miércoles, 29 de junio de 2016

El doncel de Don Enrique el Doliente: "se había formado en su cabeza un bello ideal, no hijo del mundo real en que habitaba, sino de su exaltación"



Comentario al séptimo capítulo de la novela El doncel de Don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra. Para la lectura colectiva de La Acequia, dirigida por Pedro Ojeda.

¡Hola amigos que pasáis por aquí! Recordáis que la entrada de la semana pasada comenzaba así:


-Me presento ante vos. Soy doña Elvira, camarera mayor de doña María de Albornoz, esposa de don Enrique de Villena, conde de Cangas y Tineo. Vivo en la Corte de Enrique III, mi señor, llamado por algunos el Doliente. 

 Mi señora me refirió cuanto con el conde le acababa de pasar y fueron inútiles mis consuelos. Se refugiaría en sus villas, se acogería al amparo del Rey, danzaban en su cabeza mil ideas encontradas. Ella se había casado enamorada de Villena y de ninguna manera consentiría el divorcio que el conde proponía, a pesar del trato y la mala vida que le daba.

Es como vos afirmáis, señor escritor, mi señora la condesa no gozó de “una larga y tranquila posesión”, “habiendo vivido siempre don Enrique apartado de ella después de su infausta boda”. Aunque vivió con él lo suficiente para ser maltratada y sentir, además, el aguijón de los celos, tantas veces lo sorprendió. Incluso yo podría contar…mi señora confía en mí. Aseguráis que “todos sabemos que la frialdad y el despego suelen ser incentivos vivísimos del amor…”. ¿Del amor? ¡Malditos incentivos! ¡Muertos que no vivos! ¡Ay, don Mariano José!

Muy pronto supe que ahora no era el amor adúltero sino la ambición quien movía a don Enrique a “tan descortés procedimiento”. Mi señora estaba en la creencia de que el conde sólo deseaba “entregarse más a su salvo a alguna nueva intriga amorosa”.


Foto tomada en el Museo de Burgos. Cortesía de Mercedes González.
Bulto funerario en nogal de una iglesia desaparecida de Villasandino (Burgos)

Logré persuadirla a que pusiera un paréntesis a su pesar en el sueño. Yo di las disposiciones para que no faltasen a su lado las dueñas y me puse a leer junto al fuego. Era un manuscrito voluminoso, uno de los muy raros que tenía mi señor, el Amadís de Gaula, libro que dicen escribió el trovador portugués Vasco de Lobeira, que corría con mucha fama. Yo simpatizaba no poco con las ideas de amor, constancia eterna y demás virtudes caballerescas. Yo hubiera dado la mitad de mi existencia por hallarme en el caso de la bella Oriana y…no me faltaba mi propio Amadís.


[Part of a medieval manuscript of Amadís de Gaula, now at The Bancroft Library at the University of California at Berkeley and displayed at the Columbia University Libraries Digital Scriptorium.]

¿Mi Amadís? Un “mancebo generoso” de la corte a quien conocí desgraciadamente después que a mi esposo Fernán Pérez de Vadillo. Me casé, “ciegamente apasionada del hidalgo”, pero él seguía siendo el mismo mientras yo creaba dentro de mí “un bello ideal, no hijo del mundo real en que habitaba, sino de su exaltación”. Me complacía en personificar tan bello ideal en un joven cortesano y uno entre todos avasalló mi albedrío. Sin darme cuenta, iba tomando sobre mi corazón “demasiado imperio un amor ilícito y peligroso”. Mi virtud era mi mayor enemigo, confiaba en que nunca me faltarían fuerzas para resistir y me entregaba sin miedo, complacientemente, a “mil ideas vagas que cada día iban ganando más terreno” en mi imaginación.



Mi señor, don Mariano José de Larra, no califiquéis de criminal mi complacencia. Sigamos.

Como vos decís, encontrábame “en aquel estado en que se halla una mujer cuando sólo necesita una ocasión para conocer ella misma y dar a conocer acaso a su propio amante la ventaja que sobre ella ha adquirido”. “Como un incendio que ha crecido oculto e ignorado en la armazón de una casa vieja”, entrará un poco de aire y estallará de repente.

No era la lectura del Amadís la que mejor pudiera convenirme; mas yo no disponía de muchos libros para llenar las horas ociosas. Llevaba poco tiempo entreteniéndome con él, cuando se presentó en el salón el pajecillo Jaime, mi primo, con su aire travieso. ¿Qué buscaría aquí, cerca de las diez de la noche? Tal vez le enviaba el conde, para anunciarnos “nuevos pesares”. 

Me llamaba "hermosa prima mía"y me decía que depusiera el enojo, tanto se me notaba...Me decía ingenuamente que había tenido miedo de las hechicerías de don Enrique, tantas cosas se hablaban. Le había suplicado que le permitiese volver al lado de su amada prima, se acordaba tanto de mí.
Se me escapaba una lágrima, oyendo al “medroso pajecillo”. Le regañé por hablar con poco respeto de su señor, el conde. Me tomó la mano y llamaba mi atención con un hermoso brillante que relumbraba en su dedo. Le pregunté, sorprendida, qué anillo era ése y él escondía la mano, como jugando: “¡Ah! esto no se ve… ¡Esto no se ve!”.


Al final, me serví de la superioridad que me daban mis fuerzas y se lo quité. El anillo no me parecía natural en un pajecillo y esperaba encontrar alguna señal por donde conocer su procedencia. Me sonrojé como la grana, no había duda:

“…una letra pierdo; pero sería mucha casualidad... esmeralda... e; lapislázuli... l; brillante, b; rubí, r; amatista, a. Y luego... una, dos, tres, cuatro, cinco, seis.”

Jaime no se asombró poco al oír la explicación que di a la sortija y quedó confundido por no haber sido sino el juguete del doncel que se había valido de él para manifestarme “aquel su amor, de que el malicioso paje tenía ya no pocas sospechas”.

Al llegar aquí, el escritor cree preciso explicar que “Nada más común en aquel tiempo que estas combinaciones de piedras y ese lenguaje amoroso de jeroglíficos en motes, colores, empresas y lazadas". 

Un platero, tienen fama los de Burgos, había engarzado en un anillo las seis piedras y mi corazón me había llevado a la más precisa traducción. Perdí el significado de una piedra, no me hallo muy adelantada en el arte del lapidario; pero entendí la equivocación del platero. La v por la b de brillante, tiene gracia el señor Larra cuando añade, de su cosecha que , en mi tiempo, ni los amantes ni los plateros entendían de ortografía.

Todavía me quedaba alguna duda, no era yo la única Elvira en Castilla y no poseía noticia cierta de quién era el que usaba conmigo semejante galantería. Deseaba saberlo, temía oír un nombre diferente. Macías, mi Amadís. Elvira, su Oriana.


El mundo cesa.  Sólo tú lo habitas.
Cuadro de Agustín Merino

Propuse a Jaime cambiar el anillo por otro mejor que yo le diera. De sus palabras saqué que se trataba de un caballero y “de los mejores y más valientes de la Corte”. Le pedí señas, ya que no me quisiera dar el nombre. Caí en mi propio lazo cuando le pregunte cuándo y dónde le dio el anillo, pues yo no podía saber la llegada del doncel. Cuando me contestó “hoy y en el alcázar”, exclamé desilusionada que entonces no podía ser, dejé caer los brazos, como un arco que se afloja. Jaime jugaba conmigo como si fuera un acertijo:

-¡Ah!, ¡ah!, que no lo acierta…escuchadme, señora adivina: es un caballero joven.

"Cuando se trata de coger sortijas, ensarta con su lanza tantas como corazones con su hermosa presencia. Si monta a caballo, es el más fogoso el suyo y lo domeña como un cordero; si se trata de correr cañas nadie le aventaja; y en un torneo sólo don Pero Niño..."

No podía ser más que uno y Jaime asentía, se divertía “como el gato con el ratón”. Le pregunte si había venido, recordaba que por la mañana un caballero…El pajecillo fingía no entender, le grité furiosa que se marchara y no volviera, al fin:

-"Bien, primita, lo diré: ése es...

-El doncel de..."

Trató de reparar su imprudencia, había ido demasiado lejos. Quiso despistarme:

-“No me habéis dejado acabar, señora camarera. El rey don Enrique III no tiene un solo doncel. Sabed que no os puedo decir más. Ni una palabra más.”


Estatua de Don Enrique el Doliente en el Espolón de Burgos. Libro a pie de estatua.


Lo decía en tono resuelto, no sacaría más. Pude recabar de él que me dejase el anillo y acabó la contienda entre primos. 

 Ya en mi lecho, revolvía una y mil veces las ideas y procuraba atarlas y coordinarlas. Pero todas se reunían y las amasaba en mi mente: mi señora doña María de Albornoz, la violencia de mi señor don Enrique de Villena y sus solicitudes, la ausencia de mi esposo, la lectura de Amadís, la indiscreta conversación con mi primo el pajecillo, mis dudas acerca del dueño del anillo.

En medio del silencio y la oscuridad de la noche, se me representaba “un cuadro fantástico, lleno de objetos incoherentes”. Cuando por fin me dormí, todas esas imágenes confusas tomaban en mi cerebro contornos informes y poblaron mi sueño de escenas parecidas a las que había pasado en el día. Y de la mezcla de todas, materia de las peores pesadillas, Así soy yo, Elvira, una mujer del siglo XIV, enamorada y lectora de Amadis de Gaula. Una rareza.

"Se había formado en su cabeza un bello ideal, no hijo del mundo real en que habitaba, sino de su exaltación y se complacía en personificar este bello ideal en tal o cual joven cortesano que sobre el vulgo de los Caballeros de la corte de Enrique III se distinguían”. Así leemos a Elvira, una mujer lectora y romántica, un don Quijote femenino. 

"Uno entre todos había avasallado ya su albedrío bajo esta personificación..."

¡Macías el trovador, el doncel de don Enrique el Doliente!


m

Un abrazo

María Ángeles Merino
y Austri

Fotos del Museo Provincial de Burgos realizadas por una alumna del CEPA Victoriano Crémer. Gracias Mercedes González.

17 comentarios:

  1. Una obviedad que se nos pasa por alto a los bondadosos lectores, es que en la Edad Media raro era el matrimonio por amor. Los matrimonios, desde el rey al último de sus súbditos, se hacían por interés, interés de distinta naturaleza. El amor conyugal que se profesaban los esposos, nacido del deber y del roce, ya se sabe que el roce hace el cariño, nada tenía que ver con esos enamoramientos románticos, que podían terminar incluso en la muerte, y para muestra el botón del autor de esta obra.

    Como ha hecho notar el profesor Ojeda, y no seré yo quien le lleve la contraria, esta obra está dedicada en gran parte al público femenino, a esa burguesita, agraciada por saber leer, que consumía sus ocios con esta y otras entretenidas lecturas y dejaba volar su imaginación, mientras esperaba la llegada de ese marido, probablemente también apalabrado por sus mayores.

    Un placer leerte, y muy oportuno el cuadro de tu hermano.

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    1. Ni en la Edad Media ni mucho después. Lo obviamos porque una cosa es la vida y otra la literatura. Las lectoras disfrutarían con historias así. Soñar. Escapar a un mundo distinto. Algo muy romántico.

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  2. ¡Ay el amor de los enamorados es que es un eterno desazón! y Elvira lo padece, como también lo padece Macias, el Doncel. Me temo que este amor no llegará a buen puerto.

    Ahí vamos con estos amores del Doncel, de Larra y las mujeres que saben leer.

    Besos

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    1. Amar y padecer. Intuimos que no acabará bien. Amores para mujeres que sabían y podían leer, como Elvira.

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  3. ¡Qué bien que hayas contado la historia desde Elvira! Se lo merecía esta joven... y tú, como siempre, aportando nuevos e interesante focos de narración para que comprendamos la obra. Gracias.

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    1. Gracias a ti por llevarnos a mundos literarios no hollados. Elvira lo merece. Larra la distingue desde el primer momento como personaje bello y amado. Un reflejo de una mujer de carne y hueso. Decimonónica que no medieval.

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  4. Buenos días, Abejita de la Vega:

    Una vez más me animásteis y aunque no sé de dónde sacaré tiempo, me puse a leer ‘El doncel de don Enrique el Doliente’.
    Me ha gustado mucho ”tu interpretación” tanto en el papel de Elvira, como el de doña María.
    He estado mirando las estatuas de nuestro Espolón y -como tras una presentación- pongo nombre al de la fotografía.
    En cambio, sí se identifica claramente al trovador Macías, de tu ilustración.
    Dejo música de romancero, "Media noche era por filo" … para este capítulo VII.

    Abrazos.

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    1. ¡Bienvenida Gelu!
      Doña Elvira es un alma lectora y quijotesca y me ganó, a pesar de ser románticamente exagerada. Los Cuatro Reyes del Espolón son sobradamente conocidos por los burgaleses y no necesitan más. Para los no burgaleses, no creo que tenga especial interés. A Macías le puse su enlace y está además en wukipedia.

      A escuchar el romance. Gracias, Gelu.

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  5. Me encanta esa forma tan real que le has dado a Elvira es como estar escuchándola a través de tus reflexiones y, ademas una que es una romántica (...): se llama o te llamas?, Elvira como mi abuela paterna.

    Disfrutas y se se nota porque lo transmites.

    Un beso y otro para Austri hoy esta de espectadora.

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    1. Disfruto y, a veces, paso un poco de sueño de miércoles a jueves...pero me compensa. Austri ha estado callada, pobre doña María.
      Elvira es un nombre bonito y muy castellano.

      Un abrazo, Bertha.

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  6. Se nota que te metes en la piel de los personajes para contarnos desde dentro sus peripecias. A más de uno le tendrían que poner las maletas a los pies de la estatua de un poeta... (como decía el maestro cantautor en una canción)
    Encantado de leer tus estudios para la lectura colectiva. Sigo con don Gonzalo porque acabarlo es una especie de reto personal de poder con la novela. No puede ser que un escrito tan polisémico se apodere de uno sin sacarle las entretelas que uno buenamente pueda. También por cierta pereza, no lo niego, a embarcarme en otras propuestas como la actual en la que estáis navegando con buen rumbo.
    Agradecido por tu visita y por dejar tu huella en el portalillo aunque sea para regañar un poco.

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  7. Que no, que no te regaño Pancho. Te admiro por tu fidelidad a tamaño libro
    Aunque te hemos echado de menos en estas lides de cicatrices y donceles.Un abrazo.

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  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  9. A mi también me gusta como te has metido en la piel de Dña Elvira, uno de lis personajes de Larra que más me han gustado. Elvira, desgarrada entre la fidelidad a su esposo y el amor cortės, aquí llevado hasta el paroxismo romántico-hipertrágico.

    Besos

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  11. Romanticismo exaltadísimo pero nos gusta Elvira. Es quijotesca. Lectora y enamorada. Besos Myr.

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  12. Romanticismo exaltadísimo pero nos gusta Elvira. Es quijotesca. Lectora y enamorada. Besos Myr.

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