¡Hola amigos que pasáis por aquí! Recordáis que la entrada de la semana pasada comenzaba así:
-Pues…se me ocurre que yo podía meterme en el papel de doña María de Albornoz, la esposa de don Enrique de Villena, el “poderoso conde de Cangas y Tineo”, y tú en el de su dama principal doña Elvira, mujer de Fernán Pérez de Vadillo. ¿Recuerdas que cuando éramos niñas jugábamos a las comedias con las historietas de los tebeos?
Ahora soy yo, María Ángeles, la que va a ser doña Elvira. Lo haré siguiendo el contenido del capítulo séptimo. Nos va a hablar de las cuitas de su señora pero enseguida va a pasar a contar las suyas:
-Me presento ante vos. Soy doña Elvira, camarera mayor de doña María de Albornoz, esposa de don Enrique de Villena, conde de Cangas y Tineo. Vivo en la Corte de Enrique III, mi señor, llamado por algunos el Doliente. Ahora soy yo, María Ángeles, la que va a ser doña Elvira. Lo haré siguiendo el contenido del capítulo séptimo. Nos va a hablar de las cuitas de su señora pero enseguida va a pasar a contar las suyas:
Foto tomada en el Museo de Burgos. Cortesía de Mercedes González.
Bulto funerario de nogal procedente de una iglesia desaparecida de Villasandino (Burgos)
Bulto funerario de nogal procedente de una iglesia desaparecida de Villasandino (Burgos)
Mi señora me refirió cuanto con el conde le acababa de pasar y fueron inútiles mis consuelos. Se refugiaría en sus villas, se acogería al amparo del Rey, danzaban en su cabeza mil ideas encontradas. Ella se había casado enamorada de Villena y de ninguna manera consentiría el divorcio que el conde proponía, a pesar del trato y la mala vida que le daba.
Es como vos afirmáis, señor escritor, mi señora la condesa no gozó de “una larga y tranquila posesión”, “habiendo vivido siempre don Enrique apartado de ella después de su infausta boda”. Aunque vivió con él lo suficiente para ser maltratada y sentir, además, el aguijón de los celos, tantas veces lo sorprendió. Incluso yo podría contar…mi señora confía en mí. Aseguráis que “todos sabemos que la frialdad y el despego suelen ser incentivos vivísimos del amor…”. ¿Del amor? ¡Malditos incentivos! ¡Muertos que no vivos! ¡Ay, don Mariano José!
Muy pronto supe que ahora no era el amor adúltero sino la ambición quien movía a don Enrique a “tan descortés procedimiento”. Mi señora estaba en la creencia de que el conde sólo deseaba “entregarse más a su salvo a alguna nueva intriga amorosa”.
Foto tomada en el Museo de Burgos. Cortesía de Mercedes González.
Bulto funerario en nogal de una iglesia desaparecida de Villasandino (Burgos)
Bulto funerario en nogal de una iglesia desaparecida de Villasandino (Burgos)
Logré persuadirla a que pusiera un paréntesis a su pesar en el sueño. Yo di las disposiciones para que no faltasen a su lado las dueñas y me puse a leer junto al fuego. Era un manuscrito voluminoso, uno de los muy raros que tenía mi señor, el Amadís de Gaula, libro que dicen escribió el trovador portugués Vasco de Lobeira, que corría con mucha fama. Yo simpatizaba no poco con las ideas de amor, constancia eterna y demás virtudes caballerescas. Yo hubiera dado la mitad de mi existencia por hallarme en el caso de la bella Oriana y…no me faltaba mi propio Amadís.
[Part of a medieval manuscript of Amadís de Gaula, now at The Bancroft Library at the University of California at Berkeley and displayed at the Columbia University Libraries Digital Scriptorium.]
¿Mi Amadís? Un “mancebo generoso” de la corte a quien conocí desgraciadamente después que a mi esposo Fernán Pérez de Vadillo. Me casé, “ciegamente apasionada del hidalgo”, pero él seguía siendo el mismo mientras yo creaba dentro de mí “un bello ideal, no hijo del mundo real en que habitaba, sino de su exaltación”. Me complacía en personificar tan bello ideal en un joven cortesano y uno entre todos avasalló mi albedrío. Sin darme cuenta, iba tomando sobre mi corazón “demasiado imperio un amor ilícito y peligroso”. Mi virtud era mi mayor enemigo, confiaba en que nunca me faltarían fuerzas para resistir y me entregaba sin miedo, complacientemente, a “mil ideas vagas que cada día iban ganando más terreno” en mi imaginación.
Mi señor, don Mariano José de Larra, no califiquéis de criminal mi complacencia. Sigamos.
No era la lectura del Amadís la que mejor pudiera convenirme; mas yo no disponía de muchos libros para llenar las horas ociosas. Llevaba poco tiempo entreteniéndome con él, cuando se presentó en el salón el pajecillo Jaime, mi primo, con su aire travieso. ¿Qué buscaría aquí, cerca de las diez de la noche? Tal vez le enviaba el conde, para anunciarnos “nuevos pesares”.
Me llamaba "hermosa prima mía"y me decía que depusiera el enojo, tanto se me notaba...Me decía ingenuamente que había tenido miedo de las hechicerías de don Enrique, tantas cosas se hablaban. Le había suplicado que le permitiese volver al lado de su amada prima, se acordaba tanto de mí.
Se me escapaba una lágrima, oyendo al “medroso pajecillo”. Le
regañé por hablar con poco respeto de su señor, el conde. Me tomó la mano y llamaba
mi atención con un hermoso brillante que relumbraba en su dedo. Le pregunté,
sorprendida, qué anillo era ése y él escondía la mano, como jugando: “¡Ah! esto
no se ve… ¡Esto no se ve!”.
Propuse a Jaime cambiar el anillo por otro mejor que yo le diera. De sus palabras saqué que se trataba de un caballero y “de los mejores y más valientes de la Corte”. Le pedí señas, ya que no me quisiera dar el nombre. Caí en mi propio lazo cuando le pregunte cuándo y dónde le dio el anillo, pues yo no podía saber la llegada del doncel. Cuando me contestó “hoy y en el alcázar”, exclamé desilusionada que entonces no podía ser, dejé caer los brazos, como un arco que se afloja. Jaime jugaba conmigo como si fuera un acertijo:
-¡Ah!, ¡ah!, que no lo acierta…escuchadme, señora adivina: es un caballero joven.
"Cuando se trata de coger sortijas, ensarta con su lanza tantas como corazones con su hermosa presencia. Si monta a caballo, es el más fogoso el suyo y lo domeña como un cordero; si se trata de correr cañas nadie le aventaja; y en un torneo sólo don Pero Niño..."
No podía ser más que uno y Jaime asentía, se divertía “como el gato con el ratón”. Le pregunte si había venido, recordaba que por la mañana un caballero…El pajecillo fingía no entender, le grité furiosa que se marchara y no volviera, al fin:
-"Bien, primita, lo diré: ése es...
…
-El doncel de..."
Trató de reparar su imprudencia, había ido demasiado lejos. Quiso despistarme:
-“No me habéis dejado acabar, señora camarera. El rey don Enrique III no tiene un solo doncel. Sabed que no os puedo decir más. Ni una palabra más.”
Lo decía en tono resuelto, no sacaría más. Pude recabar de él que me dejase el anillo y acabó la contienda entre primos.
Al final, me serví de la superioridad que me daban mis
fuerzas y se lo quité. El anillo no me parecía natural en un pajecillo y
esperaba encontrar alguna señal por donde conocer su procedencia. Me sonrojé
como la grana, no había duda:
“…una letra pierdo; pero sería mucha casualidad...
esmeralda... e; lapislázuli... l; brillante, b; rubí, r; amatista, a. Y
luego... una, dos, tres, cuatro, cinco, seis.”
Jaime no se asombró poco al oír la explicación que di a la
sortija y quedó confundido por no haber sido sino el juguete del doncel que se
había valido de él para manifestarme “aquel su amor, de que el malicioso paje
tenía ya no pocas sospechas”.
Al llegar aquí, el escritor cree preciso explicar que “Nada más
común en aquel tiempo que estas combinaciones de piedras y ese lenguaje amoroso
de jeroglíficos en motes, colores, empresas y lazadas".
Un platero, tienen fama los de Burgos, había engarzado en un
anillo las seis piedras y mi corazón me había llevado a la más precisa
traducción. Perdí el
significado de una piedra, no me hallo muy adelantada en el arte del lapidario;
pero entendí la equivocación del platero. La v por la b de brillante, tiene
gracia el señor Larra cuando añade, de su cosecha que , en mi tiempo, ni los
amantes ni los plateros entendían de ortografía.
Todavía me quedaba alguna duda, no era yo la única Elvira en
Castilla y no poseía noticia cierta de quién era el que usaba conmigo semejante
galantería. Deseaba saberlo, temía oír un nombre diferente. Macías, mi Amadís.
Elvira, su Oriana.
El mundo cesa. Sólo tú lo habitas.
Cuadro de Agustín Merino
Cuadro de Agustín Merino
-¡Ah!, ¡ah!, que no lo acierta…escuchadme, señora adivina: es un caballero joven.
"Cuando se trata de coger sortijas, ensarta con su lanza tantas como corazones con su hermosa presencia. Si monta a caballo, es el más fogoso el suyo y lo domeña como un cordero; si se trata de correr cañas nadie le aventaja; y en un torneo sólo don Pero Niño..."
No podía ser más que uno y Jaime asentía, se divertía “como el gato con el ratón”. Le pregunte si había venido, recordaba que por la mañana un caballero…El pajecillo fingía no entender, le grité furiosa que se marchara y no volviera, al fin:
-"Bien, primita, lo diré: ése es...
…
-El doncel de..."
Trató de reparar su imprudencia, había ido demasiado lejos. Quiso despistarme:
-“No me habéis dejado acabar, señora camarera. El rey don Enrique III no tiene un solo doncel. Sabed que no os puedo decir más. Ni una palabra más.”
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Estatua de Don Enrique el Doliente en el Espolón de Burgos. Libro a pie de estatua.
Ya en mi lecho, revolvía una y mil veces las ideas y procuraba atarlas y coordinarlas. Pero todas se reunían y las amasaba en mi mente: mi señora doña María de Albornoz, la violencia de mi señor don Enrique de Villena y sus solicitudes, la ausencia de mi esposo, la lectura de Amadís, la indiscreta conversación con mi primo el pajecillo, mis dudas acerca del dueño del anillo.
En medio del silencio y la oscuridad de la noche, se me representaba “un cuadro fantástico, lleno de objetos incoherentes”. Cuando por fin me dormí, todas esas imágenes confusas tomaban en mi cerebro contornos informes y poblaron mi sueño de escenas parecidas a las que había pasado en el día. Y de la mezcla de todas, materia de las peores pesadillas, Así soy yo, Elvira, una mujer del siglo XIV, enamorada y lectora de Amadis de Gaula. Una rareza.
"Se había formado en su cabeza un bello ideal, no hijo del mundo real en que habitaba, sino de su exaltación y se complacía en personificar este bello ideal en tal o cual joven cortesano que sobre el vulgo de los Caballeros de la corte de Enrique III se distinguían”. Así leemos a Elvira, una mujer lectora y romántica, un don Quijote femenino.
"Uno entre todos había avasallado ya su albedrío bajo esta personificación..."
¡Macías el trovador, el doncel de don Enrique el Doliente!
Un abrazo
María Ángeles Merino
y Austri
Fotos del Museo Provincial de Burgos realizadas por una alumna del CEPA Victoriano Crémer. Gracias Mercedes González.
Fotos del Museo Provincial de Burgos realizadas por una alumna del CEPA Victoriano Crémer. Gracias Mercedes González.