miércoles, 25 de marzo de 2015

"El héroe discreto": "Un hombre no se debe dejar pisotear por nadie en esta vida"


Comentario parcial a la novela "El héroe discreto", de Mario Vargas Llosa, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Una frío atardecer de marzo, el sol cae sobre el puente de los malatos y alarga sus rayos hasta "El héroe discreto", tan ecuatorial. La novela del Nobel los recibe en un precario equilibrio. No te vayas a caer mientras te hago la foto. Haz de la barandilla tu banco sueco, quieta un momento. Aquí tienes el refugio del bolso, no es día de pasear y leer, no se pasan bien las hojas con los guantes puestos. Un puente más y a casa; son siete mil pasos, media vuelta y a por otros siete mil. A leer en el sofá, al calorcillo de la calefacción.


"El héroe discreto", guantes y podómetro.
 
¿A leer? En lugar de leer la novela, me pongo a leerme a mí misma, es decir, a escribir. Porque, en el gélido camino de vuelta, me habían acompañado mis amigos doña Josefita y Fonchito, personajes secundarios, que ya sabéis que son mi debilidad. Tenían muchas ganas de hablar, especialmente la doña.

La fiel, atractiva y rellenita secretaria de Felícito Yanaqué y el inteligente y sensible niño de don Rigoberto, el que ve lo que otros no ven. Se colaron en mi pensamiento y me contaron las cuitas de don Felícito y don Ismael, bajo su punto de vista. ¿Estarían escondidos en mi podómetro? ¿Será mi personal "realismo mágico"?



Porque yo veía a Josefita, con sus ojos pizpiretos, la blusa escotadísima y sus ampulosas caderas, objeto  del deseo libidinoso del cachaco capitán Silva. Y a Fonchito, con su uniforme y mochila de selecto colegio gringo. De vez en cuando, yo volvía la vista atrás, por ver si nos seguía algún Edilberto Torres.



Josefita no paraba de hablarme y aquí trato de reproducir su relato. Utilizo la cursiva:

-Será un placer conversar con usted, mi señora y lectora doña María Ángeles. Recordará que, aquel día mi jefe, don Felícito había cumplido con su ritual de la mañana, en el que no faltó el Qi Gong, esa gimnasia china tan lentorra, la ducha fría, la leche de cabra y la gotita de miel de canchaca.



Salió al bullicio de la ciudad, "todo igual a todos los días, desde tiempo inmemorial". Pero aquel día alguien había pegado un sobre azul en la puerta de su casa. La carta no llevaba firma sino un tosco dibujo que parecía una arañita.

Alguien tenía la desfachatez de ofrecerle protección a cambio de 500 dólares al mes, que "toda empresa exitosa está expuesta a sufrir depredación y vandalismo de los resentidos, envidiosos y demás gente de malvivir...". ¡Un chantaje en toda regla "con letra bailarina"! y sin faltas de ortografía nomás!



 Mi metódico patrón estuvo a punto de echarla al cubo de la basura; pero se arrepintió, la alisó y se la guardó. Recorrió el camino a la oficina dando vueltas a la carta, se sentía indeciso, pero seguro de que: "en ningún caso daría un centavo a esos bandidos". Porque don Felícito tenía grabado a fuego un gastado consejo de su difunto padre: "Nunca te dejes pisotear por nadie". ¡Qué testarudo debía ser el papacito!

Cuando llegó a la Empresa Narihualá, ya había dispuesto yo, como todos los días, en el escritorio, la lista de trabajo y el termo de café. Le pregunté el porqué de su  mala cara y me contestó lacónicamente: "problemitas". Se quitó el sombrero y el saco, los colgó, se sentó; se levantó y se los puso de nuevo. Me dijo que iba a la comisaria, a hacer una denuncia. Yo, asombrada, le pregunté que si ladrones, me contestó que ya me contaría.



Puedo imaginar, con el calor que hace en Piura, que llegaría ya asadito a la comisaria, con saco, chaleco y sombrero, para guardar la compostura. Al parecer, le atendió el sargento Lituma que, tras leer la carta, le dedicó unos comentarios que le sonaron a  burla. 



Que si las consecuencias del progreso, que si cuando Piura era pobre no pasaban estas cosas, que todo tiene un precio y el del progreso es éste, que si la ortografía del puta que escribió esto... Le tomaría los datos, había dos posibilidades: que el asunto no pasara de la carta o que fuera en serio, muy sagaz el poli. Que si contactaran para el pago...entonces sí, don Felícito debería comunicarlo a la policía. Que ésta actuaría...si la cosa se pusiera seria. El sargento iba apuntando los datos de mi jefe, cada vez más convencido de que la denuncia era una pérdida de tiempo. ¡Los cachacos no harían nada! Che guá.

Decepcionado, mi jefe se dirige a la Gallinacera, junto al río, su barrio. Desea consultar lo de la carta a la adivinadora Adelaida, la persona que Dios había puesto en su camino, para premiar sus esfuerzos y sacrificios en esta vida. Ella y el fallecido pulpero Lau, el chino. Así lo aseguraba don Felícito, qué fe tan ingenua en las predicciones de la mulatona santera.


 Todo fue porque acertó aquella vez que se disponía a conducir un camión con pacas de algodón, rumbo a Trujillo. Y la doña Adelaida le había rogado que no se trepara en el vehículo, mejorcito que no lo hiciera. Felícito no le hizo caso, tenía que ganarse los frejoles...Quiso la mala fortuna que un  ómnibus se estampillara sobre el camión. Y la buena que mi jefe salvara la vida, aunque con muchos huesos rotos. Che guá.


Camión sobrecargado, che guá.
 
Desde el accidente, todas las decisiones las consultaba con ella, incluso si era mejor un Chevrolet o un Ford, como si fuera flor de arena o manayupa.


Y le consultó, cómo no, lo de la carta amenazadora de la arañita. Adelaida tuvo su predicción y, angustiada, le pidió : "Dales eso que te piden, Felícito". La respuesta de él: "Un hombre no se debe dejar pisotear por nadie en esta vida. Se trata de eso, nomás, comadrita".

Ya lo ve, ni aunque se lo pidiera Adelaida. Y recibió la segunda carta, un viernes por la tarde, el día de la semana que visitaba a doña Mabel. ¿Qué cómo sabe una secretaria todo eso? Sabe mucho una secretaria...Mabel es su señora amante, ya sabe usted. Hace ocho años que le puso casita. Al principio, iba a verla dos y tres veces por semana, después sólo a los viernes, que la pasión iba declinando. Y los años creciendo.

¡Qué guapa se conserva doña Mabel! No ha engordado, parece una gimnasta, con su cintura ceñida, sus pechos erectos y el potito redondo y empinado que cimbrea al caminar.

Morena, de cabellos lacios, sí es bonita...así cualquiera, con todo el tiempo del mundo para cuidar su figura, su cabellos, su piel...¿Envidia? No, que se lo pregunten al capitán Silva, que en cuanto me ve me requiebra, nomás. Mis caderas le vuelven loco, lo sé, aunque gordita, no he perdido mi atractivo. ¡Qué cosas dice mi capitán que va a hacer conmigo! ¡Qué bruto! ¡Será si yo doy consentimiento, che guá!

Sé de buena tinta que don Felícito era muy feliz con Mabel. Le entregaba puntualmente su mensualidad, igual que a cualquier otro empleado, che guá. Que yo le veía apartar el dinero, el día de cobro. ¡Ay, pero Mabel no tenía que romperse la cabeza con los listados de viajeros! ¡Ni correr riesgos en las endemoniadas carreteras andinas!



A lo que íbamos, don Felícito no se presentaba jamás de improviso en casa de doña Mabel, la cual salía con otros hombres, sí, pero con discreción y sin humillarlo. El jefe lo aceptaba , consideraba que ella era joven y guapa. Y él  feo, bajito y avejentado cincuentón. ¿Qué cómo lo sé? Soy la secretaria, mi hijita, che guá.


¿Por qué no se casó con ella? Porque no podía abandonar a su esposa doña Gertrudis, como hizo su madre, aquella desnaturalizada que nunca conoció, que abandonó a su padre cuando él era un bebé de teta. A Gertrudis nunca la quiso, se casó con ella por obligación, debido a un mal paso de juventud, tal vez le tendieron una trampa...algo me contaron.

Sin embargo, fue un buen marido, trabajó como un esclavo sin tomarse ni un día de vacación, eso bien lo sé yo. No hizo otra cosa sino chambear, chambear, en una vida sin ilusión. Su amigo, el Colorado Vignolo le contaba sus acostadas y él se quedaba con la boca abierta.

Hasta que conoció a Mabel y descubrió lo hermosa que podía ser la relación con una mujer. Nada que ver con aquellos planecitos que le salían de vez en cuando. O las pocas veces que visitaba algún burdel. Sí, una secretaria se entera de los planes y burdeles del jefe. Che guá.




Decíamos que...recibió la segunda carta, un viernes por la tarde, el día de la semana que visitaba a su amante. Y fue en casa de Mabel donde, esta vez, colocaron el sobre, mi don Felícito vio amenazado así lo que él más amaba. Leyó:

"Usted ha cometido una equivocación yendo a la comisaría...usted nos está declarando la guerra. La tendrá...saldrá perdiendo. Y lamentándolo. Muy pronto tendrá pruebas de que somos capaces de responder a sus provocaciones...Aténgase a las consecuencias. Dios guarde a usted. "

Nos quemaron la oficina y tuve que pasar horas revisando lo que quedaba de los libros y papeles importantes, todo sobre una tabla y un tonel. Yo no me consolaba de tener que trabajar al aire libre, a la vista de todos, me parecía estar haciendo striptease. Se lo comenté al patrón que me comentó, divertido, lo contentos que estarían algunos de que yo les hiciera de verdad algo así, en especial el comisario, el capitán Silva de mis pecados. No perdía el humor.

Don Felícito pagó de su bolsillo un aviso en "El Tiempo". Se dirigía a "los señores chantajistas de la arañita", qué valor, y les hacía saber que nunca les pagaría el cupo que le pedían para darle protección. Que prefería que lo matasen, que las personas honradas no deben tener miedo a bandidos y ladrones, sino enfrentarlos hasta mandarlos a la cárcel, donde merecen estar. ¡Pensé que me lo matarían, che guá!

El aviso lo convirtió en famoso, la gente le paraba para felicitarlo, para pedirle autógrafos. Don Felícito no se envaneció. Lo único que le satisfacía era el cambio de actitud que percibía en el sargento Lituma y el capitán Silva. Este último dejó de hablar de los culos piuranos, el mío sobre todos, para interesarse de verdad en cazar a los chantajistas.




¿Y cuando secuestren a su adorada Mabel? ¿Se achantará y pagará? Seguiré contándole, señora mía. Su mujer e hijos no han conseguido ablandarlo. ¿Se arriesgará a perder lo que más quiere en esta vida? ¿Habrá sorpresas? ¿Engañan las apariencias? ¿Quién está detrás de la arañita? Seguiremos hablando, doñita.


Fonchito se queja, es su turno. Lo que me contó el hijo de don Rigoberto, la persona de confianza de don Ismael Carrera, protagonista de la segunda historia paralela...para la entrada que viene.

Dio mucho de sí mi paseo, a pesar del frío.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

9 comentarios:

  1. Ya sabía yo que Josefita tenía una historia y tú has sabido encontrársela.
    Cuidado con ese frío para leer...

    ResponderEliminar
  2. Las ilustraciones están geniales!!!! Y menos mal que no se te cayó el libro al vacío, creo que al estar encogidito, de frío, de te quedó ahí congeladito, esperando la fotito.

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  6. Besos y muy buen fin de semana. Quería comentarte más pero no puedo desde mi telefonito y no me anda el módem del ordenador grande...

    ResponderEliminar
  7. Mantener la promesa a su padre fue duro pero aleccionador para Felícito.
    Besos

    ResponderEliminar