--Es una tarde soleada de abril, en la terraza de una cafetería, bajo los plátanos del Espolón. Me acompañan mi amiga Austri y un libro recién comprado: Los refugios de la memoria de José Luis Cancho.
La memoria busca refugios y los recuerdos aguardan agazapados. De pronto, se dispara un misterioso mecanismo, salen de su escondite y nos devuelven flashes de vida olvidada.
Mientras leo las primeras páginas, Austri miga pacientemente las dos galletitas del café, para los gorriones. Al cabo de un rato, los pajarillos vuelan, me mira y me interrumpe:
-Me parece que los recuerdos del escritor han dado un empujoncito a los tuyos. ¿A que no me equivoco? Venga, cuenta:
--Bueno, te cuento.
Es enero de 1974, soy una alumna de falda gris, en un instituto de enseñanza media femenino y de Burgos. Pasaron las vacaciones de Navidad, adelantadas el día del atentado de Carrero Blanco. Suena el timbre del recreo pero un grupo de chicas de la clase no parece decidido a salir del aula. Curiosa, arrimo mi silla y una de ellas comenta en voz muy baja: ha sido en la comisaria de Valladolid, la policía tiró a un estudiante por la ventana, le preguntaron y le pegaron mucho, no sé si ha muerto. Y saca de la cartera un papel arrugado, que dice : "La juventud contra la dictadura". No recuerdo qué más decía el papel. La palabra dictadura se me queda grabada, todavía no sabía qué significaba, créeme. ¿Dictadura? ¿No era eso algo que ocurrió en 1923?
-Te creo, cómo no, yo recuerdo haberla visto escrita con letra apresurada y casi ilegible en la puerta interior de un servicio del insti. ¡Tan ignorante como tú! En aquel curso 73-74, aprendimos algunas cosillas que no figuraban en los programas oficiales del COU. Y lo rematamos en mayo, con un viaje de tres días al sur de Francia. Recuerdo que había elecciones en el país vecino y, como si fuera Barrio Sésamo, lo asimilamos así: esto es una dictadura y esto es una democracia. Vamos con la memoria que sale del refugio:
Los refugios de la memoria y fotografía del 11 mayo 1974 (San Juan de Luz)
Porque llevamos "nuestros rostros anteriores, como un árbol lleva los anillos de la edad". Nos recibe una cita de un Nobel sueco.
--El capítulo I nos desconcierta. Arranca el narrador en primera persona que nos va a acompañar hasta el final. La primera frase contiene dos verbos demoledores: "A medida que envejezco mi lengua se empobrece." No encuentra las palabras, ha empezado a perder la memoria, ha dejado de hacer las cosas interesantes de la vida, la ha reducido a lo esencial, su única pasión es la indiferencia. ¿Por qué nos habla como un anciano?
-Porque su propósito es escribir "desde la perspectiva de un muerto", porque "al menos en una ocasión estuve muerto".
"En la mañana del 18 de enero de 1974, desde una de las ventanas del tercer piso de la comisaría de Valladolid...caí al vacío". Todos dijeron, como aquella niña de tu clase, que la policía lo había tirado; pero Cancho escribe "caí" porque no recuerda que alguien lo agarrara y lo arrojase por la ventana.
--Lo que sí recuerda es que pasó "de estar toda una tarde con su correspondiente noche siendo golpeado por cuatro miembros de la denominada brigada político social, a estar ingresado en la unidad de cuidados intensivos del hospital de Valladolid". Se pregunta si se tiró él "en un intento desesperado de escapar de aquella situación" o lo tiraron ellos "porque pensaron que se les había ido la mano y me habían matado".
-Sabe que se desmayó varias veces a causa de los golpes. Los mismos que lo maltrataban se encargaban de recuperarlo y en cuanto se recuperaba "arreciaban de nuevo los golpes". La secreta, los "policias secretas", eran siniestros, sólo el nombre, lo recuerdo. Solían llevar gabardina...
--En medio de aquel terrible nublado de golpes, cree recordar que "alguien abrió una ventana, que la primera luz del día inundó la habitación y que una brisa acarició mi rostro".
De pronto, entran la luz y la brisa. Son una caricia, un alivio, podrían ser algo más, aunque no parezca lo más lógico.
"¿Y fueron la luz y la brisa de la mañana las que, como signos de libertad y de vida, me atrajeron y me impulsaron de forma inconsciente...a acercarme a la ventana, encaramarme sobre el alféizar y arrojarme al vacío?"
-Ni la lógica, ni la poesía, ni la libertad tenían nada que hacer en la sórdida comisaria.
Pasó una semana inconsciente, seis meses sin moverse de la cama, un año caminando con muletas y dos años en prisión. Sabe lo que implica estar muerto y lo que esa experiencia ha significado en su escritura y en su vida.
--Al final del segundo capítulo, insiste en su proyecto de "escribir como si estuviese muerto".
Lo tiraron porque pensaban que lo habían matado, no sólo no lo habían matado sino que tampoco lo mataron cuando lo tiraron. Era lo que declaró años después a la prensa.
En su momento, interpuso una querella contra cuatro de la brigada político social "por torturas y homicidio frustrado". En el libro figuran sus nombres. Los vio en la rueda de reconocimiento, jamás volvió a verlos, ahora no los reconocería, estarán jubilados o muertos, no tiene ninguna curiosidad. Ellos sostenían que fue trasladado la misma mañana de los hechos y que, aprovechando que una ventana estaba abierta, saltó por la ventana con la intención de alcanzar un tejadillo, pero calculó mal el salto y cayó al vacío.
-Era la palabra de "unos esforzados funcionarios del Estado" contra la de un "peligroso y recalcitrante comunista". La querella prosperó porque el policía nacional de guardia en los calabozos, el "gris", declaró que lo había trasladado por la tarde hasta las dependencias superiores de la comisaría, para ser interrogado por los miembros de la brigada política y social y que no había vuelto a salir de allí. Su declaración coincidía con la del estudiante comunista y eso provocó que los policías fueran procesados por malos tratos.
--"El juicio no llegó a celebrarse, quedó anulado a raíz de la amnistía de 1977".
Nunca supo el nombre de aquel gris que declaró a su favor, en contra de los intocables inspectores de la brigada político social. Era algo inimaginable que un policía contradijera a otro policía. Se pregunta quién era aquel "humilde policía uniformado", el que cumplía labores rutinarias, el que tuvo la osadía de enfrentarse a un grupo de poderosos inspectores.
-Se pregunta si pudo sobrevivir, si sería relegado a las funciones más degradantes, si le retiraron la palabra por traidor, si acabaron expulsándolo del cuerpo.
Aunque la vida no sea noble, ni buena, ni sagrada, como reza la cita de García Lorca, conocemos la nobleza individual donde menos lo pensamos. Nunca olvidará al "gris" aquel.
--La primera vez que lo detuvieron, "era un joven estudiante de secundaria con diecisiete años recién cumplidos". Fue por unos panfletos que aparecieron en el instituto, firmados por un desconocido "sindicato democrático de estudiantes". El director no lo dudó, era José Luis y la razón que alegó: "había estado en el extranjero". Viajar fuera del país "lo volvía a uno sospechoso de subversivo".
-Vamos a nuestros recuerdos personales. El director de nuestro instituto también habría tenido a quién señalar. Lo recordamos, el profesor Luis Martín Santos y él, se llevaban como el perro y el gato. Don Pedro, el director, era muy de derechas y no tragaba a los "rojazos" como don Luis que, por cierto, sabía nadar y guardar la ropa. ¡Y abrir un poco la mente de las pardillas discípulas! En cuanto a éstas, había gente "metida en política" como se decía entonces. ¡Si el señor director levantara la cabeza y viera que la plaza del doctor Albiñana se llama ahora"Plaza de Luis Martín Santos..."! ¡Y el Jardín Botánico del instituto!
--No sé en tu casa, pero en la mía la consigna era "no te metas en jaleos". Recuerdo cuando detuvieron en Bilbao a una estudiante, hija de un sastre burgalés. En el piso que compartía con otras estudiantes, encontraron unas octavillas. Había quien clamaba: "ves, eso le pasa al sastre por tener a su hija estudiando en Bilbao como una señorita, si la hubiera tenido en casa cosiendo no habría pasado nada".
-Como leemos en la cita de Ósip Mandelstam, al comienzo del capítulo IV:
"Animal mío, época mía, ¿quién podrá mirarte a los ojos?..."
--Dedico esta entrada a aquellos que, como José Luis Cancho, se "metieron en jaleos". Aunque luego salieran decepcionados, como el escritor, e iniciaran una vida nómada y de soledad en busca de ellos mismos. ¡Gracias!
-Seguiremos con Los refugios de la memoria.
--Un abrazo para los que pasáis por aquí de:
María Ángeles Merino
Y su compañera de lecturas, Austri.
¡Cuánta gente se "cayó" por la ventana en aquellos años!
ResponderEliminarSí, este libro también va de esa memoria colectiva que compartís Austri y tú con otros.
¡Ay el doctor Albiñana! La mayoría piensa que era un simple médico y se preguntan por qué tiene o tenía dedicadas calles y plazas por toda la provincia.
Una de las cosas que provoca la lectura de este texto -intencionadamente o no- es que se dispara la memoria del lector. La lectura, pues, ya no es un monólogo, sino un diálogo. Gracias por regalarnos tus recuerdos.
ResponderEliminarAllí estuve a tu lado. A Austri la vi cómo te ayudaba a escribir y eso que tú lo haces con una velocidad muy coordinada entre audición, comprensión y escritura.
ResponderEliminarMe gustó mucho la presentación.
Al final has hecho una entrada doble. Me ha encantado el libro y en mi blog dejo la huella de lo que ha sido para mi su lectura.
Besos