vivo y nosotros vamos dentro. Veamos quién viaja en el compartimento de Bécquer.
Delante de él, va una aristocrática jovencita , "sentada de modo que los pliegues de su amplia y elegante falda de seda me cubrían casi los pies", Va acompañada de un aya francesa "atildada y fruncida". Cuando todos duermen, esa falda que roza y cruje, habla a la imaginación del poeta y le hace soñar imposibles. Un sueño, un imposible...
¿Y el inglés? El inglés de Bécquer es típico y tópico. Alto, rubio, grave, afeitado y limpio. Un "seco y estirado gentleman", rico, muy acostumbrado a viajar y perfectamente equipado :
"Nada más acabado y completo que su traje de touriste; nada más curioso que sus mil cachivaches de viaje, todos blancos y relucientes; aquí la manta escocesa, sujeta con sus hebillas de acero; allá el paraguas y el bastón con su funda de vaqueta, terciada al hombro la cómoda y elegante bolsa de piel de Rusia."
"Nada más acabado y completo que su traje de touriste; nada más curioso que sus mil cachivaches de viaje, todos blancos y relucientes; aquí la manta escocesa, sujeta con sus hebillas de acero; allá el paraguas y el bastón con su funda de vaqueta, terciada al hombro la cómoda y elegante bolsa de piel de Rusia."
Anthony Whitelands no es ni rico ni gentleman, su trabajo de experto en pintura española le apasiona, aunque le proporcione poco dinero; mas dispone de algunas rentas, diríamos que es de clase media. Su atuendo dista mucho de ser impecable y hay huellas de cansancio en su rostro. Leemos:
"De resultas del viaje la ropa está arrugada y, aunque la ha cepillado concienzudamente, no ha podido borrar las trazas de hollín. Este atuendo, unido a su rostro macilento y a su aire fatigado, le confiere un aspecto muy poco acorde con la gente a la que se dispone a visitar y muy poco adecuado para la impresión que debe causarles"
"De resultas del viaje la ropa está arrugada y, aunque la ha cepillado concienzudamente, no ha podido borrar las trazas de hollín. Este atuendo, unido a su rostro macilento y a su aire fatigado, le confiere un aspecto muy poco acorde con la gente a la que se dispone a visitar y muy poco adecuado para la impresión que debe causarles"
El gentleman becqueriano no muestra el menor interés ni por el paisaje ni por el paisanaje español, su actitud es desdeñosa. El escritor sevillano se venga colocándole una grotesca nariz roja como una remolacha. ¡Y unos ojos de gato como los tuyos, Milo!
"... el inglés, desde todo lo alto de su deslumbradora corbata blanca, paseaba una mirada olímpica sobre nosotros, y luego que su pupila verde, dilatada y redonda, se hubo empapado bien en los objetos, entornó nuevamente los párpados, de modo que, heridas por la luz que caía de lo alto, sus pestañas largas y rubias se me antojaban a veces dos hilos de oro que sujetaban por el cabo una remolacha, pues no a otra cosa podría compararse su nariz."
Anthony Whitelands escribe, en el mismo tren, una carta a su "adorada Catherine". Le cuenta cómo vive su viaje. Se queda dormido "al borde de las lágrimas", bajo un cielo nublado y un sol mortecino. Despierta y su reacción apasionada, ante el sol, el cielo y el desnudo campo castellano, nos sorprende.
Y tras comparar los paisajes , compara la actitud de los hombres:
Y todo eso para desembocar en una ruptura sentimental:
¿Alguien entiende las cosas raras que dice este hombre? ¿"La pequeñez de nuestra mediocre climatología moral"? ¿El sol de España es el chivato? ¿Ha tenido que venir hasta España para romper con una relación que le une a su Catherine, residente en Inglaterra?
No sabe este enamorado de España y de Velázquez los peligros que le amenazan por sorprender a los "gatos", los partidarios de la revolución y los que quieren evitarla.
En la mansión del duque de la Igualada, su cliente, contempla una buena copia del cuadro "La muerte de Acteón", de Tiziano : el cazador sorprende desnuda a Diana y es cruelmente castigado por la diosa, que lo transforma en ciervo, siendo despedazado por sus propios perros. Le mueven a reflexión algunos detalles pictóricos de la obra, como la cabeza de ciervo demasiado pequeña. Pero no imagina que él mismo puede ser Acteón. Aunque dijo Ovidio que no es un crimen equivocarse de camino... se pueden sufrir las consecuencias. ¿Quién no ha sido Acteón alguna vez?
A su decimonónico y literario compatriota , el que viaja con Gustavo Adolfo hasta Tudela, seguro, seguro, que no le hubiera pasado algo así. Impasible ,"se durmió grave y dignamente, sin mover pie ni mano, como si, a pesar del letargo que le embargaba, tuviese la conciencia de su posición."
¡Cómo nos complicamos la vida los de dos patas! ¿Verdad, Milo?
Perdonadme, amigos, el que esta vez me haya ido por los cerros de Úbeda.
Un abrazo para todos los que tenéis la paciencia de pasar por aquí :
María Ángeles Merino
Pedro Ojeda dice en "La acequia":
Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, juega de forma inteligente y divertida proponiendo en un comentario uno doble sobre Mendoza y Bécquer.
Bécquer: Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, nos propone la lectura del inicio de Cartas desde mi celda, de Bécquer, jugando a interferirla con Riña de gatos. No os lo perdáis.
Sigo con mucho interés tus aportaciones porque así me entero de qué va la historia, querida Abejita. Ahora, la versión del inglés de Bécquer, aunque bien contrapuesta con este otro inglés, la he encontrado muy empalagosa. Pero también la versión Mendocina con eso de que "el sol de España" le ha hecho ver la luz, muy cursi. En fin, seguiré la novela a través de tus posts. Besotes, M.
ResponderEliminarUna fusión verdaderamente atrevida, arriesgada y lograda
ResponderEliminarA ti no hay personaje ni novela que se te resista jajajajaja. Eres una genia.
ResponderEliminarBesos
Curiosa comparación de ingleses y trenes viajando en diferentes tiempos y estilos. Me gustó.
ResponderEliminar¿Nariz de remolacha? Pobre hombre.
Qué cerros de Úbeda más oportunos y entretenidos. Cuánto ilumina una obra otra con el tratamiento del tren -hay que recordar que en la época de Bécquer representaba la absoluta modernidad- y la figura del inglés que permite tomar distancia del tema.
ResponderEliminarCerros de Úbeda dices???? Hay que saber hilar muy fino para engarzar una obra con la otra y complementarlas como sólo tú has hecho! Dice Asun y dice bien, que no hay lectura que se te resista!!!
ResponderEliminarEste inglés nuestro es sin duda muy distinto al becqueriano, es un tanto más apático, despistadillo e "ingenuo".
Creo que me queda muchooooooooo por leer, ja,ja,ja.Y sobre todo, por analizar.
Besos Abejita!!
TE gusta hacer experimentos literarios y además te atreves a hacerlos. ¡No creas que es fácil y que se consigue así, con esa facilidad que lo has hecho tú.
ResponderEliminarSe nota que Bécquer no se ha ido aún de ti y que Eduardo Mendoza no acaba de entrar. Suele pasar con los buenos autores que nos resistimos a dejarlos.
Un abrazo
Luz
Muy interesantes tus dos comparaciones; ya puestos a imaginar, tal vez, el inglés de Bécquer fuera un apasionado de España que supo transmitir ese cariño a un nieto que años despúes viajó también a ese mismo país, y ese inglés era: A. whitelands.
ResponderEliminarQuién sabe? puestos a imaginar...
un saludo Abejita.
Leí el comentario mezclado de Bécquer y Eduardo Mendoza, pero no comenté porque he andado liado, no sé con qué, en fin, que no he tenido tiempo.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con lo que te dicen los comentaristas: lo que haces es más que difícil y a mayores están las ilustraciones, con el tiempo que lleva encontrarlas sobre todo tan apropiadas. A mí me sobra con uno, como para comparar dos o más. Y qué bien escribe Bécquer.
Un abrazo.
Mi querida arañita. besos para ti y tus gatos je je je.
ResponderEliminarUn abrazote.
Merche: el inglés de Bécquer es tan relamido...El de Mendoza es tan exagerao...
ResponderEliminarPaco: la imaginación me lleva a dar unos saltos un tanto arriesgados, efectivamente.
Asun: sí, alguna sí se me resiste. Esta se rindió al segundo intento.
Euphorbia: hice un batido literario, lo de la remolacha remata la descripción.
Pedro: el tren de Bécquer me cautivó y partí con él a un viaje literario. El tren era un invento del demonio, qué velocidad...
Mimosa: ya dije que algunas sí se me resisten, la hiladura es difícil a veces.
Ele: eso es, se me quedó dentro Bécquer y me daba pena despacharlo.
Delgado: eso podía ser un nieto, etc. El inglés estirao tal vez disimulaba y lo transmitió a su descendencia.
Pancho: sobre todo eso, Bécquer ecsribe como Dios, ese arranque del tren me fascinó. Sin despreciar a don Eduardo, por supuesto.
Besos a todos y gracias por vuestra visita.
ya sabes que soy una apasionada devota de RENFE.
ResponderEliminarDisfruté mucho esta comparación de los entrenados ingleses de Bécquer y Mendoza.
Besos
Gracias, Myriam, por pasarte por aquí después de tu viaje. Para una ferroviaria de honor:
ResponderEliminarBesos
Gracias, Enma.
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