Lectura de las últimas páginas, sentada en un banco frente al río. Una niña pensativa, con su perro, junto al agua. El sol acariciaba el verde nuevo y el blanco con botoncito de oro de las chiribitas.
Recordáis que la semana pasada, a la vuelta de un paseo lector, paralelo al río que peina con raya en medio a mi ciudad; se colaron en mi pensamiento dos personajes secundarios de "El héroe discreto": la señora Josefita y Fonchito.
No pararon de hablar durante todo el camino hacia mi casa. Yo los oía con claridad y los veía con nitidez. No, no se trataba de alucinaciones sino de un saludable ejercicio de la imaginación, encendida por la lectura de un buen libro. Era ella, la fiel y laboriosa secretaria de Felícito Yanaqué. A su lado, Fonchito, el inteligente y sensible niño de don Rigoberto, el que ve lo que otros no ven.
Recordáis que Josefita, muy en su papel de secretaria, "la que escucha, escribe y calla", acaparó la entrada, dándonos su versión de lo sucedido a Felícito con las famosas cartas extorsionadoras, firmadas con el dibujo de una araña. Por fin, cedió el turno a Fonchito, tras dejar en el aire el interrogante principal: "¿Quién está detrás de la arañita?"
El muchachito, de unos catorce o quince años, tomó la palabra y nos contó la otra historia, la del dueño de una aseguradora limeña; el que urdió una venganza contra sus dos hijos.
Ahora es mi turno, lectora mía, señora María Ángeles. Escuche usted también, señora Josefita, que la de don Ismael limeño se cruzará con la de su don Felícito piurano y esto tendrá fin de culebrón televisivo. A ambas, les comentaré el caso de don Ismael Carrera, el jefe de mi padre, don Rigoberto, sí, el de los cuadernos, bueno, ése es otro libro, ahora estamos con "El héroe discreto". Aquí hay dos héroes, por lo menos, y vamos al principio.
Tal vez mi padre le contó a don Ismael lo mío, mi tontería, lo de ese señor con el que me suelo encontrar y que no es ninguna aparición; que don Edilberto Torres es real, que no es el diablo, aunque así lo llame mi madrastra doña Lucrecia, sí la del "Elogio..."...
Verán, es que don Ismael pidió a mi padre que le acompañara a comer a un buen restaurante en el distrito de Miraflores, el elegante "La Rosa Náutica", situado sobre el mismo mar. Deseaba desahogarse con alguien de total confianza. Y tal vez le apetecía hacerlo con olor a mar y chillidos de gaviotas.
Lo de comer era lo de menos, por muy sabrosas que estuvieran las conchitas a la parmesana y la corvina a la parrilla...Hummm.
Lo de contarle lo mío venía a cuento porque el problema del jefe era con sus dos hijos mellizos, Miki y Escobita, las "hienas". Y supongo que hablando de hijos, don Ismael le preguntaría qué tal te llevas tú con tu hijo, etc.
Creo que no contaría lo de Edilberto; porque en mi casa ya no celebraban mi "imaginación fosforescente" sino que andaban dando vueltas a la idea de buscarme un psicólogo o un padre espiritual. Y mi padre, no contento con eso, buscaba información luciferina en el "Doctor Faustus" de Thomas Mann. Él tan agnóstico y admitiendo la posibilidad de la existencia del Maligno.
Y eso que soy "un buen chico", estudioso y dócil; aunque a don Rigoberto le gustaría verme "más amiguero, que saliera, que enamorara chicas".
Mi padre iba a adelantar tres años su retiro, soñaba con "una vejez larga, culta y feliz". Sus buenos libros, sus grabados, su música y un viajecito a Europa. Ya lo tenía bien calculado, con la pensión y los ahorros podía permitírselo, y mi futuro estaría asegurado. Pensaba que don Ismael iba a pedirle que no se jubilara. Pero no, no era eso. Estaba inquieto y sin apetito. Quería pedirle un favor, que fuera testigo de su boda. ¿Qué? ¿Iba a casarse? ¿A sus casi ochenta años? ¿Se había vuelto loco?
Era una decisión tomada a sabiendas de lo que se le venía encima, los mellizos le declararían incapacitado, le meterían en el manicomio, cualquier cosa para anular su matrimonio. Y mi padre tendría también problemas por ser testigo.
¿La novia? La novia era su empleada doméstica, Armida. ¡Cómo en las telenovelas! ¡Y en algunas películas! ¡Los chismosos tendrían diversión para rato! Abogados, notarios, jueces, periodistas...todos hurgando en su vida privada. Y le costaría un dineral. ¿Valía la pena?
Sí, valía la pena. Fue cuando le dio el infarto, en septiembre, y estuvo al borde de la muerte. Entonces, entonces nomás, decidió casarse con Armida. Porque, en el hospital, oyó a sus hijos, entusiasmados porque el viejo estiraba la pata esa misma noche y ellos eran herederos forzosos. Y ya no podría joderlos. Así hablaban y a don Ismael le entraron unas ganas enormes de vivir y privarles del gusto. Ellos le salvaron de la muerte. Pensó que si se recuperaba, se casaría con Armida, "una cholita bastante presentable". Morenita, no muy baja, de ojos vivos y...con cuarenta años menos que él.
Miki y Escobita eran unas buenas piezas, muy capaces de tener aquella siniestra conversación, al pie de la cama de un padre moribundo. Aunque no habían aprobado ni el primer año de universidad, se habían graduado en fechorías, con buena nota. Tal vez Clotilde e Ismael los habían engreído demasiado, quizás les faltó autoridad. Les perdonaron las gracias: choques por conducir borrachos o drogados, deudas a nombre de su padre, vaciar el dinero de la oficina de la compañía...Ismael les echó y prefirió pasarles una pensión.
Don Ismael pidió a mi padre que no saliera de su boca la intención de la boda. Que ni siquiera a Lucrecia...Y resultó que mi querida madrastra conocía otra versión...la de Justiniana, nuestra empleada de hogar, amiga íntima de Armida, muy íntima.
Ya sé que no debería escuchar conversaciones ajenas, pero aquel día Justiniana estaba contando a mi madrastra la estrategia de Armida para cazar al viudo Ismael, incluso antes de que enviudara. Que cuando la pobre Clotilde llegó a la etapa final de su enfermedad, Armida comenzó a arreglarse más y a mover seductoramente brazos, pechos y potito. Y a atenderle con cariño, y consolarle cuando se derrumbaba el inconsolable viudo...¿Armas de mujer?
Por cierto, que a mi bella madrastra le debió gustar mucho lo de la seducción calculada de Armida, porque oí como se lo repetía a mi padre, salpicado de muchas risas, tras la puerta del dormitorio. Me sentí un poco celoso, lo reconozco. ¡Cómo disfrutan esos dos! ¡Y qué complicidad la suya!
Aquel día me lo contaron cuando volví del colegio. Ismael y Armida se habían casado, en una ceremonia civil cortísima, con el alcalde leyendo a trompicones. Después de los abrazos y apretones, todo frío y como fingido, el novio anunció que, a continuación, iba a tener lugar la ceremonia religiosa en la iglesia del Carmen de Barrios Altos. Aquello parecía una mojiganga. Veinte minutos empleó el cura y, tras ellos, anunciaron que se iban al aeropuerto, rumbo a Europa.
Verán, es que don Ismael pidió a mi padre que le acompañara a comer a un buen restaurante en el distrito de Miraflores, el elegante "La Rosa Náutica", situado sobre el mismo mar. Deseaba desahogarse con alguien de total confianza. Y tal vez le apetecía hacerlo con olor a mar y chillidos de gaviotas.
Lo de comer era lo de menos, por muy sabrosas que estuvieran las conchitas a la parmesana y la corvina a la parrilla...Hummm.
Lo de contarle lo mío venía a cuento porque el problema del jefe era con sus dos hijos mellizos, Miki y Escobita, las "hienas". Y supongo que hablando de hijos, don Ismael le preguntaría qué tal te llevas tú con tu hijo, etc.
Creo que no contaría lo de Edilberto; porque en mi casa ya no celebraban mi "imaginación fosforescente" sino que andaban dando vueltas a la idea de buscarme un psicólogo o un padre espiritual. Y mi padre, no contento con eso, buscaba información luciferina en el "Doctor Faustus" de Thomas Mann. Él tan agnóstico y admitiendo la posibilidad de la existencia del Maligno.
Y eso que soy "un buen chico", estudioso y dócil; aunque a don Rigoberto le gustaría verme "más amiguero, que saliera, que enamorara chicas".
Mi padre iba a adelantar tres años su retiro, soñaba con "una vejez larga, culta y feliz". Sus buenos libros, sus grabados, su música y un viajecito a Europa. Ya lo tenía bien calculado, con la pensión y los ahorros podía permitírselo, y mi futuro estaría asegurado. Pensaba que don Ismael iba a pedirle que no se jubilara. Pero no, no era eso. Estaba inquieto y sin apetito. Quería pedirle un favor, que fuera testigo de su boda. ¿Qué? ¿Iba a casarse? ¿A sus casi ochenta años? ¿Se había vuelto loco?
Era una decisión tomada a sabiendas de lo que se le venía encima, los mellizos le declararían incapacitado, le meterían en el manicomio, cualquier cosa para anular su matrimonio. Y mi padre tendría también problemas por ser testigo.
Miki y Escobita eran unas buenas piezas, muy capaces de tener aquella siniestra conversación, al pie de la cama de un padre moribundo. Aunque no habían aprobado ni el primer año de universidad, se habían graduado en fechorías, con buena nota. Tal vez Clotilde e Ismael los habían engreído demasiado, quizás les faltó autoridad. Les perdonaron las gracias: choques por conducir borrachos o drogados, deudas a nombre de su padre, vaciar el dinero de la oficina de la compañía...Ismael les echó y prefirió pasarles una pensión.
Don Ismael pidió a mi padre que no saliera de su boca la intención de la boda. Que ni siquiera a Lucrecia...Y resultó que mi querida madrastra conocía otra versión...la de Justiniana, nuestra empleada de hogar, amiga íntima de Armida, muy íntima.
Ya sé que no debería escuchar conversaciones ajenas, pero aquel día Justiniana estaba contando a mi madrastra la estrategia de Armida para cazar al viudo Ismael, incluso antes de que enviudara. Que cuando la pobre Clotilde llegó a la etapa final de su enfermedad, Armida comenzó a arreglarse más y a mover seductoramente brazos, pechos y potito. Y a atenderle con cariño, y consolarle cuando se derrumbaba el inconsolable viudo...¿Armas de mujer?
Por cierto, que a mi bella madrastra le debió gustar mucho lo de la seducción calculada de Armida, porque oí como se lo repetía a mi padre, salpicado de muchas risas, tras la puerta del dormitorio. Me sentí un poco celoso, lo reconozco. ¡Cómo disfrutan esos dos! ¡Y qué complicidad la suya!
Mis padres no podían disimular la preocupación. ¿Cómo iban a reaccionar Miki y Escobita cuando supieran lo de la boda? ¿Tomarían represalias contra los testigos?
Por último, voy a hablarles de mí mismo, de Fonchito. Me llevaron a la doctora Céspedes, la mejor psicóloga de Lima, y me sometí a todas sus pruebas e interrogatorios. Y la doctora opinó, afortunadamente, que yo era el niño más normal del mundo. Le parecí encantador, cada sesión le había parecido una delicia, me llevaría a su casa.
Porque soy inteligente, sensible y, precisamente por eso, me siento algo distante de sus compañeros. Que Edilberto Torres no es una fantasía, sino una persona de carne y hueso. Que yo no he mentido, tal vez coloreé algo las cosas, dada mi imaginación. Que yo nunca relacioné al caballero Edilberto con apariciones celestiales o diabólicas, qué tontería. Y, a continuación, la doctora remató:
"Son ustedes los que se han inventado todo eso...los que necesitan un psicólogo. ¿Les hago una cita? No sólo atiendo a los niños, también a los adultos que de pronto se ponen a creer que el diablo existe..."
La doctora siguió bromeando y, al despedirse, le pidió a papá Rigoberto que algún día le mostrara su colección de grabados eróticos, pues yo había dicho que era formidable.
Rigoberto y Lucrecia salieron hundidos y confusos. Rigoberto recordaba a Lucrecia:
"Te dije que recurrir a un psicólogo era peligrosísimo...más que el mismo diablo, lo supe desde que leí a Freud".
¿Qué harían ahora si ese sujeto existía? No hicieron nada, yo seguí mi vida normal, en el colegio, con mis tareas y mi amigo el Chato Pezzuolo. Aunque a regañadientes, salía a veces con otros chicos, empujado por don Rigoberto y doña Lucrecia. Ahora decían que ya no era el mismo de antes, que se me veía "más lacónico y reconcentrado, mucho más parco para responder a las preguntas...".
Un día me desafió Lucrecia. Me dijo que ya sabía lo que me pasaba, que me había enamorado. Le contesté, grave, que no tenía tiempo para eso. De pronto, se me ocurrió una respuesta pícara y maliciosa, como de tiempos pasados:
"Además, tú sabes que la única mujer que me gusta en el mundo eres tú, madrastra".
Lucrecia aplaudía, me pedía que dejara que me diera un beso. Me llamaba chiquitín. Entonces, acudió mi padre, manifestaba que hablar del diablo le encendía la imaginación y otras cosas. Así que papá y mamá gozaron un rato, se acariciaban felices, pensando que lo del diablo y Fonchito había pasado, pero no, no había pasado.
Y, aquella mañana grisácea se presentaron Miki y Escobita puntualísimos, a las once en punto de la mañana. La guerra había comenzado.
Lo dejamos aquí, señora lectora María Ángeles. Siga con su lectura y sus comentarios. Y nosotros, no, no somos reales, somos entes de ficción. No vaya usted a terminar en la consulta de la doctora Augusta Delmira Céspedes.
Desaparecieron. Tal vez vuelvan, en cuanto mi imaginación les convoque. No he querido que siguieran adelante, no deseo destripar las historias de Felícito e Ismael. Ni la de Armida, personaje clave de ambas.
Un abrazo de:
María Ángeles Merino
Porque soy inteligente, sensible y, precisamente por eso, me siento algo distante de sus compañeros. Que Edilberto Torres no es una fantasía, sino una persona de carne y hueso. Que yo no he mentido, tal vez coloreé algo las cosas, dada mi imaginación. Que yo nunca relacioné al caballero Edilberto con apariciones celestiales o diabólicas, qué tontería. Y, a continuación, la doctora remató:
"Son ustedes los que se han inventado todo eso...los que necesitan un psicólogo. ¿Les hago una cita? No sólo atiendo a los niños, también a los adultos que de pronto se ponen a creer que el diablo existe..."
La doctora siguió bromeando y, al despedirse, le pidió a papá Rigoberto que algún día le mostrara su colección de grabados eróticos, pues yo había dicho que era formidable.
Rigoberto y Lucrecia salieron hundidos y confusos. Rigoberto recordaba a Lucrecia:
"Te dije que recurrir a un psicólogo era peligrosísimo...más que el mismo diablo, lo supe desde que leí a Freud".
¿Qué harían ahora si ese sujeto existía? No hicieron nada, yo seguí mi vida normal, en el colegio, con mis tareas y mi amigo el Chato Pezzuolo. Aunque a regañadientes, salía a veces con otros chicos, empujado por don Rigoberto y doña Lucrecia. Ahora decían que ya no era el mismo de antes, que se me veía "más lacónico y reconcentrado, mucho más parco para responder a las preguntas...".
Un día me desafió Lucrecia. Me dijo que ya sabía lo que me pasaba, que me había enamorado. Le contesté, grave, que no tenía tiempo para eso. De pronto, se me ocurrió una respuesta pícara y maliciosa, como de tiempos pasados:
"Además, tú sabes que la única mujer que me gusta en el mundo eres tú, madrastra".
Lucrecia aplaudía, me pedía que dejara que me diera un beso. Me llamaba chiquitín. Entonces, acudió mi padre, manifestaba que hablar del diablo le encendía la imaginación y otras cosas. Así que papá y mamá gozaron un rato, se acariciaban felices, pensando que lo del diablo y Fonchito había pasado, pero no, no había pasado.
Y, aquella mañana grisácea se presentaron Miki y Escobita puntualísimos, a las once en punto de la mañana. La guerra había comenzado.
Lo dejamos aquí, señora lectora María Ángeles. Siga con su lectura y sus comentarios. Y nosotros, no, no somos reales, somos entes de ficción. No vaya usted a terminar en la consulta de la doctora Augusta Delmira Céspedes.
Desaparecieron. Tal vez vuelvan, en cuanto mi imaginación les convoque. No he querido que siguieran adelante, no deseo destripar las historias de Felícito e Ismael. Ni la de Armida, personaje clave de ambas.
Un abrazo de:
María Ángeles Merino
Pues con lo que has dejado entrever en esta entrada. El Fonchito es una buena pieza eh!
ResponderEliminarAguardaremos con impaciencia la próxima entrada.
Un abrazo feliz Pascua.
Estoy muy cerca del final. Gracias por no desvelarlo. Intuyo que Fonchito tiene mucho que ver y también la realidad y la ficción.Me intriga Arminda, ahora está en mi lectura huida y encerrada.
ResponderEliminarBesos
Derroche de creatividad y de información de primera mano. Te felicito. No nos descubres el final como debe ser.
ResponderEliminarFelices días de Semana Santa y Pascua.
Y hasta Fonchito, quizá, no sea quien dice y aparenta ser. Su propio padre está con la mosca detrás de la oreja... Excelente.
ResponderEliminarNo sigo el libro. Aunque las entradas tuyas son tan atractivas en todos los sentidos, que me hago una idea.
ResponderEliminarPero hay que leerlo.
que pases buena semana, lo que queda.
Devuelve los saludos a sor "Austrin" estará muy ocupada con los "oficios" y ceremonias de estas fechas.
Besos.
La novela está llena de enigmas, entre todos el de Fonchito se lleva la palma.
ResponderEliminarBesos
Rigoberto "leyó a Freud", (me gustaría saber que parte de los 24 tomos de la Colección Amorrortu, por ej., que me llevó dos años de Facultad estudiar) vaya a saber lo que entendería. Lo que sí me queda claro es que MVLL sabe jugar con las fantasías sexuales del lector... jejeje.
ResponderEliminarUn beso
Al final sigo sin entender quien es la arañita
ResponderEliminarGracias por tu visita Geraldine. La banda de la arañita es la que firma los anónimos. Es el misterio de la novela que es mejor no spoilear aquí.
EliminarDa la casualidad de que mi blog se llama "La arañita campeña"; pero no tiene nada que ver.
Saludos
Quien es la arañita ???
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