miércoles, 26 de febrero de 2014

"Dejar las cosas en sus días". Laura Castañón estuvo en nuestra lectura colectiva y nos cautivó.



Comentario a la novela "Dejar las cosas en sus días", de Laura Castañón. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda. 

Es un día lluvioso en Burgos, 25 de febrero de 2014. Hoy, no recorro el camino del Parral para ir a la lectura colectiva, en la Biblioteca Central de la UBU. El recorrido es urbano, llegamos al reloj del "Morito",  lugar tradicional de cita para los burgaleses que peinamos canas. Va  a tener lugar a las 16.30, en el Teatro Principal, en la Sala Polisón. 



En la última entrada, con un espíritu geométrico muy ajeno a mi personalidad, muestro mi visión acerca de  algunas caras que presenta el poliedro “Dejar las cosas en sus días” y concluyo con los primeros saltos en el tiempo que Laura Castañón nos hace vivir, a los que llamo aristas.

Son unas sábanas bordadas por las hermanas Montañés las que nos transportan al desengaño amoroso de la periodista Aida, mujer de nuestros días. Y el interés de don Benito en bautizar a su hija con el nombre del casi santo marqués, circunstancia que  recorre kilómetros cronológicos y aterriza en la negativa del grupo popular del Ayuntamiento de Gijón a desacralizar la iglesia de la Universidad Laboral para convertirla en centro de interpretación; política de ahora mismo. Nada que ver. ¿O sí? Sí, algo tiene que ver, los integristas religiosos son intemporales.

Y os prometí seguir con las aristas, mas no pienso hacerlo, me olvido de buscar costuras. Porque ayer, en la lectura colectiva que realizamos mensualmente, contamos con la presencia real de la escritora, Laura Castañón. Y tuvo lugar en el mismo edificio en que soñamos las inquietudes paradisíacas de los personajes de la trilogía de Óscar Esquivias: el teatro Principal. ¿Recordáis el Salón Rojo en que se reunía la flor y la nata de la sociedad burgalesa en el 36? Nosotros nos reunimos en la Sala Polisón, muy próxima. Y nuestras inquietudes eran literarias que no golpistas.


Allí, Laura nos cautivó con sus palabras, mucho más interesantes que mis divagaciones. Y, además, se nos ofrecían enlazadas con las valiosas apreciaciones de nuestro profesor Pedro Ojeda. 

Mi cuaderno de notas es mi aliado, a falta de agenda Moleskine. Mi letruja de escribir deprisa atrapa parte de lo que allí se dice. 

 Comienza Pedro Ojeda:

Es su primera novela, “aunque no lo parezca”. Tras años y años dirigiendo talleres de creación literaria, la Literatura no le es ajena y se nota. Estamos ante una novela para un público amplio: los amantes de las intrigas familiares o también, y sobre todo, las que buscan una literatura bien escrita, con sentimientos y emociones. ¿Por qué en un momento de su vida se pone a escribir?

Laura nos define el éxito: “que los lectores hayan disfrutado”. Objetivo conseguido con la publicación  de su primera novela en 2013. Pero escribe desde siempre, a los cuatro años ya redacta unos cuentos que su madre guarda…nos cuenta con una sonrisa. 


Escritora siempre;  pero las clases impartidas en los talleres literarios, la tutela de las historias escritas por sus alumnos, “vampirizaron" todo lo que Laura podría haber escrito. Luego llegaron las actividades profesionales y un ritmo de vida acelerado que hubo de frenar ante la enfermedad: fibromialgia y fatiga crónica. Y aprende  “patchwork”. 


Y ,uniendo trozos de tela para conseguir un todo armónico, surge la necesidad de escribir una novela. El primer pedacito, muy importante, fue aquel paseo por la carretera de Reballines, al lado de Bustiello. Aquella casa, al lado del río. Su madre le explicó que allí vivían las señoritas de Comar, las de Pomar, que tenían billar y biblioteca. 


¿Biblioteca? Fascinante. Laura fantasea desde aquel momento, quiénes eran aquellas señoritas, qué hacían, cómo era su vida.

Ya en la adolescencia, la escritora toma conciencia de las características de la zona donde vive, entre los concejos de Mieres y Aller, una burbuja en medio de los movimientos revolucionarios. Algo que nos cuesta entender fuera de Asturias, donde relacionamos siempre al principado con la épica de la minería y la revolución. Porque allí el dueño fue el Marqués de Comillas que ejerció el llamado "paternalismo industrial", al margen de los sindicatos obreros. Sólo funcionaba el Sindicato Católico, promovido por la empresa.


El Marqués era hombre de creencias muy firmes. Sus obreros habían de ser buenos obreros y buenos cristianos. Deseaba crear un poblado ideal, una sociedad ideal, con sus viviendas obreras y su "huertina". El patrón interviene en la vida de los personajes, todo tiene que ser como él quiere.

 Laura tuvo acceso, en su adolescencia, a un libro de actas que redactaba diariamente el jefe de los guardas jurados, una especie de policia alternativa. Toda la vida del poblado estaba reflejada allí, de todo se tomaba nota. Quién iba a la taberna, quién blasfemaba, quién estuvo en un mitin, qué mujer de minero se había peleado en el lavadero, increíble. Todo recogido en unos papeles perdidos que la escritora lamenta no haber fotocopiado. 



A continuación, pasa a hablarnos del acceso al mundo editorial, algo que ella siempre había considerado imposible. Todo empezó cuando dejó su novela a un amigo, relacionado con dicho mundo. La lee, le gusta, la envía a Alfaguara y le comunica que Alfaguara quiere publicarla. Recibe la noticia con extrañeza porque siempre fue escritora aunque sin conciencia de serlo. Considera que ha comenzado tarde y Pedro Ojeda replica quijotesca y caballerosamente: Cervantes escribió el Quijote a una edad equivalente a lo que hoy serían noventa años. Y la novela exige cierta edad. Vienen las preguntas.

Nuestro compañero Paco Cuesta, el de "El Alfoz", agradece a la autora "su equilibrio y su forma amable", al tratar a los dos Españas.


Paco Cuesta, foto tomada de "La acequia".

 No es una novela sobre la guerra civil, pero es inevitable, la guerra juega un papel importante...El lector, ante una novela poliédrica, ha de resolver el puzzle.




Entre el público asistente, hay quien opina que "Dejar las cosas en sus días" hace lo contrario, que no deja las cosas en sus días. Para Laura el título es una duda, una pregunta, no una afirmación. Nos cita la canción del dúo Víctor y Diego, de los años 70.  Y recuerda que algún blog, de los nuestros, la reprodujo. Creo que se refería a "El cuento que no es cuento", de nuestro amigo Pancho.

Le preguntan si se siente identificada con Aida. Contesta que sí, que es inevitable, que comparte cosas: profesión de periodista, tiene una edad parecida, algo más joven. Mas no hay tanta afinidad  como pueda parecer. Nos aclara que su vida familiar no tiene nada que ver con la de Aida. Comparten detalles como la Moleskine roja e ideológicamente tiene puntos en común, aunque  no todos.

¿Y el final? El final tiene que ver con el juego del lector, puesto que le ha sido suministrada información que el personaje no tiene. Y por fin, "la traca final" y la duda planea. Busca su complicidad  para que haga su propia composición. ¿Es mejor dejarlo así o no?

A Pedro Ojeda le gusta especialmente el personaje del médico. don Efrén, y pide una novela sobre él. En realidad, ocupa pocas páginas y, en un principio, su figura era solo paisaje pero a la autora se le impuso la fuerza del personaje. Lo llevó a cenar con el marqués en la casa de Pomar, era un comensal más, invitado como persona de importancia, pura cortesía. Pero don Efrén se puso a hablar, tomó personalidad. Y la escritora, que iba a llamarlo José, tuvo que buscarle otro nombre menos corriente.

Lo mismo le sucedió con Camino, que sólo era fruto de la necesidad de buscar un ama de cría para Claudia. Pero tuvo que explicar que era viuda y cómo se quedó viuda. Camino crece y Efrén crece, se pone de manifiesto la consistencia de estos dos personajes. Porque un personaje se impone al autor y lo lleva. Y Pedro Ojeda, para demostrarnos su consistencia , nos lee en la página 40 el pasaje en que el médico mira con deleite a Camino en misa, con el rabillo del ojo pero:

"Efrén Rubiera conocía de memoria cada pliegue, cada curva, la longitud exacta de los brazos, el modo en que el cuerpo se movía obedeciendo las diferentes posiciones exigidas por la liturgia..."

Alguien plantea si fue Efrén un cobarde, unos dicen que sí, otros que no; yo le afearía su hipocresía. 




Después pasamos al tema de la edición. Siempre supo que el camino hacia la publicación de un libro es muy difícil. Cuando dirigía a sus alumnos, escritores en ciernes, les decía "mándalo",  a pesar de saber del peregrinaje que sufren los escritores de editorial en editorial. Ella escribía para gente próxima, con mucha libertad, sin disciplina, escribía cuando tenía ganas. Aquel amigo, Gabi, impresionado, lo envía a Alfaguara, "quieras o no quieras". Cuando lee "acaban de llamarme de Alfaguara",  le parece un "correo de hadas".



Mi amiga Luz del Olmo, la del blog "En un acorde azul", le pregunta: ¿Por qué los párrafos tan largos". Nos explica que los del pasado, que corresponden al narrador omnisciente, le salieron más largos, en un estilo de principios de siglo. Los del presente son más funcionales, más cortos. Pero no fue consciente, el mundo del pasado le pedía construirlo de una forma menos directa. 

Otra lectora, nuestra amiga Carmen, le comenta el fragmento que más le emociona. Es aquel en que Camino está en su cocina y le comunican la muerte de su marido Xelu, en la mina. Carmen asegura que nunca había leído algo que expresara mejor el dolor. Las vecinas que la rodean, las flores blancas del vestido con flores que se teñirán de negro, el grito, algo bellísimo y emocionante. Laura nos comenta que mujeres de la cuenca minera  sintonizan con ello. Al final, al firmar los libros, le comento a la escritora cómo me había emocionado el testimonio de nuestra compañera de lectura. La escritora me dice que ese pasaje había llamado también la atención de la escritora Rosa Montero.

La siguiente pregunta será: ¿Cuáles son tus referentes? La respuesta: leer mucho, aunque ahora leo menos, no sabe si hay algún referente que haya sido más que otro. Ha leído mucho a García Márquez, Muñoz Molina, Martín Gaite, Ana María Matute, novela norteamericana, novela policíaca, de todo hay algo. Lo que no quiso es caer en el realismo mágico, peligro que se corre cuando se lee mucho a García Márquez. Eso último lo añado yo...


Y acabamos con: ¿Y la próxima novela? ¿Continuación? 

A medida que la novela iba creciendo, se daba cuenta de que había una trilogía. Nos informa : la segunda está en marcha, con más dificultad, más despacio, más responsabilidad. Ya tenía 120 páginas antes de salir la primera, ahora tiene 50 páginas más.

Nos anticipa que no se resuelven grandes misterios, que hay cruce de personajes y de  relaciones, que se tratan zonas en sombra. Y sabremos que hizo Paloma en París. 

Luz del Olmo, Laura Castañón y María Ángeles Merino

Comentaremos la segunda, cómo no. Y queda emplazada para nuestras lecturas colectivas: la presencial y la virtual. Nos ponemos en fila para la firma de libros. Charlamos brevemente mientras nos escribe las dedicatorias. Nos despedimos, ha sido un placer.

¿Y el final? ¿La "traca"? Tal vez escriba una carta a Andrés Braña...

Un abrazo para los que pasáis por aquí de:

María Ángeles Merino


miércoles, 19 de febrero de 2014

"Dejar las cosas en sus días": una novela poliédrica con buen eje y caras bien ensambladas.


Comentario a la novela "Dejar las cosas en sus días"de Laura Castañón. Para la lectura colectiva de "La acequia",  dirigida por Pedro Ojeda.

Un poliedro, sin duda esta novela merece el calificativo de poliédrica. Veamos sus múltiples caras.




La saga familiar de los Montañés, desde el nacimiento de la pequeña Claudia, en 1917, hasta la muerte de Paloma en la segunda década del XXI, ahora mismo; con la sobrina nieta Aida como cronista y personaje central del relato. 



¿Casa de Pomar? (Territorio Museo Poblado Minero de Bustiello)

Nos ofrece retazos significativos  de la vida de don Benito Montañés, el padre, director de la Sociedad Hullera Española, madrileño exiliado en Asturias. Y la de su mujer, la vasca Ángeles Ariznabarreta que desaparece en las primeras páginas, a causa del parto; aunque no falten detalles acerca de su vida y personalidad. Mayor cantidad de líneas ocupan sus hijos: la pequeña Claudia, las trillizas Paloma, Begoña y Almudena, Manuel el único varón y el más débil,  Isidra la mayor...todos en la casa de Pomar. Sus amores, desamores y huidas. 


A la saga se une don Efrén, el médico rural, con su progresismo mal disimulado, enamorado en secreto de Camino, una joven viuda de minero, el ama de cría de la pequeña Montañés. La historia de un amor imposible. Y la de dos hermanos de leche muy unidos: Claudia y Andresín, el de Camino, el  que comparte la leche materna con la señorita.



La mina asesina. La aspereza hullera y el dudoso paliativo del proteccionismo industrial, el del medio santo marqués de Comillas: ya que conocen el infierno de las galerías que hallen el cielo en otra vida y...fuera el que no desee el bíblico Paraíso. Y, Bustiello, el pueblo trazado con tiralíneas para hacerlo realidad, con sus casitas para una vida al margen de la tensión reivindicativa, como un oasis de orden y conformismo. 


Bustiello (Territorio Museo Poblado Minero de Bustiello)

Y el amado campo asturiano, con "cereces" y "castañes"; el cariño por una lengua que suena a romancero y por su gente siempre luchadora.



Y retazos de vida burguesa, tan ajena a los verdes prados y a la negra mina: la pasión turbia del ingeniero por la joven Claudia, los cotilleos de las señoras tras los cristales del "sun parlor".



Y el cura don Macrino predicando con su lengua de trapo las consignas de don Claudio el Marqués, el maltrato a las mujeres, la homosexualidad como un secreto inconfesable, el incipiente fascismo, la educación diferenciada según sean niños o niñas, burgueses o mineros...


Iglesia de Bustiello (Territorio Museo Poblado Minero de Bustiello)

Y las misiones pedagógicas de la República en su esfuerzo por llevar un pedacito de cultura a los rincones más escondidos de nuestra geografía. 




La guerra de Asturias, la tragedia de la guerra civil y los fusilamientos. Las fosas y la Memoria Histórica. "Dejar las cosas en sus días". Aida, empeñada en que se encuentren y se identifiquen los restos de su abuelo. ¿Lo encontrará o se quedarán las cosas en sus días? Y todo pasa a su agenda roja Moleskine, y al ordenador y a los correos electrónicos. Novela de ahora. 



Los amores de Aida, una periodista que vive en Gijón que tiene mucho de la escritora pero que no es la escritora. Unos breves encuentros, unos pocos gmails y Aida, mujer desengañada, cae en las redes del fracasado y egocéntrico Bruno Braña. Y tenemos también el Alzheimer de Andrés Braña, su padre, personaje misterioso que trata de recordar su pasado, antes de que la enfermedad se lo trague. Y Bruno encargará a Aida que se ocupe de los recuerdos de Andrés, como si no tuviera ella bastante con los de su familia. 

Y los recuerdos de Andrés conectarán  con los recuerdos que Paloma, ya viejecita, va desgranando para su sobrina nieta Aida. Al fin y al cabo, las historias de los viejos se parecen mucho. ¿O...?

El poliedro tiene muchas caras más. Tal vez, la escritora poseía ya los embriones de varios relatos distintos y ha querido casarlos ahora que, tras años de dirigir talleres de creación literaria, por fin ha dado el paso hacia su primera novela. Quizás guardaba en un cajón, dormidas, algunas de estas historias.Y para que tantas caras no generen  una masa amorfa, es preciso trazar un eje bien definido que armonice la figura geométrica de la novela. La memoria, la duda de si es conveniente recordar y abrir fosas...el recuerdo da sentido a todo.


¿Y las aristas? Porque los lectores de la novela, pasamos las hojas y viajamos de los años veinte y treinta del siglo XX a  la actual segunda década del XXI, de la pluma y la tinta al ordenador.

 Veamos. Abro el libro y leo, en la página 19, que a Sidra no le preocupa que Camino amamante a Claudia e incorpore su pena de viuda como parte del alimento, que esto es un valle de lágrimas y " cuanto antes lo aprenda, mejor le irá en la vida"Y un poco más abajo, tras un espacio en blanco, leemos que Aida conservaba algunos objetos del hogar de sus antepasados: cucharillas, platos, cuadernos escritos, caja de música, colcha y sábanas bordadas. Un pequeño tesoro que servirá para enlazar el pasado con el presente, especialmente las sábanas de hilo, bordadas por las niñas Montañés en tantas tardes pasadas en la galería. Sábanas difíciles de planchar, guardadas por Aida, sin usar, esperando " un día especial con alguien especial" que no ha llegado. Porque ninguno de sus compañeros ha sido "especial", Asier, el último, tampoco. Ninguno merece el primoroso bordado Richelieu.


Bordado Richelieu

El siguiente salto lo encontramos después de leer que a Benito Montañés le interesaba bastante poner a Claudia el mismo nombre de don Claudio López Bru, el de Comillas. ¿Qué nos espera a continuación, tras el pertinente espacio en blanco?

 Leemos... que la portavoz municipal del Partido Popular tiene mucho interés en explicar por qué su partido se opone a la desacralización de la iglesia de la Universidad Popular, la de Gijón, para convertirla en centro de interpretación; menudo desatino y va  la concejala y convoca rueda de prensa en el Ayuntamiento, a la que ha de acudir, qué remedio, la periodista Aida. Vemos el vínculo ideológico entre aquel marqués tan católico y la portavoz pepera. Católicos a machamartillo ambos.



Seguiremos estudiando las aristas de la novela poliédrica. Y desvelaremos el final, tras haber conocido a la escritora, en la Sala Polisón del Teatro Principal de Burgos.

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

miércoles, 12 de febrero de 2014

"Dejar las cosas en sus días": cimientos de realidad para unos personajes exiliados.





¿Casa de Pomar? (Territorio Museo Poblado Minero de Bustiello)

Comentario en torno a la novela "Dejar las cosas en sus días", de Laura Castañón. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Leemos "Dejar las cosas en sus días". Nos familiarizamos con personajes y acontecimientos ficticios, no son reales pero podían haberlo sido. Y, para que el lector los viva, la escritora ha de echar unos cimientos convincentes de realidad. 

 La Sociedad Hullera Española tuvo realmente, en la primera mitad del XX, un director madrileño. En su casa, la de Pomar, disponían de billar y biblioteca. Y la sola mención de la biblioteca, ay quién tuviera una biblioteca en casa, espoleaba la imaginación de la niña Laura Castañón, cuyos primeros veinte años  transcurrieron "en el límite de los concejos de Mieres y Aller". 

Y existió un "Señor Marqués" real, Don Claudio López Bru, santo u opresor de los mineros, según quien cuente la historia. El azar quiso que la escritora "siendo adolescente tuviese acceso al libro de actas del jefe de los guardias jurados del Marqués de Comillas...en esas actas contaba todas las incidencias domésticas que ocurrían en sus posesiones. Más o menos como las cartas que Benito Montañés escribe diariamente al marqués". Todavía hoy lamenta que por entonces no se hicieran fotocopias. Seguramente, ahora ha tenido que hacer muchas; la documentación para esta novela, nada sencilla, ha debido ser abundante: libros de Historia, periódicos de la época...


Iglesia de Bustiello y monumento al "Señor Marqués" (Territorio Museo Poblado Minero de Bustiello)

Y Laura Castañón, una periodista real, crea a Aida, una periodista ficticia, empeñada en "recuperar y dignificar el pasado al amparo de la apertura de fosas comunes previo a la aprobación de la Ley de Memoria Histórica". Y, al reconstruir la historia de su familia, Aida se integra como viga maestra en un relato coral articulado en torno a si es mejor "dejar las cosas en sus días". Porque el pasado se enreda con el presente hasta unos extremos que no  imaginamos. Y lo puede complicar.



Tras don Benito Montañés, el director madrileño de la mina, van surgiendo los personajes: Paloma, Claudia, Ángeles, el médico Don Efrén, Camino...Y su personalidad se va completando con el modelado imaginativo de cada lector. Soy una lectora de la novela y...



A los  Montañés los sueño como prisioneros en un entorno del que desean escapar, buscando resquicios por donde hacerlo. 

Así Benito Montañés, el director de la mina, madrileño exiliado en tierras asturianas:

"Y es que Benito siempre tuvo muy clara la diferencia entre el verbo ser y el verbo estar, y él estaba en Asturias pero era madrileño y lo sería toda su vida, de modo que la estancia en el norte venía a ser una especie de exilio necesario, una emigración de lujo..."



Don Benito escapa convirtiendo la casa de Pomar en una isla madrileña: celebración de San Isidro, cocido madrileño, callos y paseo con la familia por las carreteras locales con gestos de estar en el Retiro. Y al "Petit Madrid" se suman las prohibiciones: los criados no pueden hablar ni una palabra en asturiano, tampoco sus hijos que tienen vedada cualquier relación con niños que no sean los del ingeniero y los del médico...con reservas. Y no van al colegio para no contaminarse con los "guajes" de los mineros. A la primogénita la estigmatiza con el nombre de Isidra. Las trillizas se llaman Paloma, Almudena...y Begoña por la patria vasca de su mujer Ángeles Ariznabarreta, la  que tras el triple alumbramiento grita algo impropio de una mujer sumisa y recatada:

"¡Ni María de la Cabeza ni María de los Pies, o ya sabes donde vas a dormir lo que te quede de vida, cojones!"


Ángeles Ariznabarreta muere y ya no necesita nada, a gusto se hubiera ido ella a su querido Bilbao, con su prima Begoña.

Sus hijos, obligados a vivir como madrileños asturianos, buscan la grieta por donde escapar del gueto impuesto: Sidra la mayor, las trillizas Paloma, Almudena y Begoña, el único varón Manuel y Claudia la pequeña. Paloma y Claudia son las que encuentran la salida con más facilidad, son las que se nutrieron con la leche de mujeres de Bustiello y se nota. Las más sanas, y también las más decididas, respondonas y "chicazos"; mucho más que el frágil Manuel que siempre pierde en las peleas.  

 Isidra, Sidra, asumirá dictatorialmente la dirección de la casa y de los hermanos, será la  guardiana del gueto y sus normas. A pesar de los bofetones, los críos escapan de la prisión, trepan a los árboles y se llenan la barriga con cerezas gordas. Se portan como  niños que son, dirán "guaje" y cantarán: "Por comer cereces danza, púsose el mio Xuacu malu...". Y Paloma será una hábil  cazadora de  lagartijas, en compañía su hermano de leche, esforzándose por hablar en asturiano. Y proclamará ante Sidra que esto no es Madrid, como querría papá. Luego viene el bofetón pero no importa.



Pobre Sidra, tan mala, soñando con vivir en Oviedo, como una señorita burguesa. Y se enamora y desencadena una tragedia. Los sentimientos de culpa la aniquilarán y se  convertirá en una muerta viviente. Culpable de la muerte de su adorado y atildado Germán y de su hermano Manuel, aunque los asesinos sean otros, unos bestias fascistones.

Paloma, la trilliza respondona, vivirá lo suficiente para servir a su sobrina nieta Aida como fuente viva en sus investigaciones en torno a  los Montañés. Nunca olvidó su amor juvenil por el maquinista Antón; aunque pronto la apartaran de él para casarla con el indeseable Eusebi Bartomeu, el hijo de del rijoso ingeniero Gustavo Bartomeu. El muy cuco propició la boda para tener cerca a la nuera quinceañera y... Paloma habrá de escapar de la mano de un nuevo amor. Morirá, ya nonagenaria, soñando con aquel maquinista y sonreirá a la broma de la vida...ya veréis por qué.





Almudena y Begoña terminarán en un convento, una salida honorable a la medida de los tiempos y las circunstancias, tras la muerte de su padre. Porque tras la desaparición de Manuel, don Benito irá a la deriva, caerá en la depresión y morirá pronto. No volverá a su querido Madrid. Exilio eterno.


Con otro tipo de exilio, ideológico, ha de vivir el médico de la comarca, don Efrén Rubiera, representando una vida ficticia de hombre conservador, ajena a  sus ideas revolucionarias. También ha de ocultar su amor hacia la joven viuda Camino, la que amamanta a Claudia Montañés, al mismo tiempo que a su Andresín. Don Efrén, Camino, Andrés y Claudia llegarán a sentirse como una familia no biológica, paralela a las oficiales: la que el médico forma con su mujer e hijos y  la que Claudia tiene ya en Pomar. 


Sanatorio (Territorio Museo Poblado Minero de Bustiello)



¿Y Aida? La periodista Aida ha caído presa del amor hacia Bruno, un hombre incapaz de dar amor.  Lo de ella es un exilio afectivo. Su resquicio será la investigación familiar y la ilusión de encontrar los restos de su abuelo Ángel, el de la abuela Claudia.

En realidad, todos vivimos algún tipo de exilio, no sólo los Montañés...

Seguiremos soñando "Dejar las cosas en su días". 

Un abrazo de:

María Ángeles Merino

sábado, 8 de febrero de 2014

Rincones de Bruselas

Como ya avisé hace tiempo, la Mosca Cojonera de esta blog ha hecho de Bruselas un destino habitual. Sí, estuve de nuevo por esta pequeña y agradable capital europea.

Ya me imagino a los lectores preguntándose lo mismo que me preguntaba yo al llegar: “¿Pero queda algo que ver o contar después de tantos paseos?”

Pues la respuesta es sí, siempre que te metas por callejones que no te habías metido antes porque tienen la apariencia de que como mínimo hay salteadores de caminos dispuestos a darte los buenos días (y cobrarte por ello, a su manera)

Claro que tampoco es obligatorio buscar emociones fuertes para tener algo que contar. Vean por ejemplo el Palacio de Justicia (donde también se pueden encontrar salteadores de caminos, pero en otras circunstancias, afortunadamente)

…que lleva en obras desde que lo vi por primera vez en aquella primera crónica. Después de varios años, o el reformador es Calatrava, o se han quedado sin presupuesto.

El palacio está en un punto elevado de la ciudad, desde el que se puede ver el Atomium. Y además, hay un par de monumentos a los caídos tanto en la segunda guerra mundial, como en la primera, que por si alguien no se ha enterado aún, este año se conmemorará el centenario del inicio. Y si no se ha enterado, que no se preocupe que ya le bombardearán con documentales, noticias, y eventos varios.

Ya saben ustedes que yo no viajo por placer, sino por trabajo. Otra cosa es que saque tiempo para ir de turismo. Esta vez el tiempo lo encontré por la mañana, y lo empleé en ver unas nubes expuestas en el Museo de Magritte. Nubes, pipas, y en general surrealismo que era lo que pintaba este hombre (lo cual hice a sabiendas de que iba a poner los dientes largos a Ele Bergón. Acúsenme de premeditación y alevosía).

¿Se acuerdan de aquella iglesia de la primera crónica que estaba en una calle llamada “Puterie / Puterij”.


Sí, el chiste es muy fácil de hacer. Pues ya puestos, entré en la susodicha, que resulta tener el nombre de “Iglesia de Magdalena”… lo cual no hace sino arreglar aún más el chiste (les supongo informados de la profesión de María Magdalena…). Pequeña, con un gran órgano de tubos, lo cual combinado con el nombre le hace a uno reflexionar sobre esos momentos en que “le tocan el órgano al Señor”

El chocolate. Creo que nunca he hablado del chocolate belga. Las cosas típicas de Bruselas son el Mannekenpis, y el chocolate. Luego está la Grand Place (Granplás, o Grote Markt, según el idioma de cada uno), pero en realidad no es más que el lugar donde están las tiendas de chocolate, y desde donde se va al Mannekenpis, así que no cuenta.

Porque si algo hay que hacer en Bruselas, es contrabando de chocolate. O de pastitas. Si no, no merece la pena venir. De hecho, la Arañita Campeña me tiene prohibido volver sin pastitas y chocolate.

Pero como no todo es pensar en los demás, esta vez me fijé en una tienda curiosa al lado de la Iglesia de Magdalena. Tenía mapas y planos antiguos de Europa, y varias ciudades. Y como me encantan esas cosas, no tuve más remedio que entrar. Allí había un señor mayor, arreglado pero informal y con un bigotito que le daba toda la apariencia de un noble venido a menos. Allí estuvo enseñándome algunas láminas, y finalmente le compré un par de planos de Bruselas, uno del 1500 y pico, otro de 1800 y pico. Atendiome muy amablemente, con una sonrisa permanente, y diome la impresión de ser el único cliente ha tenido en varios años…

Me metió cuidadosamente los planos en un tubo de cartón y una bolsa para evitar que se mojara. Porque estaban cayendo chuzos de punta, que en el idioma de los valones sonará muy fino (Le grand pluie), pero en el de los flamencos debe ser algo así “Grote regenketecalen dej huesen”

Tal que así, hecho una sopa, me cogí el primer tren al aeropuerto. Y nada más llegar, mi primera parada fueron los aseos por dos razones fundamentales: la primera la evidente, y la segunda para cambiarme de ropa de arriba abajo.

Y así, pasado por agua, termina otra crónica viajera de la Mosca Cojonera de este blog. Ahora me tendré que estudiar los planos antiguos para localizar nuevos rincones desconocidos de Bruselas.

miércoles, 5 de febrero de 2014

"Dejar las cosas en sus días" ¿Se quedarán las cosas en sus días?


Comenzamos otra aventura lectora. ¿A dónde nos lleva la "neña" del paraguas vuelto?

Comentario en torno a la novela "Dejar las cosas en sus días", de Laura Castañón. Para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.

Comenzamos una nueva aventura lectora: "Dejar las cosas en sus días" de Laura Castañón. La portada me gusta, nos muestra a una niña con el paraguas vuelto por un viento tan fuerte que el  paraguas se torna cometa. ¿A dónde nos lleva la niña? ¿A dónde nos lleva su autora? ¿Quién es Laura Castañón? Buscamos y leemos:







La escritora habla así de su actividad literaria:

“Yo siempre he escrito, aunque solo fuesen cosas más o menos sueltas y sin intención, inicios de novelas, o algunos experimentos narrativos. Pero siempre he querido escribir una novela, y estaba segura que lo haría, pero nunca encontré el momento adecuado. Hasta ahora yo había tenido una vida profesional muy activa, pero me llegó el hachazo de la fibromialgia que me cambió por completo la vida. Esa hiperactividad que tenía se acabó, y entonces fue cuando me planteé más en serio sentarme a escribir. Y aquí está el resultado.”


Laura Castañón supo hacer de la necesidad virtud, la enfermedad le dio más tiempo, el paraguas vuelto le sirvió de cometa. Aquí tenemos el resultado. Vayamos con la novela, la primera de una anunciada trilogía.


"Memoria, pasado e identidad". La periodista Aida busca, con empeño, los restos de su abuelo Ángel, asesinado por los "nacionales" en 1937; otra vez la guerra incivil española. Al mismo tiempo, escribe un libro y ata los cabos para reconstruir la vida de su familia, los Montañés, en el entorno de Bustiello"poblado minero perteneciente al concejo asturiano de Mieres...uno de los ejemplos mejor plasmados de paternalismo industrial de España...".


Bustiello (Territorio Museo Poblado Minero de Bustiello)

Al mismo tiempo que investiga , inicia una relación, a golpe de mails y de móvil, con Bruno Braña, un actor secundario que se siente tan fracasado en su profesión como en su vida personal, un hombre egoísta incapaz de darse a los demás. Pero Aida se enamora y se debate entre sentimientos contradictorios. 

Bruno vive con su padre, el nonagenario Andrés Braña, de vida misteriosa, al que acaban de diagnosticar Alzheimer. El hijo decide escribir la biografía del padre, pero no puede con ello y encarga el trabajo a Aida, como experta en remover el pasado. Ella bastante tiene con la saga de los Montañés, lo dejará para más tarde; sin embargo cuando conozca al anciano notará cierta afinidad que no sabe explicar. Y eso que Andrés es del bando contrario.

 Pero hay una fosa por abrir. Aida encontrará a su abuelo o no lo encontrará, se desvelará o no se desvelará el secreto. Se dejarán "las cosas en sus días" o no se dejarán. ¿O alguien se las llevará a la tumba?  ¿O habrá quien sea capaz de hackear la contraseña? ¿O lo dejará la autora para el segundo o tercer tomo de la trilogía?


De todas maneras, la realidad no cuadrará con los esquemas que  Aida se había trazado, tampoco con lo que los lectores habíamos pensado. Vida ficticia que quiere ser reflejo de la vida real. Y la vida, cualquier vida, es una "tomadura de pelo", como señala sabiamente la tía abuela Paloma,  heroína de esta historia, a punto de coger "la máquina", el tren que la conducirá a la última estación:

"Si tuviéramos sentido del humor, le pillaríamos la gracia, pero como no lo tenemos, no entendemos la broma y nos desesperamos en la contradicción: la vida está llena de calamidades, y encima coño, encima no dura nada."



 Paloma y Andrés sonreirán al final de sus vidas, a la vez que lo hará el lector , una sonrisa cómplice unida a la sorpresa. Porque esta lectora ha ido leyendo  y, a partir de un momento determinado, se ha ido preguntando ¿será posible que…? ¿no será demasiada casualidad que…? Y se decía para sí que no, que no podía ser. 

Que no, que no está bien comentar un libro empezando por el final. Así que vayamos al principio del rosario de desgracias que tiene por sujeto paciente a la familia Montañés. Porque tras una primera página de felicidad, todo se les torcerá.



"La vida está llena de calamidades". La novela comienza con el nacimiento de Claudia, la abuela de Aida. Claudia "como las ciruelas", no, Claudia como "el Señor Marqués"


Don Benito Montañés, padre de la criatura "transitaba a bordo de algo parecido al arrobo, por pensamientos felices localizados en los días que se avecinaban, y en como el Altísimo, en su infinita sabiduría, ponía orden en el Universo...y a pesar de la amenaza de huelga y de lo revuelto que estaba todo había hecho coincidir, como él tanto había pedido en sus oraciones, el nacimiento de su hija con la visita tanto tiempo esperada. El habría preferido que fuera niño...porque entonces se habría llamado Claudio."

La visita no podía ser otra que la de don Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas, el dueño de la Sociedad Hullera  en la que don Benito Montañés ejercía como director. Percibimos que la devoción que este último sentía por su patrón rayaba en lo religioso... o en lo patológico. El Señor Marqués no podía haber encontrado un ejecutor mejor para su querida doctrina del "paternalismo industrial", la de proteger y dirigir a los obreros como un padre a sus hijos. Como un padre antiguo, se entiende.


Pasamos la página. La recién parida Ángeles Ariznabarreta se preguntaba por qué le dolía la cabeza, no se sentía con fuerzas para espetar a su señor marido "que estaba hasta el mismísimo moño de aquella devoción suya por el señor Marqués" y que ya le parecía el colmo que pusiera a su hija el nombre del patrón. Tras un "hábrase visto, qué nombre", muere de postparto, una calamidad muy habitual en aquella época y en las novelas históricas, desde Ken Follett a mi admirado Miguel Delibes.



Su bisnieta  Aida lo apunta en la "Moleskine roja", una agenda que se nos hará muy familiar. Y contempla la foto donde aparece su bisabuela, edematosa, firme "candidata a morir por una eclampsia". Ella tan vasca y tan fuerte, superviviente de un parto de trillizas. Y tan huraña, tan poco feliz, anota Aida. Se mira en el espejo, no, Aida no se parece a Ángeles, "de no ser por aquel fondo de tristeza instalado...al final de aquellos ojos". La corriente que nos une a nuestros antepasados...algo hay.


Familia Moya en 1920, en Córdoba.

Entierro, buscar nodriza para la recién nacida, más calamidades. Seguiremos comentando esta novela coral con saltos en el tiempo y varios ejes narrativos, con voces y recursos diferentes: un mail, una carta de cuando se escribían cartas, un diario infantil...

Un abrazo de:

María Ángeles Merino