Introducción a la lectura de "Los Pazos de Ulloa", de Emilia Pardo Bazán. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
Pedro Ojeda concluyó la sesión del martes pasado, dando fe
de lo satisfactoria que ha sido nuestra lectura de “El mudejarillo”, de Jiménez
Lozano. Y añadió: “ahora pasamos a un novelón, a “Los Pazos de Ulloa” de Emilia
Pardo Bazán. Veamos a doña Emilia, la del novelón.
Emilia Pardo Bazán es bien conocida por los lectores de
literatura española. Busco en mis caóticas estanterías y encuentro "La piedra angular", "La sirena negra" y "Un viaje de novios", en ediciones del siglo pasado. También di con "Los Pazos de Ulloa", aunque deteriorada, y no desespero de encontrar "La Madre Naturaleza". No recuerdo cuándo las leí, pero seguramente fue tras la emisión en 1985 de una versión televisiva de "Los Pazos de Ulloa", con actores de primera fila. Lo que sí recuerdo es que pude comprobar la superioridad de la palabra escrita frente a la imagen.
Como dice María Ángeles Ayala, en su edición para Cátedra, se encuentra entre los novelistas más destacados del XIX. Es una de las mayores
intelectuales de ese siglo, fue lectora voraz y cosmopolita que avivó la polémica
sobre el naturalismo en “La cuestión palpitante”, ayudando a difundir la
literatura francesa en nuestro país. Los Pazos de Ulloa”, su novela más
conseguida, es la saga de una clase
social en decadencia: la aristocracia rural gallega. Las descripciones de una
estructura política corrupta alternan con las evocaciones del campo. Novela
regional, pero no regionalista, que se inspira en Galicia para hacernos una
declaración universal de la época.
Quiero escribir una breve introducción a “Los Pazos de
Ulloa”. Vuelvo a leer el primer capítulo y me viene a la memoria:
te arrastras y despeñas?
...
¿Calderón de la Barca? ¿"La vida es sueño? ¿No íbamos acaso a comentar “Los Pazos de Ulloa” de Emilia Pardo Bazán? Así es, pero no he podido evitar
acordarme de aquella Rosaura calderoniana vestida de hombre y “desesperada”
que, a punto de despeñarse, increpaba con metáforas hiperbólicas a su caballo,
metamorfoseado en “hipogrifo violento”.
No, no es una estéril digresión, no me increpéis como
Rosaura a su caballo. Leemos:
“Por más que el jinete trataba de sofrenarlo agarrándose con
todas sus fuerzas a la única rienda de cordel y susurrando palabrillas
calmantes y mansas, el peludo rocín seguía empeñándose en bajar la cuesta a un
trote cochinero que descuadernaba los intestinos, cuando no a trancos
desigualísimos de loco galope. Y era pendiente de veras aquel repecho del
camino real de Santiago a Orense…”
El hipogrifo violento es un “peludo rocín” de resonancias quijotescas, y el jinete, al mismo tiempo que emplea todas sus fuerzas en sofrenarlo, le susurra "palabrillas calmantes y mansas". ¿Quién es este personaje que habla dulcemente al caballejo mientras, "colorado como una fresa", se agarra para no caer?
Es Julián. "Un curita barbilindo, con cara de niña, donde sólo era sacerdotal la severidad del rubio entrecejo y la compostura ascética de las facciones". . No podía disimular su escasa maestría hípica: "con las piernas encogidas y a dos dedos de salir despedido por las orejas, leíase en su rostro tanto miedo al cuártago como si fuese algún corcel indómito rebosando fiereza y bríos".
Preguntó si iba bien para casa del señor marqués de Ulloa. Debía ser aquel edificio con torres, en el fondo del valle. Retumbaron dos tiros, a punto estuvo de besar la tierra, el rocín huyó "con las orejas enhiestas, loco de terror".
En los Pazos de Ulloa, Julián Álvarez va a convertir en hábito lo de sujetar las riendas para no caer, al mismo tiempo que susurra "palabrillas calmantes y mansas". Un difícil equilibrio. Sujetará al hipogrifo violento de las pasiones. "Y era pendiente de veras aquel repecho del camino real de Santiago a Orense…”.
Con "un trote cochinero que descuadernaba los intestinos", "descoyuntados los huesos todos de la región sacro-iliaca", sirviendo a un marqués que despedía "cierto tufillo bravío y montaraz", en compañía de la " expresión de encubierta sagacidad, de astucia salvaje" del criado Primitivo y la mirada crítica del abad, poco amigo de curas de "alzacuellitos" y "guantecitos". Y Sabel con su cocina aquelarre aldeano y el salvaje y guapo Perucho. Y el señor de la Lage con sus hijas casaderas...y Nucha.
El amor es también un "hipogrifo violento".
Un abrazo de María Ángeles Merino
Es Julián. "Un curita barbilindo, con cara de niña, donde sólo era sacerdotal la severidad del rubio entrecejo y la compostura ascética de las facciones". . No podía disimular su escasa maestría hípica: "con las piernas encogidas y a dos dedos de salir despedido por las orejas, leíase en su rostro tanto miedo al cuártago como si fuese algún corcel indómito rebosando fiereza y bríos".
Preguntó si iba bien para casa del señor marqués de Ulloa. Debía ser aquel edificio con torres, en el fondo del valle. Retumbaron dos tiros, a punto estuvo de besar la tierra, el rocín huyó "con las orejas enhiestas, loco de terror".
En los Pazos de Ulloa, Julián Álvarez va a convertir en hábito lo de sujetar las riendas para no caer, al mismo tiempo que susurra "palabrillas calmantes y mansas". Un difícil equilibrio. Sujetará al hipogrifo violento de las pasiones. "Y era pendiente de veras aquel repecho del camino real de Santiago a Orense…”.
Con "un trote cochinero que descuadernaba los intestinos", "descoyuntados los huesos todos de la región sacro-iliaca", sirviendo a un marqués que despedía "cierto tufillo bravío y montaraz", en compañía de la " expresión de encubierta sagacidad, de astucia salvaje" del criado Primitivo y la mirada crítica del abad, poco amigo de curas de "alzacuellitos" y "guantecitos". Y Sabel con su cocina aquelarre aldeano y el salvaje y guapo Perucho. Y el señor de la Lage con sus hijas casaderas...y Nucha.
El amor es también un "hipogrifo violento".
Un abrazo de María Ángeles Merino
También tengo la edición de Cátedra de Los Pazos de Ulloa, pero te confieso que me he saltado las palabras de Mª Ángeles Ayala, suelo leerlas al final, después de leer la novela, para que así no me influyan. He empezado directamente por la novela.
ResponderEliminarTodos los personajes son interesantes y dignos de un estudio psicológico y sobre todo la relación que hay entre unos y otros.
El cura Julián, es uno de los que se puede profundizar muy y mucho. Sigo leyendo y viendo la serie de TV1.
Besos
Hola, MA Ángeles, aquí estoy leyéndote. Aunque me tomará un tiempo ponerte los comentarios, que como siempre, has estado muy prolifera, mientras yo me daba a la buena vida jajaja.
ResponderEliminarGracias por tus felicitaciones, esperemos que todo vaya bien y llegue mi cuarta nieta.
Estoy leyendo Los pasos de Ulloa, buenísimas las descripciones que Pardo Bazan hace de los personajes, increíble mente gráficas!!!!
Besos
Está bien eso de llevarnos a doña Emilia desde Calderón..., con el carácter que tenía la condesa. Comenzamos una nueva aventura, como siempre que abrimos un libro. A disfrutarlo gracias a este contexto tuyo.
ResponderEliminar"El amor es un hipogrifo violento", dices. Supongo que lo que le convierte en algo así es el hecho de que es ciego. Por eso a veces va dando bandazos.
ResponderEliminarMe ha gustado el poema al hipogrifo y la descripción que has sacado de la obra de la señora Bazan del cura. Tan peligroso como un hipogrifo violento es un hombre que camina por la vida con miedo. Peligrosos ambos por lo imprevisible de sus acciones.
Tus entradas me hacen ver historias de hace tiempo, desde otra perspectiva.
Un abrazo.
Me has dejado sin palabras y sin comentarios.
ResponderEliminarBuenos días, Abejita de la Vega:
ResponderEliminarEn breves pinceladas, Doña Emilia nos describe bien el carácter del capellán:
Cap.I..."Experimentaba el jinete indefinible malestar, disculpable en quien, nacido y criado en un pueblo tranquilo y soñoliento, se halla por vez primera frente a frente con la ruda y majestuosa soledad de la naturaleza"
y en el
Cap.III...“sabía de la vida lo que enseñan los libros piadosos. Los demás seminaristas le llamaban San Julián, añadiendo que sólo le faltaba la palomita en la mano.”
He buscado a qué San Julián se refería la autora, de los varios que aparecen en el santoral. Por aquello del paisanaje, me quedo con el de Burgos, aunque en las imágenes el avecilla no estaba con ninguno.
Abrazos.
La naturaleza le venía grande a Julián Álvarez, le asustaba tanto como el entorno humano de los pazos.
ResponderEliminarUn abrazo