Rayo de luna deconstruido.
Comentario a la leyenda "El rayo de luna" de Gustavo Adolfo Bécquer, para la lectura colectiva de "La acequia", dirigida por Pedro Ojeda.
¿Un "rayo de luna" dice el poeta?
No, no soy un rayo de luna. Me llamo Guiomar y , a muy temprana edad, quedeme huérfana de mi padre, un infanzón con poca fortuna. Protegida por la madre del joven Manrique, vivo en su mismo castillo, en Soria. Soy una de sus damas, para la acompañar.
Noble y nacido en el estruendo de las armas, esa es la condición de mi señor Manrique; mas una trompa de guerra no le haría levantar la cabeza, ni apartar la vista de sus amados pergaminos. ¡Me dicen que lee cantigas de amor!
No lo busquéis en el patio de su castillo. No le interesan los caballos, ni los halcones, ni las armas. Tal vez lo encontréis al borde de una tumba, prestando oído a la conversación de los muertos. ¡Bonito entretenimiento para un noble caballero!
O mirando correr las aguas del río, o contando estrellas, o contemplando fuegos fatuos.
O tal vez esté siguiendo a una nube con la vista. Porque Manrique ama la soledad, anque no encuentre palabras para encerrar sus ecos. Poeta sin escritura, tejedor incansable de su mundo de fantasía. Yo le entiendo.
Cree en los espíritus del fuego, en las ondinas de los ríos, en los seres sobrenaturales que pueblan las nubes, el aire, los bosques, las grietas de las peñas.
Amar, sueña el amor; pero no lo siente. Mira la luna y las estrellas, piensa en mundos de nácar habitados por bellas e inalcanzables mujeres. Y, sin embargo, yo no ocupo ni un solo de sus pensamientos. Tan cerca y tan lejos a la vez.
Sobre el Duero, al pie de las murallas, hay un puente que conduce al abandonado convento de los Templarios, los monjes soldados. Aún quedan en pie los torreones, los arcos, las galerias de sus patios.
Por allí, suspira el viento y, oculta entre las verdes hojas, suspiro yo. La vegetación despliega sus galas y pregona la ruina. Hiedra, álamos, cardos, ortigas y jaramagos suelen ser mis compañeros, cuando lloro a solas este amor imposible.
Sobre el Duero, al pie de las murallas, hay un puente que conduce al abandonado convento de los Templarios, los monjes soldados. Aún quedan en pie los torreones, los arcos, las galerias de sus patios.
Por allí, suspira el viento y, oculta entre las verdes hojas, suspiro yo. La vegetación despliega sus galas y pregona la ruina. Hiedra, álamos, cardos, ortigas y jaramagos suelen ser mis compañeros, cuando lloro a solas este amor imposible.
Es una templada y apacible noche de verano, veo a Manrique atravesar el puente e internarse en las ruinas de los Templarios. La luna está en lo más alto del cielo. Estoy en una oscura alameda que conduce al río Duero.
Me ve , tal vez mi blanco vestido me delate. Su grito es " leve y ahogado". Sorpresa, temor o júbilo. Me oculto entre las hojas , deseo...no deseo que me descubra.
Manrique lo proclama en voz alta, soy la desconocida mujer que busca. ¿Desconocida? Se lanaza en mi seguimiento, me pierdo en la espesuar. ¿Alas en los pies? Eso me gustaría; aunque, por fortuna, me muevo como una gacela.
Las hojas secas crujen bajo mis pies y me delatan. Se oye el roce de mi vestido, ese de blanca seda que sólo me pongo en ocasiones especiales. Mis ropas habituales son pardas y de burdo anascote.
Manrique corre como un loco. Fatigada, se me escapa alguna palabra ininteligible. El movimiento de las ramas, las huellas de mis pies, el perfume de mi cuerpo...es el cazador y yo soy la presa; mas no me alcanza.
Llega al pie de las rocas de San Saturio. Trepa con ayuda de su daga.
Una vez en lo alto, tal vez vea una barquita que se dirige a todo remo a la orilla opuesta. La barquera soy yo. La luz de la luna riela chispeando en la estela que va dejando tras sí la pequeña embarcación.
´
Parte hacia el puente, pero yo entro por el postigo antes que él y me pierdo por las "estrechas, oscuras y tortuosas" calles de Soria. Me dicen que anduvo buscando a una extraña mujer de blanco...Es imposible nuestro amor...
Dos meses después vuelve a la solitaria alameda y allí estoy yo. Todos los días le espero. Noche serena y hermosa, la luna en lo alto, el viento suspira "con un rumor dulcísimo entre las hojas de los árboles". De sus labios se escapa un grito de júbilo. ¡Ve flotar el extremo de mi traje blanco!
"... corre en su busca, llega al sitio en que la ha visto desaparecer; pero al llegar se detiene, fija los espantados ojos en el suelo, permanece un rato inmóvil; un ligero temblor nervioso agita sus miembros, un temblor que va creciendo, que va creciendo y ofrece los síntomas de una verdadera convulsión, y prorrumpe al fin una carcajada, una carcajada sonora, estridente, horrible. "
Y piensa que sólo soy... "un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas".
Pasan los años, Manrique "sentado en un sitial junto a la alta chimenea gótica de su castillo, inmóvil casi y con una mirada vaga e inquieta como la de un idiota, apenas prestaba atención ni a las caricias de su madre, ni a los consuelos de sus servidores." Muy cerca estoy yo, con mis tocas de respetable dueña, siempre al lado de mi señora, bordando, tocando el laúd, haciéndome eco de la última hablilla de los servidores del castillo. Mis rasgados ojos van perdiendo brillo, pero mi pupila sigue siendo azul.
Mi poeta está loco, dicen. Yo pienso que está en su sano juicio quien dice: "Cantigas... mujeres... glorias... felicidad... mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna."
No es "filosofía lacrimosa", es así. Me queda el consuelo de tenerle cerca, aunque nunca será para mí, ni para nadie. ¡El amor es un rayo de luna!
María Ángeles Merino pide perdón al poeta Gustavo Adolfo Bécquer por haber puesto patas arriba su mejor leyenda. En el más allá, en la nada, en los sevillanos gusanos, en sus escritos o en el recuerdo. Y le da las gracias por los buenos momentos pasados.
Un abrazo para los que paséis por aquí de:
María Ángeles Merino
María Ángeles Merino
Pedro Ojeda dice en "La acequia":
"Mª Ángeles Merino, Abejita de la Vega, nos lleva al secreto de El rayo de luna con gran sensibilidad y acertadísimas ilustraciones, como es habitual en ella."
no sé si la has puesto o no patas arriba porque no leí la original pero si yo fuera Bécquer no me importaría porque la historia te ha quedado estupenda.
ResponderEliminarbiquiños,
Muy buena tu leyenda. Me ha gustado mucho. La idea es genial.
ResponderEliminarUn abrazo
Luz
Buenas noches, Abejita de la Vega:
ResponderEliminarMientras leí la leyenda no hubo momento alguno de risa, ni con las carcajadas sonoras de Manrique cuando tuvo el rayo de luna un instante brillando a sus pies; pero con tu entrada no se me ha ido la sonrisa de la boca..
Aunque veo que el final lo has arreglado en tu provecho: ‘...Me queda el consuelo de tenerle cerca’.
Abrazos.
Quiero destacar hoy la sensibilidad con la que abordas e ilustras, desde la voz femenina, esta leyenda.
ResponderEliminarY algo más: de aquí sacó Machado el pseudónimo para su gran amor posterior a la muerte de Leonor... Ya sabemos que don Antonio fue becqueriano incorregible.
Aldabra: espero que no se me aparezca el espíiiiiiiritu de Bécquer para darme su opinión. Biquiños.
ResponderEliminarEle: la he dado la vuelta como a una prenda reversible. Las obras buenas son así de flexibles.
Gelu: la sonrisa es algo saludable, le queda ese consuelo, es algo...
Pedro: elegí el nombre de Guiomar porque es machadiano y también medieval, además de bello.
Besos, amigos, gracias.
Mi poeta está loco, dicen. Yo pienso que está en su sano juicio.
ResponderEliminarPara ser poeta hay que estar algo loco.
Por cierto tu última foto muy apropiada con esa difuminación de luz ;D